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Parece que ya se me ha restablecido el ritmo normal. La próxima vez, que galope el Matías, que para eso es un chicarrón del norte. Yo despacito y buen paso, que a mi edad hay que cuidar el corazón. No sea que me llegue la jubilación dentro de seis meses y no me la puedan notificar porque no existe servicio de correos en el crematorio.

Hala, voy para arriba a ver al fiambre. Lo que más me molesta es que se me ha adelantado Pepote. Estará con su puñetera escena del crimen, y todos los demás a bailar a su son.

Vaya con el letrerito colgado en el ascensor: NO USAR.

—¿Funciona? —pregunto a un hombre con uniforme gris que parece sacado de un fotograma del NO-DO. Sospecho que se trata del bedel del edificio.

—Sí.

—¿Entonces?

—Es que ese señor que ha llegado antes que usted…

—¿El de la bata blanca y maletín?

—Ese, el que llaman el Grissom hispano, ha ordenado que nadie lo utilice.

Joder, vaya fama. Hasta los porteros le conocen.

—¿Por qué razón?

—Dijo algo sobre no prostituir la escena del crimen.

—¿Lo mataron en el ascensor?

—No, en su vivienda.

—Entonces no será la escena; a lo sumo, una butaca del anfiteatro.

—¿Cómo dice?

—Nada, cosas mías. En fin, subiré por las escaleras. ¿En qué piso vivía el difunto?

—En el 21.º.