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Tras irrumpir en la sala de grabaciones, Pepote ha pedido un folio y se ha puesto a dibujar. Aunque no me fío de sus conclusiones, he de escucharle. A veces —pocas— expone cosas sugestivas, si bien escasamente inteligentes.
—¿No te acuerdas de ese cabezón? —susurro al oído de Quini.
Niega con la cabeza, por lo que le facilito una pista:
—Estudió con nosotros en los salesianos.
Tuerce el morro y se encoge de hombros. Ahí le va otro indicio:
—Le decíamos: «Cuando vayas a la mili, tendrán que fundir un tanque para hacerte el casco».
—No me digas que es ¿Bombillo?
Asiento. Quini se arrima aún más y me pregunta:
—¿Sigue igual de pelotas y chivato? —Asiento de nuevo, a lo que añade—: ¿A qué se dedica ahora?
—Dice que es el jefe de la Científica.
De repente, Pepote se levanta y coloca el folio, en el que ha dibujado dos triángulos y varios jeribeques, sobre la mesa que tengo delante de mí.
—Lo primero que has de saber, Gorgonio, es qué le mató.
—Ilústrame.
—Le dispararon con un 22.
—No me jodas, Pepote. Un 22 no puede provocar ese boquete en la nuca ni el desparrame de los sesos.
—La bala contenía restos de mercurio y masilla.
—Joder, ¿una bala explosiva de fabricación casera?
Sonríe y, de inmediato, lanza el índice sobre el dibujo del folio y esgrime rotundo:
—La bala entró entre el frontal y parietal. Luego explotó.
—¿No le lanzaron una piedra desde el ala Oeste? —pregunta desconcertado Quini.
—No. Le dispararon desde la grada Este.
Me inclino hacia atrás, enciendo un pitillo y digo:
—Cojonudo, ya sólo nos quedan diez mil sospechosos.
—Aún hay más, Gorgonio.
Desplaza el dedo hacia un triángulo rectángulo en el que ha escrito varias equis y números bajo una fórmula en la que sólo identifico lo de «Tangente a».
—Lo curioso es que la trayectoria de la bala dentro del cráneo fue ascendente…
—¿Qué cojones dices? —pregunto perplejo.
—Que no le dispararon desde arriba, sino desde abajo.
—Eso es imposible —interrumpe Quini.
—Veréis. El ángulo de ascenso es muy pequeño, apenas de 5°. Si el árbitro medía uno setenta y siete y la fórmula de la tangente no falla, quiere decir que la boca de fuego estaba situada exactamente a una altura de un metro y sesenta centímetros.
—¿Tus cálculos son desde la primera fila? —pregunto, casi tragándome la colilla.
Niega con la cabeza.
—Lo he comprobado con el puntero láser: si el disparo se hubiese hecho desde ahí, la trayectoria sería casi en horizontal. Se efectuó unos metros antes.
—Luego el asesino se ubicó —observo de nuevo la pantalla—. Más o menos en la valla de Mahou.
—No me lo creo —exclama Quini meneando la cabeza—. Ahí, todos hubiésemos visto el fusil.
—Para disparar un 22, y a esa distancia, no se necesita un arma larga —explica Pepote—. Basta con un bolígrafo pistola.
—Hay que se joder con Bombillo —masculla Quini.
—Hum, hum… Si la bala explosiva era de fabricación casera, tal vez el arma —barrunto.
Me giro hacia las pantallas. Delante de la valla publicitaria de Mahou se ve al árbitro asistente; detrás, un cámara de la televisión, un fotógrafo y otro individuo, que menea violentamente lo que parece un paraguas.
—Comisario —Matías irrumpe en la sala—, he solucionado lo de la Guardia Civil. Sólo nos habían puesto cuarenta y dos multas.
De seguido, el rostro satisfecho de la Mari aparece en el vano de la puerta.
—Gorgui, los jugadores ya están en los chiqueros.
—Traedme a estos cuatro —ordeno, al tiempo que lanzo el índice sobre la imagen de cada uno.
Antes de que partan en estampida, añado:
—Mari, quiero sus fichas completas: hasta el número de pelos que tienen en el culo.