7
Sin retirar las zapatillas del escritorio, me inclino aún más hacia atrás en el sillón. Abro la mano derecha y extiendo la palma hacia Pepote. Me entrega las llaves. Introduzco el índice por el aro del llavero y comienzo a girarlo. La inspectora y el jefe de la Científica no me quitan ojo. Matías acaba de entrar. «¿Ya resolvió el caso?», les pregunta en voz baja a los otros, que asienten.
—Venga, Gorgui, no nos tengas en ascuas —inquiere la Mari.
—Acercaos hasta el despacho de los otros dos socios —ordeno con tono pausado—, les solicitáis que os abran sus respectivas cajas. Al que no pueda abrirla, le leéis directamente sus derechos y lo engrilletáis.
Matías y la inspectora salen en estampida a cumplir mi orden. Me quedo a solas con Pepote, que toma asiento a mi lado.
Enciendo un pitillo.
—¿Me das ahora un cigarro? —susurra.
—No, que me prostituyes la escenita.
—Serás cabrón.
Doy otra calada, expulso el humo hacia el techo y el rostro desencajado de Matías aparece por la puerta.
—¡Comisario, comisario! El señor Lucas no pudo abrir su caja.
¡El de la verruga! ¡Lo sabía!
Arrojo las llaves al inspector que las recoge en pleno vuelo.
—Utilice estas y me dice que hay en el interior.
Matías corre como un toro de Miura y casi arrolla a la inspectora, que en ese momento regresaba al despacho.
—¡Ten cuidado! ¡Animal! —le grita ella, antes de entrar y acomodarse en una silla.
Sonríe y dice:
—Ya nos explicarás qué tiene esto que ver con tus zapatillas del Sporting.
—Todo a su tiempo, todo a su tiempo.
El inspector regresa con un fajo de billetes y dos expedientes, mientras con la otra mano empuja a Lucas hacia el interior de despacho. Vaya, la verruga parece haberle cambiado de color.
—Comisario, dentro de la caja había esto. —Y deposita encima de la mesa lo que traía.
Los billetes resultan ser todos de quinientos.
Cojo una carpeta y la abro. Lo que sospechaba: expedientes firmados por el difunto.
—Bueno, señor Lucas —digo calmo, sin apartar los ojos de los documentos—, si lo desea, puede empezar a explicar qué hacían estos papeles en su caja.
—Ya le dije a su ayudante que no pienso hablar mientras no esté presente mi abogado.
—No es imprescindible que diga nada. Está todo muy claro.
Anda, ahora clava sus ojos en mis zapatillas. Demasiado tarde, amigo. Doy otra calada y le explico:
—Lo primero que piensa cualquiera que llegue a este escenario es que mataron al señor Gómez para robarle. Craso error. Aquí el que se robó lo hizo a sí mismo. Y fue usted, para luego cambiar las cajas. Su otro socio, el gallego, no pudo haberlo hecho porque tiene la caja anclada al suelo.
—No diré nada.
Me encojo de hombros y continúo:
—Estos documentos demuestran que la caja y su contenido no son suyos. Nos cambió las cajas, pero se olvidó de las llaves.
—No diré nada.
—Matías, que una patrulla lo lleve a comisaría. Cuando llegue su abogado, que le tomen declaración. Y si no quiere hablar, directo al juez. No. Que pase una noche en el calabozo. Mal no le vendrá.
El inspector se lo lleva hasta una pareja de policías uniformados. Recojo el fajo de billetes. Diez tacos de cien, por quinientos euros. Hum, medio millón. Mamina santa, menudos gastos. La Mari se pone en pie, se cruza de brazos y me requiere:
—Bueno, Gorgui, supongo que ahora nos explicarás que tienen que ver tus zapatillas con el caso.
—Pues está muy claro. Lo lógico es que, si alguien me ve esta noche, le choque mi calzado. Eso fue lo que ocurrió con vosotros, con el jefe de Robocop de la entrada y con los testigos, excepto con el tipo de la verruga negra. El pensamiento lógico es directo, por eso a veces falla. Es necesario ir más allá o dando un círculo. Que el señor Lucas no le diera importancia a mis zapatillas me indicó que él no se perdía en los jalones de lo secundario…
—Un caso indudable de «pensamiento lateral», —dice la Mari, que ha de etiquetarlo todo.
Matías acaba de entrar y queda extasiado oyendo a la inspectora, que continúa con su análisis:
—Quién nos iba a decir que unas zapatillas resolverían el caso. Sólo falta que nos digas que las has traído adrede para poner en práctica el método.
Doy otra calada y dejo que piense lo que le dé la gana.
—Comisario, no me diga que esas zapatillas sirven para resolver asesinatos.
—Sí, Matías.
—¿Y dónde las puedo comprar?
—¿Ha dicho comprar? No se venden, Matías. —Les dirijo otra ojeada, las volteo y añado—: Son patrimonio de la hinchada del Molinón.