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Elevo el pie derecho un palmo del suelo. Lo volteo. Qué zapatillas tan guapas. Ya desprenden algo de pelusilla: he de cambiarlas. Mañana llamaré a los de las peñas sportinguistas para que me envíen un par nuevo con el mismo rótulo. Ay, qué tiempos aquellos cuando estuve destinado en Gijón: el Muro, Cimavilla, las sidrerías y el Sporting. Luis Enrique, Quini, Abelardo Me encantaba lo de Mata Gigantes. «Así, así, gana el Madrid», gritaba la mareona. El Fondo Sur, Casa Aurora… Se me humedecen los ojos…
—Comisario, el señor Atanasio.
A este Matías le voy a abrir un expediente disciplinario y a meter un cuerno cojonudo como siga fastidiándome los sueños. Me giro. Un tipo bajito y con calva encerada, que lleva traje beige y los cuellos de la camisa almidonados, me agujera las zapatillas con los ojos.
—¿Le gustan? —pregunto, señalándolas.
—No. Son horribles.
Más horrible es tu calva encerada y no digo nada. ¡Mamarracho!
—Bueno, pues vayamos a lo nuestro. ¿Cómo se entera del asesinato?
—Estaba en mi despacho preparando el discurso de mañana. De repente oí gritos de la secretaria y vine deprisa. Al llegar, vi a la señorita Marga con mi otro socio, que estaba llamándoles a ustedes.
—Usted, ¿también tiene una caja fuerte como esa?
—Sí. Los tres socios la tenemos.
—¿Las tres son iguales?
—Sí. Lo único es que yo mandé anclar la mía al suelo.
—¿Por qué?
—Estaba harto de verla cada día en otro sitio. Ya sabe: las de la limpieza.
—¿Las tres se abren con las mismas llaves?
—No, no. Tienen cerraduras distintas.
—¿Qué suelen guardar?
—Algún documento y dinero para gastos diarios.
—¿Qué cantidad suelen tener para hacer frente a esos gastos?
—Entre medio y un millón, dependiendo.
—¿De qué depende?
—Del volumen de trabajo.
—¿Del trabajo de quién?
—Del nuestro.
O yo soy idiota y no me entero de nada o este tipo es gallego y he de adivinar lo que quiere dar a entender, porque decirme no me ha dicho nada.
—¿Es usted gallego?
—Del Celta.
¡La madre que lo parió! ¿No me estará tomando el pelo? En fin, seguiré con el interrogatorio.
—¿Sabía usted que las cámaras no graban cuando el vigilante baja a comer el bocadillo?
—Por supuesto: es una orden de la empresa para ahorrar costes.
—¿Sabe que esa orden les convierte en los principales sospechosos?
El calvo encerado sonríe. Como siga con esta guasa que se trae le ordeno a Matías que le dé unos guantazos.
—¿Se puede saber de qué se ríe?
—De lo que ha dicho: esa orden la emitieron desde la dirección norteamericana de Cosecha Negra Bank hace seis años. No es de ahora, ni sólo para esta planta.
—¿Sabe exactamente lo que contenía la caja del señor Gómez?
—No.
—¿Conoce a alguien con motivos para matarle?
Mira hacia el ventanal. Señala a los indignados de la plaza y responde calmo:
—Ahí tiene dos mil. A los que hay que añadir a todos a quienes les hemos embargado y desalojado de su vivienda.
—Llévelo, que vomito —ordeno al inspector.
Me siento en el sillón del despacho del difunto. Coloco los pies sobre el escritorio. Enciendo un pitillo. He de pensar; estos tipos no sueltan prenda. Lo que está claro es que es uno de los cuatro: aquí ni entró ni salió nadie. Robocop vigilaba.
—Si supiéramos lo que contenía la caja, igual tendríamos el móvil —aventura la inspectora.
—Tal vez no lo necesitemos —digo.
—No te entiendo, Gorgui. Si lo supiéramos Sabríamos qué buscar. Entonces haríamos un registro, y el despacho donde lo encontrásemos…
—Sería inútil. El dinero no tiene nombre —sentencio y doy otra calada.
—Pues no le veo salida a esto.
—Yo creo que la tiene.
Me levanto del sillón y me acerco a Pepote.
—Coge las llaves del difunto y prueba si son las de la caja —le ordeno.
—¿Por qué no lo haces tú?
—Porque no llevo guantes.
—Pues póntelos.
—Tengo alergia al látex.
—Alergia al látex, alergia al látex —rezonga.
Se agacha y recoge las llaves. Me acomodo en el sillón con las zapatillas de nuevo sobre el escritorio. Pepote pelea con las llaves en la cerradura.
—Imposible. Estas llaves no son de esta caja.
—Ajá. Caso resuelto.
—¿Ya conoces quién lo hizo? —preguntan al unísono la Mari y Pepote con la boca abierta.
—Sí. Mis zapatillas me dieron la clave.