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Otro pitillo para oxigenarme y pasos cortos hasta destino. Con un poco de suerte, cuando llegue a Cosecha Negra Bank, ya habrán resuelto el crimen y regreso a la cama. Lo resolverá Pepote con sus pruebas parlanchinas o la Mari con sus perfiles o Matías, a hostias. Tres métodos de investigación conducentes a un mismo desenlace: el fracaso.

Buf, la noche está cálida. Me sobraba la gabardina. Y no dejo de reflexionar sobre lo último que he leído: «¡Habéis recorrido el sendero que va desde el gusano al hombre, pero queda aún en vosotros mucho de gusano!». Me da a mí que Nietzsche conoció al jefe López.

Ya distingo al fondo de la plaza el edificio del banco. ¡Leches! Indignados con los rostros sin afeitar y pancartas. «Si nos quitáis los sueños, no os dejaremos dormir», reza una pancarta. «Políticos y banqueros, al mismo estercolero», «Poco pan, mucho chorizo». Ajá, este apunta directo al emporio financiero. «Reunión a las ocho de la Comisión de Cultura». «La Comisión Política se reúne mañana».

Atravieso la plaza entre chavales que no paran de hablar entre ellos. Ay, el mío debería estar aquí comunicándose con sus semejantes mientras los mira a los ojos, en vez de a una pantalla de ordenador.

¡Maldita sea! El edificio está cercado por una unidad de antidisturbios. Parecen una colección de muñecos Robocop colocados en hilera con lanzapelotas en bandolera. Los cascos me impiden distinguir sus rostros. Me fijo en sus divisas; he de localizar al que esté al mando. Dos ramas de laurel dentro del recuadro, un inspector jefe. Directo hacia él.

—Buenas noches. He de pasar porque dentro del banco se ha cometido un crimen.

—¿Ha bebido, abuelo?

—Un poco de respeto, que soy comisario de Homicidios.

—Acreditación.

Palpo los bolsillos de la gabardina. Nada. Otra vez me olvidé la placa en casa. ¡Seré zoquete!

—Con las prisas me la he dejado en casa.

—Pues no se puede pasar.

—Haga el favor de llamar al jefe López. Él le puede informar de quién soy y a lo que vengo.

—Como me esté tomando el pelo, le meto una pelota por el culo.

Vaya, ahora se pone romántico.

—Halcón a Omega. Localícenme a Gavilán.

Así que «Gavilán» es el indicativo del jefe. Curioso. Le quedaba mejor el de «Pichón».

—Omega para Halcón. Le doy línea con Gavilán —escupe el walkie talkie.

El jefe de los Robocop se quita el casco —pelo a cepillo, cabeza cuadrada y mandíbula rumiando chicle— e inserta el auricular en el oído para que yo no oiga lo que dice López. Ni ganas que tengo.

—¿Crimen? Imposible, señor. Edificio cercado desde hace horas. Nadie ha entrado… Sí, un tipo ha salido de entre los perroflautas… Dice que es comisario de Homicidios, pero… ¿Descripción?… Un metro setenta y cinco, grueso, cara redonda, sin afeitar y ojos saltones, con cigarrillo entre los labios. Poco pelo y revuelto, como si se hubiese levantado ahora de la cama. Gabardina beige sobre ¡pijama a rayas! Zapatillas de andar por casa con franjas rojas y blancas Afirmativo. Blancas y rojas. Y llevan grabado: «Puxa Sporting»… ¿Cómo dice, señor?

Se quita el auricular, me lo tiende y, con cara de oler mierda, dice:

—El jefe quiere hablar con usted.

—Gorgonio, ¿se puede saber cómo se presenta con esas trazas a investigar un asesinato?

—Me lo ordenó usted.

—¿Yo?

—Sí. Le informé de que estaba en pijama y usted dijo que me pusiera la gabardina por encima.

—Ya hablaremos, ya hablaremos.

Vete al carajo, pichón. Le devuelvo el aparato al jefe de los Robocop y atravieso sus líneas. Avanzo tres pasos y me giro hacia él.

—¿En qué quedó lo de meterme la pelota por el culo?

—Disculpe, comisario. Era una forma de hablar.

—Sospecho que llamar perroflautas a esos muchachos será otra forma de hablar.

—Ya sabe: jerga interna.

—¡So capullo! —exclamo, y sus ojos enrojecen. Me encojo de hombros, le lanzo una sonrisa y le informo—: Más jerga interna, por si le interesa.

Avanzo veinte metros y el edificio del banco se presenta ante mí. Impresionante. Una, dos, tres… treinta plantas. Buf, espero que tengan ascensor. Curioso, la policía separa a la muchedumbre del poder. Qué gran metáfora: una línea azul aísla a los indignados de los indignantes.

—Gorgui, por aquí.

Vaya, la inspectora se me ha adelantado. Me llama con voces y señas desde una puerta lateral. Me dirijo hacia ella.

—¿Y esas pintas?

—Estaba en la cama.

—Podías haberte puesto una camisa.

—Ja, ¿y quién la plancha?

—¿Deberías poner una mujer en tu vida?

Gorgonio, cambia de conversación, que esta te pierde.

—¿Qué tenemos?

—Han asesinado al socio mayoritario de un tiro en la nuca.