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¡Me cagüen la madre que me parió! Si en vez de a mí, hubiese parido una vaca, la buena mujer habría ganado tres mil euros y una entrevista en cualquier reality show. Así sólo ganó disgustos. Pero ¿quién cojones me mandaría hacer caso a Matías?

«La casa del Subsecretario de Estado está en la otra manzana», dijo. «Si vamos corriendo llegaremos antes que si solicitamos un coche oficial». Y aquí estamos, desbocados por las calles. Él corre como un toro de Miura; yo, con mis cuatro pelos negros desparramados y los sobacos empapando la camisa, como un jabalí bien gordo.

«Está en la otra manzana». ¡Me cagüen la mar, a mí me parece una frutería entera! No estoy para carreritas. ¿Para qué carajo corremos, si ya está muerto? Espero que no sea un nuevo método de liturgia en los funerales: el trote hacia el cadáver.

—Ya hemos llegado —dice Matías, dando un brinco para situarse sobre los cinco escalones que franquean la puerta del edificio.

Habrás llegado tú, so mamón. Yo no puedo con el alma. ¡Mierda! ¡La taquicardia! Necesito descansar. El pecho me explota. Pero ¿qué mierda hago corriendo con el cigarro en la boca?

—Comisario, ¿se encuentra mal?

—No, Matías… Estoy cojonudo… Una carrerita que me coloque… el hígado en la boca… es lo que me recomendó el médico… para todas las mañanas. Y… en ayunas, así no expulso el café con leche.

—Siéntese en un escalón y tome aire.

—¿Sentarme? Me voy a tumbar.

Ya lo dije yo: ¿para qué correr si luego hay que detenerse a descansar? Buf, aire, aire…

¡Coño! Pero si ahí llega el ínclito Pepote con su equipo. «El Grissom español», sí, con montera y galochas. Y los que le siguen parecen de la cuadrilla del matador. Claro, han asesinado al Sub y le envían a él como gran pope de la investigación criminal.

—Hola, Gorgonio —me saluda—. Estás más pálido que una lápida.

Y tú más colorado que un cangrejo, so memo. ¿Será por las cosechas de rioja que llevas adelantadas?

—Estoy bien, sigo en forma —respondo. No explico en qué forma.

—Luego te veo. La escena del crimen no puede esperar —me dice, pedante.

—Lo entiendo. Yo me quedo un ratito aquí, ya que el muerto sí que puede.

Y se adentra con su montera, sus galochas y su cuadrilla, todos ellos con trajes de corte, maletines y gafas de espejo. Joder, parecen personajes de The men in black.

—Matías, suba con ellos —le ordeno—. Ya sabe lo que hay que hacer. Dentro de un rato, buf, cuando me recupere, les acompaño.