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Perfecto, me he enfundado el pijama rayado y voy directo a la cama. Joder, parezco un recluso, pero con los recortes salariales tendré que esperar a la extra para comprar otro. Cuerda al despertador y a ponerlo en hora. Sobre la mesita, un libro contra el insomnio. Todo listo para irme a la piltra, pero antes he de ver qué hace el crío.
Ahí está la gran bola de sebo, como siempre: tumbado en el sofá, que ya está abombado, comiendo palomitas, con la tele encendida y el ordenador escupiendo mensajes. Me aproximo para leerlos: «Ceno huevos fritos. PacoRRo», «Yo no ceno. Lulú15», «No me gusta mi cena. TitiXX», «¿Alguien tiene plan? Leli3». Hostias, este no lo entiendo: «M dsnchufo K nchufo tra panda».
—¿Qué ha dicho este amigo tuyo?
—Que se pira de nuestra línea para conectarse a otra, que son más de su panda que nosotros.
¡La virgen! Ni que fuese criptografía egipcia.
—Hoy, ¿saliste a buscar trabajo?
—¿Para qué? Si todos están parados.
—Has pensado en retomar los estudios.
—Con treinta años pinto muy mal en el bachillerato.
Pintas mal en cualquier lado.
—¿Por qué no te unes a los Indignados?
—Prefiero la calefacción de casa.
Ay, ¡qué cruz, Señor! ¡Qué cruz! ¿A quién mataría yo para merecer este castigo?… Vaya, el teléfono a estas horas.
—Le llamamos de la empresa «Letra Star» para informarle de nuestro nuevo producto.
Cuelgo. Vaya, otra vez.
—Somos del INE y estamos realizando una encuesta sobre población activa. No le robaré mucho tiempo, señor. Usted es ¿hombre o mujer?
—Mutante, señorita.
Si esto sigue así, lo desenchufo.
—Bueno, hijo, me voy para la cama.
—Yo seguiré en el sofá.
Por qué será que lo sospechaba. Joder, ¿qué pasa hoy con el teléfono?
—Gorgui…
La que faltaba: la Mari.
—Me iba para la cama, así que sé breve.
—Hemos de quedar un rato para hablar de nuestra hija.
—De eso nada. Si no recuerdo mal, hace diecinueve años me dijiste que querías tener un hijo mío, pero que no me preocupara, que tú te encargabas de la alimentación y de todo. Aquel rollo de la familia monoparental o como se llamase.
—Ya, pero la niña ha cumplido dieciocho años y quiere conocer a su padre.
—Pues preséntale a cualquiera.
—No seas así. ¿No te pica la curiosidad?
—A mí no me pica nada.
—Un poquito sí.
—Que no, coño.
—Tiene tus mismos ojos.
Joder, pues qué desgracia. Tan joven y con presbicia.
—A ver, por curiosidad. Me dijiste que querías ese hijo para que tuviese mi cerebro y tu cuerpo. ¿Se cumplió?
—Fue a la inversa.
Doble desastre. A mí el Señor me está castigando. Algo debí hacer mal en otra vida, porque si no, no se explica. Necesito una tregua.
—Dame unos días para pensarlo y te digo algo.
Me acomodo sobre la cama, calzo las gafas y cojo el libro. «Así habló Zarathustra», el título es lo que más he leído. A ver dónde estaba yo. El tipo baja de la montaña a predicar el nuevo Evangelio, esto ya lo he leído. Otra hoja. «El hombre es una cuerda tendida entre el mono y el…». Leído también. ¡Leches! ¿Dónde lo dejé? Tuve que colocar una señal por algún lado. Aquí debe de ser, está subrayado: «Para dormir se precisa haber pasado bien despierto el día entero». Vamos a seguir el consejo implícito. El libro se me desliza de las manos.
El teléfono. Aquí no duerme ni Dios.
—Mi nombre es Mariana González y le llamo de la empresa «Letra Star» para…
—Váyanse a cagar.
Sigo con la lectura: «Diez veces al día deberás vencerte a ti mismo: eso te hará llegar a la noche fatigado, y esa fatiga será el mejor opio para el alma».
Esto es demasiado profundo para mí. No sé si no cogeré una novela de Harry Potter o de Vargas Llosa. Vale, le daré otra oportunidad.
«Enfermos y moribundos fueron los que despreciaron el cuerpo y la tierra, e inventaron las cosas celestes, y las gotas de sangre redentora…». Definitivamente, Nietzsche seguirá esperando a que lo lean sus muertos. Yo me rindo.
Vaya, otra vez el teléfono. Como sea la Mari, la mando a paseo. ¡Leches! El jefe.
—No me diga que ya llegaron los papeles de mi jubilación.
—No, Gorgonio. Se ha cometido un asesinato…
—Estoy en pijama.
—Pues póngase la gabardina por encima y vaya de inmediato al edificio de Cosecha Negra Bank.
—¿A qué? ¿A pedir un crédito?
—Déjese de chorradas. Han vaciado la caja de caudales y han matado a uno de los socios.
Joder, en esta ciudad sólo trabajamos los asesinos y yo.