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Matilde ha descorchado otra botella de Colegiata. Ay, con esta mujer. Si sigue tratándome así, la contrato para mi casa. Aunque yo no tengo una casa inteligente. Vamos, ni medio inteligente. Ni un poco inteligente. En realidad es una casa bastante inculta. Bobadas, el vino de Toro ya se me está subiendo a la neurona negra.

—Comisario, el guardaespaldas —dice Matías.

—Una sola pregunta, señor Jorge Valsen. ¿Se llama así, no?

—Efectivamente.

—¿Tiene problemas de próstata?

—No. —Me mira extrañado con la boca abierta—. ¿Por qué sospecha eso?

—Como sus meadas se prolongan más de tres cuartos de hora.

Matías dirige de nuevo su vista a la botella y el escolta mira de reojo la pantalla de control de luces. Se ha percatado de que no tiene escapatoria.

—Supongo que no tiene objeto seguir ocultándolo…

—Matías, mientras el señor Jorge Valsen me lo cuenta, acerque hasta aquí a la señora de la casa. Hala, continúe, señor Valsen.

—Pues verá, es que Vanesa y yo tenemos… ¿Cómo se lo diría?

—¿Un affaire? ¿Una aventura?

—Es algo más, comisario. Estamos enamorados.

Este guardaespaldas es memo. ¡Enamorado de la femme fatale! Será gilipollas. De esa hembra no se puede enamorar uno, es más peligrosa que una caja de bombas.

—Hala, cuénteme lo del baño.

—Verá, en cuanto el Subsecretario se encerró en la biblioteca me fui al tercer baño, el que tiene yacuzzi. Al minuto llegó ella y nos encerramos a…

—Ya, a fornicar.

El inspector ha llegado con la señora de la casa, que sólo ha oído el infinitivo y se muestra desconcertada. Pregunto de nuevo al escolta:

—¿Usaron preservativo?

Matías, la vampiresa, la doncella y el propio escolta me miran perplejos. El inspector coge la botella de Colegiata y la guarda en el minibar.

—No… —dice tímidamente el guardaespaldas—. Es que toma la píldora.

—Ah, la píldora. Pues, señora —dirijo la mirada a la hembra—, no se limpie los bajos, hágame el favor.