El hospital
E l hospital era un lugar lúgubre, por mucho que se esforzaran quienes trabajaban allí. Era un edificio largo y bajo de madera, oculto bajo los árboles que se perfilaban en el Bosque, cubierto de musgo y moho después de que los árboles le gotearan encima durante años y lo empaparan las nieblas que subían del foso. El hospital no se solía usar, salvo en los casos de enfermedades que no se creían contagiosas, pero ahora había tantos habitantes del Castillo que habían caído enfermos, que nadie corría ningún riesgo.
Marcia y Septimus se acercaron al hospital por el ahora trillado camino de la otra orilla del foso. La luz de la tarde estaba muriendo y, al acercarse, podían ver el parpadeo de las primeras velas colocadas en las minúsculas ventanas. La puerta se abrió y entraron Marcia y Septimus con cierta trepidación.
—¡Septimus! ¿Eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí? —Sarah se levantó de un salto de su lugar de trabajo.
Había estado sentada a una mesita junto a la puerta, midiendo dosis de hojas molidas en unos pequeños cacitos pulcramente alineados delante de ella. Sarah no había salido del hospital desde que llegó y Silas había decidido no preocuparse por ella después de la desaparición de Septimus y esperar lo mejor, lo cual, por una vez, había sido lo más acertado.
Sarah miró a su hijo pequeño.
—¿Qué te has hecho en el pelo? —le preguntó—. Es una porquería terrible. De verdad, Marcia, sé que está pasando por esa edad tan rara, pero deberías obligarle a peinarse de vez en cuando.
—No hemos venido a hablar de los peinados de Septimus, Sarah —dijo Marcia, que supuso, con cierto alivio, que Sarah no sabía nada de lo ocurrido—. Hemos venido por un asunto urgente.
Sarah no se fijó en la maga extraordinaria. No había quitado ojo a Septimus e hizo una mueca de desconcierto.
—Pareces… diferente, Septimus. ¿Has estado enfermo? ¿Es algo que no me has contado? —le preguntó empezando a sospechar.
—No —se apresuró a decir Marcia.
—Estoy bien, mamá —dijo Septimus—. De verdad, estoy bien. Mira, he hecho un antídoto para esta Plaga.
Sarah miró con cariño a Septimus.
—Eres muy amable, cielo, pero ya lo han intentado un montón de gente y no sirve de nada, nada parece funcionar.
—Pero esto funcionará, mamá… sé que funcionará.
—¡Oh, Septimus! —dijo Sarah con dulzura—, sé lo preocupado que debes de estar por Beetle, sé lo mucho que lo querías…
—¿Lo quería? —preguntó Septimus, asustándose de repente—. ¿Qué quieres decir con que lo quería? Aún lo quiero… y mucho. Beetle está… bien… ¿verdad?
Sarah se puso seria.
—No está bien, Septimus. Él… ¡oh, querido! Está muy enfermo y no tenemos muchas esperanzas. ¿Te gustaría verlo?
Septimus asintió. Él y Marcia siguieron a Sarah a través de unas puertas batientes y entraron en el pabellón del hospital, una larga sala que ocupaba todo el edificio. A cada lado del pabellón habían dispuesto una fila de camas estrechas. Las camas estaban muy juntas y todas ocupadas. Las personas estaban tumbadas sin moverse, mortalmente pálidas, en sus lechos, algunas con los ojos cerrados, y otras mirando el techo, sin ver nada. El pabellón estaba silencioso y tranquilo, invadido por las sombras del final de la tarde, que eran dispersadas lentamente por un joven ayudante que deambulaba por el pabellón llevando una bandeja con velas que iba colocando, cada una en una ventana, para combatir la oscuridad, así como las criaturas salvajes del Bosque. A Septimus le pareció raro ver a tanta gente apiñada en un lugar tan pequeño, había muy poco ruido; de hecho, el único ruido que podía oír era el ocasional goteo metálico del agua que se abría paso a través de las tejas podridas del tejado y caía sobre uno de los diversos cubos de metal colocados en puntos estratégicos.
—Beetle está aquí —susurró Sarah poniendo la mano en el hombro de su hijo y guiándole hacia una cama próxima—. Está cerca de la puerta para que podamos vigilarlo.
Si Sarah no lo hubiera llevado hasta el mismo lecho de Beetle, Septimus nunca habría encontrado a su mejor amigo. Lo único reconocible era la mata de cabello negro, que su madre, que acababa de irse, le había peinado amorosamente de un modo que Septimus sabía que Beetle odiaba. El resto era un pálido guiñapo de lo que había sido un muchacho, con grandes ojos abiertos que miraban el vacío sin ver nada.
Sarah miró preocupada a Septimus.
—Lo siento, cariño. ¿Te gustaría sentarte un rato con Beetle? Su madre volverá pronto con su padre, tendrás poco tiempo para estar con él antes de que lleguen. —Sarah acercó una silla más para Marcia, y ella y Septimus se sentaron junto a la cama de Beetle—. Ahora tengo que seguir —añadió—. Volveré en unos minutos.
De repente, a Septimus le preocupó horriblemente que el antídoto no funcionara. Miró nerviosamente a Marcia.
—Funcionará, Septimus. Debes creer en él —le susurró amablemente ella.
—La Físika no es como la Magia —dijo tristemente Septimus—. No importa si crees en ello o no, o funciona o no funciona.
—Eso lo dudo mucho —dijo Marcia—. Creer en algo siempre ayuda. Además, ya sabes que esto funciona, ¿no?
Septimus asintió. Puso la botella en la destartalada mesita que había al lado de la cama de Beetle y sacó una pipeta del bolsillo interior de su capa. Extrajo una pequeña cantidad de antídoto con la pipeta y vertió tres gotas del líquido transparente en la boca medio abierta de Beetle. Y luego, sentados al borde de sus asientos, él y Marcia aguardaron.
La última vela encendida acababa de ser colocada en una ventana al fondo del pabellón cuando Beetle abrió los ojos y parpadeó. Y luego volvió a parpadear, frunció el ceño como preguntándose dónde estaba y de repente se sentó en la cama, con los ojos abiertos y el cabello de punta, como siempre.
—¿Qué hay, Sep? —dijo Beetle con voz ronca.
—¿Qué hay, Beetle? —rió Septimus—. ¡Qué hay!
—Chissst… —le hizo callar Sarah—. La familia de Beetle está aquí, Septimus. Les gustaría pasar un poco de tiempo a solas con él antes de que… ya sabes… ¡oh, Dios mío!
—¡Funciona, mamá! —se rió Septimus—. Mi mezcla funciona.
—Quieres decir… ¿tú hiciste esto? —preguntó Sarah, incrédula.
Con todo su conocimiento sobre hierbas y curación, Sarah había probado muchos remedios para la Plaga y nada había surtido el menor efecto.
—¿Dónde estoy? —preguntó Beetle mirando a su alrededor.
—Estás en el hospital —le dijo Septimus—. Enfermaste por la Plaga, ¿te acuerdas?
—No, no me acuerdo de nada. Bueno, de nada salvo de que la princesa Jenna vino a verme… de eso me acuerdo. ¡Oye, ella te andaba buscando!
Septimus sonrió.
—Bueno, vino a buscarme y me encontró, Beetle. No creerías dónde me encontró.
—¿Dónde, Sep?
—Te lo contaré más tarde, Beetle. Toma mucho FizzFroot, lo necesitarás. Aquí está tu madre.
Aún quedaba un poco de antídoto incluso después de que Septimus hubiera vertido tres gotas en la boca de cada uno de los enfermos del pabellón, así que le dejó la botella a Sarah por si llegaban nuevos pacientes. En medio de una algarabía de conversaciones emocionadas y de la celebración de los parientes que acababan de llegar en el transbordador para su visita nocturna, Septimus escribió una etiqueta, tal y como Marcellus le había enseñado, para que Sarah la pegara en la botella.
RX El Antídoto
dosis: tres gotas vía oral
tómese según prescripción facultativa
—Tu caligrafía está empeorando, Septimus —comentó Sarah mientras le cogía la botella a su hijo llena de orgullo y la guardaba en un armario, detrás de su mesa—. Parece de un médico de verdad.
Septimus sonrió. En aquel momento se sentía como un verdadero médico.