El pelotón de abordaje
E l dragón de la cubierta no se despertó a pesar de la mirada penetrante de la reina Etheldredda. Escupefuego roncaba a pierna suelta. Una gran burbuja de gas flotaba sobre su barriga y explotó con un fuerte ¡pop! La reina Etheldredda retrocedió como si le hubieran pegado un puñetazo en la nariz, y la barcaza real se alejó de los nocivos humos de dragón. La reina Etheldredda se inclinó sobre la borda, mirando el Alfrún entornando los ojos. Algo ocurría en aquel barco y el fantasma decidió averiguarlo. Delicadamente, cual garza real en aguas poco profundas, el fantasma de la reina bajó de la barcaza real y, como si estuviera paseando por los jardines de Palacio, caminó por la superficie de las aguas y luego subió a bordo del Alfrún.
—¡Está aquí! —exclamó Snorri en su propio idioma.
Jenna no entendió las palabras de Snorri, pero comprendió muy bien el tono, se metió bajo una gran manta de lana, desalojando a Ullr de su sitio, que estaba durmiendo después de pasar la noche de guardia. El gato salió disparado de la cabina y subió corriendo a la cubierta, con la cola grande como una salchicha gigante de indignado ahuecamiento. Ullr no sólo era una criatura nocturna, sino que también pertenecía a una larga dinastía de gatos videntes de espíritus, que son, claro está, mucho más comunes que los videntes humanos. Al salir a la cubierta decidió que no le gustaba el aspecto de las visitas fantasma de ninguna clase. Tampoco le gustaba el aspecto de las dos ratas del mástil, pero podían esperar. Serían una buena cena para esa noche.
Al ver acercarse a la reina Etheldredda, Ullr se lanzó contra el fantasma, maullando como sólo puede hacerlo un gato vidente. Era un sonido terrible, mezcla de alma en pena y Brownie, con un toque de Llorón del Pantano. La reina Etheldredda dio un grito ante la impresión de ser atravesada de manera tan violenta y se cayó en la cubierta, tosiendo y escupiendo, como si se hubiera tragado un gato entero, con pelo, uñas, maullidos y todo.
En la orilla del río, el Chico Lobo oyó el aullido de Ullr. Llegó corriendo a través de los huertos para ver qué estaba ocurriendo. Llegó al Alfrún justo a tiempo para ser testigo de algo muy extraño: la mercader y su gato se habían vuelto locos, totalmente locos. El gato, una cosa fea y delgada, no dejaba de saltar hacia delante y hacia atrás a través de algo. La chica movía los brazos y gritaba en su propio idioma algo que parecían gritos de aliento. Y de repente el gato se detuvo. La muchacha dio un puñetazo en el aire, triunfante, levantó al gato en brazos y corrió a un costado del barco donde miró hacia el río sin dejar de reír.
El Chico Lobo subió a bordo y corrió hasta el camarote.
—¿Jenna? ¿Jenna? —dijo en un ronco susurro.
—¿Sí? —respondió desde debajo de la manta.
—¿Qué haces ahí debajo?
—Escondiéndome. —Fue la amortiguada respuesta de Jenna—. ¡Chist! Ella te verá.
—No es bueno esconderse, Jen, está loca. Salgamos de aquí mientras aún podemos. Rápido, antes de que ella… ¡oh, maldición!
La cara sonriente de Snorri apareció por la escotilla.
—La que no tiene paz se ha ido —anunció—. Se cayó por la borda y desapareció bajo el agua. Ahora ha vuelto a su barcaza con la corona llena de algas de río.
De repente la sonrisa de Snorri se le borró de la cara. Subió por la escotilla y se sentó en lo alto de los escalones, sacudiendo la cabeza.
El Chico Lobo también sacudió la cabeza. Su ruta de escape estaba cortada. Tenían que haberse ido cuando aún estaban a tiempo.
—Hay cosas —murmuró Snorri— que no comprendo.
—¿Qué cosas? —preguntó Jenna, saliendo de la manta que picaba mucho.
—Lo primero es que la reina no estuvo en mi barco mientras estaba viva… así que, ¿por qué no la han devuelto?
—¿Qué? —preguntó el Chico Lobo. «¿Por qué esa Snorri hablaba mediante adivinanzas?».
—Un fantasma sólo puede andar por donde en vida pudo pisar —recitó Snorri.
—Eso es sólo una rima de niños —se mofó el Chico Lobo.
—No es una rima de niños —replicó Snorri, ofendida—. Es la regla de los fantasmas.
El Chico Lobo soltó una risotada.
—Así es. Lo sé —insistió Snorri—. Todos los videntes de espíritus lo saben.
—¡Ja! —murmuró el Chico Lobo.
—¡Chist, Cuatrocientos Nueve! —dijo Jenna, dirigiendo al Chico Lobo una mirada de advertencia. Jenna creía a Snorri, pues Snorri había visto claramente a Etheldredda y quería oír más—. ¿Cuáles son las otras cosas que no comprendes?
—No entiendo por qué las algas del río se le pegaron a la corona. Un espíritu no tiene sustancia. No debería ser posible.
El Chico Lobo suspiró; era todo demasiado extraño. A él que le dieran el Bosque, donde al menos sabías en qué situación estabas con respecto a la mayoría de sus habitantes: eras una posible cena.
—Entonces… entonces, ¿qué es ella? —preguntó Jenna en voz baja, como si la reina Etheldredda pudiera oírles desde fuera del camarote.
Snorri se encogió de hombros.
—No lo sé. Es un espíritu, y sin embargo… es más que un espíritu…
¡Pam… pam… pam! Alguien, o algo, estaba golpeando el casco. Snorri se puso en pie de un salto.
—¿Qué es eso? —exclamó.
Jenna y el Chico Lobo, que ya estaban bastante asustados, palidecieron. El ruido resonó fantasmalmente en el camarote.
¡Pam… pam…!
—Etheldredda ha vuelto —susurró Jenna.
Snorri asomó valientemente la cabeza fuera de la escotilla del barco.
—¿Hola? —dijo con su acento cantarín propio de Mercader del Norte.
—¡Hola! —respondió una alegre voz—. ¿Sabes que tienes un dragón fugitivo en la cubierta?
—¿Fugitivo de dónde? —preguntó Snorri.
—Del Castillo. Es de mi hermano. Lo estará buscando por todas partes.
—¿Tu hermano?
Snorri subió corriendo a la cubierta y vio a un chico con sonrientes ojos verdes intentando amarrar su barco al Alfrún. Miró su túnica marinera manchada de sal y su cabello despeinado y rizado, que era casi tan claro como el suyo, y supo que podía confiar en él.
—Sí, eso me temo —dijo Nicko—. Me ofrecería a llevarlo devuelta conmigo, pero es demasiado grande para mi barco. También es un poco grande para el tuyo, si me lo preguntas. ¡Hola… Jen!
—¡Nick! —Jenna salió del camarote y se echó a reír—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Me han enviado a recoger los malditos botes de remos de Rupert. Alguien entró en su tienda anoche y se imagina que ha perdido montones. Pero hasta el momento sólo he encontrado uno. —Nicko señaló el pequeño bote de remos de color rosa que remolcaba—. Si me preguntas, es una pérdida de tiempo.
Jenna notó la expresión confundida de Snorri.
—Es Nicko. Es mi hermano —explicó.
—¿Tu hermano? —preguntó Snorri, a quien le parecía que la lista de hermanos crecía demasiado rápido—. ¿El que desapareció a través del espejo?
—¿Qué espejo? —preguntó Nicko.
—¡Oh! —dijo Jenna, los sentimientos de emoción al ver a Nicko se esfumaron, y su alegría de repente empezó a hacer aguas—. No sabes lo de Sep, ¿verdad?
Nicko vio las lágrimas aflorar en los ojos de Jenna. Con el corazón afligido, subió a bordo del Alfrún.
El Chico Lobo dejó a Jenna y a Nicko juntos y se escabulló. Quería espiar a alguien. Encontró a Lucy Gringe donde la había dejado, sentada en la orilla del río bajo un sauce.
—¿Otra vez tú? —dijo de manera gruñona—. Te dije que me dejaras en paz. No necesito ese estúpido bote de remos.
Lucy se sentaba envuelta en la capa azul, abrazándose las rodillas, con los cordones rosados de las botas empapados por la hierba húmeda. Sostenía un trozo de papel arrugado y muy doblado y desdoblado, y movía los labios lentamente mientras leía las palabras que se sabía de memoria. Era una nota de Simon Heap, y la había descubierto en el dobladillo de la capa azul que Jenna le había devuelto. En el encabezamiento simplemente ponía las palabras El Observatorio, y decía así:
Mi querida Lucy.
Esta capa es para ti. Pronto volveré y estaremos juntos en lo alto de la torre. Yo haré que te sientas orgullosa de mí.
Espérame. Tuyo sólo.
Simon
Pero Lucy estaba cansada de esperar, y ahora sabía que Simon nunca regresaría al Castillo, así que había partido a buscarle. Y por ahora lo único que había hecho era quedarse dormida y despertar para descubrir que su barca se había esfumado. No era un buen comienzo. La voz del Chico Lobo interrumpió sus pensamientos.
—He encontrado tu barco —dijo sin aliento.
—¿Dónde? —preguntó Lucy, apresurándose a doblar la preciosa nota y poniéndose en pie de un salto.
—La tiene Nicko.
—¿Nicko Heap? ¿El hermano de Simon?
—Sí, supongo que lo es. Eso no puede evitarlo.
El Chico Lobo, que había recibido uno de los rayocentellas de Simon, tenía una pobre opinión de Simon Heap.
—¿Qué quieres decir con que no puede evitarlo? ¡Maleducado! —Los ojos marrones de Lucy centellearon de enfado.
—Nada —dijo el Chico Lobo, que comprendía que Lucy tenía problemas.
Empezaba a desear no haberse molestado en preguntarle si se encontraba bien, antes, cuando la vio llorosa buscando por la orilla del río.
—Entonces, ¿dónde está Nicko Heap? —exigió saber Lucy—. Iré a preguntarle qué cree que está haciendo robándome el bote. ¡Qué frescura!
Sabiendo que probablemente no lo haría, el Chico Lobo señaló con el brazo en dirección al Alfrún y observó a Lucy caminar decididamente por la orilla del río hacia la barcaza mercante. La siguió a una prudente distancia, que con Lucy Gringe era bastante grande.
Cuando el Chico Lobo se acercó al Alfrún oyó el sonido de voces subidas de tono.
—¡Devuélveme mi barco!
—Es de Rupert, no es tuyo.
—Rupert dice que puedo usar los botes siempre que quiera, así que.
—Bueno, yo…
—Y lo estoy usando ahora, Nicko Heap… ¿lo entiendes?
—Pero…
—Discúlpame. Apártate de mi camino, ¿quieres?
El Chico Lobo llegó justo a tiempo para ver a Lucy Gringe correr por la cubierta del Alfrún y tropezar con la cola del durmiente Escupefuego.
Pero nada apartaba a Lucy Gringe de su camino por mucho tiempo. Se levantó, con la cabeza muy alta, mientras otra burbuja de gas salía de Escupefuego y bajaba hasta la mura del Alfrún.
Nicko la siguió.
—¿Adónde vas en eso? —preguntó, preocupado.
—A ti no te importa, ¡entrometido! ¿Todos los hermanos de Simon son tan pesados y metomentodo?
Snorri añadió a Simon a la lista de hermanos. Pero ¿cuántos hermanos tenía Jenna?
—Ese bote de remos no es seguro en el río —insistió Nicko—. No es más que un juguete. Los hicieron para divertirse en el Foso.
Lucy saltó al bote de remos, que cabeceó de manera alarmante.
—Me ha traído hasta aquí y me llevará hasta el Puerto, ya lo verás.
—¡No puedes ir al Puerto en esto! —dijo Nicko, horrorizado—. ¿Tienes idea de lo fuerte que es la corriente en la desembocadura del río? Te hará dar vueltas en redondo y te arrastrará hasta el mar… eso si no te han hundido antes las olas que nacen en la gran barra de arena. Estás loca.
—Tal vez, no me importa —dijo Lucy deprimida—. Voy a ir de cualquier modo. —Desató el cabo, levantó los mangos de los remos y empezó a girarlos furiosamente.
Nicko observó cómo el pequeño bote de color rosa se internaba bamboleante en el río hasta que no pudo soportarlo más.
—¡Lucy! —gritó—. ¡Llévate mi barca!
—¿Qué? —Lucy gritó por encima del chapoteo de los remos.
—¡Llévate mi barca… por favor!
Lucy se sintió aliviada, aunque no lo demostró. Tenía la horrible sensación de que Nicko tenía razón con respecto al bote de remos. Con alguna dificultad —y sólo girando rápidamente un remo y luego otro durante al menos cinco minutos—, Lucy consiguió dar la vuelta y regresar hasta el Alfrún, sin resuello, acalorada y aún de muy mal humor.
Jenna, Snorri, el Chico Lobo y Nicko observaron a Lucy Gringe volver a zarpar, esta vez en la honda y acondicionada barca de remos de Nicko.
—Pero ¿ahora cómo vas a regresar? —le preguntó Jenna a Nicko—. No pensarás volver en el bote de remos, ¿verdad?
Nicko resopló.
—Debes de estar bromeando. No me verían ni muerto en uno de ésos, y menos en uno de ese estúpido color. Voy con vosotros a buscar a Sep, tontita.
Jenna sonrió por primera vez desde que Septimus desapareciera. Nicko lo haría todo bien. Sabía que lo haría.