12

Jillie Djinn

—¡S eñorita Djinn! —exclamó Jenna, sorprendida ante la inesperada visión de las ropas de color índigo de la escriba con sus impresionantes destellos dorados.

¿Cómo sabía Jillie Djinn dónde estaría? ¿Y cómo sabía la escriba dónde estaba la Habitación de la Reina? Ni siquiera Marcia lo sabía.

—Majestad. —Jillie Djinn parecía sin aliento. Inclinó la cabeza respetuosamente, sus ropajes de seda nueva crujían cuando se movía.

—Por favor, no me llames así —dijo Jenna molesta—. Llámame Jenna. Sólo Jenna. Aún no soy reina. Ni quiero serlo nunca. Acabas convirtiéndote en una persona horrible que hace cosas horribles a todo el mundo. Es espantoso.

Jillie Djinn miraba a Jenna con expresión de preocupación y no sabía muy bien qué responderle. La jefa de los Escribas Herméticos no tenía hijos y, al margen de un templo escriba muy solemne para alumnos precoces en un País Lejano hacía algunos años, Jenna era la primera chica de once años con la que Jillie hablaba desde que ella tenía esa misma edad. La señorita Djinn había dedicado su vida a su profesión y se había pasado años viajando a los Países Lejanos para aprender los arcanos secretos de los muchos y diversos mundos del conocimiento. También había pasado algunos años buscando los secretos ocultos del Castillo, años que, ahora se complacía en comprobar, no había dedicado en vano.

—Jenna —se corrigió Jillie Djinn—, la señora Marcia desea verla. Su aprendiz se ha perdido y se teme lo peor. —La mirada de Jillie Djinn se posó en las botas de Septimus, que colgaban de los cordones en la mano derecha de Jenna—. Supongo que tengo motivos para creer que algo de esa naturaleza ha ocurrido.

Jenna asintió, perpleja. Se preguntaba cómo podía saber Marcia lo que había ocurrido. Y entonces olisqueó y volvió a olisquear. Había en el aire un extraño olor a caca de dragón. Jillie Djinn también olisqueó. Frotó vigorosamente el zapato derecho —un zapato limpio con cordones— contra el suelo, inspeccionó la suela, luego volvió a frotarlo.

—¿Estaría también en lo cierto, princesa, si dijera que hay un espejo en la Habitación de la Reina? —Los vivos ojos verdes de Jillie Djinn se quedaron fijos en Jenna, expectantes.

Jillie tenía muchas teorías sobre las cosas, y le emocionaba pensar que una de ellas podía estar verificándose en aquel mismo instante.

Jenna no respondió, no fue necesario. La jefa de los Escribas Herméticos no era un lince interpretando las expresiones de la gente, pero la cara de sorpresa de Jenna no dejaba lugar a dudas.

—Tal vez no seáis consciente de ello, princesa Jenna, pero he hecho un exhaustivo estudio de los espejos alquímicos, exhaustivo, e incluso tenemos uno en la cámara hermética. Esta mañana observé una perturbación en ese espejo. Me apresuré a ir hasta la Torre del Mago para informar sobre dicha perturbación, tal como nos obligan a hacer nuestros estatutos, y me encontré con que la señora Overstrand salía en aquel momento en un estado de máxima ansiedad. He sacado mis propias conclusiones y ahora os pido respetuosamente que consintáis en acompañarme al Manuscriptorium —dijo la escriba, como si se dirigiera, en una sala de conferencias, a unos estudiantes particularmente lerdos—. También he pedido a Marcia Overstrand que se reúna allí con nosotras.

Marcia era la última persona a la que Jenna quería ver en aquel preciso instante, pues sabía que tendría que explicarle las circunstancias de la desaparición de Septimus. Pero la mención de Jillie Djinn de que había un espejo en el Manuscriptorium le infundió esperanzas. ¿Podría ser que el viejo del espejo fuera sólo uno de esos raros escribas ancianos de la espeluznante Bóveda de los Hechizos de la que Septimus solía hablar? ¿Tal vez hubiera arrastrado a Septimus desde el Manuscriptorium? ¿Tal vez Sep estaba esperándola allí ahora mismo, y luego se pasaría el resto del día contándoselo hasta que ella estuviera completamente harta? Tal vez…

Deseosa de llegar al Manuscriptorium cuanto antes, Jenna siguió a la escriba de animados y brillantes ojos por la exigua escalera de caracol. El Chico Lobo, que había estado oculto en las sombras, mezclándose con la pared como una criatura del Bosque, que es lo que en realidad era, las siguió, provocando un sobresalto de sorpresa en Jillie Djinn. Al pie de la escalera, Jillie volvió a frotar el zapato contra el suelo una vez más y luego salió de la torreta por la puerta lateral.

—Debo decir —dijo Jillie muy orgullosa de sí misma, mientras caminaban por el sendero que rodeaba la parte trasera de la torreta—, que resulta de lo más gratificante demostrar una teoría. Había limitado el posible paradero de la Habitación de la Reina a dos posiciones. La primera estaba allí abajo… —Jillie Djinn señaló con la mano hacia el viejo cenador que estaba junto a la orilla del río, cuyo octogonal techo dorado apenas era visible por encima de la niebla temprana del río—. Por supuesto, princesa Jenna, sabía que vuestra llave abriría las dos, pero nada del cenador tenía sentido, aunque me pregunto si su leyenda del demonio negro fue propagada por las distintas reinas para mantener alejada a la gente. Pero sin duda, al examinar los hechos y considerarlos debidamente, elegí el lugar correcto. Es de lo más interesante.

—¿Interesante? —murmuró Jenna entre dientes, preguntándose si la desaparición de Septimus no sería más que un ejercicio de divertimento académico para la escriba.

Seguida por el Chico Lobo y Jenna, Jillie Djinn rodeó la base de la torreta y salió a la parte principal de Palacio. Cruzó el césped hacia la verja y mientras sus pies dejaban huellas oscuras en el rocío, la jefa de los Escribas Herméticos siguió exponiendo sus teorías preferidas, pues Jillie había captado la atención de su público y no iba a desaprovechar aquella oportunidad. Sin embargo, su público no era tan apreciativo como parecía; Jenna estaba demasiado preocupada por Septimus para escucharla y el Chico Lobo dejó de prestarle atención tras la primera frase. Jillie Djinn hablaba de un modo que le daba dolor de cabeza.

A pesar de su diminuto tamaño, Jillie caminaba a un paso muy rápido y pronto estuvieron corriendo por la Vía del Mago, que empezaba a rebullir de gente. La Vía del Mago era una de las calles más viejas del Castillo. Era una amplia avenida recta flanqueada por hermosos pebeteros de plata. Iba desde las verjas de Palacio hasta la gran arcada de la Torre del Mago. Las casas y tiendas estaban hechas de una vieja y amarilla piedra caliza procedente de unas canteras agotadas desde hacía mucho tiempo. Estaban erosionadas y torcidas, pero producían una sensación acogedora que a Jenna le encantaba. A uno y otro lado de la calle había un sinfín de tiendecitas e imprentas, que vendían todo tipo de papeles impresos, tintas, libros, panfletos y plumas, además de una serie de lentes y píldoras contra el dolor de cabeza para aquellos que se habían pasado demasiado tiempo leyendo en rincones oscuros.

Cuando los tenderos e impresores se asomaron a las ventanas empañadas para decidir si sacaban o no sus artículos al aire húmedo, lo primero que vieron fue a la jefa de los Escribas Herméticos paseando por la vía, acompañada por un muchacho de aspecto extraño con el cabello enmarañado y por la princesa, que llevaba un par de botas viejas.

Cuando habían recorrido dos tercios de la Vía del Mago, el trío se detuvo ante una tiendecita pintada de púrpura con tantas montañas de papeles y libros apilados junto a la ventana que era imposible ver el interior. Tenía el número 13 en la puerta y, encima de la ventana, la inscripción: MANUSCRIPTORIUM MÁGICO Y VERIFICACIÓN DE HECHIZOS, SOCIEDAD ANÓNIMA. Jillie Djinn miró a Jenna y al Chico Lobo con un aire solemne desde el estrecho zaguán que su amplia figura ocupaba casi por completo.

—En la cámara hermética no puede entrar nadie que no haya sido introducido en los principios del Manuscriptorium —les informó con mucho boato—. Sin embargo, en estas difíciles circunstancias haré una excepción con la princesa, pero sólo con la princesa. De hecho, es posible porque existen precedentes, pues tengo razones para creer que algunas de las reinas más antiguas fueron admitidas en la cámara. —Y, tras decir eso, la puerta del Manuscriptorium se abrió con un sonido metálico y Jillie Djinn entró.

—¿Qué ha dicho? —preguntó el Chico Lobo a Jenna.

—Dice que no puedes entrar —le explicó Jenna.

—¡Ah!

—Bueno, en la cámara hermética no.

—¿Dónde?

—En la cámara hermética. No sé lo que es, pero Sep me ha hablado un poco sobre ella. Él sí ha estado aquí.

—Tal vez esté él allí ahora —dijo el Chico Lobo, y se le iluminó la cara.

—Bueno, yo… supongo que podría estar —dijo Jenna sin atreverse a albergar esperanzas.

—Entra tú y echa un vistazo. Yo esperaré fuera, como ha dicho ella, y te veré a ti y a Cuatrocientos Doce en un minuto. ¿Qué te parece?

Jenna sonrió.

—Suena bien —dijo, y siguió a Jillie Djinn al interior.