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La Búsqueda de Ullr

J enna golpeó la puerta púrpura.

—¡Sep! —gritó—. ¡Sep!

Aprovechando la oportunidad, Ullr se escabulló de los brazos de Jenna, pero Beetle lo agarró por la cola cuando saltó. Ullr le arañó con furia. Ignorando las afiladas garras del gato, Beetle lo cogió e inmovilizó al enojado animal bajo el brazo.

—Jenna, conseguiremos que Septimus salga, cueste lo que cueste —le dijo Beetle—. ¡Aaay! Basta, Ullr.

Jenna se dejó caer sumida en la desesperación contra la puerta atrancada.

—Pero ¿cómo? —gimió—. ¿Cómo?

—Buscaré un hacha y romperé la puerta —dijo Beetle, mirando tranquilamente a Jenna a los ojos.

Jenna le devolvió la mirada. Sabía que Beetle lo decía en serio.

—Vale —respondió ella.

Bajaron por el pasadizo de mármol.

—¡Volveremos! —gritó Beetle a modo de despedida. La puerta lo miraba impertérrita.

La guardiana con cara de caballo los estaba esperando en un banco, en el descansillo lleno de velas. Cuando Jenna salió por la puerta oculta, la guardiana se puso de pie.

—Princesa —dijo plantándose delante de Jenna y cerrándole el paso.

—¿Sí? —la desafió Jenna.

La guardiana sonrió forzadamente. Tenía una expresión que rozaba la petulancia y a Jenna le irritaba.

—¿Adónde vais?

—A buscar un hacha —respondió Jenna bruscamente… y luego deseó no haberlo hecho.

Sin embargo, la guardiana no reaccionó.

—Tengo que tratar algunos asuntos con vos —dijo—. Podéis enviar a vuestro criado a que haga lo que queráis.

—¿Mi criado?

La guardiana movió el brazo hacia Beetle, que estaba atascado en el pasadizo detrás de Jenna, ocupado con Ullr.

Jenna estaba indignada.

—No es mi criado.

—Entonces, ¿qué es?

—No es «qué», es «quién». Y no es asunto tuyo. ¿Puedes dejarme pasar, por favor? Tenemos cosas que hacer.

Jenna intentó esquivar a la guardiana, pero ella volvió a cerrarle el paso.

—Sea cual sea vuestro deseo —le dijo la guardiana—, no hay necesidad de que os apresuréis. Tenéis una eternidad para hacerlo. Ya no estáis en el carro del tiempo tirado por un burro, siempre avanzando hacia delante.

—Gracias —dijo Jenna con mucha frialdad—, pero a mí me gusta bastante el carro tirado por el burro. Al menos te lleva a alguna parte. Ahora, discúlpame.

—Sois demasiado joven, así que os disculparé. Ahora dadme la llave.

—¿Qué?

—La llave. —La guardiana indicó la llave de la Habitación de la Reina, una hermosa llave de oro con una esmeralda que colgaba del cinturón de Jenna.

—¡No!

—¡Sí! —La guardiana cogió a Jenna y le clavó las uñas en el brazo—. Tiene que dármela —dijo apretando los dientes—. Pertenece a la casa. La ha robado.

—¡No la he robado! —Jenna estaba furiosa—. ¡Suélteme!

La guardiana sacudió la cabeza.

—No hasta que me deis la llave. —Sonrió, y sus dientes de caballo centellearon a la luz de las velas—. Tengo mucha paciencia. Podemos estar aquí todo el tiempo que queráis. —Y tras decir eso hundió más las uñas en el brazo de Jenna.

—Suéltala. —En la voz de Beetle había un tono amenazador que Jenna no le había oído nunca hasta entonces.

—Vuestro criado es muy leal —dijo la guardiana con sorna.

De repente, un largo y sordo gruñido empezó en algún lugar junto a las rodillas de la guardiana. Bajó la vista y el Ullr nocturno, preparado para saltar, le devolvió la mirada con ojos furiosos.

—Suelta a la princesa —dijo Beetle tranquilamente—, o lanzará la pantera contra ti.

La guardiana la soltó. Una pantera era una pantera en cualquier época.

Beetle cogió a Jenna de la mano.

—Vamos —dijo—, tenemos que encontrar un hacha.

Demasiado asustada para moverse, la guardiana miró cómo caminaban a paso ligero por el rellano y luego —cuando la pantera giró de repente y subió veloz por la escalera de uno de los torreones— los vio echar a correr.

—¡Ullr! —gritó Jenna, corriendo detrás de la pantera—. ¡Vuelve! ¡Ullr!

Desacostumbrada a tantas emociones, la guardiana volvió a su lugar en el banco y esperó, consciente de que en la Casa de los Foryx aquellos que saben esperar obtienen lo que quieren.

Las escaleras del torreón eran muy empinadas, estrechas y parecían interminables. Jenna y Beetle corrieron detrás de Ullr e hicieron un alto en una pequeña arcada de piedra. Las escaleras seguían hacia arriba, pero a través de la arcada, Jenna podía ver un pasillo largo y oscuro iluminado por unas pocas velas. Se detuvo e intentó recuperar el aliento. ¿Por dónde habría ido Ullr?

Beetle la alcanzó.

—¿Lo ves? —dijo resoplando.

Sin resuello para hablar, Beetle sacudió la cabeza. Entonces, a la luz de la última vela del pasillo, distinguió la punta anaranjada de la cola de Ullr.

—¡Allí!

Con renovada energía, Jenna se levantó la larga túnica y echó a correr por el pasillo, seguida de cerca por Beetle. El pasillo tenía la forma del torreón octogonal, cada ciento treinta y cinco grados giraba lo bastante para impedir que vieran el siguiente tramo. El torreón era más tosco que el opulento mármol de la parte principal de la Casa de los Foryx, y, mientras corrían, sus pies resonaban en las desnudas losas de piedra. Jenna y Beetle estaban tan concentrados en cazar a Ullr que no prestaron atención a las pequeñas habitaciones que daban al pasillo. Cada una estaba iluminada por una sola vela y ocupada por figuras sombrías que emprendían despacio sus familiares quehaceres cotidianos; algunos de ellos llevaban haciéndolo cientos de años.

Al doblar cada esquina, Jenna y Beetle vislumbraban por un instante la cola de Ullr, que desaparecía hasta la siguiente, y luego la otra, y la de más allá. Unos pocos habitantes del torreón levantaron la mirada para observarlos, primero a la pantera y luego a Jenna y a Beetle, que corrían como locos, pero ninguno les prestó demasiada atención.

Cuando doblaron otra esquina, Jenna vio que no había ni rastro de la cola de Ullr. Hizo un alto para recuperar el aliento.

—No lo… veo —dijo sin resuello cuando Beetle la alcanzó unos segundos más tarde—. Ha desaparecido.

Beetle se reclinó contra la pared, jadeando. Había llevado una vida sedentaria hasta pocos días antes y los últimos minutos lo habían dejado agotado.

—Ajá… —fue lo único que pudo responder.

De repente, en algún lugar del pasillo, se oyó un grito de sorpresa y a continuación otro de alegría.

—¡Ullr, Ullr, Ullr!

Jenna miró a Beetle, entre emocionada y temerosa.

—Es Snorri —susurró.

—¿Sí?

—Sí, seguro. ¡Oh, Beetle! Snorri está aquí. Así que Nicko… Nicko debe de estar con ella. —Entonces, un horrible pensamiento golpeó a Jenna. ¿Y si Nicko no está aquí… y si le ha sucedido algo y solo está Snorri? Jenna miró a Beetle—. Tengo miedo —susurró—. Miedo de que hayamos hecho todo este camino y él no esté aquí.

Beetle abrazó a Jenna.

—Solo hay un modo de averiguarlo —dijo—. Vamos a verlo.

Le pareció el paseo más largo que Jenna había dado en su vida. Ella y Beetle caminaron despacio, mirando dentro de las habitaciones iluminadas por una luz tenue. En la primera habitación había dos camas y una humilde mesa. Dos chicas estaban sentadas a la mesa charlando tranquilamente con una botella de vino entre ambas. La segunda habitación tenía pocos muebles y parecía un barracón; al final de una estrecha cama con mantas plegadas, un hombre sentado pulía una reluciente armadura. En la tercera habitación había una hamaca colgada de una pared a otra. El único mueble era un gran tronco, en el que un anciano, con la barba completamente blanca y un raído uniforme de marino, se sentaba a tejer. La cuarta habitación estaba toda recubierta de libros; en las ventanas Jenna vio el perfil de una mujer con un largo vestido negro inclinada sobre una mesa, escribiendo. La quinta habitación estaba vacía. La sexta albergaba a tres miembros del contingente del sombrero puntiagudo sentados en torno a una mesa, jugando a un juego de salón. En la séptima estaba Snorri Snorrelssen.

Apretando la mano de Beetle, con el corazón latiéndole tan fuerte que estaba segura de que Snorri podía oírlo, Jenna cruzó despacio el umbral de la puerta y se quedó en las sombras. Lo único que veía era el reflejo de la luz de la vela en el cabello rubio casi blanco de Snorri y la forma oscura de Ullr en los brazos de la joven. No había ni rastro de Nicko. Y entonces…

—¿Jen? —Una voz salió de las sombras junto a Jenna—. ¡Jen! ¡Oh, Jen!

Oyó el ruido de una silla al colocarla otra vez junto a la mesa y unas pisadas, sintió que la envolvía un torbellino y luego la levantaban en el aire y le daban vueltas y más vueltas, como si volviera a ser una niña.

Nicko volvió a dejar a Jenna en el suelo, pero Jenna no se soltó. Beetle vio su cabeza encerrada en la mugrienta túnica de marino de su hermano, mientras le temblaban los hombros; Beetle no estaba muy seguro de si era porque lloraba o porque reía. No estaba estuvo seguro hasta que Jenna levantó la cabeza, con los ojos brillantes y la sonrisa más grande que había visto en su vida.

—¡Lo encontramos! ¡Lo encontramos! —dijo Jenna riendo.