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Bajo la nieve

F ue necesaria la fuerza combinada de los tres para aupar la empapada y congelada figura y llevarla hasta la cabaña. Yacía en el suelo ocupando todo el espacio que había entre las literas, una gran masa de empapadas ropas blancas pegadas a su extraña forma de hombre rata. Ullr se arqueó, siseó, con el pelo de la cola erizado como las cerdas de un cepillo y salió disparado fuera de la cabaña. Jenna ni siquiera se dio cuenta.

—¡Oh, esto es horrible! —dijo al borde de las lágrimas, arrodillada junto al hombre rata—. El que arañaba anoche era Ephaniah. No le hicimos caso. Y ni siquiera podía decirnos que estaba allí, muriéndose por congelación. ¡Oh, Sep, probablemente lo hemos matado!

Septimus pensó que Jenna podía estar en lo cierto. Marcia le había enseñado a escuchar el latido del corazón humano y podía oír únicamente el de Jenna y el de Beetle, ambos latiendo rápido. Pero, pensó Septimus, mientras arrojaba algunos troncos en la estufa y le prendía fuego una vez más, no sabía si escuchar servía también para el sonido de un corazón de hombre rata. Fue algo que en aquel momento no se le ocurrió preguntar.

Jenna miraba consternada a Ephaniah. Había perdido sus gafas y tenía los ojos cerrados, y las largas pestañas oscuras pegadas con partículas de hielo. Su pequeña cantidad de piel humana visible tenía un color blanco azulado y su escaso y corto pelo castaño estaba empastado de nieve y pegado al cráneo, que sorprendentemente tenía forma humana. Jenna sabía que tenía que quitarle la venda de la boca de rata y escuchar si respiraba, o al menos ponerle la mano para comprobar si su pecho se movía, pero sentía cierta reticencia a tocar al hombre rata. Pensó que tal vez fuera por la cercanía de su mole, que de pronto resultaba imponente con toda su extrañeza ratonil. Cuando Ephaniah estaba consciente, su humanidad brillaba, y Jenna apenas notaba la rata en el hombre, pero ahora le costaba ver al hombre en la rata. Levantó la mirada hacia Beetle; estaba de pie en el umbral mirando a Ephaniah.

—¿Crees que aún está vivo? —medio susurró Jenna.

Beetle asintió despacio.

—Sí… —dijo cambiándose el reloj de una mano a otra, una costumbre nerviosa que tenía cuando estaba preocupado. Por un momento creyó ver pestañear los ojos del hombre rata, pero no dijo nada.

Ahora el fuego de la estufa estaba ardiendo. Salía vapor de sus ropas blancas de lana y la cabaña empezó a llenarse de un desagradable olor a moho.

—Debe de habernos seguido —dijo Septimus, bajando la mirada hacia Ephaniah—. Debía de ser eso lo que vi…

¿Tú lo viste? —preguntó Jenna—. ¿Por qué no lo dijiste?

Bueno… no estaba seguro.

Pobre Ephaniah —dijo Jenna—. Se había camuflado, como los zorros de las nieves en las Tierras de las Largas Noches.

—Sí. Bueno, no era solo eso. No quería decirlo porque parecía… oscuro.

—¿Ephaniah parecía oscuro?

Septimus se encogió de hombros.

—Bueno, yo…

Beetle había estado mirando a Ephaniah atentamente. Entonces habló.

—Sep.

Había algo en la voz de Beetle que a Septimus le dio escalofríos.

—¿Qué? —preguntó en un susurro.

Beetle señaló en silencio su dedo meñique de la mano izquierda y cruzó los dedos índice y corazón de la izquierda: el signo que los escribas usan para lo oscuro. Ahora Septimus lo entendía, pero Jenna no. Asustada, miró a Septimus.

—Apártate —dijo moviendo los labios sin articular palabra.

—¿Por qué? —preguntó Jenna; su voz sonó horriblemente fuerte en el silencio.

Nadie respondió. En un instante, Septimus estaba a su lado y antes de que se diera cuenta la había puesto de pie y la arrastraba fuera del umbral, sobre el montón de nieve.

—Pero… —protestó Jenna sin resultados.

¡Chissst! —dijo Septimus entre dientes—. Despertarás a eso.

—¿Despertaré qué?

Rápido y en silencio, Beetle cerró la puerta de la cabaña. Jenna observó cómo Septimus colocaba ambas manos en la puerta, tal como había hecho la noche anterior, y murmuraba algo entre dientes. Luego hizo el signo de levantar el pulgar y subió la nieve. Al cabo de un momento, Jenna se encontró con que Septimus y Beetle la cogían y salían corriendo de la cabaña como si estuviera en llamas, con Ullr galopando detrás.

Bajaron el valle, saltando sobre la nieve y sorteando los árboles como tres ciervos aterrados. A su derecha se levantaba un hondo acantilado a través de las copas de los árboles, y cuando llegaron al fondo del acantilado hicieron un alto para tomar aliento. Miraron hacia arriba, buscando la cabaña, que, de no haber sido por el perezoso humo que se elevaba a través de los árboles, habría sido casi imposible distinguir.

—Está bien —dijo Beetle—. No lo veo. Claro que eso puede estar escondiéndose detrás de los árboles, pero no lo creo.

—¿Eso? —preguntó Jenna—. ¿Qué quieres decir…? ¿qué la cabaña nos está siguiendo? ¿Estás loco?

—Me refiero a Ephaniah —dijo Beetle—. Salvo que no es.

—¿No es qué? —preguntó Jenna.

—No es Ephaniah —dijo Beetle—. Es una cosa.

—¿Una cosa?

—Sí. La del Manuscriptorium. La que entró con el niño que hizo que me despidieran y se quedó con mi empleo.

—No. No lo creo. Es Ephaniah.

Septimus volvió a mirar atrás hacia el valle con preocupación.

—Vamos, pongamos cierta distancia entre nosotros.

Volvieron a ponerse en marcha, siguiendo la constante pendiente del valle, atravesando la cara umbría del acantilado. A cada paso que los alejaba de la cabaña, Jenna sentía que estaba traicionando a Ephaniah. Hasta que no pudo soportarlo más.

—Alto —dijo poniendo deliberadamente la voz de princesa—. No voy a ir más lejos. Tenemos que volver.

Septimus y Beetle se detuvieron.

—Pero, Jen… —protestaron los dos.

Jenna se tapó con la capa de zorro como si fuera un manto real y levantó obstinada la barbilla, tal como su madre había hecho en las raras ocasiones en que sus consejeros se atrevían a no estar de acuerdo con ella.

—Vosotros dos: o me contáis ahora mismo lo que está pasando exactamente o me vuelvo a la cabaña. Venga —les dijo.

Septimus respiró hondo. Sabía que tenía que ser convincente.

—Jen, anoche los arañazos en la puerta cesaron después de que yo hiciera un encantamiento antioscuridad. Y eso solo afecta a lo oscuro. No habría podido detener al verdadero Ephaniah.

—Quizá fue una coincidencia. Quizá estaba extenuado o se le congelaron demasiado las manos… —Jenna dio una patada de frustración en la nieve. ¿Cómo podía Septimus estar tan seguro?

—No, Jen —dijo Septimus categóricamente—. Beetle, cuéntale a Jen lo que viste.

Beetle se sentó en un tronco cubierto de nieve; le dolían las piernas del ejercicio desacostumbrado de los últimos días.

—Vi un anillo. Un anillo oscuro.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Jenna.

—Fue cuando volví a buscar tu alfiler.

—¿Qué era?

—El chico encogió una de sus preciosas serpientes de regaliz y se la dio a la cosa como parte del contrato.

—¿Contrato? Beetle, ¿de qué estás hablando?

A Beetle le costaba explicarle cosas a Jenna; el modo en que ella lo miraba hacía que no pudiera pensar correctamente, pero tenía que intentarlo como fuera. Tomó aliento y empezó.

—Ese maldito escriba de Jillie Djinn que estaba en las Bóvedas…, ¿te acuerdas?

Jenna asintió.

—Bueno, parece ser que tenía una cosa oscura con él. Porque cuando volví para buscar tu alfiler oí que se la traspasaba a Tertius Fume. El niño tenía que darle a la cosa un símbolo de la liberación y no tenía nada salvo una serpiente de regaliz. Así que la encogió y se la dio a la cosa. Y eso es lo que vi en el dedo meñique de Ephaniah.

—No…, pero ¿cómo es posible?

—La única explicación posible es que la cosa habitara a Ephaniah. Porque, tome la forma que tome la cosa, el anillo oscuro siempre es el mismo.

—Yo no vi ningún anillo —objetó Jenna con obstinación.

—Tú no lo miraste, Jen —dijo Septimus.

Jenna sacudió la cabeza con incredulidad. No podía quitarse de la cabeza la idea de que Ephaniah estaba allí tumbado en la cabaña.

—Yo… no lo creo. Pobre Ephaniah. Debe de habernos seguido por ese horrible bosque. Y con su cojera nunca pudo alcanzarnos. Y no podía gritar, ¿verdad? ¿Y qué hacemos nosotros a cambio? Lo dejamos fuera toda la noche a pesar de que estaba suplicando que lo dejáramos entrar, y ahora lo dejamos abandonado para que se muera de frío. Bueno, quizá vosotros penséis que está bien, pero yo no.

—Pero, Jen… —Las protestas de Septimus cayeron en saco roto. Jenna ya estaba volviendo, valle arriba, desandando sus propios pasos, seguida por el fiel Ullr.

—¡Jen! ¡Alto! —gritó Septimus.

—Yo de ti no gritaría —dijo Beetle—. Nunca sabes quién puede estar escuchándote. Vamos, Sep, tenemos que cogerla antes de que lo haga la cosa.

Pero Jenna, que siempre podía correr rápido, había puesto ya una buena distancia entre ellos.

Beetle se sorprendió de llegar a la cabaña antes que Septimus.

—Jenna… —dijo jadeando—. ¿Jenna?

No hubo respuesta. El corazón le latía de manera acelerada, Beetle siguió los pasos de Jenna a través de la nieve acumulada fuera de la puerta. Encontró a Jenna sola, de pie en el espacio húmedo donde habían dejado el cuerpo de Ephaniah.

—Se ha ido —dijo Jenna.

—Bien —respondió Beetle.

—Pero… ¿cómo? Estaba inconsciente.

Beetle sacudió la cabeza.

—Le vi abrir los ojos… solo un instante. Me miró a mí. Si estás inconsciente no puedes hacer eso.

—Pero ¿cómo puede ir tan rápido? Ephaniah apenas puede andar bien.

—No importa a quien habiten —dijo Beetle—. Pueden ir muy rápido.

Jenna miró a Beetle a los ojos.

—¿De veras crees que una cosa ha…, cómo lo llamas, habitado a Ephaniah? No, ¿verdad?

Beetle asintió de manera solemne.

—Sé sincero y dime la verdad, ¿viste el anillo de la serpiente en el dedo?

—Sí, en el meñique rosado de su mano izquierda. Donde siempre lo llevan.

—De acuerdo —dijo Jenna a regañadientes—. Ya te creo.

Beetle sonrió con alivio y placer; Jenna le había escuchado. Era una buena sensación.

Septimus apareció, casi sin resuello.

—Lo he visto en la cima de la colina —dijo—. Está saliendo.

—Bien —dijo Beetle.

Había algo que Jenna quería decir.

—Beetle, siento no haberte creído antes.

—Está bien. —Beetle se encogió de hombros.

—Debería haberte creído.

—No sé por qué…, es muy extraño. ¿Por qué ibas a creerme?

—Porque sé quién es el chico al que llamaste Daniel Hunter.

—¿Lo sabes?

—Era el aprendiz de DomDaniel. ¿Te acuerdas, Sep? Sé que ha cambiado mucho, ahora es más alto y tiene la piel fatal y el pelo largo y horrible, pero es él.

Septimus no era muy buen fisonomista, pero ahora que Jenna lo decía, se dio cuenta de que tenía razón.

—Por eso dijo que era yo… porque durante diez años lo fue. Bueno, creyó que lo era. Pobre chico.

Beetle parecía perplejo.

—Te lo contaremos más tarde, Beetle —dijo Septimus—. Pero ahora tenemos que irnos. —Sacó la brújula. La aguja aún seguía señalando fijamente, pero no en la dirección que esperaban—. ¡Caray! Ahora señala hacia donde ha ido la cosa.

—Tendremos que seguirla —dijo Jenna.

—No, Jen. Eso es muy peligroso —protestó Septimus.

Jenna sacó el labio inferior hacia afuera en un gesto de obstinación.

—No me importa, Sep. Si ese es el camino hacia la Casa de los Foryx, entonces ahí es donde vamos.

Septimus apeló a Beetle.

—Es una locura seguir a esa cosa. Estás de acuerdo conmigo, ¿verdad, Beetle?

—Bueno… —Beetle dudaba.

—Beetle —protestó Septimus.

—Si va en la dirección correcta, por malo que sea, no podemos hacer otra cosa. Es la manera de no perderlo de vista. Es mucho mejor tener algo así delante que detrás de ti, donde no puedes ver lo que está haciendo.

—Sí —dijo Jenna enérgicamente—. Es justo lo que estaba pensando.

—¿Sabes, Jen? —dijo Septimus mientras empezaba a seguir el rastro de la cosa—, a veces me recuerdas a Marcia.