El Campamento Heap
A l cabo de treinta segundos una Jenna muy adormilada estaba fuera de la tienda de campaña con Septimus y Beetle de pie a cada lado como si fueran sus centinelas. Parpadeó ante la brillante luz de la luna y miró a su alrededor, desconcertada. Ullr bostezó y se desperezó, clavando las garras en la hierba húmeda. En el otro lado del campamento de verano estallaba una discusión sobre la olla.
—Jen, tenemos que salir de aquí, ahora mismo. Vamos —susurró Septimus, amparado por las voces que cada vez eran más altas.
—Pero ¿por qué? Estoy tan cansada, Sep…
—Lo siento, Jen. No puedes quedarte aquí, vamos.
—Pero ¿adónde? No voy a entrar en el Bosque de noche. ¡Ni lo sueñes!
—Vamos, Jen. —Septimus dirigió una mirada a Beetle y los dos sujetaron a Jenna de un brazo y la levantaron del suelo.
—¡Oyeee! —protestó Jenna.
—Chissst… —sisearon Septimus y Beetle.
—Ba… jad… me —susurró Jenna y luego, poniendo su voz de princesa, añadió—: Bajadme ya.
Beetle y Septimus bajaron a Jenna.
—Vamos, Jen —suplicó Septimus—. Tienes que confiar en nosotros.
Jenna tenía plena confianza en Septimus, pero en lo que no confiaba era en el Bosque de noche. A regañadientes, bajó la colina con Septimus y Beetle, dejando atrás el calor del campamento y el círculo de tiendas de campaña iluminadas como si fueran conos amarillos en la cima de la colina, y se dirigieron a la oscura incertidumbre del Bosque. Incluso a pesar de tener al Ullr nocturno a su lado, Jenna tenía miedo… y entonces vio algo que aún le dio más miedo. Más abajo, medio oculta por los árboles, una llama parpadeante se acercaba justo hacia donde ellos se dirigían. Jenna se detuvo y fulminó con la mirada a Septimus y a Beetle, desafiándoles a que volvieran a atreverse a levantarla otra vez.
—Es un espectro del Bosque —susurró—. Viene directo hacia nosotros.
—No es un espectro del Bosque, Jen. —La luz de la luna enfocó la sonrisa de Septimus y Jenna vio brillar sus ojos verdes—. Es Sam.
—Jo-Jo me matará —dijo Sam, que parecía notablemente alegre ante la perspectiva.
—Lo siento de veras —dijo Septimus mientras le seguían por el camino entre los altos árboles del Bosque.
—Yo no —respondió Sam—. Ya estoy harto de esas brujas que no paran con sus risitas y me despiertan por la noche. Son una pesadez. No sé qué ven Jo-Jo, Edd y Erik en ellas.
Beetle pensó que él sí lo sabía, pero no dijo nada. Estaba demasiado ocupado intentando seguirle el paso. Sam iba a toda pastilla. Llevaba una gran rama de roble que había untado en alquitrán y ardía con una potente llama, y Beetle quería estar lo más cerca posible de ella. El sendero se estrechaba y se hundía en un tramo particularmente oscuro, y el grupo se veía obligado a caminar en fila india, con Beetle en la retaguardia. No dejaban de acudir a su mente historias sobre zorros que se llevaban a los rezagados más débiles, y estaba decidido a no dar la menor impresión de estar rezagado.
Sam era un líder muy seguro. Caminaba con paso firme y solo aminoró el paso una vez cuando oyó un largo y modulado gruñido delante de ellos en medio de la oscuridad. A pesar de que Ullr le respondió con un rugido, el gruñido siguió, y en el camino, Beetle vio ante sí el centelleo de dos pares de ojos amarillos. De repente, Sam hundió la antorcha en la oscuridad, produciendo un brusco aullido y un olor a pelo chamuscado. Rápidamente apretaron el paso, y Beetle casi le pisaba los talones a Septimus en un esfuerzo por mantener el paso. Pero seguía mirando hacia atrás por si acaso los ojos amarillos habían decidido probar suerte.
Pocos minutos más tarde el camino se ensanchaba y Beetle empezó a sentirse mucho mejor: vio las llamas danzarinas del fuego de campamento parpadeando a través de los árboles y supo que debían de estar aproximándose al Campamento Heap. Mientras seguían a Sam hasta el ancho claro, tres figuras larguiruchas saltaron desde donde estaban holgazaneando junto al fuego y corrieron a recibirlos.
Beetle nunca había visto a los hermanos del Bosque de Septimus, aunque Septimus le había contado todo sobre ellos. Beetle estaba sorprendido; se dio cuenta de que él había imaginado versiones más grandes que la de Septimus, pero todos eran hombres jóvenes, altos, delgados y desgarbados con una mirada salvaje. Llevaban un surtido de pieles y túnicas de colores, tejidas por diversas brujas jóvenes admiradoras y Beetle pensó que parecía como si pertenecieran más al Bosque que las propias brujas. El único parecido entre Septimus y sus hermanos eran los ojos verdes mágicos y el cabello Heap: de color pajizo y con rizos, que los Heap del Bosque habían convertido en largas y enmarañadas colas de rata.
—¡Qué rápido! —dijo uno que llevaba unas plumas colgadas de sus colas de rata.
—Sí —respondió Sam—. Y también mucho más silencioso de lo habitual.
—Marissa… ¿Y Marissa? —Otro Heap con una colección de cintas de cuero trenzadas en sus colas de rata observaba al grupo detrás de Sam—. Oye, ha traído un montón de niños. ¿Dónde está Marissa?
—Para tu información, Jo —dijo Sam—, este montón de niños son tu hermano y tu hermana, por no hablar de la pantera de tu hermana. —Sam señaló con la mano a Ullr, que casi era invisible en las sombras. Los chicos silbaron impresionados—. ¡Ah…! —Sam intentó recordar cómo le había dicho Septimus que se llamaba el niño mayor del cabello negro—. ¡Ah, sí, y este es Peter!
—No, en realidad es Bee… —Pero las protestas de Beetle se perdieron en la riña que se desató rápidamente entre Jo-Jo y Sam.
Jo-Jo Heap parecía enfadado.
—Entonces, ¿no has traído a Marissa?
—No.
—¡Jolines, Sam! Hace años que no la veo. Todo el tiempo que papá estaba por aquí no pude verla y luego cuando él subió al campamento tampoco, y ahora que se ha ido y puedo verla, vas tú y no traes a Marissa.
—Bueno, entonces ve tú a buscarla —dijo Sam, poniendo la antorcha en la mano de Jo-Jo—. Además, yo estoy cansado de hacer todo el trabajo nocturno. Puedes hacerlo tú.
—Muy bien, entonces iré yo. —Jo-Jo se alejó a grandes zancadas con la rama y Sam miró cómo se iba con una expresión de sorpresa.
—No le pasará nada, ¿verdad? —preguntó Septimus.
Sam se encogió de hombros.
—Eso espero. —Entonces sonrió—. No le pasará nada en el camino de regreso, eso seguro. Marissa asusta a cualquiera.
Los dos hermanos que quedaban, Edd y Erik, se echaron a reír.
—Hola, Jen —dijo entonces uno de ellos, de manera algo tímida.
—Hola, Edd —dijo Jenna, con la misma timidez.
—Oye, nos distingues perfectamente.
—Claro que os distingo. Nunca me equivoqué, ¿verdad? Ni siquiera cuando intentabais engañarme.
Edd y Erik se echaron a reír.
—No, no te equivocaste, ni una sola vez —dijo Erik, recordando que a veces habían conseguido engañar incluso a su madre, pero a Jenna, nunca.
Sentados al calor del fuego de campamento, entre el tranquilizador crepitar y crujir de los troncos y el débil siseo de un espetón de pescaditos asándose al fondo, Jenna escuchaba a Septimus y a Beetle mientras contaban lo que habían oído esa noche al otro lado de la tienda de campaña.
—Bueno, eso es una estupidez —dijo Jenna—. Ephaniah no haría eso. Además no podría. Nadie puede regalar una persona a otra.
—Con las brujas es distinto —observó Septimus.
—Me gustaría que se atrevieran a intentarlo —dijo Jenna con desdén.
—Tiene razón, Jen —dijo Sam—. Con las brujas es distinto. Son otras reglas… sus reglas. Crees que estás haciendo lo que quieres, pero luego descubres que todo el tiempo no has estado haciendo más que lo que ellas querían. Mira a Jo-Jo.
—Jo-Jo está haciendo exactamente lo que quiere. —Edd y Erik rieron burlones.
—Sí. Eso cree él —murmuró Sam.
Hubo un silencio. Septimus cogió un palo y empezó a jugar con el fuego.
—¿Y qué pasa con Ephaniah? —preguntó Jenna de repente.
—Él lo comprenderá —dijo Septimus.
—No entenderá nada. Lo único que sabe es que nos hemos marchado.
—Teníamos que hacerlo, Jen. Ibas a acabar siendo una bruja de Wendron. —Jenna rebufó con incredulidad—. Bueno, que te digo que sí.
Jenna suspiró. Ella también cogió un palito y hurgó en el fuego con enojo. Se sentía como si Nicko se escapara para siempre de su alcance. Y de algún modo siempre era algo que tenía que ver con ella.
—¿Queréis pescado? —preguntó Sam, que tenía mucha confianza en el poder del pescado para mantener la paz en el campamento. Nadie tenía hambre después del guiso de zorro, pero igualmente dijeron que sí.
Sam tenía su propio sistema para cocinar el pescado. Los ensartaba uno a uno en un pincho de madera húmeda y los ponía sobre el asador de pescado de Sam Heap: un desvencijado trípode metálico que colocaba encima del fuego, que tenía la mala costumbre de bajar de intensidad cuando menos lo esperabas. Sam eligió los tres pescados mejores y se los pasó a Jenna, Septimus y Beetle. Beetle cogió su brocheta de pescado un poco de mala gana; no le gustaba demasiado el pescado, y el hecho de que el pescado parecía mirarlo con reproche no era de mucha ayuda. Beetle le devolvió la mirada al pescado y se armó de valor para probar un bocado.
—¿Le pasa algo a tu pescado, Peter? —preguntó Sam.
—No es Peter, Sam —dijo Septimus con la boca llena de lo que era, en realidad, un pescado buenísimo—. Es Bee…
Le interrumpió un fuerte crujido entre los árboles que tenían a su espalda. Con los reflejos muy ejercitados del Bosque, Sam, Edd y Erik se pusieron en pie de un salto blandiendo los palos, prestos a defender el campamento. Un pequeño leopardo salió disparado desde los árboles, corrió directamente hacia la hoguera aterrado, viró bruscamente para evitar el fuego —y a Ullr— y desapareció en el Bosque por el otro lado.
—¡Qué raro! —exclamó Sam—. ¿Qué le habrá asustado así?
La respuesta a la pregunta de Sam salió de entre los árboles con una antorcha en la mano y entró a grandes zancadas en el campamento de los Heap con aire orgulloso. Junto a él estaba la joven bruja, Marissa. Marissa era tan alta como Jo-Jo y llevaba el largo y ondulado cabello castaño atado en una trenza con una cinta de cuero idéntica a la de Jo-Jo. Ella dejó que Jo-Jo la acompañara hasta la hoguera, donde arrojó la antorcha ardiendo a las llamas con una triunfante floritura.
Jo-Jo se dejó caer junto al fuego y tiró de Marissa, que se puso a su lado. Marissa se puso cómoda, toqueteando su capa verde de bruja, sobre la que había cosido docenas de puñaditos de plumas de colores. Parecía un pájaro exótico posado junto a un grupo de gorriones desaliñados. Aún emocionado por el éxito y el miedo, aunque eso sería lo último que admitiría, de su viaje nocturno por el Bosque, Jo-Jo cogió un pescado y lo engulló de un solo bocado. Un poco tarde recordó sus modales y le ofreció uno a Marissa, pero la joven bruja no se percató. Tenía los ojos fijos en Jenna, Septimus y Beetle, que estaban al otro lado del fuego de campamento.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó con suspicacia.
—Lo mismo que tú —dijo Septimus, decidido a no ceder.
—Pero sois los invitados de la bruja madre. —Marissa estaba indignada—. No os podéis ir de este modo. Nadie hace una cosa así.
Septimus se encogió de hombros y no dijo nada, se le estaban pegando los modales del Campamento Heap. Estaba aprendiendo de sus hermanos que no tienes que dar explicaciones si no quieres… y que, a veces, con una bruja era mejor no hacerlo.
Marissa se sentó frunciendo el ceño al lado del fuego. Jo-Jo volvió a ofrecerle pescado pero ella sacudió la cabeza con enfado.
—Debería regresar —murmuró.
—¿Regresar? —preguntó Jo-Jo, incrédulo.
—Sí, regresar. Acompáñame, Joby-Jo.
Jo-Jo parecía estupefacto.
—¿Qué… ahora?
—Ahora. —El labio inferior de Marissa sobresalía de enojo y sus ojos azules de bruja centelleaban a la luz de las llamas.
—Pero…
Sam interrumpió las protestas de Jo-Jo.
—Jo-Jo no va a ningún sitio esta noche. Es demasiado peligroso. Es más de medianoche y es hora de ir a dormir. —Jo-Jo le dirigió a Sam una mirada de agradecimiento, pero Sam la ignoró. Se levantó y añadió—: Sep, Jenna y Peter pueden usar la vieja cama del Chico Lobo. Vamos, chicos —dijo mirando en dirección a ellos—. Os enseñaré dónde está.
Septimus estaba a punto de decirle a Sam que no era necesario, que recordaba dónde estaba, cuando Sam le dirigió una significativa mirada.
—Sí, de acuerdo —murmuró Septimus.
—Mañana tendréis que salir al alba, Marissa irá directamente con el cuento a Morwenna, de eso podéis estar seguros. Y si Morwenna quiere a Jen para el aquelarre, la tendrá… de una manera u otra —dijo Sam en voz baja, cuando ya no podían oírlo desde la hoguera.
—¡No, no la tendrá! —dijo Beetle con vehemencia—. No mientras Sep y yo estemos aquí.
—Mira Peter —dijo Sam con paciencia—, vosotros dos no tenéis la más mínima oportunidad contra la bruja madre, creedme. Tenéis que iros de aquí antes de que las brujas se den cuenta de que os habéis marchado.
—Supongo que podríamos tomar la barcaza del Puerto —dijo Septimus algo dubitativo—, pero no suele pararse en el Bosque.
—¿Por qué queréis hacer todo esto? —preguntó Sam, asombrado—. Pensé que tomaríais la Vía del Bosque.
—Sí, bueno, esa era la idea. Hasta que Morwenna se puso desagradable y nos dijo que no nos enseñaría dónde está.
—No necesitáis a esa vieja bruja calculadora —dijo Sam—. Yo os enseñaré dónde está.
—¿Tú? —exclamó Septimus.
—Chissst… —-Sam miró el grupo cuya silueta se recortaba alrededor del fuego de campamento—. No le deis a Marissa la impresión de que estamos planeando algo. Yo iré a despertaros. ¿De acuerdo?
Septimus asintió.
—Buenas noches, Sam. Y gracias —añadió.
—Está bien. Tengo que cuidar a mi hermanito y a mi hermanita pequeños, ¿no? —dijo Sam con una sonrisa.
La cabaña del Chico Lobo era cómoda después de que Sam hubiera arrojado una montaña de gruesas mantas. Sintiéndose muy, pero que muy cansados, Jenna, Septimus y Beetle se enterraron bajo las mantas y se acurrucaron sobre el lecho de hojas.
—Buenas noches —susurró Beetle.
—Buenas noches, Peter —respondieron Jenna y Septimus.