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A la carrera

B eetle volvía a estar en su terreno y sabía lo que tenían que hacer; sacó su caja de yesca y encendió la lámpara para los Túneles de Hielo. La luz azul mostraba un empinado tramo de escalera cortada en el hielo que bajaba hasta desaparecer en la oscuridad. Beetle y Septimus, que conocían bien la escalera, empezaron a bajar, pero Jenna y Ullr se quedaron atrás.

—Pero ¿adónde… adónde conduce este lugar? —preguntó Jenna.

Septimus le había hablado tanto a Jenna de los Túneles de Hielo que había olvidado que nunca había estado en ellos. En realidad, al principio les había costado mucho convencerla de que existían, y siempre que Beetle mencionaba los túneles a Jenna le daba la sensación de que no le creía del todo. Cuando le tendió la mano para ayudarla, vio la expresión de asombro de Jenna al comprobar que eran reales.

Jenna aceptó la mano que le ofrecían y, seguidos por Ullr, se pusieron detrás de Septimus y bajaron los escalones, que estaban cubiertos de una escarcha crujiente y no resultaron tan resbaladizos como cabía esperar. Al llegar al pie de la escalera pasaron por un alto arco ojival cuya entrada solía guardar allí sentado el fantasma de un viejo mago extraordinario, pero ahora estaba ocupado arriba, en la torre. Contento de no tener que dar explicaciones al fantasma, quien, para fastidio de Septimus se había formado la opinión de que él no era el más brillante de los aprendices, Septimus siguió a Beetle cruzando el arco y adentrándose en el túnel que salía de la Torre del Mago. La lámpara azul de Beetle resplandecía a todo lo largo del túnel e iluminaba las superficies destellantes de los millones de cristales de hielo que se extendían a lo lejos.

Septimus oyó que Jenna susurraba:

—¡Uau!

Sonrió.

—Te dije que eran impresionantes.

—Pero no así. No tenía ni idea. Tanto hielo. Es raro. Y helador.

Su aliento flotaba formando grandes nubes blancas en el aire helado y Jenna pensó que nunca en su vida había pasado tanto frío. Sí lo había pasado, pero no se acordaba.

Había algo en los Túneles de Hielo que le ponía la piel de gallina y no era solo el frío cortante, estaba segura de oír un débil gemido resonando a lo lejos. Y la luz azul de la lámpara de Beetle, que daba a sus caras un tono mortal y hacía que sus ojos parecieran oscuros y asustados, no contribuía a mitigar su piel de gallina.

—Ullr —susurró—. Ven aquí, Ullr. —Acarició el cálido pelaje del gato, que estaba erizado a lo largo de su lomo y notó que estaba alerta—. ¿Dónde está la salida? —preguntó.

—Espera un momento, Jen —dijo Septimus.

Sacó un silbato de plata de su cinturón de aprendiz, se lo llevó a los labios y sopló. No emitió ningún sonido. Se lo quitó de la boca, lo sacudió y volvió a intentarlo. No ocurrió nada.

—Cuidado, Sep —le advirtió Beetle—. Solo tienes que hacerlo una vez, no querrás que se moleste, ¿verdad? El trineo de la Torre del Mago es realmente sensible. He oído que se solía asustar y escapar si le silbabas demasiado fuerte.

—Pero el silbato no funciona —protestó Septimus.

—Tú no lo oyes, Sep. Solo los trineos oyen el silbato. De hecho, el único modo de saber que no funciona sería que lo oyeras. ¿Entiendes?

—No mucho, pero…

—Chissst —le interrumpió Beetle—. ¿Has oído eso?

—No… ¿qué?

—¡Oh, maldición! —El gemido ya no era tan débil ni tan lejano. En realidad se estaba haciendo más fuerte por segundos—. ¡Caramba! Es Hilda la Quejosa. No pensé que viniera por aquí.

—¿Hilda la Quejosa? —preguntó Jenna, sujetando con fuerza a Ullr. Podía notar los músculos del gran felino tensarse, preparándose para salir corriendo.

—Un espectro del hielo. Rápido, volvamos al arco y sobre todo ni respiréis cuando pase. ¿Lo pilláis?

Llegó un viento furioso rugiendo por el túnel, arrancando la escarcha de las paredes y rociándola en el aire hasta formar una espesa neblina blanca. Se cobijaron bajo la arcada. El estridente y hueco gemido del espectro del hielo empezó a llenar el túnel. Ullr aulló y Jenna tapó rápidamente las orejas de la sensible pantera. Pasó una ráfaga de aire helado y Jenna tuvo la abrumadora sensación de que la arrastraban bajo el agua helada. Se dio la vuelta instintivamente, cerró los ojos y se tapó la nariz mientras un sonido que perforaba los oídos llenaba el túnel. Y de repente pasó. El espectro del hielo prosiguió su camino a toda velocidad, gritando por los túneles como había hecho durante cientos de años.

Jenna, Ullr, Beetle y Septimus salieron de la arcada.

—Ha sido horrible —susurró Jenna.

—Hilda está bien, en serio —dijo Beetle con aire despreocupado—. Te acostumbras. Aunque al principio es un poco chocante. ¡Mirad, aquí está!

Beetle iluminó el túnel con su lámpara y un destello dorado se topó con la luz azul. El trineo de la Torre del Mago iba hacia ellos por el túnel, deslizando sus finos patines por el hielo. Con un suave siseo, el trineo frenó delante de ellos y le frotó la rodilla con el hocico como un perro fiel.

—¡Qué preciosidad! —exclamó Jenna, que empezaba saber apreciar el oro delicadamente trabajado.

—Sí, ¿verdad? —dijo Septimus lleno de orgullo, cogiendo la cuerda púrpura—. Es mi trineo…, bueno, mientras sea aprendiz. Dure lo que dure.

—No seas ridículo, Sep. Serás aprendiz durante muchos años —dijo Jenna, que se sentía mucho más animada ahora que había llegado el trineo.

—Nunca se sabe cuánto durará una cosa —dijo Beetle con pesar.

Pensó en lo mucho que añoraba el viejo y destartalado trineo de inspección, y aún añoraba más los giros con derrapaje doble.

—¡Oh, Beetle, lo siento! —dijo Jenna—. No pretendía…

—Está bien —murmuró Beetle.

—¿Qué es lo que está bien? —preguntó Septimus.

—Nada. Te lo contaré más tarde —dijo Beetle de mal humor—. Vamos, Sep, ¿vas a conducir esta cosa o vas quedarte mirándola?

—Agárrate bien, Beetle. ¡Ahí voy!

Septimus subió al frente del trineo, esperando que partiera como un cohete. Pero el trineo aguardó pacientemente mientras Jenna insistía en que Beetle se sentara al lado de él para que ella pudiera sentarse detrás y asegurarse de que Ullr los seguía. Apenas había espacio para tres en el trineo, y mucho menos para una pantera grande.

Lentamente, el abarrotado trineo de la Torre del Mago se puso en marcha por el túnel, seguido de un obediente Ullr, y pronto llegó hasta lo que Septimus consideraba una pendiente muy inclinada.

—Te prometo que no es ilegal ir más rápido que tu habitual paso de tortuga —dijo Beetle, que no llevaba nada bien su nuevo papel de pasajero.

—Tranquilo, Beetle. Solo estoy familiarizándome con él —dijo Septimus, algo susceptible y consciente de lo que Beetle pensaba de sus habilidades como conductor de trineo.

Al pie de la pendiente, Septimus tomó con cuidado dos curvas fáciles, subió una ligera inclinación y llevó el trineo lentamente por un tramo recto con el hielo más suave que Beetle había visto en su vida. Beetle exhaló un fuerte suspiro e intentó no pensar en la velocidad de vértigo que él podría sacarle al trineo de Mago con un hielo tan perfecto.

Se estaban aproximando a una bifurcación del túnel.

—Oye, Beetle, ¿por dónde vamos? —preguntó Septimus.

—Depende de adónde vayamos —dijo Beetle dando pocas muestras de querer colaborar.

—Fuera del Castillo —dijo Septimus—. Cómo Marcia dice… solo que no vamos a ir ni al Bosque ni a casa de tía Zelda. Vamos a ir a buscar a Nik y a Snorri, ¿verdad, Jen?

—Hummm, bueno, primero tendríamos que ir a… —murmuró Jenna.

Pero ni Beetle ni Septimus la oyeron.

—Entonces, ¿por dónde quieres salir? —gruñó Beetle—. Aclárate de una vez.

—Beetle, ¿qué ocurre? —preguntó Septimus—. Pareces un oso con dolor de cabeza.

—Bueno, tal vez sea porque conduces como una abuelita empujando un carrito de la compra —le espetó Beetle.

—No es verdad. Cierra el pico, Beetle.

—Tranquilo, Sep —dijo Jenna—. Beetle está muy preocupado. Jillie Djinn lo ha echado del trabajo esta tarde.

—¿Qué? —Septimus parecía horrorizado—. No puedo creerlo. No debería haberlo hecho. ¿Por qué haría una cosa tan estúpida?

—Exacto. Pero lo ha hecho. Esa horrible vacaburra.

—Pero ¿por qué no me lo has contado antes? —le preguntó Septimus a Beetle.

Beetle se encogió de hombros.

—No quiere hablar de ello —dijo Jenna.

—¡Ah, ya veo! Lo siento, lo siento de verdad, Beetle —dijo Septimus.

—Está bien —murmuró Beetle—. Es mejor que sigamos.

Jenna respiró hondo. Tenía miedo de que llegara aquel momento.

—Hummm, Sep. Hummm, es sobre el mapa…

—¡Ah, sí! Tenemos que ir al Palacio a buscarlo, ¿no?

—No —dijo Jenna sintiéndose muy desgraciada—. Hay algo que tú no sabes…

Media hora más tarde, en los silenciosos y encalados sótanos del Manuscriptorium, Ephaniah Grebe recibía su segunda tanda de visitas inesperadas en un día. Se sintió muy feliz de ver otra vez a Beetle y a la princesa tan pronto, y conocer al nuevo aprendiz extraordinario era algo que siempre había querido desde que Septimus llegara a la Torre del Mago, pero la pantera había sido un feo encuentro, feo de verdad.

Ephaniah tenía más de rata de lo que aparentaba. Morwenna había hecho todo lo que había podido para que pareciera lo más humano posible, pero la esencia de Ephaniah Grebe era de rata, y Ullr lo sabía. Y ahora que la diferencia de tamaño ya no perjudicaba a Ullr, anhelaba aprovechar la oportunidad para atacar a la rata gigante. Pero Ullr era una criatura fiel y Jenna le había dicho con mucha firmeza: «¡No, Ullr. No!». Y la pantera se había tumbado desconsoladamente a sus pies, pero la punta anaranjada de su cola temblaba y no apartaba sus centelleantes ojos de Ephaniah Grebe ni un segundo.

Consciente de que estaba siendo vigilado por el gato más grande con el que había tenido la desgracia de toparse, Ephaniah hizo cuanto pudo por concentrarse mientras todo el mundo se agrupaba en torno a la mesa de trabajo, mirando el montón de confeti que en otro tiempo fuera el mapa de Snorri.

—La busca no ha funcionado —dijo Septimus desconsolado—. No veo el trozo por ninguna parte.

—¿Estás seguro? —preguntó Jenna.

—Claro que estoy seguro. Siempre tengo una imagen en mi mente de dónde está exactamente la cosa que estoy buscando. La semana pasada busqué y encontré uno de mis calcetines en la cafetera. Cuando percibí esa extraña imagen de mi calcetín flotando en el café no podía creérmelo, pero fui a mirar y allí estaba. Mis buscas siempre funcionan, Jen. Te lo prometo.

Jenna suspiró.

—Ya sé que funcionan. Es solo que esperaba… Bueno, estaba segura de que tú lo encontrarías.

Ephaniah tenía delante de él su pluma y su papel habitual. En él escribió: ¿CUAL ES EL ALCANCE DE TU BUSCA?

Septimus cogió la pluma y empezó a escribir una respuesta, pero Jenna lo frenó.

—El señor Grebe puede oírte, Sep. Solo que no puede hablar, eso es todo.

—¡Ah! —dijo Septimus algo azorado—. Lo siento. No lo había pensado.

Ephaniah Grebe colocó una gastada tarjeta delante de Septimus: NO TE PREOCUPES. ES UN ERROR QUE MUCHA GENTE COMETE.

Septimus sonrió y a cambio recibió un parpadeo de los ojos verdes de Ephaniah y el movimiento y el crujido de las bandas de seda blanca que había debajo.

—Es de uno o dos kilómetros —respondió.

¿LLEGA A TODOS LOS LUGARES EN LOS QUE HA ESTADO EL MAPA MIENTRAS ESTABA EN TU PODER?

—Sí, seguro.

ENTONCES PARECE SER QUE ESE FRAGMENTO SE HA PERDIDO. TAL VEZ UN PÁJARO SE LO HAYA LLEVADO LEJOS, A SU NIDO. ¿QUIÉN SABE?

Ephaniah —dijo Jenna—, ¿puede reunir el mapa sin ese fragmento? Al menos tendríamos la mayor parte del mismo.

UNA REUNIÓN INCOMPLETA GENERARÍA MUCHO CALOR. CORREMOS EL RIESGO DE QUE LOS FRAGMENTOS ENTREN EN COMBUSTIÓN.

—Vale la pena arriesgarse —dijo Jenna, mirando a Septimus y a Beetle. Ellos asintieron.

Los ojos de Ephaniah sonrieron y le hizo una pequeña reverencia a Jenna; le gustaban los retos.

YA LE HE DADO A CADA FRAGMENTO UNA CAPA DE LÍQUIDO PARA UNIR, PRESTANDO PARTICULAR ATENCIÓN A LOS EXTREMOS. AHORA ELEGIRÉ LOS AMULETOS.

Destapó un gran frasco de cristal; dentro había una serie de discos con rayas amarillas y negras, que Jenna reconoció inmediatamente como amuletos.

APARTAOS, POR FAVOR.

Se retiraron hasta la entrada y observaron. Cogiendo con delicadeza un amuleto en cada mano entre las largas uñas de su índice y su pulgar, el escriba encargado de la conservación los agitó por encima de cada fragmento de papel. Al hacerlo, sobre la mesa apareció una tenue bruma amarilla que se instaló sobre los fragmentos de papel como un suave manto de niebla. Luego, como si estuviera dirigiendo una orquesta invisible, Ephaniah levantó los brazos y extendió sus largas manos llenas de rasguños, con las palmas hacia abajo encima de la mesa. Como dos grandes y perezosos abejorros, los amuletos se movieron hacia abajo y empezaron a trazar círculos en direcciones contrarias por encima de la bruma, mientras Ephaniah hacía largos y lentos movimientos para unir los trozos.

El aire se llenó de olor a papel quemado y Jenna cerró los ojos; si el mapa iba a estallar en llamas, no quería verlo.

De repente, Ephaniah soltó un fuerte chillido y Septimus y Beetle aplaudieron. Jenna abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo la manta se levantaba y revelaba un gran pedazo de papel: el mapa había sido ReUnido.

Ephaniah se volvió hacia su público, hizo una reverencia y les indicó por señas que se acercaran. Jenna apenas podía dar crédito del buen aspecto que tenía el mapa. Estaba liso y plano, y parecía como si nunca lo hubieran doblado, y mucho menos reducido a añicos y estampado en un charco lleno de lodo. Las pulcras líneas de Snorri eran nítidas, claras y llenas de detalles. Por un momento, Jenna se convenció de que Ephaniah se había confundido y el mapa estaba completo, pero Septimus la sacó de su error.

—Hay un agujero en medio —dijo—. Un gran agujero.

Era cierto. Y en algún lugar en mitad del agujero estaba la Casa de los Foryx, el lugar donde las épocas se encuentran.

Jenna se negaba a deprimirse.

—No importa. Hay bastante mapa para recorrer la mayoría del camino, y cuando lleguemos al agujero del medio, probablemente ya podremos ver la Casa de los Foryx.

—Pero Snorri había dibujado todo tipo de cosas en la parte que se ha perdido, ¿os acordáis? —dijo Septimus—. Apuesto a que era realmente importante.

—Eso no lo sabes seguro —objetó Jenna, exasperada y deseando que por una vez Septimus viera el lado positivo—. Mira, Sep, yo pienso ir, tanto si vienes como si no. Voy a tomar la barcaza del Puerto y buscaré un barco y luego…

—Oye, espera un segundo, Jen… claro que voy. ¡Intenta impedírmelo! Y Beetle también va, ¿verdad Beetle?

—¿Yo?

—¡Oh, por favor, ven, Beetle! —dijo Jenna—. Por favor.

Beetle estaba atónito; Jenna quería que él fuese. De repente Beetle se sintió liberado. Ya no estaba atado, día sí y día también, al Manuscriptorium. Podía hacer lo que le viniera en gana; podía vivir su vida y hacer el tipo de cosas interesantes que hacía Sep. Era asombroso, pero… Beetle suspiró. Siempre había un «pero».

—Tengo que decírselo a mi madre. Apuesto lo que quieras a que estará histérica.