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La proyección

E n lo alto de los pebeteros de plata, el último par de antorchas de la Vía del Mago luchaba por seguir encendido a pesar del viento, y sus llamas se mecían como harapos húmedos en una tormenta.

—¡Vamos, Beetle, tienes que superar esto! —gritó Jenna por encima del aullido del vendaval cuando se acercaban a la Gran Arcada—. No puede despedirte de esa manera. Espera…, cuando se entere Marcia, esta Jillie Djinn lo va a tener difícil.

Beetle no tenía energía para responder. Mientras Jenna lo conducía a través de la Gran Arcada hasta el patio, en lo único que pensaba Beetle era en cómo iba a darle la noticia a su madre, que solía contar a todo aquel que quisiera escucharla que el día en que se había sentido más orgullosa en toda su vida había sido aquel en que Beetle aprobó el examen de ingreso en el Manuscriptorium. Pero algo que su madre nunca mencionaba era el hecho de que con la paga semanal de Beetle, media corona, pagaba el alquiler de las pequeñas habitaciones de los Dédalos y compraba una buena provisión de patatas y pescado.

El patio de la Torre del Mago estaba resguardado del viento, y la luz de las antorchas en sus pebeteros dispuestos a lo largo de las murallas era firme y brillante. Jenna pensó que el patio estaba inusitadamente limpio, ni rastro de las asquerosas sorpresas, e incluso no tenía la sensación de que podía resbalar en cualquier momento. Mientras ella y Beetle se aproximaban a los grandes escalones de mármol blanco que conducían hasta la Torre del Mago, el motivo de aquel repentino ataque de higiene apareció, con una pala y un gran cubo a cuestas.

—¡Hildegarde! —dijo Jenna sorprendida—. ¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que tenías unos días de permiso.

Hildegarde se llevó una mano sucia a la frente, se detuvo y se apoyó con cuidado en la pala.

—Ya me gustaría —dijo.

Jenna notó que la túnica azul de la submaga estaba empapada y salpicada de barro, o algo peor, y el viento le había despeinado el cabello corto y castaño y parecía un nido de pájaros.

—Supongo que no es precisamente este el trabajo que querías en la torre —dijo Jenna compadeciéndose de ella.

—No, no lo es —respondió Hildegarde y, de inmediato, percatándose de que había sido muy cortante, añadió—: Pero, claro, me siento feliz de poder ayudar mientras el aprendiz no puede cuidar a su dragón y…

—¿Por qué? ¿Qué ha pasado? —la interrumpió Jenna repentinamente alarmada—. ¿Sep está enfermo? ¿Ha sufrido algún accidente?

—¡Oh, no se preocupe, princesa Jenna! Está haciendo su primera proyección. Ese asunto tan peliagudo; no debe ser molestado hasta que acabe. Pronto terminará y entonces todos descubriremos lo que era. Es obvio que el aprendiz es muy bueno en esto, pues nadie a averiguado de qué se trata, aunque —la voz de Hildegarde adquirió un matiz de desaprobación— algunos de los magos más ancianos han estado haciendo apuestas.

—¡Oh, menos mal! —suspiró Jenna—. Por un momento pensé que llegábamos demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde? No, creo que aún faltan diez minutos para el final.

—¿El final?

—De la proyección. Les sugiero que prueben en el Gran Vestíbulo. Tengo la sensación de que no todo anda bien en el Armario de los Viejos Hechizos. —Hildegarde hizo un guiño de complicidad—. Pero, por favor, discúlpenme, debo guardar estas cosas y los veré allí. —Se marchó apresuradamente, haciendo ruido con los pies sobre el suelo del patio.

Jenna y Beetle subieron las escaleras que llevaban hasta las puertas de plata maciza que formaban la entrada de la Torre del Mago. Jenna murmuró la contraseña y las puertas se abrieron en silencio. Cuando entraron en el Gran Vestíbulo, las palabras, BIENVENIDA PRINCESA recorrieron el suelo en parpadeantes letras de colores. A Beetle no se le escapó el detalle de que no lo saludaron con BIENVENIDO, ENCARGADO DE LA INSPECCIÓN, como en el pasado. Beetle se preguntó cómo podía saberlo la Torre del Mago. Se sintió aún peor, si es que era posible sentirse peor. De algún modo, aquello lo hizo oficial.

En el Gran Vestíbulo reinaba un murmullo de expectación. Multitud de magos pululaban por el recibidor, algunos con pequeños recibos de papel de color rosa, otros charlando o merodeando por allí, intentando aparentar que solo habían ido al Gran Vestíbulo por asuntos importantes. Jenna nunca había visto tantos magos en un lugar. Era una escena colorista: los ropajes azules de los magos ordinarios contrastaban con el fondo de vivas y fugaces imágenes que se movían en las paredes mostrando momentos legendarios del pasado de la Torre del Mago.

Como siempre, Jenna se sentía un poco sobrecogida en la Torre del Mago. Aunque la princesa era siempre bienvenida, e incluso conocía la contraseña, la torre era un lugar extraño e intimidatorio. Le parecía un ser vivo. Las imágenes en las paredes se iluminaban y se oscurecían al ritmo de la respiración de la torre. Inspiraba y expiraba. Iluminadas y oscuras, iluminadas y oscuras. El embriagador olor a incienso, y el raro olor de la Magia, a viejos y nuevos hechizos, se combinaban para hacer que Jenna se sintiera intranquila. Quería comprender todo lo que ocurría en el Castillo y no le gustaba el hecho de no poder entender lo que hacían los magos en realidad. Una vez había preguntado a Marcia qué hacía durante todo el día y, aunque parecía tener sentido, más tarde no recordaba ni una sola palabra de lo que Marcia le había dicho. Incluso se le pasó por la imaginación que Marcia le había hecho un hechizo de olvidar, pero cuando se lo mencionó a Septimus se echó a reír y le dijo que él tampoco se acordaba de lo que Marcia decía. A pesar de eso, Jenna empezaba a comprender el dicho del viejo Castillo: una reina y un mago nunca estarán de acuerdo, lo que una llama tres, el otro lo llama cuatro.

Una repentina racha de «chissst» entre los magos reunidos interrumpió los pensamientos de Jenna. En el otro lado del Gran Vestíbulo, en el punto en el que las escaleras de caracol de plata emergían a través del alto techo abovedado, Jenna vio aparecer los peculiares zapatos de pitón púrpura de Marcia Overstrand. Para hacer su entrada más teatral, Marcia puso las escaleras en el modo lento nocturno. Una amarga experiencia le había enseñado que dar vueltas a una velocidad diurna relativamente rápida tendía a provocar cierta hilaridad entre un coro de magos reunidos. Y de este modo, como si descendiera del cielo, Marcia bajaba girando elegantemente desde lo alto del Gran Vestíbulo hasta que llegó al suelo. Bajó de un salto y pidió silencio con unas palmadas.

—Parece ser que ha corrido el rumor de que mi aprendiz, Septimus Heap, está a punto de acabar su proyección —dijo. Y se levantó un murmullo de emoción—. No es que apruebe este revuelo —prosiguió Marcia—. Francamente, esperaba que todos vosotros tuvierais cosas mejores que hacer, pero por desgracia se ha convertido en una tradición; de hecho, creo recordar que lo mismo ocurrió hace algún tiempo. Supongo que si estáis todos reunidos aquí es porque pensáis que aquí es donde se ha colocado la proyección.

A continuación siguió un cuchicheo generalizado y un valiente mago gritó:

—¡Danos una pista, maga extraordinaria!

—Yo no sé más de lo que sabéis vosotros —respondió Marcia—. Mi aprendiz ha elegido lo que quería proyectar y no me ha informado de su decisión.

Empezaron a propagarse murmullos de emoción mientras los magos proponían sus propias teorías sobre lo que Septimus había proyectado. Marcia alzó la voz.

—Sin embargo… Disculpadme, ¿podéis guardar un poco de silencio, por favor? ¿Sí? Gracias. Debo insistir en algunas cosas. Una: hasta que finalice la proyección, por favor, no andéis de un lado a otro más de lo necesario. Dos: si, cuando termine la proyección, no aparece de inmediato lo que ha sido proyectado, no quiero una estampida poco digna alrededor de la torre en su busca. Si todavía no la habéis visto, difícilmente la podréis percibir cuando haya desaparecido, ¿no creéis?

La multitud inició obedientes asentimientos con la cabeza.

—Y tres… terminantemente prohibido: nada de apuestas.

Una queja reprimida salió del coro de magos, que se apresuraron a guardar en los bolsillos los pequeños recibos de papel rosado que Jenna había visto antes.

—Ahora empezaré la cuenta atrás para el final de la proyección. Cinco… cuatro… tres…

Un fuerte estrépito salió del Armario de los Viejos Hechizos y al instante siguiente Catchpole salió tambaleándose, perseguido por un gran y ruidoso cubo de basura. La lata se puso a perseguir al desgraciado Catchpole por todo el vestíbulo, para gran diversión del público. Marcia lo miraba con incredulidad; si aquello era una proyección nunca había visto nada parecido. Tenía sustancia y ruido, algo que pensaba que era imposible. Cuando Marcia era una joven aprendiza, ella había conseguido arrancarle un pequeño balido a una troupe de ovejas bailarinas que había proyectado como broma en el cumpleaños de Alther, pero había sido un balido breve y bastante débil, y Alther, que por entonces era un poco duro de oído, ni siquiera lo había oído.

—¿Por qué está tan asustado de un viejo cubo de basura? —gritó Jenna a Beetle por encima del intenso alboroto.

—Sospecho que Sep se ha marcado un doble farol —dijo Beetle.

—¿Un qué?

—Nosotros vemos un cubo de basura, pero Catchpole ve otra cosa.

—¿Cómo qué?

—Probablemente lo que más teme. Suele funcionar. Y eso significa que Sep no ha tenido que decidir lo que ve Catchpole; Catchpole lo ha hecho por él.

Jenna dirigió a Beetle una mirada de admiración: ¿cómo sabía todo aquello? Beetle captó la mirada y se sonrojó.

Perseguido, o eso creía él, por su viejo jefe, el Cazador, Catchpole volvió a meterse corriendo en el Armario de los Viejos Hechizos y cerró la puerta de golpe, dejando el cubo fuera. El cubo de basura/Cazador encogió las piernas, enderezó la tapadera, cruzó los bracitos peludos y se plantó al otro lado de la puerta, hasta que pareció cualquier otro cubo con bracitos peludos que habían dejado fuera para que lo recogiesen.

En medio de la emoción, nadie había notado que de repente las escaleras subían rápido en el modo emergencia y un destello verde bajaba zumbando. Al cabo de unos segundos, con una sincronización perfecta, Septimus descendió de un salto de las escaleras y patinó hasta detenerse junto a Marcia, con las palabras: FELICIDADES, APRENDIZ, EN TU EXITOSA PRIMERA PROYECCIÓN, girando alrededor de sus pies.

Un aplauso saludó la llegada de Septimus al lado de Marcia. Septimus sonreía feliz. Señaló el cubo, chasqueó los dedos y, en medio de un coro de exclamaciones de admiración, el cubo desapareció con un ruido y un destello de humo verde.

A Marcia no le hizo gracia.

—No hay necesidad de eso, Septimus. No estamos actuando en una especie de espectáculo de Magia barata. Esto es algo serio.

Marcia no sabía lo ciertas que eran sus palabras. En aquel mismo instante las puertas de la Torre del Mago se abrieron y dejaron ver a Tertius Fume, cuya figura se recortaba contra un cegador haz de luz.