Tertius Fume
J enna y Beetle dejaron la luminosidad del reino de Ephaniah y se toparon con la oscuridad del sótano del Manuscriptorium.
—Tengo que comprobar si las Bóvedas están seguras y hacer el hechizo de cierre, pero no tardaré —dijo Beetle. Jenna tenía muchas ganas de echar a correr para ver a Marcia, pero era consciente de que Beetle tenía que concluir su trabajo.
—Iré contigo y te ayudaré a comprobar las Bóvedas si quieres —se ofreció.
A Beetle le gustó mucho la idea.
—Vale, sí, perfecto —dijo intentando no dar demasiadas muestras de satisfacción, pero pasándose un poco.
—Pero no quiero ser un estorbo.
—¡No! Quiero decir que claro que no serás un estorbo.
Jenna siguió a Beetle por el sinuoso pasadizo que olía a moho y llegaba hasta las Bóvedas, excavadas en lo hondo del lecho de roca del Castillo, por debajo de los sótanos. Al tomar la última curva del pasadizo, oyeron voces, una de las cuales tenía una resonancia grave y atronadora que Beetle reconoció como la de Tertius Fume. Fue la otra voz la que le sorprendió. Beetle se llevó el índice a los labios y empezó a moverse en silencio y con sigilo. Jenna le dirigió una mirada inquisitiva.
—Problemas. —Beetle respondió moviendo la boca sin emitir sonidos.
Se metió en un hueco que había en lo alto del empinado tramo de escalera que bajaba hasta las Bóvedas. Jenna le siguió. El corazón de Beetle latía tan fuerte que al principio no oía lo que decían las voces. Respiró hondo unas cuantas veces y se calmó.
—¿Quién es? —dijo Jenna articulando sin emitir sonidos.
Beetle se arriesgó a echar un rápido vistazo. Era exactamente quien él pensaba que era. Sentado con las piernas abiertas al pie del último escalón, medio oculto por las sombras danzarinas que proyectaba el par de velas de junco de fuera de las Bóvedas, estaba el nuevo empleado de Jillie Djinn mirando embobado al fantasma de las Bóvedas. El sonido de la conversación subía por los escalones, las voces sonaban huecas en el pasadizo vacío, recubierto de ladrillos.
—Claro que es difícil, chico. —La voz de Tertius Fume reverberaba y ascendía hasta los dos que escuchaban accidentalmente desde el hueco. El fantasma parecía malhumorado—. Por eso está al final del libro. Se supone que tienes que hacer lo que pone antes.
—Pero yo no quiero hacerlas. Solo quiero hacer la última.
—La práctica hace al maestro. Solo opta por el atajo el necio —respondió Tertius.
—Pero hice todo lo que decía… y funcionó. Incluso tengo la cosa. En realidad, tengo una pila de cosas.
—¿Pila? ¿Qué es «pila»?
—Montones. Montones y montones. Hummm… muchas.
—¿Muchas? ¿Cuántas?
—No lo sé. Unas veinte, tal vez más.
—¿Veinte cosas? Eres más necio de lo que creía. Te perseguirán durante toda tu vida.
—No, no lo harán. Las he encerrado. Ahora no pueden pillarme.
—¿En serio? ¿Las has encerrado? Entonces ya verás qué enfadadas se sienten cuando vuelvan a estar a tu lado.
—¿Siempre hablas en verso?
—Solo a veces. Bueno, ¿qué quieres, chico? Estoy cansado de esta cháchara.
—Quería preguntarte acerca de ese rollo de oscurecer el destino.
—¿«Rollo»?
—Me refiero al maleficio oscuro. Se lo he hecho a alguien, pero creo que no ha funcionado. Aún no le ha pasado nada y me habría enterado si le hubiera ocurrido algo.
Tertius Fume parecía divertido y algo burlón.
—Así que has intentado oscurecer el destino de otro, ¿no? —preguntó—. ¿Y por qué una joven serpiente como tú quiere embarcarse en semejante viaje oscuro, eh? Yo a tu edad antes habría probado suerte con una cuchilla afilada. Es mucho más satisfactorio. —El fantasma se carcajeó como si estuviera reviviendo preciados recuerdos.
El nuevo escriba parecía abatido.
—¡Oh, bueno! Los cuchillos no me gustan nada —murmuró.
—¡Ah!, prefieres que otros hagan tu trabajo por ti, ¿no? Te vales de artimañas y engaños para conseguir tus propósitos ¿eh? Ya he conocido a otros de tu calaña. Prefieres ser el maestro de títeres que tira de los hilos, pero, te lo advierto, si tienes escarceos con el lado oscuro, acabarás siendo el títere.
—¡Oh…! —Al muchacho le tembló la voz, y si Beetle se hubiera atrevido a echar otro vistazo, lo habría visto toquetear con nerviosismo el anillo de su pulgar izquierdo—. Pero yo pensé que…, bueno, como tú escribiste este libro…, y creo que es un libro magnífico, el mejor que he leído sobre el tema y…
—No pierdas el tiempo halagándome, chico. Me importa un pimiento si te ha gustado mi libro o no —le soltó Tertius Fume—. Dime de una vez qué quieres de mí. Venga, suéltalo.
—Me gustaría que me ayudaras a hacer el trabajo oscuro. Mucho.
—¿Y por qué habría de ayudarte, chico? ¿Qué gano yo con ayudarte?
—Yo también podría ayudarte a ti. Tú y yo podríamos trabajar juntos.
Tertius Fume soltó un fuerte bufido.
—¿Yo? ¿Trabajar contigo? Yo, el primer jefe de los Escribas Herméticos, yo trabajar con un engreído cerebro de mosquito… Dame solo una razón de por qué demonios tendría que hacer eso.
Hubo un silencio y luego Jenna y Beetle oyeron las palabras, claras como el tañido de una campana.
—Porque yo estoy vivo y tú estás muerto.
Beetle enarcó las cejas mirando a Jenna. Ese Daniel Hunter tenía una cara muy dura.
—Cuidado, chico —masculló Tertius Fume—. Ese estado de cosas tiene fácil remedio.
—¡Oh! No pretendía… —La voz del muchacho parecía tímida y asustada.
Tertius Fume lo ignoró y prosiguió.
—Sin embargo, es cierto que echo de menos las facultades de los vivos… Y aunque no apostaría ni una hoja de lechuga a que cumplieses mis deseos, sí confiaría en tu interesante compañero.
Beetle enarcó las cejas otra vez como queriéndole decir a Jenna: «¿Qué interesante compañero?». Se arriesgó a echar un rápido vistazo, pero únicamente vio al fantasma y al muchacho de cabello negro en las sombras… y a nadie más.
—Puedes quedártelo. —El chico parecía aliviado—. Me da escalofríos, siguiéndome a todas partes.
—Muy bien, transfiéreme su lealtad y yo me encargaré del trabajo oscuro.
—Y entonces…, ¿entonces me ayudarás?
—Soy un hombre de palabra, por mucho que digan otras cosas —afirmó Tertius Fume—. La otra persona cuyo destino será oscurecido se verá abocado al Precipicio del Peligro. ¿Qué tal suena eso?
—¡Fantástico! —dijo el nuevo escriba—. Realmente fantástico. Eso le enseñará. Ese creído, ese santurrón de Septimus Heap deseará no haberme robado nunca mi nombre.
Jenna y Beetle se miraron.
—¡Sep! —exclamaron los dos a la vez, y de inmediato se taparon la boca, pero era demasiado tarde.
—¿Qué ha sido eso? —El gruñido suspicaz de Tertius Fume resonó en los escalones.
—¿Qué ha sido qué?
—Creo que he oído… una rata, o varias, merodeando en lo alto de la escalera. Ve a ver, chico. Vamos. Ya.
Horrorizado, Beetle cogió a Jenna de la mano y echaron a correr.
—Allí no había nadie —dijo Merrin, volviendo donde estaba, a los pies de Tertius Fume.
—Muy bien —dijo el fantasma—. Ahora tenemos un contrato que concluir, ¿no?
Merrin asintió tímidamente. De repente se sentía muy asustado.
Tertius Fume fijó sus ojos negros en Merrin y dijo.
—Mírame, chico. Mí-ra-me.
Incapaz de resistirse, Merrin miró al fantasma a los ojos.
—El contrato —dijo Tertius Fume— es este: tú me transferirás la fidelidad de tu cosa sirviente a perpetuidad por todo el universo y el gran más allá. A cambio yo haré efectivo tu patético intento de oscurecer el destino de Septimus Heap. ¿Aceptas?
Merrin consiguió articular un débil graznido.
—¿Cómo?
—Simplemente di sí, chico. No es complicado —le espetó Tertius Fume.
—Pero, hummm, ¿cómo oscurecerás su destino?
—¿Te atreves a preguntármelo? —Con unos ojos muy abiertos a causa del terror, Merrin sacudió la cabeza—. Si se formula una pregunta sobre un contrato, debe ser respondida, por estúpida que sea. —Añadió Tertius Fume. Merrin sintió vergüenza de que le volvieran a llamar estúpido—. Oscureceré la vida de ese muchacho, Heap, enviándolo a la Búsqueda. Nadie regresa de la Búsqueda… nadie. No me mires como un idiota, chico.
El fantasma suspiró; el chico parecía prometedor al principio, pero estaba resultando ser una gran decepción. Como tenía interés en asegurarse de que el contrato fuera válido, prosiguió con su explicación.
—Para que funcione lo mejor posible, no se debe sospechar de la magia negra. No debemos dar a los que desean contrarrestarla la oportunidad de frustrarla. —Ignorando la mirada perpleja de Merrin, continuó—. Nadie sospechará que la Búsqueda es un oscurecimiento, pues a lo largo de los siglos se ha enviado a veintitantos aprendices. ¿Responde eso a tu pregunta precontrato?
—Hummm… —murmuró Merrin.
—¡Oh, dadme paciencia! ¿Quieres oscurecer el destino de ese tal Heap o no? ¿Sí o no?
—Sí.
—Muy bien. —El fantasma se frotó las manos ante la expectativa—. Ahora, para que el contrato sea vinculante, tienes que darle a tu cosa sirviente algo tuyo valiosísimo en agradecimiento por sus servicios, algo que llevará como símbolo del contrato. Aunque sea una pobre copia del verdadero, ese anillo que llevas en el dedo servirá.
—Pero este es el… —Merrin se calló y pensó mejor lo que estaba a punto de decir—. No puedo quitármelo, no sale —dijo sin convicción.
Tertius Fume sonrió con malevolencia.
—Si aún pudiera empuñar un cuchillo, sí saldría.
Merrin palideció.
—Pues busca otra cosa, chico, antes de que caiga en la tentación de intentarlo.
Presa del pánico, Merrin hurgó en su bolsillo y estaba a punto de darle a Chucho, cuando encontró su última serpiente de regaliz.
—¡Toma! —dijo sacando, triunfante, la serpiente.
Beetle y Jenna estaban casi al final del largo y serpenteante pasadizo de regreso al Manuscriptorium cuando Jenna se dio cuenta de que había perdido algo.
—¡El alfiler de Nicko! —dijo Jenna lanzando una exclamación, mientras tocaba la capa—. ¡No está!
Beetle se detuvo. A la luz de la vela podía ver las lágrimas de Jenna.
—¿Cómo es? —preguntó.
—Es una «J» de oro, Nicko me la compró en el Puerto. Siempre la llevo puesta en la capa… siempre, y ahora no la tengo.
—La tenías cuando estábamos abajo, en las Bóvedas. ¿Te acuerdas?
—¿La tenía?
—Estoy seguro de que sí. —Beetle se había fijado en cómo Jenna comprobaba el alfiler y se había preguntado quién se lo habría regalado—. Espera aquí. Iré a buscarlo.
—Pero, ese fantasma…
—Seré muy silencioso. No notará nada. Volveré en un segundo.
Jenna se apoyó en la fría pared de ladrillo del pasadizo y escuchó el ruido de las pisadas de Beetle que volvía sigilosamente a las Bóvedas. Sin la presencia tranquilizadora de Beetle, a la luz de las velas, el pasadizo con sus sombras parpadeantes ponía nerviosa a Jenna, que sujetaba con fuerza a Ullr para sentirse mejor. Ullr maulló enojado y Jenna sintió que el gato se estremecía.
De repente Ullr se libró de su abrazo y aterrizó pesadamente delante de ella. Durante un breve instante, Jenna tuvo la horrible sensación de que iba a salir corriendo en persecución de Beetle y a dejarla sola, y de repente se dio cuenta de lo que estaba pasando. El sol se había puesto. Ullr se estaba transformando.
Aunque Jenna había visto transformarse a Ullr muchas veces, seguía fascinándole. Lo miraba casi con un temor reverencial mientras la punta negra de la cola del gatito anaranjado empezaba a crecer. Veía la piel tensarse cuando los músculos que había debajo empezaban a engordar y a fortalecerse. Ahora el gatito crecía deprisa, el negro de su cola se extendía por todo su cuerpo como la sombra de un eclipse recorriendo la Tierra, el escuálido pelaje anaranjado y con manchas se convertía en un esbelto negro brillante y por último, sus ojos azules se volvieron de un verde centelleante. En un intervalo de cuarenta y nueve segundos, el Ullr diurno se había convertido en el Ullr nocturno y Jenna tenía un compañero, con la punta de la cola anaranjada, para recorrer el pasadizo.
Beetle encontró el alfiler de Jenna en el hueco. Muy satisfecho lo cogió. Cuando se disponía a volver corriendo hasta donde le aguardaba Jenna, la risa de Tertius Fume resonó en los escalones. Beetle se quedó paralizado.
—Compartes la misma predilección que en otro tiempo tuve por el regaliz —oyó decir al fantasma.
¿De qué estaba hablando el fantasma?, se preguntó Beetle. Llevado por la curiosidad, vaciló un momento.
—¿Qué es esta… cosa? —se burló Tertius Fume.
—Es una serpiente. La última que tengo. —El muchacho parecía ofendido.
Beetle no pudo evitar echar una rápida mirada. El nuevo escriba intentaba enrollar la serpiente en círculo.
—¿Ves? —dijo nervioso—. La puedo hacer más pequeña… Entonces puede ser un anillo, un anillo realmente bonito.
Beetle vio al chico cerrar los ojos y supuso que estaba haciendo un hechizo para encoger. Para sorpresa de Beetle, pareció funcionar. La serpiente desapareció en una nube de humo negro y el chico tendió la mano para mostrarle algo a Tertius Fume.
—Pues que así sea —dijo el fantasma—. Dale su anillo a la cosa y procederemos.
Beetle no se atrevió a quedarse más tiempo, ya había dejado a Jenna sola demasiado rato. Volvió corriendo por el tortuoso pasadizo y, cuando se acercaba al final, el corazón le dio una espantosa sacudida. Dos brillantes ojos verdes lo miraban desde las sombras donde estaba seguro de que había dejado a Jenna.
—¿Jenna? —susurró sin atreverse a imaginar qué podía haberle ocurrido—. ¿Jenna?
Jenna salió de las sombras despegándose de la pared.
—¿Lo has encontrado? —preguntó muy nerviosa.
—Chissst —dijo Beetle—. No te muevas.
—¿Por qué no? ¡Oh, Beetle!, ¿no estaba allí?
—Tú… no… te muevas, ¿vale?
Jenna se quedó inmóvil. Algo no iba bien. Observó a Beetle avanzar sigilosamente pegado a la pared, manteniéndose en las sombras. Ullr soltó un gruñido grave y prolongado.
—Ullr, chissst —susurró Jenna.
Beetle saltó.
Ullr gruñó.
—¡No! ¡Basta! Beetle, solo es Ullr. ¡Ullr, suéltalo! —Se oyó un sonido desgarrador mientras Beetle liberaba su manga de las mandíbulas de Ullr y Jenna tiraba de Ullr para apartarlo—. No, Ullr. Suéltalo.
Ullr miró a Beetle, enfadado. No le gustaba que se abalanzaran sobre él… era él quien se abalanzaba sobre la gente.
—Suéltalo —repitió Jenna con voz severa.
—¿Ullr? —exclamó Beetle.
—Sí. ¿Sabes que era el gato de Snorri? Es un cambiador de forma.
—¿De verdad? —dijo Beetle débilmente—. Uau…
—Beetle, ejem, lo has…
Beetle se libró del horrible miedo a que algo horrible le hubiera ocurrido a Jenna.
Abrió la mano y le mostró a Jenna una pequeña «J» de oro que descansaba en su palma.
—¡Oh, Beetle! —Jenna cogió el alfiler y se lo volvió a prender de la capa—. ¡Oh, Beetle, gracias!
Jenna lo abrazó. Beetle sonrió. Por aquello valía la pena luchar contra cien panteras.
Abajo, en las Bóvedas, Merrin no recibió una respuesta tan entusiasta por parte de la cosa. Miraba el anillo de regaliz con desdén, ¡qué racanería!, pensaba. La cosa soltó un suspiro hueco; por desgracia no era más de lo que esperaba. Y aquello no estaba tan mal; su nuevo maestro parecía infinitamente más pro metedor. La cosa cogió el pegajoso anillo negro como si estuviera agarrando un insecto particularmente asqueroso y se lo puso en su pulgar izquierdo. El contrato estaba concluido.