El señor Ephaniah Grebe
—¡F oxy! —dijo Beetle con un susurro ronco.
Los diecinueve escribas levantaron la mirada de su trabajo y el sonido de diecinueve plumas deslizándose sobre el papel cesó de repente.
—¿Sí? —dijo Foxy.
—¿Me harías el favor de vigilar la oficina por mí? Hay algo que necesito hacer.
Foxy no estaba seguro.
—¿Y qué pasa con ella? —susurró moviendo el pulgar en dilección hacia la puerta cerrada a cal y canto del Manuscriptorium, donde Jillie Djinn estaba entrevistando a Merrin.
—Ella no saldrá en veintidós minutos y medio —dijo Beetle, pensando que a veces la obsesión de la señorita Djinn por la puntualidad tenía sus ventajas.
—¿Estás seguro?
Beetle asintió.
Contento de tener una excusa para dejar de copiar los cálculos de Jillie Djinn sobre el precio previsto del abadejo para los próximos tres años y medio, Foxy resbaló de su alto taburete y salió sin hacer ruido de la oficina principal. Al ver a Jenna, calada hasta la médula y despeinada, arqueó las cejas, pero no dijo nada.
Beetle le hizo un gesto a Foxy con el pulgar levantado.
—Será mejor que baje esto mientras aún puedo.
—¿Puedo ir? —preguntó Jenna, para sorpresa de Beetle.
—¿Qué…? ¿Conmigo?
—Sí. Me gustaría ver lo que va a pasar con el mapa. —Jenna se resistía a dejar su única esperanza de recuperar a Nicko fuera de su vista ni por un solo instante.
—Bueno, sí, claro. Es, hummm, por aquí. —Consciente de la mirada de asombro de Foxy, Beetle abrió la puerta que conducía desde la oficina principal hasta el Manuscriptorium propiamente dicho, y Jenna salió por ella. Dieciocho plumas dejaron de escribir y dieciocho pares de ojos miraron pasar a Beetle y a la princesa ante las filas de mesas en dirección a las escaleras del sótano.
El sótano era en realidad una serie de sótanos. Durante cientos de años, el Manuscriptorium había anexado los sótanos de sus vecinos, sin que ninguno de ellos soliera percatarse, y poseía una larga red de habitaciones subterráneas en las que Beetle esperaba encontrar al señor Ephaniah Grebe, el escriba encargado de la Conservación, Preservación y Protección.
Ephaniah Grebe no solo trabajaba en el sótano, sino que vivía allí. Ninguno de los escribas presentes recordaba haber visto nunca a Ephaniah arriba, aunque se rumoreaba que salía de noche cuando todo el mundo se había ido a su casa. La propia Jillie Djinn lo había visto solo una vez, el día que fue investida jefa de los Escribas Herméticos, pero Beetle lo conocía bien.
Normalmente cualquier cosa que necesitara conservación, preservación y protección se dejaba cada noche en una cesta en lo alto de las escaleras del sótano. Por la mañana había desaparecido y en su lugar había alguno de los objetos conservados, preservados o protegidos que se habían dejado allí hacía una semana o así. A Beetle no se le habría pasado siquiera por la imaginación dejar los preciosos fragmentos de papel en una cesta sin vigilancia, así que, mientras Foxy controlaba nervioso si salía Jillie Djinn —pero no si entraban clientes, pues había cerrado la puerta para evitar cualquier peligro—, Beetle y Jenna fueron en busca de Ephaniah Grebe.
Al pie de la escalera había un largo y oscuro pasillo que acababa en una puerta recubierta de fieltro verde con grandes remaches de bronce. Beetle le dio un fuerte empujón y la puerta se abrió sobre sus bisagras bien aceitadas. El aspecto del sótano no era el que Jenna esperaba; era luminoso, espacioso y aireado y olía a limpio y a fresco. Las paredes estaban pintadas de blanco, el suelo de losas de piedra estaba fregado, y del techo abovedado colgaban lámparas que ardían con una brillante llama blanca y emitían un constante siseo, el único sonido que Beetle y Jenna oían.
Beetle estaba familiarizado con el primer sótano, allí era donde Ephaniah le había ayudado a reconstruir su reloj. El escriba de la conservación le llamaba su sótano mecánico, y estaba lleno de autómatas minúsculos y no tan minúsculos. Uno de ellos, un remero en un bote seguido de una gaviota que volaba en círculos, de repente se puso en movimiento cuando Jenna pasó por delante de él, y ella hizo lo que pudo por no chillar. Pero ni rastro del señor Ephaniah Grebe.
El siguiente sótano estaba lleno de estantes donde había dispuesto un gran surtido de botellas de colores, cada una pulcramente etiquetada. Encima de una mesa, bajo una cúpula de cristal, había un hechizo de recuérdame aplastado que, Beetle lo recordaba, había traído una señora muy afligida hacía unos días. Ese sótano también estaba vacío.
Sintiéndose unos intrusos, Beetle y Jenna se internaron en los sótanos interconectados, mientras sus pasos producían un leve ruido al resonar en los ladrillos. Beetle se asombró ante los distintos trabajos que había en marcha. En un sótano se encontraba un pequeño libro, diseñado página a página, cada una pegada a un grueso trozo de papel por una larga y fina pinza. A un lado había unas pinzas y un frasco de larvas de escarabajo del papel recién recogidas. Otro sótano contenía una pequeña serpiente que reculaba como si fuera a atacar. Asustado, Beetle retrocedió de un salto, y luego, avergonzado, se dio cuenta de que en realidad era una serpiente disecada, y una caja de colmillos de serpientes diversas le decía que le habían cambiado los colmillos.
Pero seguía sin haber rastro de Ephaniah Grebe. Preocupado porque el tiempo volaba, Beetle se apresuró. Se asomaron a un sótano tras otro, cada uno con un proyecto en marcha preparado pulcramente sobre una mesa, y en ninguno estaba Ephaniah Grebe, hasta que por fin llegaron a un gran arco que se abría en el último sótano, que era el más grande.
Bajo la capa de Jenna, Ullr sacó las uñas.
A primera vista, el sótano parecía vacío, salvo por una mesa redonda en el centro con una esplendorosa luz sibilante suspendida encima. Pero, al pasar por el arco, un ligero movimiento les llamó la atención hacia una figura, inclinada sobre una tarea que no podían ver, sentada en un alto taburete ante un banco situado en el rincón del fondo. La figura estaba envuelta en una capa blanca y se fundía perfectamente con la pared enlucida que tenía detrás.
—¡Ejem! —tosió Beetle en voz baja, pero no hubo respuesta—. Discúlpeme —dijo.
Pero no hubo ninguna reacción. La figura continuaba con la meticulosa tarea en la que estaba enfrascada. Cada vez más preocupado porque la entrevista de la señorita Djinn estaba a punto de acabar, Beetle se acercó deprisa y le dio unos golpecitos en el hombro. La figura se sobresaltó asustada y se dio media vuelta.
—Ephaniah, lamento molestarle —dijo Beetle—, pero yo…
—¡Aaah! —gritó Jenna.
Era demasiado tarde para intentar disimular, aunque ya se había tapado la boca horrorizada. La mitad de la cara del hombre era de rata. Nariz de rata, bigotes de rata y dos largos y amarillos dientes de roedor. La boca de la rata se abrió del susto, mostrando una puntiaguda lengua rosada. Rápidamente, el hombre rata se cubrió la parte inferior de su rostro con un largo pañuelo de seda que colgaba holgadamente de su cuello. Se lo colocó bien, le dio vueltas y más vueltas y se vendó con la seda el prominente hocico de rata.
—¡Oh! —exclamó Beetle, tras caer en la cuenta de que hubiese tenido que advertir a Jenna—. Lo siento, Ephaniah. No pretendía interrumpirlo de este modo.
Ephaniah Grebe asintió y chilló algo. Luego levantó sus gafas de grueso culo de botella sobre su cabeza. Debajo de las gafas, Jenna vio un par de centelleantes y decididamente humanos ojos verdes y se relajó.
Beetle empezó a disculparse una vez más, pero Ephaniah Grebe levantó la mano para acallarlo, bajó del taburete e hizo una profunda reverencia a Jenna. Luego sacó una caja alargada de plata del bolsillo.
Dentro de la caja había un índice de cientos de pequeñas tarjetas blancas. Ephaniah Grebe las pasó rápidamente, cogió una tarjeta y la dejó sobre la mesa. Indicó por señas a Jenna y a Beetle que se acercaran y señaló una tarjeta muy gastada. Decía así: NO OS ASUSTÉIS, SOY HUMANO.
—¡Oh! ¿Qué… qué le ocurrió? —preguntó Jenna.
Otra tarjeta igual de gastada ocupó el lugar de la anterior: MALEFICIO DE RATA PERMANENTE. SORPRENDIDO EN UNA EMBOSCADA A LOS CATORCE AÑOS TENDIDA POR UN DIARIO-MALEFICIO OSCURO Y UN JEROGLÍFICO DE RATA OSCURO EN UNA LIBRERÍA DE LIBROS SALVAJES.
Beetle tragó saliva. Nunca le había preguntado a Ephaniah qué le había pasado, pero no le sorprendía. Siempre se había preguntado qué le pasaría a él si dos libros oscuros se aliasen y se confabulasen contra él.
Otra tarjeta: LA BRUJA MADRE MORWENNA ME SALVÓ, AHORA SOLO MALEFICIO PARCIAL.
Tendió las manos, que eran humanas, aunque Jenna pensó que las uñas tenían un aspecto extrañamente largo y delgado, como las garras de rata.
Beetle se dio cuenta de que no había presentado a Jenna.
—Ephaniah —dijo—, esta es la princesa Jenna.
Ephaniah Grebe hizo una reverencia y, después de hojear frenéticamente el índice, colocó una tarjeta no usada, de un blanco prístino encima de la mesa: BIENVENIDA, MAJESTAD.
Le siguió otra tarjeta, desgastada: ¿QUÉ PUEDO HACER POR USTED?
Como respuesta, Beetle puso el rollo de seda sobre la mesa y lo desplegó. Soltó una exclamación de horror ante la masa de papel empapado que descansaba en sus pliegues. Cayó en la cuenta de que había estado tan ocupado consolando a Jenna que no se había percatado bien del enorme daño que había causado no solo el topetazo sino también el agua. La tinta se había corrido, la mayoría de las marcas de lápiz se habían borrado, y muchos de los frágiles pedazos estaban ahora pegados. A Beetle le recordó la mezcla de papel maché con la que solía jugar en el parvulario.
Ephaniah Grebe soltó un largo ruido parecido a: «¡Aaah!», más propio de una oveja que de una rata, se le antojó a Beetle. El escriba de la conservación se volvió a poner las gafas de grueso culo de botella sobre su larga nariz y observó el desastre. Pronto había otra tarjeta encima de la mesa: ¿QUÉ ES ESTO?
Y de ese modo, Beetle explicó lo mejor que pudo qué eran aquellos papeles y cómo habían llegado a aquel estado. Mientras lo explicaba, Jenna parecía cada vez más nerviosa, hasta que por fin estalló.
—Por favor, señor Grebe. Diga que puede recomponerlo, por favor.
Otra tarjeta sobre la mesa dijo: ES DIFÍCIL.
Y después, al ver la cara de Jenna: PERO NO IMPOSIBLE.
—Estos trozos de papel son mi única oportunidad de volver a ver a mi hermano —explicó sencillamente Jenna.
Ephaniah Grebe levantó el ceño sorprendido y ladeó la cabeza de un modo que a Jenna le recordó a Stanley, lo cual la tranquilizó bastante. Buscó un cuaderno y un lápiz y escribió: HARÉ TODO LO POSIBLE. SE LO PROMETO.
—Gracias, señor Grebe —dijo Jenna—. ¡Gracias!
Dejaron a Ephaniah Grebe hurgando en el empapado desastre con unas pinzas. Al salir del sótano, Jenna se volvió para echar una última mirada a los preciosos fragmentos, y casi se le escapa otro grito. Bajo el voluminoso ropaje blanco de Ephaniah Grebe asomaba una larga y gigante cola rosada de rata.
Beetle avanzaba rápido por los sótanos.
—Tenemos que correr —dijo mientras Jenna le alcanzaba—. La señorita Djinn saldrá en cualquier momento.
Jenna asintió. Corrieron por los sótanos, subieron a toda velocidad la escalera y llegaron justo a tiempo para ver a una sonriente Jillie Djinn saliendo de la sala de entrevistas, seguida de un también sonriente Merrin Meredith.
La sonrisa de la jefa de los Escribas Herméticos se desvaneció cuando vio a Beetle salir del fondo del Manuscriptorium.
—¿Qué estás haciendo otra vez fuera de tu puesto de trabajo? —exigió saber. Y luego, al percatarse de la presencia de Jenna, añadió en un tono más bien brusco—: Buenas tardes, princesa Jenna. Es un honor verla tantas veces en un día. ¿Puedo ayudarla?
—No, gracias, señorita Djinn —respondió Jenna con su voz de princesa—. Su encargado de la inspección, Beetle, ya ha sido de gran ayuda. Sentimos haberlo apartado de su puesto. Claro que Beetle se aseguró de que no se quedaba desatendido. Ahora nos iremos, tenemos importantes asuntos de los que debemos encargarnos.
—¡Ah! —dijo Jillie Djinn, sintiendo que la habían vuelto a pillar desprevenida, pero sin saber exactamente por qué. Hizo otra pequeña reverencia y miró cómo el escriba que estaba más cerca de la puerta bajaba del taburete de un salto y abría la puerta a Jenna, que salió pitando a la manera de Marcia Overstrand. Jillie Djinn se volvió hacia Beetle—: En ese caso, Beetle, ahora que la princesa ya no requiere tus servicios, puedes pasar el resto de la tarde enseñándole a nuestro nuevo escriba en prácticas cómo funciona todo.
—¿Qué? —exclamó Beetle.
Desde detrás de la voluminosa túnica azul de seda de su nueva jefa, Merrin Meredith le hizo un signo grosero a Beetle. Beetle estuvo a punto de devolvérselo pero se controló justo a tiempo.
—Pero aún no ha pasado los exámenes. —Beetle no podía evitar protestar.
—No te corresponde a ti, señor Beetle, sugerir los criterios que aplico para elegir a mis escribas —respondió Jillie Djinn con mucha frialdad—. Tal vez tú necesitaras pasar los exámenes del Manuscriptorium, pero Daniel ha demostrado suficiente conocimiento para convencerme de que los exámenes no servirían de nada en el proceso de selección. Ahora te agradecería que acompañaras a nuestro nuevo escriba en su paseo de presentación. Tienes una hora y treinta minutos. Te sugiero que empieces. Dejaré a tu propia iniciativa el recorrido.
Beetle sonrió. Sabía exactamente por dónde empezar: por la Biblioteca de Libros Salvajes.