En pedazos
J enna volvía al Palacio. El aguacero que había empapado a Marcia y a Septimus en la Vía del Mago la había sorprendido a ella también. La lluvia que caía se le clavaba en los ojos y el viento le levantaba la capa alrededor de los tobillos como si intentara arrancársela. Jenna agachó la cabeza y echó a correr; con una mano sostenía a Ullr y se sujetaba la capa y, con la otra, agarraba fuertemente las notas de Nicko y el preciado mapa de Snorri. Se dirigió directamente hacia las verjas del Palacio y corrió en busca del relativo abrigo del callejón lateral del Palacio, que la llevaría hasta el huerto. Corría por el callejón tan rápido que aunque hubiera mirado no le habría dado tiempo a detenerse cuando una figura oscura y desgarbada dobló la esquina a toda velocidad y se estrelló contra ella.
El choque hizo que Merrin lanzara a Jenna volando hacia atrás; el golpe que se dieron contra la pared dejó sin respiración tanto a ella como a Ullr. Merrin se quedó despatarrado en el suelo, pero volvió a ponerse en pie, como una araña desmañada. Dirigió una mirada furiosa a Jenna y salió corriendo, decidido a no llegar tarde.
Perpleja, Jenna dejó que Ullr se liberase de su capa. Se puso en pie y se frotó la coronilla, de la que le empezaba a salir un gran chichón. Por un momento se sintió confusa, y al bajar la vista se preguntó qué sería todo aquel extraño confeti marrón que flotaba en los charcos a sus pies. Y de repente cayó en la cuenta de lo que era.
Sintiendo un súbito mareo, Jenna se arrodilló y lo contempló con incredulidad. Todas las notas de Nicko, y lo que era peor, el mapa de Snorri, se habían aplastado en la colisión y ahora no eran más que cientos de fragmentos húmedos esparcidos por el suelo. Su última oportunidad de encontrar a Nicko se había esfumado.
Beetle vagaba lentamente mientras cruzaba la parte delantera del Palacio, ajeno a la lluvia que le empapaba la chaqueta de lana y se abría paso hasta sus botas. La emoción de la última y extraña hora que había pasado con Septimus y Jenna se había evaporado con el chaparrón, y Beetle se empezaba a preocupar por lo que le aguardaba cuando llegase al Manuscriptorium. Se preguntaba si Marcia ya habría visitado a Jillie Djinn para informarle de que había estado en compañía del alquimista. A Beetle también le preocupaba cómo iba a recuperar el trineo. A diferencia del trineo de la Torre del Mago, el suyo no respondía a un silbato. Ni siquiera tenía silbato. Y lo que era peor, el trineo tenía propensión a largarse por ahí y Beetle no podía recordar si lo había dejado atado o no. Tenía tantas ganas de ver a Jenna que se había olvidado por completo de su trabajo. ¿Cómo iba a explicar eso? Beetle estaba muy enojado consigo mismo y juró que nunca más permitiría que el hecho de pensar en Jenna interfiriese en su trabajo… Pero en ese preciso instante la vio en el callejón del Palacio arrodillada en un charco.
—¿Princesa Jenna? —La voz de preocupación de Beetle interrumpió la desesperación de Jenna—. ¿Estás… estás bien?
Jenna sacudió la cabeza sin levantar la mirada.
Sintiéndose como si estuviera haciendo algo que no debía, algo que solo podría hacer alguien que la conociera bien, Beetle se arrodilló a su lado.
—¿Puedo ayudarte? —le preguntó.
Jenna lo miró. Beetle no estaba seguro de si lo que surcaba su rostro eran gotas de lluvia o lágrimas. Le daba la sensación de que podían ser las dos cosas.
—Lo he estropeado todo. Todo es culpa mía. Ahora nunca los encontraremos —dijo tristemente Jenna, al tiempo que señalaba el aluvión de papel que flotaba en el charco.
Beetle tuvo la terrible sensación de que sabía lo que eran aquellos trocitos de papel.
—¡Oh, no! —murmuró—. Eso no será…
Jenna asintió con la cabeza, muy compungida.
Beetle cogió con mucho cuidado un fragmento empapado y lo extendió sobre la palma de su mano.
—Tal vez… —dijo despacio, pensando a toda velocidad.
—¿Qué?
—Tal vez si los recogemos todos, podamos hacer algo con ellos.
—¿En serio? —La voz de Jenna delató una pequeña nota de esperanza.
—Yo… yo no quiero prometerte demasiado, pero el Manuscriptorium es bueno en este tipo de cosas. Vale la pena intentarlo.
Beetle sacó un pequeño paquete de su bolsillo y lo desplegó hasta que tuvo un gran cuadrado de fina seda colocado en equilibrio sobre su rodilla. Se chupó el índice y el pulgar y frotó los bordes de la seda para que se separasen. El cuadrado de seda resultó ser una bolsa con muchos compartimentos.
—Siempre llevo encima una de estas —dijo Beetle—. Nunca sabes cuándo vas a necesitarlas.
—¡Caray! —dijo Jenna, que parecía no llevar nunca nada útil.
Mientras la lluvia seguía cayendo, y acompañados por el lastimero maullido de un chorreante gato anaranjado, Beetle y Jenna tardaron diez minutos en recoger meticulosamente los delicados fragmentos de un papel de quinientos años de antigüedad y extendiéndolos sobre la bolsa de seda de Beetle. Cuando estuvieron seguros de que habían encontrado hasta el último fragmento, Beetle enrolló la seda con cuidado.
—¿Serías tan amable de llevarlo bajo tu capa, princesa Jenna? Creo que allí se mantendrá más seco.
—Llámame solo Jenna, Beetle, por favor. —Jenna sonrió y guardó el rollo de seda dentro de su capa.
—Hummm. ¿Puedo…? —Beetle señaló a Ullr, que estaba temblando, esperando fielmente junto al charco.
—¡Oh, sí, por favor! —dijo Jenna.
Beetle levantó el gato y apretó al empapado animal dentro de su chaqueta. Luego, Jenna y él se pusieron en marcha hacia el Manuscriptorium. Mientras caminaban por la Vía del Mago, a Beetle se le ocurrió que de no haber sido por el fastidioso temor de que el Manuscriptorium no pudiera reconstruir los papeles de Nicko y Snorri, en aquel instante habría sido completa y perfectamente feliz.
Todo aquello cambió cuando abrió la puerta del Manuscriptorium. Delante tenía a Jillie Djinn y a Merrin Meredith, que acababan de entrar. Al oír el ruido de la puerta y el clic del contador, ambos miraron hacia atrás.
—¿Dónde has estado? —exigió saber la señorita Djinn.
—Estaba… estaba haciendo una inspección de trampillas. Marcia…, quiero decir, la señora Overstrand me dijo que…
—Tú no eres un empleado de la señora Overstrand, señor Beetle. Tú eres mi empleado. He tenido que quitar a un escriba de su trabajo para que te cubriera. En consecuencia, solo diecinueve se ocupan de las tareas cotidianas. Diecinueve no son muchos. Por suerte para ti, tengo un candidato prometedor para el puesto vacante.
Beetle dejó escapar una exclamación. Merrin, una sonrisita de suficiencia. Jillie Djinn continuó:
—Y explícame, por favor, Beetle, ¿en qué estabas pensando al quitar mi anuncio, arrugarlo como una pelota y tirarlo a la basura? Se te están subiendo los humos. De hecho, podría tener en cuenta a este joven para tu puesto si persistes en tu actitud.
Beetle palideció.
—Disculpe, señorita Djinn —dijo Jenna, saliendo de las sombras de un tambaleante montón de libros apilados junto a la puerta.
Jillie Djinn parecía sorprendida. Estaba tan enfadada con Beetle que no había reparado en Jenna. En realidad, y por lo general, a Jillie le resultaba muy confuso tratar con más de dos personas a la vez.
—¿En qué puedo ayudaros, princesa Jenna? —dijo algo tímida la jefa escriba haciendo una pequeña reverencia.
Jenna puso su mejor voz de princesa. Pensó que sonaba pomposa, pero había descubierto que de ese modo solía conseguir lo que deseaba.
—El señor Beetle se ha comprometido en un asunto del Palacio muy importante. Hemos venido a darle personalmente las gracias por concedernos el beneficio de su experto conocimiento. Le pedimos disculpas si lo hemos retenido demasiado tiempo. Todo es culpa nuestra.
Jillie Djinn parecía confundida.
—No era consciente de que hubiera ningún asunto del Palacio esta mañana. No está en el diario.
—Es altamente confidencial —explicó Jenna—. Estamos seguros de que es usted plenamente consciente de ello.
Jillie Djinn no era consciente de tal cosa, pero no quería demostrarlo delante de un posible futuro empleado.
—¡Ah! Bueno, sí. Altamente confidencial. Claro. Me alegro de poder serle útil, princesa Jenna. Ahora, por favor, si me disculpa, ya llevamos dos minutos y tres cuartos de retraso con la entrevista. —Y, dicho lo cual, la señorita Djinn acompañó a Merrin hacia la penumbra del Manuscriptorium, hizo otra pequeña reverencia en dirección a Jenna y se marchó.
Beetle sacó a Ullr y lo dejó con cuidado sobre la mesa.
—Fffiu —dijo—. No sé cómo agradecértelo, prin… Jenna. De verdad.
—Sí, sí sabes. —Jenna le sonrió dándole la bolsa de seda enrollada.
—Sí —respondió Beetle mirando la bolsa. Creo que sí sé cómo agradecértelo.