El trineo de mago
M ientras Marcia esperaba a que se secase el pegamento, Septimus estaba haciendo algo mucho más interesante: colarse a través de una pequeña trampilla en el suelo de la cabaña de Beetle.
—No sabía que podías entrar en los Túneles de Hielo por aquí —dijo Septimus mientras tanteaba con los pies los peldaños de la escalera apoyada en la pared de hielo que estaba debajo de él.
—La entrada de servicio. —Beetle miró hacia arriba y sonrió a Septimus. Su aliento se convertía en vaho al entrar en contacto con el aire frío y su rostro tenía un color sobrenatural a la luz de la parpadeante lámpara azul que acababa de encender—. La señorita Djinn me obliga a usarla. Cierra la trampilla, ¿quieres, Sep?
—Sí —dijo Septimus.
Tiró hacia abajo de la pesada trampilla sellada, típica de todas las entradas selladas de los Túneles de Hielo, que estaba oculta debajo de la puertecilla, y oyó el suave siseo que hacía al sellarse. Sacó la llave de alquimia que llevaba colgada al cuello, bajo sus ropajes de aprendiz, y la presionó contra una hendidura circular que había en mitad de la trampilla. Luego bajó por la helada escalera de metal hasta las profundidades que se abrían debajo de la cabaña de Beetle y se acercó a él por la resbaladiza superficie del Túnel de Hielo.
El anillo de dragón de Septimus, que lucía en el dedo índice de la mano derecha, empezó a emitir un tenue fulgor amarillento. Pero fue la lámpara azul de Beetle la que captó el hermoso resplandor azul blanquecino del hielo que cubría el interior del túnel como un pastel glaseado y proyectó sus distorsionadas sombras en la bóveda helada del techo de altas arcadas.
—Daré un salto y sellaré la escotilla —dijo Beetle—. Y luego nos iremos.
—Ya está sellada —dijo Septimus.
—No, Sep. Tengo que usar el sello… ¿lo ves? —Beetle levantó un disco de cera, copia exacta de la llave de oro maciza de Septimus. A modo de respuesta, Septimus sacó su llave y la movió delante de Beetle con una sonrisa. Beetle sacudió la cabeza, asombrado—. ¡Hala!… no voy a preguntarte de dónde la has sacado, Sep.
—Me la dio Marcellus —dijo Septimus—. Así es como pudimos salir Jenna y yo.
—¡Ah! —exclamó Beetle, que tuvo la delicadeza de no mencionar a Nicko, que no había salido aún y estaba atrapado en otra época. Cuando se hablaba de Nicko Septimus se ponía fatal, y Beetle no quería que eso ocurriera. Beetle sacó un sencillo trineo de madera que colgaba de un gancho de la helada pared—. ¿Quieres subir?
Beetle sostuvo la cuerda del trineo mientras Septimus se montaba en él; luego ocupó su lugar delante y afianzó la lámpara para que hiciera de faro. Al recordar cómo conducía Beetle el trineo, Septimus se sujetó fuerte justo a tiempo. Antes de que le diera tiempo a respirar, el trineo había arrancado y tomaba la primera curva, una curva cerrada hacia la derecha, que se internaba en un corredor.
—¡UUUUUUAAAAAA! ¡Aaaaaay! —gritó Septimus.
Su grito se propagó en el aire helado y viajó durante kilómetros uniéndose a los muchos lamentos de fantasmas que vagaban en los vientos helados del túnel.
Después de dos años como encargado de la inspección, Beetle era un experto conductor de trineo, pero no estaba acostumbrado a los pasajeros. Tomaba las curvas encaramando medio trineo a las heladas paredes, doblaba las esquinas derrapando y, si tenía que detenerse, hacía lo que llamaba un «doble contragiro con derrapaje» y acababa mirando hacia la dirección por la que había venido. Al cabo de unos pocos minutos, Septimus estaba verde. Tuvo un breve respiro cuando el trineo subió lentamente una larga pendiente, pero mientras se acercaba tambaleante a la cima, Septimus se dio cuenta de que lo peor estaba por venir.
Delante de él, a la luz del faro azul de Beetle, veía un largo túnel blanco brillante que descendía hasta hundirse en la más profunda oscuridad, mientras que por encima de ellos el techo del túnel parecía arquearse hacia arriba como una cúpula cavernosa.
—¡Esta es mi parte favorita! —gritó Beetle por encima del hombro. ¡Sujétate fuerte!
Septimus ya se sujetaba tan fuerte que le parecía que los dedos se le habían quedado soldados al trineo. Respiró hondo y se preparó. El trineo traqueteó como si él también estuviera respirando hondo. Luego salió disparado repentinamente por el hielo a una velocidad de vértigo; hasta Septimus notó una extraña sensación, como si ya no hubiera suelo debajo de ellos. Bajó la mirada y se percató, para su horror, de que en realidad el suelo ya no estaba allí. Estaba más de medio metro por debajo de ellos. Estaban volando.
—¡Beeeeee… tleeeeee, para! —gritó Septimus, y el viento se llevaba su voz como una exhalación.
Beetle no se enteraba. Aquel era el mejor momento de la semana. Era algo que quería compartir con Septimus desde que había perfeccionado el salto de trineo. Ni se le había pasado por la imaginación que Septimus no pudiera sentir lo mismo que él.
Aterrizaron con sorprendente suavidad; pasaron zumbando por una extensión amplia y lisa y entraron disparados en un túnel tan exiguo que Septimus se vio obligado a dejar de agarrarse al trineo por miedo a que las paredes de hielo le arañasen los nudillos. El túnel serpenteaba y giraba sin cesar. Beetle redujo la velocidad para evitar que el trineo se bambolease en exceso, pero mientras saltaban lentamente entre dos grandes paredes de hielo, a Septimus empezó a atenazarle una horrible sensación de claustrofobia. Por fin, el túnel se abrió en una cámara circular con un techo alto. Beetle se detuvo de repente con toda tranquilidad.
—Ya hemos llegado —anunció en voz baja.
—¿Dónde? —preguntó Septimus mirando alrededor de la inmensa cámara. Le resultaba familiar pero aún no sabía por qué.
—Ya sabes —dijo Beetle en voz alta—. El lugar que Marcia nos dijo que comprobásemos.
—¿Marcia? —Septimus estaba perplejo.
—¿No te lo ha dicho? —preguntó Beetle.
—Marcia no me ha dicho nada —dijo Septimus, apesadumbrado.
Beetle bajó del trineo.
—Bueno, da lo mismo, tenemos que comprobar algo, Sep. Algo pasa aquí abajo. Ven.
Septimus se puso diligentemente de pie en el hielo y siguió a Beetle, que echó a andar, alumbrando con su brillante luz azul las lisas paredes de hielo de la cámara. De repente, Septimus reconoció dónde estaban.
—¡Es la Cámara de la Alquimia! —exclamó—. Yo… yo solía venir aquí todos los días. —Septimus parecía sentir nostalgia—. Marcellus me enseñó muchas cosas. Y no estaba todo el rato fastidiándome.
—Sí, bueno, también hacía un poco más de calor entonces —dijo Beetle—. ¡Ah, ya estamos! Mira, la han fundido y la han vuelto a congelar.
La luz azul de Beetle había resaltado la losa de hielo que recubría la vieja entrada a la cámara. A diferencia del resto del hielo, que tenía una capa de escarcha encima, aquel estaba transparente, con cientos de minúsculas burbujas atrapadas en su interior. A Septimus le recordó uno de los FizzFroot de Beetle, los de sabor a limón, que no le gustaban demasiado.
—Este hielo es nuevo —susurró Septimus.
Beetle se encogió de hombros.
—Lo sé, pero al menos lo han vuelto a congelar. Comprobaré el sello. —Beetle encajó la llave de cera en el disco metálico que estaba a un lado del hielo—. ¡Qué raro! ¡Rarísimo! La han resellado. Vamos, Sep, tenemos que comprobar una más, pero antes tengo que enseñarte algo.
Al cabo de cinco minutos, Beetle lanzaba su trineo a un doble contragiro con derrapaje y lo detenía con una lluvia de escarcha. Septimus se cayó, aterrizó en el hielo y se quedó mirando el techo azul blanquecino de un túnel.
—Vamos, Sep —dijo Beetle. Cogió las manos de Septimus y tiró de él para ayudarlo a ponerse en pie—. Lo descubrí la semana pasada. Pensé que habría un atajo que bajase a uno de los Estrechos y vi esto.
Señaló un trozo pequeño de cuerda púrpura que salía del hielo. Septimus se agachó para mirarla de cerca.
—Aquí abajo no tiene color —explicó Beetle—. Así que continúa durante más de un kilómetro y medio. Intenté excavar para sacarla, pero no pude; el hielo se la ha tragado. Una vez perdí mi bufanda de la suerte y la encontré al cabo de una semana, atrapada entre medio centímetro de hielo. Durante un tiempo la veía al pasar por allí, pero se fue hundiendo cada vez más hasta que un día ya no la vi. Así que es raro que aún podamos ver la cuerda. —Beetle arañó el hielo con su navaja y liberó un trocito más de cuerda para que sobresalieran claramente unos milímetros—. Bueno… venga.
—Venga ¿qué? —preguntó Septimus confuso.
—Coge la cuerda y tira de ella. Por mí no va a salir, pero me parece que por ti sí saldrá.
—¿Por qué iba a hacerlo por mí?
—Bueno, porque es tuyo.
—¿Qué es lo que es mío?
Beetle sonrió con un aire de misterio.
—Tienes que darle un tironcito y lo descubrirás, ¿no quieres hacerlo?
Septimus sacudió la cabeza con una sonrisa de asombro y luego, siguiéndole la corriente a Beetle, cogió la gastada cuerda y tiró de ella. No tenía mucho de donde agarrar, pero, para su sorpresa, un largo trozo de gruesa cuerda púrpura se liberó del hielo con la misma facilidad que si la hubiera estado sacando de la nieve recién caída.
—¡Ya sale! —gritó Beetle emocionado—. Sabía que lo haría. ¡Sigue tirando, Sep!
Septimus no necesitaba que lo animasen. Siguió tirando hasta que el hielo empezó a resquebrajarse y dos patines dorados salieron a la superficie. Asombrado, Septimus dio un fuerte tirón y de las profundidades del hielo surgió el trineo más bonito que había visto en su vida.
—¡El trineo de la Torre del Mago! —exclamó—. ¡Beetle, has encontrado el trineo de la Torre del Mago!
—Sí —dijo Beetle con la sonrisa más grande que Septimus había visto desde hacía tiempo—. ¡Qué bueno!, ¿verdad?
—¿Bueno? Es increíble. —Septimus sacudió el polvo de cristales de nieve del trineo y lo colocó en el hielo sobre los patines dorados. Se quedó esperando pacientemente en el hielo, alto, esbelto y delicado como un caballo de carreras, comparado con el asno que era el trineo de Beetle. La madera, delicadamente tallada con incrustaciones de lapislázuli, era casi cálida al tacto, y su pintura púrpura azul y dorada arrancaba destellos a la luz de la lámpara de Beetle. Colgado de la barra de oro que unía los dos patines curvos por la parte delantera, había un silbato de plata, atado con una cinta verde.
—No me extraña que lo perdieran —dijo Beetle—. Dejaron el silbato en el trineo. Eso es una tontería. Siempre debes llevarlo contigo, Sep. Toma. —Beetle desató el silbato y se lo dio a Septimus—. Acudirá hasta ti cada vez que silbes, y tú debes sentir que lo necesitas. Estos trineos tan nerviosos son famosos por sus escapadas. Apuesto lo que quieras a que ese pobre aprendiz se pasó un buen rato buscándolo. Debió de ser una pesadilla.
Septimus se metió el silbato en el bolsillo de la túnica.
—Gracias, Beetle —dijo—. ¡Sabes tantas cosas! Cosas que ni la propia Marcia sabe.
—Yo no estaría tan seguro, Sep. Marcia sabe más de lo que crees. Solo que no lo quiere decir, eso es todo —dijo Beetle.
—A mí seguro que no —respondió Septimus.
—Entonces —dijo Beetle, cambiando rápidamente de tema, consciente de que Marcia le había contado un montón de cosas aquella mañana—, ¿piensas subir o no? Te puedo enseñar a hacer un doble contragiro con derrapaje e incluso un triple contragiro, si quieres.
—Hum. Bueno, tal vez más tarde, cuando me haya acostumbrado a él. —Septimus se sentó con cuidado en su trineo, temeroso de que saliera disparado tal como hacía el trineo de Beetle. Pero el trineo aguardaba pacientemente debajo de él esperando instrucciones—. ¿Cómo funcionan estas cosas? —preguntó, cayendo en la cuenta de que nunca se había interesado por el modo en que Beetle le hacía subir y bajar las cuestas de hielo a su antojo.
—Piensa qué quieres que haga y él lo hace…, pero solo si eres la persona que debe conducirlo. Si intentases conducir el mío, sencillamente no te haría ni caso.
—Vale, entonces, lo probaré —dijo Septimus, y su cabeza pensó: «Despacio, ve despacio». Y así muy, pero que muy despacito, el trineo de la Torre del Mago se puso en marcha acompañado por la risa de Beetle.
—¿Qué le has dicho, Sep? —gritó detrás de él—: ¿«Ve a paso de tortuga»?
—Solo lo estoy probando —dijo Septimus un poco a la defensiva.
—Prueba lo rápido que puede ir —le sugirió Beetle—. Apuesto a que es sorprendente. Mucho más rápido que este viejo trasto. —Dio una patada cariñosa a su trineo.
—Bueno, tal vez más tarde —respondió Septimus.
—Vale, Sep —dijo Beetle subiéndose a su trineo—, pero Marcia nos pidió que comprobáramos una última cosa.
Septimus sonrió…, ¿qué importaba Marcia cuando él tenía un trineo tan bonito como aquel?
—De acuerdo, Beetle. Ahora puedo ayudarte con la inspección. Como en los viejos tiempos.
Beetle sonrió.
—Fantástico —dijo Beetle.