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Cuidador de dragones

—¡S eñor Pot! —gritó Marcia caminando a grandes zancadas por el césped de Palacio con su presa a la vista—. ¡Señor Pot!

Billy Pot no respondió; estaba empujando una gran carretilla de caca de dragón y no estaba de buen humor. Billy se había olvidado por completo de lo contento que había estado cuando Septimus le permitió empezar a recoger el estiércol de dragón de Escupefuego. Pero aquello había sido en los viejos y buenos tiempos en que tenía un empleo regular cortando el césped de Palacio con su artilugio. El artilugio de Billy funcionaba según principios orgánicos, lo cual significaba que contenía unas veinte lagartijas hambrientas en una caja a la que Billy había puesto ruedas y que empujaba muy despacio por la hierba, mientras las lagartijas se comían la hierba, o no.

Billy guardaba cientos de lagartijas en madrigueras para lagartijas junto al río y, cuando la población de lagartijas fue aumentando empezó a tener problemas para controlarlas. El estiércol de dragón había obrado milagros, al principio. Temerosas de que una lagartija monstruosa se hubiera mudado a su territorio, las lagartijas se volvieron más manejables.

Sin embargo, cuando pasó algún tiempo y el monstruo lagartija no se materializó, las lagartijas, que no eran estúpidas, se percataron de que allí ocurría algo. Y volvieron a ser tan incontrolables como siempre y, dado que se habían librado de un enorme rival, se volvieron arrogantes y se acostumbraron a mordisquear los tobillos de Billy. Billy estaba harto de las lagartijas.

La gota que colmó el vaso fue cuando, tras un largo día cortando el césped y varios cambios de lagartijas, el artilugio, que nunca fue el mismo desde que lo pisoteara el caballo de Simon Heap, acabó por caerse en pedazos. Sarah Heap aprovechó la oportunidad. Asqueada de las grandes montañas de caca de dragón que se amontonaban en los jardines del Palacio, Sarah envió a Silas al Puerto con instrucciones estrictas de volver con una cortadora de césped de último modelo. Silas fue inusualmente eficaz y regresó en la barcaza del Puerto con una máquina impresionante.

Billy la odiaba. Tenía horribles cuchillas afiladas en lugar de lagartijas y había que arrastrarla con un caballo. Billy era una persona de reptiles; no le gustaban los caballos.

Pero el estiércol de dragón seguía llegando.

Sarah Heap, que por fin se estaba acostumbrando a decirle a la gente lo que tenía que hacer, le dio a Billy un gran campo junto a los jardines de Palacio y le dijo que tirara la caca del dragón al campo y plantase hortalizas. A Billy aquello no le gustaba. Tampoco le gustaban las hortalizas.

Ahora Billy Pot se había propuesto no hablar con nadie que pareciera que pudiera acarrearle problemas, y los gritos de la maga extraordinaria activaban todas las alarmas antiproblemas de Billy Pero Marcia no era de las que desistían con facilidad. Persiguió a Billy, que la vio venir e intentó acelerar, aunque no lo conseguía del todo porque se lo impedía la pesada carretilla.

—¡Señor Pot!

Marcia saltó delante de la carretilla, metió el tacón del puntiagudo zapato de pitón púrpura en una vieja madriguera de conejo y se cayó. Billy miró por encima de la montaña de caca de dragón para descubrir que la maga extraordinaria había desaparecido, lo cual le pareció estupendo.

Solo cuando Marcia se puso en pie tambaleándose, sosteniendo en la mano el tacón arrancado de uno de sus zapatos de pitón, con el cabello alborotado y un destello de extraordinaria irritación en sus ojos verdes, Billy creyó prudente dejar la carretilla.

Miró por encima de la montaña.

—¿Qué?

—Señor Pot… ¡Ay!… Tengo un trabajo para usted —dijo Marcia.

—Mire, doña extraordinaria, ya he recogido el último montón, y no dispongo de más espacio hasta finales de la semana que viene, ¿lo entiende?

—¡Oh! —Marcia estaba un poco sorprendida. Después de doce años de maga extraordinaria, estaba acostumbrada a que le demostrasen un poco más de respeto.

—Ahora tengo que seguir —refunfuñó Billy. Levantó los mangos de la carretilla y partió hacia el huerto a paso lento.

Cojeando a toda velocidad, Marcia volvió a detener la carretilla.

—Señor Pot —dijo con mucha insistencia.

Billy suspiró y soltó los mangos de la carretilla.

—¿Qué? —preguntó.

—Como le he dicho, tengo un trabajo para usted. Hay un puesto libre: el de cuidador de dragones. Creo que usted estaría sumamente bien cualificado.

—¿Qué quiere decir exactamente con «cuidador de dragones»? —preguntó Billy con desconfianza.

—He escrito una descripción del trabajo —dijo Marcia, dándole a Billy una escueta hoja de papel.

Billy la cogió, vacilante, y se quedó mirándola. A Billy tampoco le gustaba demasiado el papel, sobre todo esos trozos raros de papel grueso con escritura encima. En realidad, era la escritura lo que no le gustaba a Billy; no tenía ni idea de por dónde empezar con la escritura.

—Al revés —dijo Marcia.

—¡Ah! —Aturullado, pues una vez más un papel lo superaba, Billy le dio la vuelta a la hoja—. Léalo usted. No tengo aquí las gafas —murmuró. Le devolvió el papel a Marcia, que lo cogió con cuidado entre el pulgar y el índice, intentando evitar las huellas espesas y mugrientas que ahora cubrían los bordes.

—«Descripción del empleo de cuidador de dragones —empezó a leer Marcia—. Número uno: El dragón vivirá fuera, es decir, en la residencia y/o lugar de trabajo del cuidador de dragones».

—¿Qué? —Billy frunció el ceño, perplejo.

—Escupefuego vivirá aquí —dijo Marcia.

—¿Aquí?

—Sí, aquí. El campo de hortalizas será ideal.

—¿Y qué pasará con las verduras? —preguntó Billy descubriendo un nuevo interés por las hortalizas.

—No tiene manías; comerá cualquier cosa.

—Eso es lo que me preocupa —murmuró Billy.

—«Número dos: el cuidador de dragones será el responsable absoluto del dragón cuando esté a su cuidado. Número tres: el aprendiz podrá visitar al dragón solo una tarde sí y otra no y los fines de semana, y se le permite una hora y media de vuelo solo en esas ocasiones. Número cuatro: sueldo a convenir», pero yo sugiero el doble de lo que le paga actualmente el Palacio.

—¿El doble? —exclamó Billy, impresionado.

—Muy bien, el triple entonces, pero esta es mi última oferta. ¿Acepta el empleo o no?

—¡Sí! Esto… sí, extraordinaria. Será un honor.

—Mi aprendiz le traerá el dragón más tarde. Los constructores llegarán esta mañana.

—¿Constructores?

—Para construir la dragonera. ¡Qué pase un buen día, señor Pot! Le enviaré un contrato para que lo firme.

—¡Ah, muy bien! Hum, buenos días, maga extraordinaria.

Mientras Marcia se marchaba cojeando, Billy Pot se sentó en la orilla del río y se rascó la cabeza con asombro. De inmediato deseó no haberlo hecho; cuesta mucho quitarse la caca de dragón del pelo.