Perón al poder
Las elecciones argentinas constituyen la mayor derrota diplomática que ha sufrido Estados Unidos en los últimos tiempos, y le ha sido infligida por los electores argentinos.
South American Journal, 13 de abril de 1946
Mientras el matrimonio Perón disfrutaba de su luna de miel, los oficiales de confianza del coronel concretaron una verdadera purga en las tres Fuerzas Armadas. Destinaron a tareas burocráticas y sin mando de tropas a los jefes uniformados que se habían demostrado enemigos del exvicepresidente[231].
Con el panorama despejado, Perón y Evita regresaron a Buenos Aires y se instalaron en la casa de la calle Teodoro García 2106 en Belgrano, que tanto orgullo le daba a la ahora «señora de Perón». La había comprado con su trabajo y la podían disfrutar juntos, aunque ninguno de los dos disimulaba las ganas de mudarse a una casa más amplia: el Palacio Unzué, la residencia presidencial de la avenida Alvear[232] y Austria.
Pero para eso había que trabajar mucho.
En la línea de partida
Por aquellos días primaverales de 1945 eran intensas las reuniones entre Perón y dos hombres clave: el empresario Miguel Miranda y el estadígrafo y estrecho colaborador del coronel en la Secretaría, el catalán José Figuerola. Eran el tipo de hombres que le agradaban, de los que no le molestaba aprender. Lo impresionaba particularmente el pragmatismo de Miranda, un empresario de la hojalata que se había hecho a sí mismo empezando como empleado. Años después, durante su exilio, a Perón le gustaba contar anécdotas sobre «Don Miguel». Recordaba que, con orgullo, le presentó a los equipos técnicos de gobierno que lo ayudaban a preparar sus planes antes de asumir. Tras conversar un rato con ellos y analizar sus propuestas, Miranda le regaló a Perón uno de esos comentarios que lo fascinaban: «Éstos no son técnicos, ni son nada. ¿Usted cree que si supieran algo de economía se contentarían con un sueldo? ¡Serían multimillonarios! Éstos han estudiado un poco de Economía, se les ha embarullado en la cabeza y ahora no les sirve para nada.» Y frente a una pregunta de Perón, acerca de dónde sacarían el dinero para financiar todos los proyectos que le proponía, espetó: «Los negocios, sólo los tontos los hacen con dinero propio. Los buenos negocios se hacen con dinero ajeno o sin dinero». Era uno de esos dichos al estilo Vizcacha[233]; que podían usarse en más de un sentido.
También admiraba Perón la memoria y la capacidad de Figuerola. Recordaba, por ejemplo, una extensa charla que comenzó como tantas otras con generalidades y en la que el coronel aprendería a cuidar sus palabras con aquel técnico de las estadísticas. Le había dicho al pasar que necesitaba saber lo más certeramente posible el estado ocupacional y sanitario de la población. A las pocas horas, Figuerola lo llenó de carpetas donde se detallaban incluso los déficit vitamínicos por edades y regiones de la Argentina, no sin aclararle que esas cifras eran poco confiables y que sugería realizar unas 15.000 encuestas para tener un panorama medianamente valedero[234].
Estos dos hombres, que no venían de «la política», serían fundamentales en la elaboración del primer plan sistemático de gobierno de Perón, que pasaría a la historia como Plan Quinquenal.
Entre laboristas y renovadores
Nadie dudaba de la popularidad de Perón entre los trabajadores y los sectores más postergados de todo el país. Pero era evidente que ese apoyo era políticamente inorgánico. Se hacía imprescindible construir una fuerza propia para enfrentar al enorme aparato partidario y los fenomenales recursos económicos que los dueños de la Argentina pondrían a disposición de la fórmula opositora al «coronel de los trabajadores».
El primer paso se dio el 24 de octubre de 1945, cuando unos 50 sindicatos que habían apoyado decididamente a Perón fundaron el Partido Laborista (PL), inspirado en su homónimo inglés que por aquellos años gobernaba Gran Bretaña[235]. La conducción del PL quedó constituida con el dirigente telefónico Luis Gay como presidente y Cipriano Reyes como vice. En uno de los primeros comunicados públicos, el partido dio a conocer su apoyo a la candidatura de Perón y esbozó un programa de gobierno que incluía la economía planificada, el voto femenino, el pleno empleo, la reforma agraria, la distribución equitativa de la riqueza, el fomento activo a la industrialización, la nacionalización de los servicios públicos y las riquezas naturales[236]. La pretensión era clara: apoyar al Coronel pero, al mismo tiempo, como gremios «autónomos», intentar marcarle la cancha. Este recurso se demostraría bastante ineficaz desde los inicios y a lo largo de toda la historia de las relaciones entre los distintos sectores del movimiento y el líder, particularmente cuando esas pretensiones venían desde los sectores de lo que podría definirse como «izquierda».
Perón buscó desmarcarse y no quedar pegado a un discurso y una plataforma obrerista, que decía en su declaración de principios:
En ningún caso se aceptará el ingreso como afiliado al Partido Laborista de personas de ideas reaccionarias o totalitarias, ni de integrantes de la oligarquía[237].
Conociendo la potencialidad del apoyo sindical, pero también comprendiendo que era insuficiente, porque la mayoría de los cuadros del nuevo partido eran dirigentes gremiales sin experiencia en la política partidaria, Perón decidió entregarle el segundo término de la fórmula presidencial al viejo militante radical y exministro del Interior de Farrell, Hortensio Quijano. Su agrupación, la UCR (Junta Renovadora), logró el reconocimiento de la justicia el 7 de diciembre y recibió el apoyo de la mayoría de los militantes de FORJA, que decidieron disolver la agrupación para sumarse a la campaña a favor del Coronel.
«No nos une el amor sino el espanto»
Prácticamente toda la oposición partidaria, desde la izquierda, representada por el PC y el PS, a la derecha expresada por el Partido Conservador, pasando por el centro ocupado por radicales y demócratas progresistas, se nucleó en una alianza, que se formalizó el 8 de diciembre bajo el nombre de Unión Democrática (UD)[238]. Comenzaba la campaña electoral para los comicios del 24 de febrero de 1946, bajo el lema «por la libertad, contra el nazismo», en el marco de un multitudinario acto en Plaza Congreso. La elección de la fórmula presidencial, en la que los afiliados de los diferentes partidos habían tenido el mismo nulo protagonismo que en la elección de la fórmula de Perón, demostraba el convencimiento de que para ellos el Coronel era «invotable» y que no importaba quién encabezara el binomio. Fueron designados José Tamborini (médico, exsenador, ministro de Alvear y candidato a presidente en 1937) y su correligionario radical y exgobernador de Santa Fe en tiempos de la represión de las huelgas del quebracho en La Forestal, Enrique Mosca.
Esta displicencia a la hora de elegir la fórmula era la expresión de un pensamiento peligrosamente optimista, que se basaba en la lectura política que los opositores hacían de Perón. Los hombres de la UD sostenían que el Coronel era producto de un gobierno de facto, que su obra sindical y social era fruto de la coerción y que, en cuanto el pueblo pudiera expresarse libremente, se demostraría que carecía de real consenso popular.
Algunas acciones de sectores afines al candidato oficialista no ayudaban mucho para ensayar un pensamiento lateral. En la proclamación de la fórmula de la UD, la multitud sufrió los ataques de provocadores de la Alianza Libertadora Nacionalista, al grito de «Viva Rosas, mueran los judíos» y «Viva Perón», que causaron cuatro muertos (dos radicales, un socialista y un comunista) y más de treinta heridos. Esto aumentaba la convicción opositora de que estaban por la senda correcta, dejando de lado aspectos muy importantes de aquella coyuntura tan particular y decisiva para el futuro del país.
Perón tuvo que salir a despegarse de los hechos, calificando a los militantes nacionalistas de «sujetos irresponsables» que no contaban con su beneplácito.
Una ayudita para mis amigos
El presidente Farrell, de acuerdo con lo conversado en la agitada tarde del 17 de octubre, comenzó a jugar activamente a favor de la candidatura del Coronel. Dio vía libre al estrecho colaborador político de Perón y su heredero en la Secretaría de Trabajo y Previsión, el coronel Mercante, para reactivar el último decreto que su antecesor había dejado firmado antes de su forzada renuncia en octubre y que ahora llevaría el número 33.302. Instauraba el salario mínimo ajustable según el costo de vida y el sueldo anual complementario, más conocido como aguinaldo. El decreto fue firmado por Farrell el 20 de diciembre y establecía que las mejoras debían hacerse efectivas al finalizar el mes en curso.
Las medidas le complicaron la vida a la oposición, particularmente al ala izquierda de la Unión Democrática que demoró unos días en reaccionar para medir sus palabras y no volver a quedar ante los trabajadores como propatronal. Los que no tuvieron ninguna duda en oponerse fueron los dos mil empresarios asistentes a la asamblea convocada en la Bolsa de Comercio el 27 de diciembre. Allí, las «fuerzas vivas» decidieron lanzar un lock out patronal, negarse a pagar el aguinaldo, aconsejar la misma medida a los empleadores grandes, medianos y pequeños de todo el país y denunciar el decreto por «anticonstitucional».
Los dirigentes sindicales afines a Perón tampoco tuvieron ninguna duda a la hora de defender la medida oficial. Tras el cierre de fábricas y comercios por varios días, al retomarse las tareas por motivos tan racionalmente capitalistas como que no podían seguir perdiendo ingresos, las patronales debieron, a regañadientes, negociar con los sindicatos respectivos la aceptación de las medidas de clara inspiración peronista. El Coronel había ganado otra batalla.
Enero caliente
Enero generalmente es un mes tranquilo en Buenos Aires. El intenso calor desalienta las acciones políticas y conspirativas. Antes de 1946, sólo se recordaban algunos pocos eneros activos, como el de 1905, por la revolución radical contra el fraude, el de 1912, por los debates de la Ley Sáenz Peña y el de 1919, por la sangrienta Semana Trágica.
A ellos había que sumarle ahora el de 1946, que pasaría a integrar la escueta lista de los eneros agitados. Mientras tanto, el mundo se conmovía con la cotidiana publicación de las sesiones del juicio de Nüremberg, que arrojaba cada día más luz sobre los horrores del nazismo. Como contrapartida vital, comenzaba a sonar La vie en rose que la incomparable Edith Piaf grabaría por aquellos días en un estudio de París.
El mes político argentino quedaba inaugurado, luego de los tradicionales brindis de año nuevo y las resacas correspondientes, con un bautismo: el jueves 3, el vespertino La Época, uno de los pocos medios de prensa que apoyaba al Coronel, titulaba: «El movimiento nacional en marcha ha sido bautizado por el pueblo: Peronismo».
Comenzaba la campaña electoral en la que había que poner en juego todos los recursos. De un lado, a falta de carisma, contaban con millones de personas, el apoyo de prácticamente toda la prensa, todos los partidos políticos, la embajada norteamericana, la mayoría de la intelectualidad, la Sociedad Rural, la Unión Industrial, la Bolsa de Comercio y la banca privada. Del otro, mucho carisma, pocos recursos y el para nada desdeñable apoyo de los sindicatos autónomos, la mayoría de los cuadros superiores, medios y bajos del Ejército, importantes sectores eclesiásticos, unos pocos empresarios y millones de trabajadores.
Amistades peligrosas
Ambos frentes eran heterogéneos. En uno parecía imposible conciliar el apoyo simultáneo del PC y de la embajada norteamericana y se vislumbraba, como dijimos, la dificultad de llevar adelante una obra de gobierno que no beneficiase a un sector de la Unión Democrática afectando a otro.
Del lado del peronismo, si bien la cosa parecía un poco más coherente, el frente conformado esencialmente por trabajadores, Iglesia y Ejército no estaba exento de contradicciones difíciles de superar y que aparecerían tarde o temprano, en un país con una Iglesia tan conservadora y constituida históricamente en ideóloga y reserva moral de las Fuerzas Armadas y los factores de poder. Más allá del lugar destacado que el peronismo le dio a la corporación eclesiástica en su modelo de Estado, en la práctica cotidiana se hizo difícil mantener la preeminencia de la ideología católica reaccionaria como rectora de la política estatal. Llegará un momento en el que a Perón le resultará imposible combinar las exigencias de la corporación espiritual con las justas aspiraciones terrestres de los sectores populares. Por convicción o por necesidades electorales, el gobierno se verá llevado a adoptar medidas políticas, económicas y culturales alejadas de las máximas históricas de la jerarquía católica argentina, que incluían la sumisión incondicional al patrón, la negación de la igualdad legal entre los hijos matrimoniales y los «bastardos», la oposición a la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer y la tradicional desconfianza que le despertaban la organización y la movilización obrera.
Muchos de estos puntos de vista eran compartidos por los sectores militares más conservadores. Coincidían con los obispos en ver a Perón en todo caso como el mal menor, el hombre que garantizaba que la bandera roja no flameara en la Plaza de Mayo y el único capaz de vencer a los ateos de la Unión Democrática.
Bienvenidos al tren
La campaña electoral de Perón fue breve pero muy intensa. Primero visitó junto a Evita la mayoría de las capitales de provincias, no las de los territorios nacionales, en los que sus más de un millón de habitantes aún no tenían derecho al voto[239]. La pareja recorrió el país a bordo de un tren a cuya locomotora llamaron «La Descamisada». Era la primera vez que la esposa de un candidato lo acompañaba en sus giras por el interior. El tren peronista estuvo a punto de volar por el aire el 27 de enero. No fue así gracias a la intervención del obrero ferroviario Ramón Baigorria, quien pudo retirar de las vías, justo a tiempo, un paquete con más de 500 cartuchos de gelinita destinados a Perón y su esposa.
El diario La Prensa daba rienda suelta a su clasismo visceral en la crónica dedicada al retorno del tren peronista y el público que fue a recibirlo. El cronista se horrorizaba por la falta de «cultura» de aquellos descamisados que no conocían la estación Retiro y exclamaban: «¡Mira cuánta pared!»; pero el «colmo» era que, ante el agobiante calor,
Hicieron funcionar los ventiladores y «para estar cómodos» muchos se sacaron los sacos y aun los pantalones. Varios llegaron al extremo de quitarse toda la ropa e imitar bailes populares de origen exótico. Todos estos actos fueron recibidos con aplausos. En los pequeños intervalos que se producían, otros se dedicaban a pronunciar discursos, cuyos conceptos no es posible transcribir[240].
Por su parte, la fórmula opositora recorrió el país en el llamado «Tren de la Libertad», convencida que el triunfo sobre el «candidato imposible», como llamaban a Perón, estaba muy cerca. El tren sufrió en su recorrido numerosos ataques y algún que otro descarrilamiento, para nada accidental. A su regreso a la estación de Once, los candidatos fueron recibidos por una imponente muchedumbre y se produjo un hecho gravísimo: un sector de la manifestación fue atacado a balazos, quedando sobre el andén tres militantes muertos y seis heridos.
Aprestos bélicos
Mientras tanto, y por las dudas, otros integrantes de la Unión Democrática preparaban acciones militares contra Perón y sus aliados. Un memorándum del Departamento de Estado, procedente de Uruguay, informaba sobre un «Movimiento Argentino de Resistencia». La rama civil de su comité central incluía a Tamborini y otros representantes de partidos políticos de la UD. El comité militar estaba integrado por tres generales. Los brasileños los abastecerían de armas —rifles, ametralladoras, granadas, revólveres— que permanecerían en depósito en el sur del Brasil. Una flota de yates estaba alerta, lista para transportar estas armas a la Argentina. El levantamiento se produciría antes de las elecciones. El 21 de enero, Cabot, el encargado de negocios estadounidense, informaba al secretario de Estado Byrnes en un cable ultrasecreto que la «revolución» empezaría el 22 o el 29 de enero[241]. Cuatro días más tarde, le aseguraba que «la posibilidad de [un] temprano movimiento revolucionario parece ir aumentando constantemente»[242].
El historiador Joseph Page concluye que estos aprestos militares no pasaron de eso por las propias desinteligencias en las filas de la oposición y que Perón estaba perfectamente al tanto de los preparativos, como lo señaló en una entrevista al New York Times del 31 de enero.
Libros para colorear
A nuestros grandes escritores, Lugones, Borges, Arlt, no se les había ocurrido nombrar a sus obras por el color de su tapa. Lo más cerca quizás fue el maravilloso Cuaderno San Martín de Borges.
Era muy popular sí el Álbum de oro de Patoruzú[243], que los chicos esperaban ansiosos cada diciembre. Más o menos en esa línea, y con la misma seriedad, a un «autor» norteamericano se le ocurrió bautizar a su obra como Blue Book on Argentina que pasaría a la historia —no precisamente por su calidad literaria— como el Libro Azul. Era nada menos que Braden, quien desde su puesto de secretario adjunto de Asuntos Latinoamericanos del Departamento de Estado en Washington y con el absoluto beneplácito oficial de su gobierno, nos deleitaba en plena campaña electoral con una aguda denuncia sobre la colaboración de Perón con los nazis. El informe Braden se titulaba oficialmente Consulta entre las repúblicas americanas respecto de la situación argentina y afirmaba que miembros del gobierno militar argentino habían sido espías del Eje y seguían colaborando con la causa nazi con el objetivo de convertir al país en un Estado nazi-fascista.
El libro de Braden brindaba una muy original interpretación de la jornada del 17 de octubre:
El ejemplo más espectacular de los métodos de fuerza (empleados por la Secretaría de Trabajo y Previsión) se produjo el 17 de octubre de 1945 cuando la Confederación General del Trabajo, con ayuda de la policía, impuso en toda la Nación la huelga de apoyo a Perón. Los trabajadores se hallaron aterrorizados y se cerraron los negocios por la intimidación a mano armada. Las fábricas fueron asaltadas mientras la policía protegía a los manifestantes. Los testimonios sobre este asunto son abrumadores[244].
Todo esto se daba en el contexto de la llamada pomposamente «doctrina Rodríguez Larreta», en honor a su autor, el canciller uruguayo que proponía que allí donde se violaran los derechos humanos, las repúblicas americanas deberían intervenir incluso por las armas. Claro que la «doctrina», impulsada fervorosamente por Braden y el Departamento de Estado, no se aplicaba a regímenes salvajemente dictatoriales y probadamente asesinos como el de Somoza[245] en Nicaragua o al de Trujillo en Dominicana, porque eran violadores de los derechos humanos amigos, tan amigos que se habían perfeccionado en violarlos bajo la atenta supervisión de los Estados Unidos.
La campaña había comenzado el 15 de enero, cuando la National Broadcasting Company (NBC) organizó una audición radial sobre la política «panamericana» para ser difundida en toda América Latina. En ella participaron parlamentarios norteamericanos y el secretario adjunto, Mr. Braden, quien señaló:
Cuando el secretario de Estado, Mr. Byrnes, prestó al mensaje del canciller uruguayo su más decidida aprobación, estableció con toda claridad que la «violación de los derechos elementales del hombre» por un gobierno de fuerza y el no cumplimiento de sus obligaciones por el mismo gobierno es problema de preocupación común para todas las repúblicas. Como tal se justifica una acción colectiva, multilateral, después de consultas formales entre las repúblicas, de acuerdo con los procedimientos establecidos. Estamos convencidos de que la propuesta uruguaya es atinada y, además, en pleno acuerdo con el desarrollo del sistema panamericano[246].
El Libro Azul concluía con una graciosa declaración de humildad y una invocación a las repúblicas americanas, poniéndolas en un muy poco creíble pie de igualdad con Washington, en la búsqueda de compartir responsabilidades ante una posible acción militar contra la Argentina:
El gobierno de Estados Unidos espera recibir de los gobiernos de las demás repúblicas americanas sus opiniones basadas en estas premisas.
Los diarios más influyentes de la Capital, Crítica, La Nación y La Prensa, reprodujeron en sucesivas ediciones la versión completa del Libro Azul. La oposición cometió el error táctico de tomarlo como uno de sus caballitos de batalla. Así le facilitó las cosas a Perón, quien contraatacó en el acto de proclamación de la fórmula presidencial:
He dicho que el contubernio oligárquico-comunista no quiere elecciones; he dicho y lo repito, que el contubernio trae armas de contrabando. Rechazo que en mis declaraciones exista imputación alguna de contrabando a la embajada de Estados Unidos. Reitero, en cambio, con toda energía, que esa representación diplomática, o más exactamente el señor Braden, se halla complicado en el contubernio. Y más aun denuncio al pueblo de mi Patria que el señor Spruille Braden es el inspirador, creador, organizador y jefe verdadero de la Unión Democrática. […] sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con este acto entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendente es ésta: ¡Braden o Perón[247]!
Perón le siguió contestando a Braden, ahora por escrito, desde el Libro Azul y Blanco. Allí aclaraba:
Cualquiera que lea con cuidado el Libro Azul podrá advertir: 1.°) que la mayor parte de sus denuncias se refieren a la época en que gobernaba el país el Dr. Castillo, último representante de la oligarquía fraudulenta; 2.°) que las personalidades civiles mencionadas pertenecían al elenco que rodeaba al Dr. Castillo, y 3.°) que, en resumen, dichas denuncias sólo probarían que algunos allegados al Dr. Castillo tenían simpatías por el Eje y que el Gobierno argentino, antes de romper relaciones con Alemania, mantenía con ella, como es obvio, relaciones amistosas y de comercio, tan legítimas como las que mantuvieron los EE. UU. con el Japón hasta el ataque a Pearl Harbour, cuando ya hacía tiempo que ese país estaba en guerra con sus aliados de hecho[248].
El Foreign Office británico concluyó, a su vez, sobre el librito de Braden y el Departamento de Estado:
El documento no hace intento alguno, naturalmente, por presentar un cuadro balanceado, y omite la mención de hecho tan importante como que, a pesar de los criminales flirteos de varios argentinos prominentes con los alemanes, nunca se pusieron obstáculos a la corriente hacia Europa de productos argentinos esenciales para el esfuerzo de guerra; que ningún acto de sabotaje contra los frigoríficos o contra el puerto fue perpetrado jamás; y que no hay ninguna prueba decisiva que demuestre que alguna información enviada por agentes alemanes desde la Argentina haya conducido al hundimiento de un solo buque aliado. Tampoco menciona el documento que el gabinete original de Ramírez, en junio de 1943, estaba dividido en partes iguales entre los moderados y los extremistas, y que los moderados fueron eliminados como resultado de torpes políticas norteamericanas adoptadas sin consultarnos. Ni se menciona que el gobierno de Ramírez intentó obtener armas de Estados Unidos antes de solicitarlas a Alemania y ni siquiera le fue permitido enviar una misión militar a Washington; ni se admite que, en general, los argentinos estaban movidos por el deseo de proteger lo que ellos estiman aunque equivocadamente, sus propios intereses, y no los de Alemania. Finalmente, no se menciona el hecho de que la Argentina tiene un récord mucho mejor que la mayoría de los países americanos con respecto al control de intereses y ciudadanos alemanes sin excluir el notoriamente proaliado y prodemocrático Uruguay ni el igualmente «prodemocrático» Chile, el cual nunca le declaró la guerra a Alemania ni realizó intento alguno de encarcelar a japoneses y alemanes peligrosos, lo cual tuvo como consecuencia la perpetración de dañosos actos de sabotaje[249].
Vox Dei
La jerarquía católica argentina emitió un documento en relación a las próximas elecciones, donde les dejaba muy claro a sus feligreses que no debían votar por candidatos que incluyeran el divorcio y la separación de la Iglesia y el Estado en su plataforma electoral y que no ratificaran la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas estatales, establecida por el gobierno en curso. Decían los obispos en aquella Pastoral:
Apenas precisa recordar que, según las enseñanzas de la Iglesia no está prohibido preferir con moderación, las formas populares de gobierno, sin perjuicio, empero, de la enseñanza católica sobre el origen y uso de la autoridad. [La Iglesia] no desaprueba ninguna de las formas de gobierno, siempre que éstas sean conducentes al bien común de los ciudadanos. […] Cuando todos los candidatos o listas que se presenten sean inaceptables desde el punto de vista católico, se ha de votar por los menos inaceptables, de cuya actuación se puedan temer menores perjuicios para la religión y para la patria. […] Ningún católico puede afiliarse a partidos o votar a candidatos que inscriban en sus programas los principios siguientes:
Era otro asunto caliente para la izquierda, lógicamente atea, de la Unión Democrática que se preparaba a tragarse otro sapo, esta vez eclesiástico.
Mientras la UD debatía si le importaba o no el voto católico, Perón, que sabía que su electorado lo era mayoritariamente, se apuró a ratificar la religiosidad de la enseñanza y negó toda posibilidad de separar la Iglesia del Estado o de sancionar la ley de divorcio, al declarar: «Estamos más cerca de Dios que nuestros opositores».
La derrota de Braden
El 22 de febrero terminaba la campaña electoral. Tamborini dijo desde el estrado, en su idioma de clase media:
Cerraremos definitivamente el paso a las hordas que agravian la cultura convertidos en agentes de una dictadura imposible. […] A la clase trabajadora le profeso tanto respeto que me avergonzaría de mí mismo si me acercara a ella para adularla en un plan de conquista o de soborno[251].
Entre tanto, en su acto de cierre, en el que la multitud coreaba «Sube la papa, sube el carbón y el 24 sube Perón», el Coronel no hablaba de respeto y elegía dirigirse a los trabajadores como uno de ellos, en un lenguaje directo y práctico:
Todos deben ir a votar. Rompan, si es preciso, cerraduras y candados, salten tranqueras. No tomen bebidas alcohólicas de ninguna clase. Si el patrón los lleva a votar, acepten y luego hagan su voluntad en el cuarto oscuro. […] Si por un designio fatal del destino triunfaran las fuerzas regresivas de la oposición, organizadas, alentadas y dirigidas por Spruille Braden, será una realidad terrible para los trabajadores argentinos la situación de angustia, miseria y oprobio que el mencionado exembajador pretendió imponer sin éxito al pueblo cubano. Pasado mañana se juega el porvenir de los trabajadores de la Patria: se vota por Braden o Perón[252].
En los últimos minutos de la campaña, Perón hizo declaraciones a un diario brasileño: «Le agradezco a Braden los votos que me ha cedido. Si llego a obtener las dos terceras partes del electorado, un tercio se lo deberé a la propaganda que me ha hecho Braden»[253].
El embajador inglés Kelly coincidía con el análisis de Perón:
El odio histérico de los ricos […] y la mal aconsejada campaña del embajador Braden fortalecieron de tal manera su dominio sobre las masas que pudo prescindir de cualquier otra clase de apoyo. Aún cuando su carta de triunfo más fuerte era su propia popularidad con las masas, sacó inmensa ventaja del hecho de poder empapelar las paredes con carteles murales cuyo slogan era «Braden o Perón», haciendo reaccionar de esta manera la desconfianza profundamente arraigada de los argentinos hacia los norteamericanos[254].
El 24 de febrero hacía un calor terrible en Buenos Aires; era una jornada «bochornosa» como les gustaba decir a los speakers de las radios y escribir a los redactores de los diarios. Pero lo sería en más de un sentido para la oposición que descontaba su triunfo. El escrutinio sería lento, dando márgenes de error y tiempo para declaraciones de las que no se vuelve, como la del candidato a presidente de la Unión Democrática, José Tamborini:
La intervención de la Armada, el Ejército y la Aviación en el desarrollo de los comicios ha determinado, indiscutiblemente, la corrección de estas elecciones. Señalo con viva complacencia la simpatía con que los ciudadanos han acogido ese resguardo[255].
Por su parte, Alfredo Palacios declaró:
Sobre el resultado, nadie debe tener dudas; ha sido un triunfo rotundo, aplastante, de la democracia. Resultaría absurdo pensar aún en la victoria del candidato del continuismo[256].
El vespertino Crítica tituló sin titubear: «Anticípase un aplastante triunfo de la democracia. En todo el territorio nacional se impuso la fórmula de la libertad»[257].
La oposición en su conjunto coincidió en que los comicios podían calificarse como los más limpios e intachables de la historia.
Finalmente, el 8 de abril se difundieron los resultados oficiales: había votado el 88% del padrón; Perón había triunfado contra todos los pronósticos y con todos los medios de comunicación en contra. Su fórmula había obtenido 1.527.231 votos y los candidatos Tamborini-Mosca, 1.207.155. La diferencia no era muy grande en términos numéricos, sólo 280.806 sufragios, pero siguiendo los postulados de la vigente Ley Sáenz Peña, Perón obtuvo 304 votos en el Colegio Electoral, y la UD sólo 72[258].
La fórmula peronista había obtenido todas las gobernaciones menos la de Corrientes, casi todas las bancas del Senado, excepto las dos de esa provincia mesopotámica[259], y 109 diputados. En el bloque peronista se destacarán John William Cooke, Raúl Bustos Fierro, Eduardo Colom. La oposición obtuvo 49 diputados. De ellos, 44 pertenecían al radicalismo y pasarán a la historia como el «bloque de los 44»; entre ellos se destacarían Arturo Frondizi[260], Ricardo Balbín[261] y Ernesto Sanmartino.
Disparen sobre Braden
Al conocerse los resultados, la prensa norteamericana reaccionó furibundamente contra el otrora noble y valiente embajador Braden. Su excesivo protagonismo lo había convertido en el padre de la derrota. La influyente revista Life, en una extensa nota sobre las elecciones argentinas, decía, entre otras cosas:
La Argentina siempre ha sido nuestro rival por el liderazgo en América Latina. […] Braden parece haberse equivocado hacia Perón en por lo menos dos aspectos. Uno de ellos es que Perón se ha apartado bruscamente de la norma fascista al celebrar elecciones limpias y libres fuera de toda cuestión. El otro aspecto es que Perón es mucho más apreciado en la Argentina que lo que Braden o la prensa de los EE. UU. estaban dispuestos a admitir en el otoño pasado. Sus reformas económicas, no muy distintas de las de la primera época del «New Deal», le aseguraron una enorme masa adicta rural y urbana[262].
En el Senado norteamericano no le iría mejor al locuaz embajador. El senador Kenneth Wherry pidió la formación de una comisión para realizar
una investigación completa en torno a la intervención de algunos funcionarios del Departamento de Estado en las repúblicas latinoamericanas, especialmente en la política interna de las mismas, así como toda acción de los citados funcionarios que haya tendido a destruir o militar en contra de la política del Buen Vecino en el hemisferio occidental. […] Es hora de que la política peligrosa de los señores Acheson y Braden termine. La política bradenista de la intervención por el insulto, ha sido contra la nación más rica y poderosa de Sudamérica: la Argentina. No soy abogado de ese país. Cualquier excusa que haya habido para seguir una política determinada con la Argentina en la guerra no tiene validez ahora.
El senador Wherry terminaba su discurso con un contundente juicio sobre don Spruille y su socio:
El curso seguido por los señores Acheson y Braden en los pasados dos años es positivamente la aventura más estúpida y escandalosa que se pueda encontrar en toda la historia de nuestra diplomacia[263].
Es muy importante señalar que los sectores más lúcidos de la inteligencia y la opinión pública de los Estados Unidos ya estaban visualizando como potencial e inmediato enemigo a la Unión Soviética y el grupo de países satélites que se estaba conformando en su órbita. Adelantándose a la inminente guerra fría, tenían en claro que era hora de ganar aliados en el hemisferio occidental y no de expulsarlos de la órbita norteamericana con impensables consecuencias.
Antes de asumir
De acuerdo con los deseos de Perón de ir preparando el terreno y evitar difíciles trámites parlamentarios, Farrell firmó una serie de decretos de vital importancia para el modelo que se iba a poner en marcha el 4 de junio, cuando asumieran las nuevas autoridades. El primero fue el de nacionalización del Banco Central. Desde la época de su creación, en el marco del Pacto Roca-Runciman, estaba dirigido por banqueros británicos o nativos vinculados a los intereses de la City londinense y cumplía funciones tan determinantes como la regulación de la tasa de interés, el control del tipo de cambio y la emisión monetaria. También se redactaron nuevos regímenes tanto para el Banco Central, como para el Nación, el Hipotecario y el de Crédito Industrial, tendientes a darle un perfil de financiadores del consumo, la construcción de viviendas y de la actividad productiva, tanto en el ámbito urbano como en el rural.
También se creó, por el decreto 15.253, el Instituto Argentino de Promoción e Intercambio, el IAPI, un organismo estatal que le compraba la cosecha a los productores, separaba la parte correspondiente al consumo interno y vendía el excedente al exterior. Destinaba las ganancias obtenidas al financiamiento de la industria y al consumo urbano, produciendo una importante transferencia de ingresos proveniente de la renta agraria. El IAPI también cumplía la función de subsidiar el mantenimiento de precios bajos en consumos como la carne, el azúcar, la harina, el aceite, las papas y el carbón y kerosene, combustibles muy usados por los sectores populares de entonces.
Perón al gobierno
Finalmente había llegado el día. El 4 de junio de 1946, en el tercer aniversario de la «revolución» del ’43, Perón asumía la presidencia de la Nación estrenando su uniforme y su grado de general, acordado con retroactividad a diciembre de 1945 por el Congreso electo, que había comenzado a sesionar el 29 de abril.
La oposición, en un gesto que no presagiaba un futuro muy alentador, faltó a la cita y Perón juró ante una asamblea legislativa compuesta casi exclusivamente por sus diputados y senadores.
El gabinete estaba integrado por el sindicalista del gremio de Comercio, Ángel Borlenghi, en Interior; el abogado laboralista Juan Atilio Bramuglia, en Relaciones Exteriores; el doctor en Ciencias Económicas Ramón J. Cereijo[264], en Hacienda; el exjuez federal Belisario Gaché Pirán, en Justicia e Instrucción Pública; el general José Humberto Sosa Molina, en Guerra; el capitán de navío Fidel Anadón, en Marina; el empresario agropecuario Juan C. Picazo Elordy, en Agricultura; el exvicepresidente interino, general Juan Pistarini, en Obras Públicas y el sindicalista del Vidrio, José María Freyre, en la Secretaría de Trabajo y Previsión. También fueron designados Oscar Nicolini como administrador general de Correos y Telégrafos; el hermano de Evita, Juan Duarte, como secretario privado de la Presidencia; Rodolfo Freude, como miembro de la Secretaría de la Presidencia y el cerebro planificador del peronismo, José Figuerola, como secretario de Asuntos Técnicos.
Uno de los primeros actos de gobierno de Perón fue establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética y lanzar una campaña contra el aumento del costo de vida.
Pasos perdidos
Si bien la diferencia numérica a favor del oficialismo era abrumadora en el Congreso, la ventaja cualitativa estaba en la experiencia política y parlamentaria de los hombres de la oposición y la inexperiencia de la mayoría de los legisladores peronistas. Así lo reconocía años después el presidente del bloque de diputados peronistas, el riojano de origen radical Oscar Albrieu:
La diferente extracción de los legisladores hacía al bloque indisciplinado y difícil de manejar. Había de todo. Por el Partido Laborista se había congregado una mezcla de sindicalistas y hombres de izquierda de todos los matices: desde socialistas moderados hasta anarquistas, y alguno que otro conservador. Por parte de los exradicales, los había también de todos los matices: yrigoyenistas, antipersonalistas, forjistas de la Junta Renovadora y otras yerbas. Esto no agota el espectro: hay que contar también a los nacionalistas y clericales. En fin: durante los primeros momentos, el acuerdo parecía realmente milagroso, pero la figura de Perón nos unía a todos[265].
Perón recordaría años más tarde, con su célebre pragmatismo y su lenguaje de profesor militar:
No estábamos intelectualmente preparados para afrontar las exigencias que posee la democracia burguesa parlamentaria, pero conocíamos desde un principio «la verdad de la milanesa», entonces la verdad democrática era la nuestra y no la de la partidocracia liberal. Cuando Napoleón era criticado por los generales austríacos, ellos decían que ¡cómo podía ser que saliese a dar batalla desconociendo las leyes fundamentales de la guerra! Pero no se dieron cuenta de que era gracias a la violación de esas leyes que Napoleón los venció durante treinta años, una y otra vez. El Gran Corso decía al respecto: «Estos generales saben demasiado, demasiadas cosas para vencerme a mí». Yo digo lo mismo de los políticos, ¡saben demasiadas cosas para vencernos a nosotros[266]!
El bloque opositor en general y los radicales en particular, sabían muchas cosas efectivamente, pero parecían olvidarse de lo que le habían hecho padecer a don Hipólito Yrigoyen los conservadores. Como aquéllos, los radicales se dedicarían a practicar un claro obstruccionismo a la labor parlamentaria. El bloque planteaba frecuentemente cuestiones de privilegio tan «importantes» como el desacuerdo con su ubicación en el recinto que, como a los girondinos franceses, los dejaba a la derecha del presidente de la Cámara[267]. También llovieron los pedidos de homenajes, entre ellos al presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt y al conservador y fraudulento Ramón Castillo.
Las cuestiones de privilegio también incluían quejas porque los diputados de extracción obrera no se expresaban bien, usaban mal los verbos u omitían alguna «ese». El diputado radical Ernesto Sanmartino fue suspendido por tres sesiones a comienzos de agosto de 1946 cuando dijo que en la bancada peronista había «émulos de Gil Blas de Santillana y de Panurgo[268], el personaje que conocía 40 formas de hurto». En protesta y en solidaridad por la sanción a Sanmartino, el bloque radical entero faltó a esas sesiones, que fueron utilizadas por el bloque oficialista para aprobar la intervención federal a Corrientes, la única provincia que no tenía un gobernador peronista. Casi un año después, en la sesión del 26 de junio de 1947, el legislador radical señaló: «El aluvión zoológico del 24 de febrero arrojó a algunos diputados para que maullaran a los astros por 2500 pesos por mes»[269], lo que le valió por parte del bloque mayoritario la aplicación de una nueva suspensión por tres sesiones.
La respuesta del oficialismo a las chicanas radicales no fue precisamente democrática. Las cosas se complicaron cuando a instancias del bloque oficialista se aprobó la ley de desacato, que condenaba hasta a tres años de prisión efectiva a toda persona que tuviera conceptos agraviantes hacia cualquier funcionario del gobierno. La primera víctima fue el locuaz Sanmartino. Fue definitivamente separado de la Cámara en 1948 y tuvo que marchar al exilio, como el socialista Alfredo Palacios y el conservador Vicente Solano Lima. El radical Ricardo Balbín fue desaforado y encarcelado. Tras cumplir nueve meses de prisión en la cárcel de Olmos, fue indultado por Perón. Las vueltas de la política hicieron que Solano Lima fuera escogido por Perón para secundar a Héctor Cámpora en la fórmula justicialista que triunfaría en las elecciones de marzo de 1973 y que Ricardo Balbín fuera el encargado, en julio de 1974, de despedir los restos mortales de Perón en nombre de la oposición con su histórica frase: «un viejo adversario despide a un amigo».
No fue precisamente el Congreso Nacional un lugar notable y destacado de producción política en la Argentina de aquel período. La mayoría absoluta del oficialismo en ambas cámaras y el liderazgo personal que imponía Perón a su gestión, le quitaron protagonismo, a pesar de la calidad de algunos legisladores de la oposición y del oficialismo.
La disolución del Partido Laborista
Ya durante la campaña electoral, más precisamente en un discurso pronunciado en Rosario el 10 de febrero, Perón había advertido, en un tono que a no pocos lectores les sonará «familiar»:
Sabemos que en el movimiento peronista se han infiltrado algunas fuerzas extrañas que tratan de producir disociación entre sus filas. Cuando ello suceda, no hay que ser sensible en esta tarea de disociación; es menester que los hombres de este movimiento sepan discernir por sí y por su propia voluntad y no por influencia ajena. El movimiento nuestro ha de precaverse de cuerpos extraños[270].
Había llegado el momento de la depuración. Las diferencias entre los diputados de los distintos sectores que conformaban el bloque oficialista le dieron al líder la ocasión de disolver todos los partidos que habían apoyado su campaña y de formar una nueva entidad, a la que daría el nombrede Partido Único de la Revolución Nacional. Los radicales renovadores acataron la orden sin chistar, pero los laboristas en general y Cipriano Reyes en particular resistieron la medida. Luis Gay renunció a la presidencia del partido, se sumó al peronismo y poco tiempo después fue proclamado secretario general de la CGT. La mayoría de los diputados del PL fueron cooptados por el peronismo puro por diferentes medios. Cipriano Reyes, junto con unos muy pocos laboristas, resistió y decidió enfrentar a Perón. Sufrió seis atentados; uno de ellos le causó graves heridas y, tras ser acusado de participar en un complot para matar a Perón, fue detenido el 22 de septiembre de 1948 y salvajemente torturado. El hombre que se adjudicaba la paternidad del 17 de Octubre recién sería liberado tras la caída de Perón en septiembre de 1955.
Pe-ro-nis-tas
Perón había dicho a La Nación, poco antes de asumir la presidencia, algo que sabía que no iba a cumplir:
Si acepto el peronismo no es porque lo considere fatal. Es porque deseo que las masas se aglutinen en una fuerza orgánica […]. Tirar a Perón por la ventana antes de haber creado la organización es estúpido. Pero cuando este organismo sea constituido tiraré yo mismo a Perón por la ventana[271].
Los dirigentes más cercanos le hicieron notar lo inapropiado del término «Partido Único», que remitía al «unicato» de Juárez Celman[272], a los regímenes nazi-fascistas y al estalinismo.
Finalmente, el 14 de enero de 1947, Perón y los miembros de la Junta Nacional y del Consejo Superior del Partido Único de la Revolución decidieron crear una nueva organización oficial, que se llamaría Partido Peronista. Esto no implicaba un mero cambio de nombre sino también un rasgo personalista que se acentuaría cada vez más.
En la carta orgánica, el verticalismo quedaba plasmado en varios artículos que estipulaban que el Partido Peronista constituía una unidad doctrinaria, que actuaría dispuesto a sacrificar todo a fin de ser útil al general Perón y que en su seno no serían admitidas posiciones o banderas atentatorias a esa unidad. Además, se señalaba que Perón, en su carácter de jefe supremo del peronismo, podía modificar o anular decisiones de las autoridades partidarias, como así también inspeccionarlas, intervenirlas o sustituirlas.
La autocrítica de los radicales más lúcidos
El Movimiento de Intransigencia y Renovación Radical, expresión de quienes dentro de la UCR se oponían a la vieja dirección alvearista, se reunió en Avellaneda los días 11 y 12 de agosto de 1946. En esa oportunidad realizó una interesante autocrítica y elaboró una propuesta política, económica y social altamente progresista, colocándose claramente a la izquierda de la conducción partidaria y del gobierno peronista. El documento decía:
El advenimiento de este régimen fue posible por la crisis del radicalismo, que trajo la crisis de nuestra democracia. Sus direcciones accidentales habíanse apartado de su deber histórico. Soslayaron la lucha contra las expresiones nacionales e internacionales del privilegio y favorecieron de este modo su predominio en la vida argentina. La infiltración de tendencias conservadoras pospuso la defensa combativa de los derechos vitales del hombre del pueblo y de las exigencias del desarrollo nacional, a las conveniencias particulares de un sistema de intereses creados adueñados de los resortes de la producción. […]. Este sistema jamás reflejó el pensamiento del radicalismo. Pudo mantenerse bloqueando la voluntad de los afiliados, a quienes excluyó de las resoluciones fundamentales […], alejó a la juventud, creó el clima de decepción popular, desarmó el espíritu del hombre del común y precipitó a la situación actual.
Su «diagnóstico» sobre el partido era contundente:
La UCR enfrenta la última etapa de su crisis […]. Sólo un radicalismo […] renovado y reestructurado con ideas y nuevos procedimientos, que recoja el aliento de la época […] podrá realizar el país del mañana, forjar el progreso nacional y el bienestar social y edificar un régimen de verdadera libertad y de verdadera justicia.
Y, yendo más lejos que los postulados del yrigoyenismo que reivindicaba, proponía para el país:
Organización de una democracia económica. Control de la economía en base a un planteamiento fijado por los órganos representativos de la voluntad popular, que coloque la riqueza natural, la producción, el crédito, las industrias, el consumo y el intercambio internacional al servicio del pueblo y no de grupos o minorías, para construir un régimen que subordine la economía a los fines y derechos del hombre de los poseedores, sino del desarrollo nacional y el bienestar social. […]
Nacionalización de los servicios públicos, energía, transporte, combustible de aquellas concentraciones capitalistas que constituyen «cárteles» o monopolios, resguardando en tal forma al ámbito de la iniciativa privada en su realidad creadora. Administración de los sectores nacionalizados por entes autárquicos nacionales, provinciales, comunales o cooperativos, con la participación de usuarios, productores, técnicos y obreros […]
Reforma agraria inmediata y profunda, que coloque a la tierra, que no debe ser una mercancía, al servicio de la sociedad y el trabajo.[…]
Reforma social que garantice a los habitantes: trabajo regido y remunerado con dignidad, como deber esencial del Estado; nivel de vida decoroso; vivienda higiénica, protección de la salud, como función social; acceso a la cultura. Régimen de seguridad social que comprenda a toda la población durante el transcurso de la existencia humana: subsidios para la niñez, de educación, enfermedad, invalidez, desocupación y nupcialidad; seguro social[273].
Ante la debacle sufrida por la Unión Democrática, el Movimiento de Intransigencia y Renovación Radical en poco tiempo pasó a conducir la UCR, convirtiendo a Frondizi y a Balbín en los dirigentes más reconocidos del radicalismo.
El primer Plan Quinquenal
Al asumir la presidencia, Perón encargó a Miranda y Figuerola la elaboración de un plan de gobierno para desarrollar en cinco años. El primer Plan Quinquenal se fijaba como metas: lograr una economía autosuficiente para 1951, repatriar la deuda externa, reducir la propiedad extranjera de los servicios públicos y aumentar el consumo.
El peronismo se proponía cambiar el perfil de la Argentina, pasando de una economía agroexportadora a otra productiva de base industrial, apoyada en la expansión del mercado interno y la incorporación al consumo de los sectores históricamente postergados y marginados. Durante los años del primer peronismo se produjo un notable aumento de la participación de los asalariados en la renta nacional y un cambio radical en las prioridades del presupuesto nacional, históricamente destinado a garantizar y aumentar la tasa de ganancia de los sectores económicos más concentrados. El incremento de la inversión en rubros como salud, educación, vivienda y previsión social, conformaban un salario indirecto que evitaba que los trabajadores tuvieran que invertir una buena parte de sus ingresos en rubros que el Estado debió haber garantizado siempre. Estos cambios posibilitaron un real mejoramiento de las condiciones de vida, liberando recursos familiares para la adquisición de bienes durables como cocinas, heladeras, estufas, máquinas de coser, motonetas y bicicletas, y bienes inmuebles.
Eramos tan ricos
Se concretaron grandes obras como la del gasoducto más grande de América Latina y uno de los más extensos del mundo, que a través de más de 1700 kilómetros unió Comodoro Rivadavia con Buenos Aires y permitió que los usuarios del servicio de gas pasaran de los 216.000 que había en 1943 a los 400.000 de 1949. También se nacionalizaron los principales puertos del país, lo que incluyó muelles, embarcaderos, depósitos, elevadores, silos, grúas, locomotoras portuarias, vagones, pontones, vías férreas y guinches[274].
El gobierno peronista logró que la Flota Mercante Argentina fuera una de las diez estatales más importantes del mundo y se creó la empresa Aerolíneas Argentinas. Se inauguró el aeropuerto de Ezeiza, uno de los más modernos de su tiempo, y se impulsó la construcción de automotores y aviones. La Argentina fue el tercer país después de los Estados Unidos y la Unión Soviética en producir un avión a reacción, el Pulqui II, capaz de desarrollar una velocidad de 900 kilómetros por hora, y comenzaba a desarrollar conjuntamente con la empresa brasileña Embraer el proyecto de producción de aviones de pasajeros. En 1955 todos los proyectos aéreos de la Argentina fueron abandonados por las nuevas autoridades «libertadoras», por orden de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos que ofreció a cambio la provisión gratuita de 185 aviones caza, de los que sólo llegarían 25 en pésimo estado dos años después. Brasil pudo seguir adelante con el proyecto y hoy exporta aquellos aviones que se soñaron en Córdoba.
El gobierno peronista llevó adelante una importante inversión en el sector energético, creando la empresa Gas del Estado y ampliando enormemente la presencia de YPF en el mercado nacional.
Asado al parquet
Desde 1943 se aplicaron medidas de control de alquileres y quedaron suspendidos los desalojos, lo que provocó que ese mercado perdiera atracción para los inversores. También perjudicó seriamente a una importante franja de propietarios de clase media que vivían de la renta que les proporcionaba el alquiler de una segunda vivienda y dio pie para que se produjeran no pocos abusos por parte de los inquilinos frente a la imposibilidad de concretar desalojos. Esto hizo que fuera prácticamente imposible alquilar una vivienda en aquellas condiciones, por el temor de los propietarios a no poder actualizar el valor de los alquileres, lograr que efectivamente se les pagara y que no se deterioraran sus propiedades.
Frente a esta realidad y negándose a modificar la ley de alquileres, el gobierno peronista aprobó en 1948 la Ley de Propiedad Horizontal, para estimular la construcción de edificios de departamentos. En poco tiempo provocó un cambio radical en la proporción entre propietarios e inquilinos, al ampliarse significativamente el número de familias que tuvieron su propia casa.
A través de créditos hipotecarios blandos y de los planes de vivienda, el gobierno comenzó a encarar la solución al problema endémico del déficit habitacional argentino. El Estado construyó más de 300.000 unidades habitacionales dignas, que eran pagadas por los trabajadores en cuotas mensuales descontadas de sus salarios según el ingreso familiar.
Los nuevos barrios fueron diseñados con sentido ecológico, con espacios verdes y con sentido social, con su respectiva sala de atención primaria de la salud, guardería, escuela primaria y, muchas veces, secundaria.
Desde la oposición se echaron a correr versiones que pasaron a engrosar las leyendas urbanas, compuestas por esas cosas que nadie vio pero que muchos aseguran y ratifican. La más famosa era la que decía que los «cabecitas negras», favorecidos con la adjudicación de las nuevas viviendas, levantaban el parquet de los pisos para hacer asados. Por supuesto que no hay el menor registro de que esto haya ocurrido, pero lo interesante es qué se quería decir con esto. Claramente se expresaba que era un «gasto» inútil, que «esa gente» no estaba acostumbrada a «esos lujos», que no valía la pena, propiciando obviamente que todo siguiera igual, que así estaba muy bien.
Educando al soberano
El gobierno peronista dio un fuerte impulso a la educación pública construyendo miles de edificios escolares destinados a la educación primaria y secundaria. Esto, acompañado por el notable incremento en la calidad de vida de las familias, llevó al aumento de la matrícula primaria en el 34% y de la secundaria el 134%. Fue notable el crecimiento de la cantidad de estudiantes de las escuelas industriales, que llegó al 220 por ciento.
En el ámbito universitario se estableció la gratuidad de la enseñanza, lo que permitió el ingreso de jóvenes de las clases media y obrera a la Universidad. Se promovió el estudio y la investigación de las ciencias relacionadas con el desarrollo industrial, a través de la Universidad Obrera Nacional, hoy UTN, creada en 1949, que contaba con sedes regionales como la de San Juan, donde se formaban ingenieros de construcciones antisísmicas; la de Córdoba, de aeronáutica y la de Tafí Viejo (Tucumán), especializada en construcciones ferroviarias. Decía Perón: «Hemos de llevar la Universidad Obrera a nuestros muchachos pobres, porque entre ellos hay más inteligencia y más corazón».
También se creó el Consejo Nacional de Investigaciones Técnicas y Científicas (Conityc), antecedente inmediato del actual Conicet.
Los déficit de la política educativa peronista estaban en sus contenidos personalistas y autoritarios.
Uno de los primeros actos en este sentido fue el «traslado» sufrido por Jorge Luis Borges de bibliotecario a inspector de aves de corral. El propio Borges narraba así el episodio:
Hace pocos días me mandaron llamar para comunicarme que había sido trasladado de mi puesto de bibliotecario al de inspector de aves —léase gallináceas— a un mercado de la calle Córdoba. Aduje que yo sabía mucho menos de gallinas que de libros y que si bien me deleitaba leyendo La serpiente emplumada, de Lawrence, de ello no debe sacarse la conclusión que sepa de otras plumas o diferenciar la gallina de los huevos de oro de un gallo de riña. Se me respondió que no se trataba de idoneidad sino de una sanción por andarme haciendo el democrático ostentando mi firma en toda cuanta declaración salía por ahí. Comprendí, entonces, que se trataba de molestarme o de humillarme simplemente. Naturalmente que si, como ustedes dicen, me hubieran trasladado a las funciones de agente de tránsito, a lo mejor me da por calzarme el uniforme, y ya me hubieran visto allá arriba en la garita armando un verdadero despatarro[275].
El ministro de Cultura y Educación de entonces (que lamentablemente volvería a serlo tras el desplazamiento del doctor Jorge Taiana por la derecha peronista en 1974), Oscar Ivanissevich, decía al dejar inaugurado el XXXIX Salón Nacional de Artes Plásticas, el 21 de septiembre de 1949:
Nada de explicaciones retorcidas para justificar las observaciones de los ojos, del cerebro y del corazón. […] El arte morboso, el arte abstracto, no cabe entre nosotros. […] Entre los peronistas no caben los fauvistas, y menos los cubistas abstractos, surrealistas. […] Estas manifestaciones anormales de la expresión humana tienen cabida en los libros de patología […]. El arte abstracto, última expresión de los desorbitados anormales […]
El rígido control de las opiniones expresadas por docentes y alumnos, y el uso obligatorio de manuales que exaltaban las personalidades de Perón y Evita, deslucían los extraordinarios logros cuantitativos del peronismo y no pueden ser pasados por alto al revisar aquella historia por el estúpido temor a ser estigmatizados como gorilas. Flaco favor le hacen al peronismo, que dicen defender, los que pretenden negar estos aspectos que existieron y dejaron una huella profunda en una generación de padres de clase media educada en manuales tendenciosos que defendían descaradamente los valores y el statu quo de la Argentina previa al ’46 y ejercían también la propaganda, claro que en forma menos explícita que los manuales peronistas. En uno de estos últimos podían leerse cuentos como el siguiente:
Había en cierto país una madre muy buena, que tenía una hija. Vivían modestamente, y eran dichosos porque se querían mucho.
Una tarde acertó a pasar la carroza dorada de la reina, quien paseaba con la menor de sus hijas.
La niña, que las vio desde la puerta, dijo suspirando:
—¡Qué feliz ha de ser la princesita con una madre tan linda y elegante! ¿Por qué no serás tú así, mamá?
Ésta se sintió entonces muy triste, pues pensó que su hijita la querría menos en adelante, porque no tenía hermosura, ni trajes lujosos.
Cierta vez, estando sola, se le presentó el hada del Justicialismo y le dijo:
—Sé por qué sufres. Tu hija necesita una lección. Adórnate y vístete con este traje de oro y perlas. Lava tu rostro en el agua de esta fuente encantada y se volverá bello como el de la reina.
Así lo hizo, y quedó convertida en una señora de figura deslumbrante.
Fue en busca de su hijita, a la que le dijo:
—¡Nena querida! ¡Fíjate en la madre que tienes ahora!
Pero la niña la rechazó llorando, y mientras se lamentaba, contestó:
—No, señora, no: usted no es mi mamá. Dígame, por favor, si la ha visto en el bosque. Desde el mediodía no ha vuelto. ¿Qué haré sin ella?
En vano la madre insistía, para que su hija la reconociese. La chica no cesaba de llorar. En tanto, se hacía de noche.
Junto con las estrellas, apareció el hada, y después de tocar a la señora con su varita, para devolverle su figura anterior, miró a la niña con dulce severidad, preguntándole:
—¿Estás contenta, ahora? La pequeña se inclinó y besó las manos del hada.
—Sí, sí, gracias; gracias por haberme devuelto a mi mamá querida.
—Bueno, bueno —dijo el hada—. Ya ves cómo no debes compararla con nadie. El encanto de las madres no está en los trajes o en el rostro, sino en el corazón, con que aman a sus hijos[276].
Más de 700 profesores fueron cesanteados por no comulgar con la ideología oficial o por no ser lo suficientemente obsecuentes según el gusto de los alcahuetes de turno.
En las universidades se vivía un clima opresivo y de absoluta falta de libertad. Eran frecuentes las invasiones de las facultades por miembros de las fuerzas policiales. La víctima más notable de esta persecución fue el estudiante de Medicina y militante comunista Ernesto Mario Bravo, secuestrado en junio de 1951 y liberado tras una intensa campaña nacional de denuncia. Llegó a dárselo por muerto, hasta que el doctor Alberto Julián Caride denunció desde Montevideo que Bravo estaba vivo, pero que había sido horriblemente torturado por las huestes del «célebre» comisario Cipriano Lombilla[277]. Caride lo había atendido en una de las cámaras de tortura. El gobierno optó por liberar a Bravo en una callejuela de Villa Devoto, donde apareció con evidentes signos de tortura, argumentando que había participado de un tiroteo.
Un Estado empresario
Perón profundizó y completó un proceso que había comenzado en 1932, cuando los gobiernos conservadores estatizaron ramales ferroviarios, crearon juntas reguladoras y otorgaron a las Fuerzas Armadas un papel protagónico en la actividad industrial.
La diferencia fundamental estuvo en que el Estado peronista intervino para garantizar la inclusión social y aumentar la participación de los asalariados en la renta nacional. Su meta era integrar a los trabajadores al sistema como productores y consumidores, intentando convertirlos —según los postulados fordistas[278] y keynesianos anunciados tantas veces por Perón cuando propiciaba su hipotética alianza de clases— de proletarios en propietarios, para aumentar su conciencia de pertenencia al sistema y alejarlos de una posible influencia revolucionaria clasista.
El Estado peronista emprendió una importante política de estatizaciones, acorde con una corriente mundial en ese sentido. La mayoría de los Estados europeos que encaraban sus reconstrucciones de posguerra y los latinoamericanos que iniciaban la segunda etapa de su industrialización, creaban o consolidaban empresas estatales de servicios públicos. La idea general y común era que no pocas de ellas, particularmente las de transporte y servicios, debían cumplir ante todo una función social, por sobre la rentabilidad, por lo que debían estar en manos del Estado. A lo que se agregaba, en esa etapa, la concepción de que estos servicios eran estratégicos, particularmente los de transporte y comunicaciones.
El caso más famoso de estatizaciones fue el de los ferrocarriles. Hacía tiempo que los británicos, principales deudores de la Argentina, querían deshacerse de la red ferroviaria argentina, poco rentable. Le habían encargado al conservador Federico Pinedo, previo pago de 10.000 libras esterlinas, un proyecto para vendérsela al Estado.
Uno de nuestros habituales lugares comunes, tan transitados, recuerda que «cuando los ferrocarriles eran ingleses eran una maravilla y cumplían puntualmente sus servicios». Pero eso, en 1947, no era más que un buen recuerdo. Hacía décadas que los ingleses no invertían una libra en una de las redes más extensas del mundo. Para entonces, el estado de las vías y de los materiales rodantes era lamentable y hasta peligroso. Además, históricamente, el manejo discrecional del precio de los fletes había contribuido como pocos elementos a distorsionar la economía argentina. Los ferrocarriles británicos aplicaban fletes relativamente bajos a la mercadería que se dirigía de los puntos de producción hacia el puerto con destino a Londres, fundamentalmente la carne enfriada. Pero cobraban tarifas antieconómicas a las destinadas al mercado interno argentino, lo que aumentaba artificialmente los precios e incluso desalentaba algunas producciones regionales por la inviabilidad del costo de traslado a los centros de consumo. Esto había sido magistralmente denunciado por Raúl Scalabrini Ortiz desde la década de 1930, quien señalaba:
El ferrocarril extranjero es el instrumento del antiprogreso. Pueden aislar zonas enteras, como las aislaron. Pueden crear regiones de preferencia como las crearon. Pueden aislar puertos como los aislaron. Pueden ahogar ciertos cultivos, como los ahogaron. Pueden elegir gobernadores, como los eligieron. Detener la industrialización de un país es una antigua política imperial británica de previsión. El ferrocarril es su arma primordial, pues para eso, ante todo, fueron construidos. Las entradas brutas de los ferrocarriles argentinos, en conjunto, son iguales a las entradas brutas o rentas generales del gobierno nacional. Es decir que los ferrocarriles disponen de iguales medios financieros que los poderes públicos. Hay años en que los ingresos brutos ferroviarios superan a las rentas generales de la Nación[279].
En un modelo estatal que pretendía manejar los resortes fundamentales de la economía, la estatización de los ferrocarriles y el rediseño de su política de fletes aparecían como imprescindibles.
Pero la cosa no era tan sencilla. La Argentina tenía depositados en el Banco de Inglaterra 130 millones de libras. A poco de terminada la guerra, Estados Unidos pudo imponerle a su aliado británico la convertibilidad de la libra para que los terceros países, como la Argentina, pudieran cambiarlas por dólares y aplicarlas a las urgentes compras de insumos industriales que por entonces sólo proveía Norteamérica. Pero la rápida fuga de capitales y la debilidad de la economía inglesa llevaron a que el gobierno de su graciosa majestad, por más laborista que fuera, decretara nuevamente la inconvertibilidad de sus divisas, es decir, la imposibilidad de cambiarlas a dólares y casi la obligación de gastarlas en el mercado de la libra (el Reino Unido y sus colonias), que por entonces no producía prácticamente nada de lo que la Argentina necesitaba.
Ante ese panorama y frente a una nueva oferta de los ingleses para deshacerse de sus ferrocarriles, Perón y Miranda avanzaron en la estatización. El precio fue fijado en 150 millones de libras. Se llegó a un acuerdo por el cual Inglaterra recibiría 100 millones de libras en exportaciones de carne argentina, 40 provendrían de los 130 millones bloqueados en Londres y 10 millones que el gobierno inglés acreditó por diferencias en la balanza comercial. Quedó acordado que los 90 millones restantes depositados en Londres pasarían a ser convertibles.
Estaba muy lejos de ser un gran negocio. La oposición criticó duramente el convenio, arrojando incluso sospechas de corrupción sobre las negociaciones. Una de las críticas era que el excesivo precio pagado dejaba al Estado sin recursos para encarar seriamente la renovación y puesta a punto de los ferrocarriles.
El 1.° de marzo de 1948, en una masiva concentración popular a la que Perón no pudo asistir por padecer una repentina apendicitis, los ferrocarriles británicos pasaron a ser argentinos.
La empresa telefónica norteamericana ITT también buscaba transferir al Estado su filial argentina, la River Plate Telephone Company. El traspaso se concretó por 95 millones de dólares y significó un muy buen negocio para la ITT, que siguió siendo la única proveedora de repuestos y personal técnico a la nueva compañía telefónica estatal, con lo que aumentaba sus ganancias y eliminaba sus riesgos.
Al gran pueblo argentino, salud
Según decía Perón, al hacerse cargo del gobierno
Existía un Ministerio de Agricultura que tenía una dirección de sanidad vegetal y animal. Interesaba más la salud de los animales porque éstos tenían buen precio, en cambio el hombre no se cotizaba ni en feria ni en mercados. […] Se combatía la garrapata y la langosta en el norte, pero el paludismo que diezmaba su población no había llamado la atención de los poderes públicos. La lepra en el Litoral era un problema serio. La tuberculosis y la sífilis eran verdaderos flagelos nacionales, ayudados por la incuria de las autoridades[280].
Entre los logros más destacados del primer peronismo está sin dudas su política de salud pública, impulsada por el doctor Ramón Carrillo.
Este notable sanitarista santiagueño planteaba la necesidad de invertir en la previsión y la atención primaria de la salud:
Es propósito del gobierno responder ampliamente a su origen, dedicando sus preocupaciones a la protección del pueblo y planificando la acción médica preventiva y la asistencia social, de manera que el problema colectivo de la salud pueda definirse con el viejo aforismo de que más vale prevenir que curar, lo cual es, además, sabía política económica, porque el capital humano es lo que más interesa al Estado.
Hacía hincapié en la necesidad de practicar una medicina claramente social:
De qué sirve a la medicina resolver problemas de un individuo enfermo, si simultáneamente se producen centenares de casos similares por falta de alimentos, por viviendas antihigiénicas —que a veces son cuevas— o por salarios insuficientes que no permiten subvenir debidamente las necesidades. Los médicos debemos pensar socialmente, debemos pensar que el enfermo es un hombre, que es también un padre de familia, un individuo que trabaja y que sufre, y que todas esas circunstancias influyen a veces mucho más que una determinada cantidad de glucosa en sangre. Así humanizaremos la medicina[281].
Carrillo había fundado en 1944 el Instituto Nacional de Neurocirugía y fue el primer presidente de la Escuela de Posgraduados de la Facultad de Medicina con una fuerte orientación a la medicina social y preventiva.
La obra de Carrillo, actuando en combinación con la Fundación Eva Perón, fue enorme. Entre 1946 y 1951 se construyeron 21 hospitales con una capacidad de unas 22.000 camas. La Fundación construyó policlínicos en Avellaneda, Lanús, San Martín, Ezeiza, Catamarca, Salta, Mendoza, Jujuy, Santiago del Estero, San Juan, Corrientes, Entre Ríos y Rosario. La atención de los pacientes, los estudios, los tratamientos y la provisión de medicamentos eran absolutamente gratuitos. Un novedoso tren sanitario recorría el país durante cuatro meses al año, haciendo análisis clínicos y radiografías y ofreciendo asistencia médica y odontológica hasta en los lugares más remotos del país, a muchos de los cuales nunca había llegado un médico.
Se lanzaron planes masivos de educación sanitaria y campañas intensivas de vacunación, con lo que en pocos años se logró la erradicación de enfermedades sociales endémicas. La fama de la calidad de la salud pública argentina trascendió las fronteras y eran frecuentes los viajes desde los principales países europeos y de muchos de Latinoamérica para operarse en los excelentes hospitales públicos argentinos.
De la beneficencia de las damas
Los promotores del modelo peronista sabían que las mejoras sustanciales tardarían en llegar a los sectores más postergados. Seguía habiendo millones de excluidos, desocupados crónicos en regiones abandonadas por «inviables» por el modelo agroexportador, ancianos a los que no cubría ningún tipo de pensión ni jubilación, mujeres y niños en situación de riesgo.
La acción social atendió la redistribución del ingreso por medio del salario indirecto, es decir, las prestaciones gratuitas brindadas en salud y educación y subsidios a productos y servicios de gran consumo, la extensión de la red de seguridad social y la educación y la atención materno-infantil Estos principios estaban en íntima relación con los objetivos económicos de aumentar el consumo y ampliar el mercado interno. Sin duda, dentro del peronismo la figura más vinculada a la acción social fue Eva Perón.
Tradicionalmente la Primera Dama era designada presidenta honoraria de la Sociedad de Beneficencia. Pero las damas, bastante mayores y bastante oligarcas, argumentaron que «la señora de Perón era demasiado joven para asumir esa responsabilidad». Sin duda, estaban mintiendo descaradamente. No la querían y no serían ellas las que le «rindieran pleitesía». La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires había sido fundada en 1823, por un decreto del ministro Bernardino Rivadavia durante la gobernación de Martín Rodríguez[282]. Por su directorio pasó lo más «granado» de la rama femenina de la sociedad argentina. Allí se las oía nombrar; eran las Mitre, las Paz, las Santamarina, las Alvear de Bosch, las Sáenz Peña de Saavedra Lamas y las Bunge de Moreno.
La imagen histórica que se tiene de la institución es que ésta era el vehículo eficaz para que los millonarios de la Argentina volcaran una ínfima parte de sus incalculables ingresos, que los colocaban por entonces en la cima de los afortunados del mundo. Pero en realidad no fue así; los fondos de la Sociedad provenían mayoritariamente de las arcas estatales: del presupuesto de 1935, que totalizaba 12.018.094 pesos, 8.715.750 provenían directamente del Tesoro fiscal y 2.917.000 de la Lotería Nacional —lo que totaliza 11.632.759 de pesos de aportes estatales—. Sólo 384.344 pesos provenían de donaciones privadas de particulares e instituciones como el Jockey Club y el Círculo de Armas, que reunían entre sus socios a las fortunas más grandes de la Argentina. Además, un porcentaje importante de esta última cifra provenía de las colectas anuales en las que los humildes trabajadores y miembros de las clases medias depositaban sus monedas en las alcancías de la institución, llevadas por las calles del centro y de los barrios porteños por las rapadas niñas huérfanas, vestidas con humillantes uniformes. Según una crónica del diario La Nación, recibían «los estímulos del aplauso y la ayuda del óbolo posible las beneméritas que han probado saber luchar con heroísmo y sobrellevar con resignación y fe los rigores del destino»[283].
En 1946, por iniciativa del senador Diego Luis Molinari, el gobierno peronista decidió intervenir la entidad. En sus considerandos, Molinari decía que
la dirección de la Sociedad de Beneficencia se reduce a un estrecho círculo de damas que se consideran de alcurnia, con exclusión total del coeficiente democrático en todo lo que se refiere a su gobierno y administración[284].
En 1945, de su presupuesto de 22.232.280 pesos, 21.889.906 se destinaban a «sueldos y gastos administrativos»; sólo quedaban para las tareas de «beneficencia» 342.374. El lector podrá pensar que las enfermeras, médicos, mucamas y asistentes de la Sociedad cobraban muy buenos sueldos porque a ellos también los alcanzaba la «beneficencia»; pero ésta no fue la excepción a la regla que dice que el hilo se corta por lo más delgado: en junio de 1946, el personal de la Sociedad se declaró en huelga para reclamar aumentos en sus magros ingresos. Por jornadas de trabajo que iban de 10 a 15 horas diarias, cobraban entre 45 y 75 pesos al mes, cuando el salario mínimo rondaba los 120.
La historia oficial, que ha sido tan «piadosa» y «distraída» con la Sociedad de Beneficencia, reservará toda su «agudeza» y «perspicacia» para cuestionar hasta en sus mínimos detalles la monumental obra social de Eva Perón.
Evita se asoma a la política
Evita decidió cortar por lo sano e iniciar la tarea, no de «beneficencia» sino de solidaridad y ayuda social, por su cuenta. Instalada primero en una oficina en el Correo Central y después en el Ministerio de Trabajo, creó la «Cruzada de Ayuda Social María Eva Duarte de Perón». Su tarea comenzaba muy temprano, recibiendo delegaciones obreras. No sólo participaba en la firma de convenios entre obreros y patrones, sino que era parte activa en las negociaciones cuando las circunstancias lo requerían.
Evita aprendía aceleradamente y seguía el camino marcado por Perón:
Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro. La oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos. Con ellos no nos entenderemos nunca porque lo único que ellos quieren es lo único que nosotros no podremos darle jamás: nuestra libertad. Lo fundamental es que los hombres del pueblo, los de la clase que trabaja, no se entreguen a la raza oligarca de los explotadores. Todo explotador es enemigo del pueblo. ¡La justicia exige que sea derrotado[285]!
Evita continuó con su febril actividad, que sólo sería interrumpida a mediados de 1947 por su viaje a Europa, que cambiaría definitivamente su vida.
Gira mágica y misteriosa
El gobierno del dictador Francisco Franco sufría el aislamiento al que lo sometían los vencedores de la Segunda Guerra Mundial por su excesiva cercanía con sus colegas de ideas Hitler y Mussolini. En las Naciones Unidas, la mayoría de los países votaron a fines de 1946 retirar sus representaciones diplomáticas de Madrid. Recordaba Perón:
Ya se habían aplicado las sanciones diplomáticas y mi temor era que se aplicaran también a continuación las sanciones económicas, porque habíamos sido muy pocos los que nos pusimos al lado de España. La Argentina mandó medio millón de toneladas de trigo porque en España la penuria era dramática, no había pan, se habían perdido dos cosechas, el momento era angustioso. Creo sin hipérbole que nosotros salvamos a España en aquella ocasión crítica[286].
Hoy se habla mucho del Plan Marshall […], pero creo que se puede decir que el primer Plan Marshall, lo pusimos en práctica nosotros, los argentinos, socorriendo a los hambrientos, sin pedirles nada, sin pretender de ellos ninguna compensación de carácter político[287].
Durante la crisis de 2001, el pueblo argentino esperó una actitud de reciprocidad histórica por parte del gobierno español que por entonces estaba en manos del derechista José María Aznar. Pero el amigo hispánico de Bush y defensor de las empresas españolas que habían saqueado la Argentina en los 90, se encogió de hombros y fue el pueblo español y no su gobierno el que transformó el recuerdo en solidaridad.
La España franquista pronto invitaría al presidente Perón a visitar la península. Perón decidió enviar en representación de la «Nueva Argentina» a la Primera Dama. Eva sería recibida en España con los honores correspondientes a un jefe de Estado. A esta invitación se sumarían las de Portugal, Francia e Italia.
El viaje de tres meses fue planeado con la ayuda del padre Hernán Benítez, el confesor de Evita, a quien se le pidió que gestionara una audiencia con el papa Pío XII[288] en el Vaticano.
En Buenos Aires, las mujeres socialistas, enteradas de la gira, publicaron en La Vanguardia la siguiente declaración:
1.-Que las mujeres socialistas no se sienten representadas por esa señora. 2.-Que deploran y repudian el título Honoris Causa conferido por la Universidad de La Plata. 3.-Que lamentan que el gobierno de Francia, donde se hallan representados tan gran número de compañeros socialistas, la haya invitado oficialmente a visitar Francia[289].
El 6 de junio de 1947, Evita partió a Europa con una comitiva integrada, entre otras personas, por su dama de compañía, Lillian Lagomarsino de Guardo, esposa del presidente de la Cámara de Diputados; el hermano de Evita, Juan Duarte, el coiffeur Julio Alcaraz, las modistas Juanita y Asunta, el empresario Julio Dodero, el periodista Valentín Thiebaud y el autor de los discursos de Evita, Francisco Muñoz Azpiri.
Una vez en el avión, la Primera Dama juntó a la heterogénea comitiva y dijo: «Voy a pedirles que se porten bien. En todo el mundo nos están mirando y algunos esperan que metamos la pata… No vayan a hacer macanas»[290]. Más tarde se retiró a su cuarto y escribió una carta, una especie de testamento, que expresaba el temor de sufrir un accidente y morir durante el viaje. En ella le aconsejaba a Perón:
Cuídate, el gobierno es ingrato, tienes razón. […] Juan, si yo muriera, a mamá cuídala por favor, está sola y sufrió mucho. Juan, tené siempre de amigo a Mercante porque te adora y que siempre sea colaborador por lo fiel que es. De Rudi [Freude], cuidado: le gustan los negocios[291].
Unas 300.000 personas esperaban en Barajas el 8 de junio la llegada de Evita, la «dama de la esperanza». Fue recibida por el dictador y su esposa, Carmen Polo de Franco, con una música de fondo que decía «Franco y Perón, un solo corazón».
Toda la prensa internacional se hizo eco de la visita. El New York Times tituló en primera página «Madrid perteneció a Evita», y la influyente revista Time del 23 de junio decía:
Desde la bienvenida de Himmler[292] en 1940, el régimen franquista no había organizado una recepción tan estruendosa como la que ofreció a la vistosa y rubia esposa del presidente argentino Juan Perón. […] El entusiasmo de Madrid fue real y no el espectáculo sintético que los madrileños están acostumbrados a dar a Franco[293].
El día de gloria llegó en la jornada siguiente. El gobierno había decretado feriado en la Capital para que toda Madrid pudiera concurrir a la Plaza de Oriente a recibir a Evita. La multitud irrumpió en vítores cuando salió con Franco a los balcones del Palacio Real.
Curiosamente, el representante de las ideas más retrogradas y reaccionarias, el heredero ideológico de los conquistadores y genocidas de América, lucía en su pecho la condecoración que le otorgó el gobierno argentino: la Orden del Libertador de América José de San Martín, el hombre que liberó medio continente del dominio absolutista español. El «generalísimo» la condecoró con la Orden de Isabel la Católica.
Malas compañías
Terminado el acto, y con un calor insoportable, Evita salió a recorrer los barrios pobres de Madrid junto a Carmen Polo de Franco. Doña Carmen pensó que se trataba de un paseo en automóvil, pero Evita quiso recorrer a pie las callejuelas y entrar a decenas de casas donde se interiorizó de los problemas de sus habitantes y les dejó miles de pesetas en donaciones.
Evita recordará así el episodio:
Una vez casi nos peleamos con la mujer de Franco. No le gustaba ir a los barrios obreros, y cada vez que podía los tildaba de «rojos» porque habían participado en la guerra civil. Yo me aguanté un par de veces hasta que […] le respondí que su marido no era un gobernante por los votos del pueblo, sino por imposición de una victoria. […] Le comenté cómo ganaba Perón las elecciones, porque la mayoría del pueblo así lo había determinado. A la gorda no le gustó para nada, y yo seguí alegremente contando todo lo bueno que habíamos logrado. […] Desde ese día, cada vez que podía eludir un compromiso de acompañarme, lo hacía. Claro que yo, cada vez que pasábamos frente a un palacio comentaba: «Qué hermoso hospital se podría hacer aquí para el pueblo»[294].
Los agasajos continuaron. Evita asistió a una recepción en el Prado, a una representación de danzas folclóricas españolas en la Plaza Mayor de Madrid y a una corrida de toros.
La gira era un éxito y pronto sería bautizada por la propia Evita: «Se ha dicho que vine a formar el eje Buenos Aires-Madrid. Es mentira, vine a tender un arco iris de paz».
Visitó Madrid, Sevilla, Granada, Barcelona y Vigo. Recuerda Lillian Guardo:
La parte de Granada fue extraordinaria, porque fuimos de noche y no había luna, pero ellos fabricaron la luna. Había lugares iluminados por la supuesta luna. Y en rincones oscuros, había una orquesta con violines y una con cantores. […] Era un sueño[295].
En cada lugar se reunía con obreros españoles, entregaba donaciones y recibía obsequios y homenajes. Eva logró que el «Caudillo» le perdonara la vida a la militante comunista Juana Doña, condenada a muerte por arrojar un petardo a la embajada argentina. Durante la visita al palacio de El Escorial, le sugirió al dictador transformarlo en un enorme y cómodo asilo para niños huérfanos.
La embajada norteamericana reconocía muy a su pesar: «La señora ha tenido un triunfo. […] Ha cumplido una tarea difícil con equilibrio e inteligencia»[296]. Mientras que la revista estadounidense World Report señalaba:
Es inevitable que la comparemos a la señora Roosevelt. Rompió la tradición de pasividad de las mujeres argentinas; impulsa al movimiento feminista que, seguramente, ha de facilitar la consecución del voto para la mujer. Lleva un ritmo de trabajo tan intenso como el de Perón y su obra ha de crecer en importancia, extendiendo la influencia de su esposo y del país[297].
Tras dieciocho días agotadores en España, la comitiva partió hacia Roma. Es probable que la visita al resto de países europeos haya sido pactada para contrarrestar el efecto negativo que provocaría su adhesión a la España de Franco. Europa, en plena reconstrucción de posguerra, la recibió con comentarios adversos. En Roma, militantes comunistas gritaron consignas que catalogaban como fascista al gobierno de Perón. Pero con el correr de los días, su naturalidad y su carisma lograron doblegar las opiniones contrarias.
¿Qué dirá el Santo Padre?
En la mañana del 27 de junio, Eva concurrió al Vaticano para asistir a una entrevista con el Papa. En una conversación con la marquesa pontificia argentina Adelia María Arríalo de Olmos, Evita había preguntado cómo había que «estimular» la voluntad del Estado Vaticano para conseguir una distinción papal:
Me contestó que todo el bien que se había hecho en la vida era como un antecedente. Que después, si uno quería que le asignaran un título, debía entregar una fuerte suma de dinero para caridad. […] Me dijo que para el título de marquesa pontificia, el donativo no puede ser menor de ciento cincuenta mil pesos. Para la Rosa de Oro, se calcula que no debe ser menor a los cien mil. Pero si es un rosario, el donativo es mínimo. […] La idea de un título me rondó por la cabeza; la Rosa de Oro me parecía que era posible. Me la tenía bien ganada[298].
Pero el Papa no pensaba lo mismo. Evita lo sospechaba y combinó con Dodero que la donación la harían a la salida de la entrevista y que ella le haría una seña por cada condecoración y un gesto negativo si sólo recibía el rosario. Terminada la reunión, Dodero entendió por el rostro de Evita que tenía que hacer una donación simbólica; y la Primera Dama entendió que las damas acostumbradas a ser primeras en su país habían hecho su trabajo. Su odio hacia ellas cotizó en alza. Durante la reunión, el Papa elogió al gobierno de Perón y, según Jorge Camarasa, «Su Santidad» Pío XII le pidió que la Argentina siguiera refugiando a criminales nazis[299].
Según el oficial de inteligencia de los Estados Unidos, William Gowen, Evita se reunió en Roma con el arzobispo croata Draganovich, donde se acordó el refugio en la Argentina de centenares de croatas buscados por crímenes de lesa humanidad. El primero en llegar, con una visa expedida el 5 de julio de 1947, fue Ante Pavelic, acusado por la muerte de unos 800.000 croatas en diversos campos de concentración. También ingresaron Vjekoslav Vrancic, Petar Pejacevic, Ivan Herencia y Branco Benzó, que llegó a ser médico personal de Perón y consejero de la Dirección Nacional de Migraciones[300].
Los homenajes continuaron en Italia. El 28 de julio dijo en la Asociación Nacional Italiana de Mujeres.
Las mujeres tenemos los mismos deberes que los hombres y por tanto… también… los mismos derechos… En la Argentina, la justicia social es ya un hecho evidente y el programa del general Perón consiste en llevar a las masas a una evolución material y moral, en especial a las mujeres. ¡Viva Italia[301]!
Tuvo un encuentro con el presidente Enrico De Nicola, pero por consejo de su médico, Eva se trasladó a descansar a una villa en Rapallo.
La comitiva oficial partió luego rumbo a Lisboa y Francia. El presidente galo Vincent Auriol le ofreció un almuerzo en el castillo de Rambouillet, el canciller Bidault la condecoró con la Legión de Honor, y el Palacio de Versailles —cerrado desde el comienzo de la guerra— fue abierto especialmente para ella. Evita pasó con sobresaliente el difícil examen de sus modos, vestuarios y estilos en la capital mundial de la elegancia. Christian Dior sucumbió al deseo de vestirla y declaró más tarde: «A la única reina que vestí fue a Eva Perón». Pero no faltaron las visitas a hospitales y centros comunitarios. Se interesó especialmente por la Federación de Deportados, que trabajaba con los sobrevivientes de los campos de Auschwitz y Dachau[302], a la que donó 100.000 francos.
Visitó Notre Dame, donde monseñor Angelo Roncalli, el futuro papa Juan XXIII, le comentó: «Señora, siga en su lucha por los pobres, pero no se olvide que esa lucha, cuando se emprende de veras, termina en la cruz».
Tras un breve paso por Biarritz, Niza y Monaco, Evita partió hacia Ginebra. Esta escala dio lugar al rumor de que su visita obedecía a la apertura de una cuenta cifrada en la que habría depositado una importante suma de dinero. La versión nunca pudo ser confirmada.
En Suiza sufrió dos incidentes: le arrojaron tomates y una piedra rompió el parabrisas de su auto.
Evita no estaba en los planes de Marshall
Aún le faltaba asistir a la Conferencia Interamericana para el Mantenimiento de la Paz y la Seguridad del Continente, celebrada en Río de Janeiro. Llegó el 17 de agosto. La Cámara de Diputados brasileña realizó una sesión en su honor y el canciller Raúl Fernández la condecoró con la Orden de Cruzeiro do Sul. Al día siguiente, se reunió con el presidente Erico Gaspar Dutra y concurrió a la Conferencia de Cancilleres Americanos. Para desgracia del secretario de Estado de los Estados Unidos, George Marshall, mientras lanzaba un discurso furibundamente anticomunista, llegó Evita acaparando todas las cámaras, todos los micrófonos, todas las miradas.
Así lo refleja el semanario Newsweek del 1.° de septiembre:
La aparición de Marshall se transformó casi en un doble sentido cuando la señora Eva de Perón, esposa del presidente argentino, llegó a la conferencia a escucharlo. […] Cuando Marshall terminó su discurso, el presidente de la conferencia, el ministro de Relaciones Exteriores Raúl Fernández […] pidió un cuarto intermedio para que los jefes de las delegaciones pudieran tomar champagne con la señora de Perón. La Primera Dama de la Argentina graciosamente aceptó los brindis de los jefes de delegación y chocó con la de Marshall. Luego se reanudó la sesión[303].
Tras una breve estadía en Montevideo, en la mañana del 23 de agosto llegó a Dársena Norte, donde la esperaban el presidente Perón y decenas de miles de personas.
Después de aquella gira mágica y misteriosa, Evita ya no sería la misma.
Has recorrido un largo camino, muchacha
Desde fines del siglo XIX, las mujeres argentinas venían luchando por la obtención de sus derechos cívicos. Cecilia Grierson participó en 1889, en Londres, del Segundo Congreso Internacional de Mujeres y en septiembre de 1900 fundó el Consejo de Mujeres. En 1907 Alicia Moreau (que aún no era «de Justo») creó el Comité Pro Sufragio Femenino. En mayo de 1910, Buenos Aires fue la sede del Primer Congreso Femenino Internacional, con la participación de delegadas chilenas, uruguayas y paraguayas y donde se reclamó enérgicamente el derecho de las mujeres a votar.
Otra de las pioneras fue Julieta Lanteri, quien tras un sonado juicio logró la carta de ciudadanía y que se la inscribiera en el padrón municipal de la ciudad de Buenos Aires en 1911. Fue la primera mujer de toda Sudamérica en ejercer el derecho al voto en las elecciones municipales celebradas el 26 de noviembre de aquel año. En marzo de 1919 lanzó su candidatura a diputada nacional por la Unión Feminista Nacional; contó con el apoyo de Alicia Moreau y Elvira Rawson y obtuvo 1730 votos.
En 1911 el diputado socialista Alfredo Palacios había presentado el primer proyecto de ley de voto femenino en el Congreso Nacional; faltaba aún un año para que se sancionara la reforma electoral conocida como Ley Sáenz Peña, de voto secreto, universal (es decir, masculino) y obligatorio. El proyecto de Palacios ni siquiera fue tratado sobre tablas. Las mujeres eran consideradas incapaces por el Código Civil de 1871. Recién en 1926, por la ley 11.357, alcanzaron la igualdad legal con los varones, aunque esa igualdad, que estaba muy lejos de ser respetada en los hechos, era tan relativa que no incluía al derecho al voto. En 1929, el socialista Mario Bravo presentó un nuevo proyecto que dormiría el sueño de los justos en los cajones de la Cámara por tres años, hasta que pudo ser debatido a comienzos de septiembre de 1932. En apoyo a la ley llegaron al Congreso 95.000 boletas electorales firmadas por otras tantas mujeres de todo el país, con la siguiente consigna: «Creo en la conveniencia del voto consciente de la mujer, mayor de edad y argentina. Me comprometo a propender a su mayor cultura». Pocos días después, el 17 de septiembre, la Cámara Baja le daba media sanción a la ley propuesta por el diputado socialista. Durante el debate, el diputado derechista Bustillo pidió el voto calificado para la mujer, en medio del abucheo generalizado de cientos de señoras y señoritas que colmaban los palcos, mientras que el socialista Ruggieri celebraba, en medio del aplauso de las damas presentes, «la coincidencia de todos los sectores en el deseo de libertar a la mitad del pueblo argentino, la parte más delicada y sufrida, y la más oprimida, dándole participación directa en nuestras luchas cívicas»[304].
El legislador ultraconservador Francisco Uriburu se opuso en estos cavernícolas términos al proyecto:
Cuando veamos a la mujer parada sobre una mesa o en la murga ruidosa de las manifestaciones, habrá perdido todo su encanto. El día que la señora sea conservadora; la cocinera, socialista, y la mucama, socialista independiente, habremos creado el caos en el hogar[305].
La ley no pudo pasar esa defensa infranqueable del pensamiento retrógrado que era el Senado argentino de los años 30. Pero la bancada socialista, la que más hizo por la concreción del voto femenino a lo largo de nuestra historia, acompañada por el impulso de la mujer del fundador del partido, Alicia Moreau de Justo, insistió sin éxito con proyectos presentados por el diputado Palacios en 1935 y 1938. Este último fue apoyado por una declaración de la Unión de Mujeres Argentinas, firmada por Susana Larguía y Victoria Ocampo[306].
Desde aquel proyecto de Palacios de 1911 se presentaron otras 22 iniciativas legislativas, hasta que el 9 de septiembre de 1947 pudo sancionarse finalmente la ley 13.010 que establecía en su primer artículo: «Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos».
El 23 de septiembre, Evita debutó en el balcón de la Casa Rosada, al hablar ante una multitud convocada por la CGT para celebrar el voto femenino. Comenzaba a sonar, estridente y metalizada por los altavoces, una voz enérgica que quedaría para siempre en el recuerdo de todos los argentinos, los que la amaban y los que la odiaban. Aquella voz inconfundible dijo:
Mujeres de mi patria: recibo en este instante, de manos del gobierno de la Nación, la ley que consagra nuestros derechos cívicos.
Y remarcó que se trataba de una
victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional[307].
Lejos de alegrarse, las dirigentes opositoras que venían luchando por lograr el voto femenino y la total integración de la mujer a la política, sintieron que Evita les arrebataba una reivindicación histórica y una anhelada conquista.
La Fundación
De regreso de su viaje, Evita se dedicó de lleno a lo que ella llamaba justicia social en contraposición a tanta «beneficencia».
Conocedora de la burocracia y de las urgencias del pueblo, organizó la Fundación Eva Perón porque entendió que los trabajadores podían conseguir sus avances sociales a través de la CGT, pero el resto del pueblo, los que estaban fuera del circuito regular del trabajo debían tener otro ámbito para canalizar sus pedidos y exigir sus derechos, que ya no podían esperar más.
La Fundación nació el 8 de julio de 1948, a través del decreto 20.564 firmado por Perón, que le otorgaba personería jurídica a la «Fundación Ayuda Social María Eva Duarte de Perón», que dos años después pasaría a llamarse simplemente «Fundación Eva Perón».
La magnitud de la obra a realizar, en una Argentina donde las injusticias sociales eran crónicas, requería que la Fundación tuviera una estructura sólida. Su financiamiento inicial provino de un fondo instituido por el ministro de Hacienda, Ramón Cereijo, quien abrió una cuenta especial en el Banco Central. Su primer depósito fue un donativo de 10.000 pesos de la propia Evita. Poco después, el gobierno decretó que iría directamente a la cuenta de la Fundación el aporte obligatorio proveniente de los descuentos efectuados a todos los trabajadores del país por los feriados del 1.° de Mayo y el 17 de Octubre. A esto se sumaban los aportes, a veces voluntarios y otras no tanto, de industriales y empresarios que eran «invitados» a colaborar.
La Fundación contó con expertos en el área sanitaria, como el prestigioso cirujano Ricardo Finochietto, y una Escuela de Enfermeras regenteada por Teresa Fiora. La Escuela formó un excelente cuerpo de profesionales que cumplió funciones en todos los hospitales del país.
La obra de la Fundación fue monumental: hogares de ancianos, pensiones a la vejez, barrios, la «Ciudad Infantil Amanda Alien» y la Ciudad Estudiantil en Capital, la República de los Niños de Gonnet, hogares para madres solteras, colonias de vacaciones, campañas intensivas de vacunación, campeonatos deportivos que permitieron elaborar cientos de miles de fichas médicas de niños de todo el país y atenderlos adecuadamente; reparto de ropa, alimentos, juguetes, becas y subsidios. Los hospitales y los barrios como Ciudad Evita fueron construidos con materiales de primera calidad, basándose en una moderna concepción arquitectónica.
Para acceder a la ayuda que brindaba la Fundación, el trámite era muy sencillo; bastaba con pedir una audiencia o enviar una carta para ser recibido personalmente por Evita. Ella atendía por largas horas a todos; incluso se preocupaba por si tenían el dinero suficiente para regresar a sus casas. Eva estaba orgullosa de su obra, pero insistía en que la Fundación era un paliativo, que su función terminaría cuando en la Argentina hubiera justicia social para todos.
En las sesiones del Primer Congreso Americano de Medicina del Trabajo, realizado en el país el 5 de diciembre de 1949, Eva Perón dejó en claro cuál era su concepto de ayuda social:
Queremos hacer una diferencia entre lo que juzgamos limosna y ayuda. La limosna humilla y la ayuda social estimula. La limosna no debe organizarse, la ayuda sí. La limosna debe desaparecer como fundamento de la asistencia social. La ayuda es un deber y el deber es fundamento de la asistencia. La limosna prolonga la situación de angustia, la ayuda la resuelve integralmente. La limosna deja al hombre donde está, la ayuda lo recupera para la sociedad como elemento digno y no como resentido social. Por eso, la Fundación encamina toda su obra no como limosna sino como acción de justicia, de justicia bien ganada por el pueblo, y que durante tanto tiempo se le negó[308].
A poco de lanzar su Fundación, las Damas de Beneficencia pidieron una reunión con Evita para que las investigaciones en marcha sobre el manejo de los fondos de la «Sociedad» no mancharan «su buen nombre y honor». Le ofrecieron a Evita hacer un «té-bridge» en el Hotel Plaza, «en beneficio de los pobres». Evita rechazó de plano la oferta y les dijo: «En la nueva Argentina se acabó la diversión de los ricos a costa del hambre de los pobres».
Atención «excesiva»
Sus enemigos se indignaban cuando veían la magnitud de su obra y decían que era «excesiva». Partían del primitivo y mezquino concepto de que todo aquello era demasiado para «esa gente acostumbrada a conformarse con poco», por la que sentían un indisimulable desprecio, que se iba tornando cada vez más recíproco.
Esta mentalidad egoísta y clasista se expresó claramente en el informe hecho por la comisión que investigó a la Fundación después del derrocamiento de Perón en 1955. Allí se decía:
Desde el punto de vista material la atención de los menores era múltiple y casi suntuosa. Puede decirse, incluso, que era excesiva, y nada ajustada a las normas de la sobriedad republicana que convenía, precisamente, para la formación austera de los niños. Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto al vestuario, los equipos mudables, renovados cada seis meses, se destruían[309].
Evita, que los conocía bien, tenía muy claro lo que estaba haciendo y por qué lo hacía:
Yo no tengo ningún escrúpulo en hacer las obras que construye la Fundación, incluso con lujo. Tal vez podría cumplir igualmente su misión con menos arte y menos mármoles, pero yo pienso que para reparar en el alma de los niños, de los ancianos y de los humildes el siglo de humillaciones vividas, sometidos por un sistema sórdido y frío, es necesario tener algo de mármoles y de lujo. Es decir, pasarse si se quiere un poquito al otro extremo en beneficio del pueblo y de los humildes[310].
Una colaboradora suya recordaba:
Ella pensaba hacer un hogar escuela en Santiago del Estero y nos mandaron, a otra maestra más y a mí, a que trajéramos a la Capital a doscientos chicos de Santiago, hasta que estuviera listo el hogar escuela en la provincia. ¡Si usted supiera la miseria que yo he visto en el Barrio Cárcel! Una cola de chicos con un tarrito que esperaban las sobras de la comida de la cárcel. Vivían en unos ranchitos que no se podían concebir que viviera gente allí. Los trajimos. Les compramos zapatillas porque estaban descalzos; todos tenían conjuntivitis. Me acuerdo que el doctor Bagnati los curaba como podía… Los tuvimos que traer con la ropita que tenían. En Constitución nos esperaba Evita. Fue la primera vez que la vi. Tuvieron que traerle una silla para que se sentara porque casi se desmaya. Lloraba Evita. «¿Cómo puede ser que haya tanta miseria?», dijo. Y enseguida los mandó a uno de los hogares de menores para que los bañaran, los pusieran en condiciones y los llevaran después a Harrod’s para vestirlos con lo que los chicos quisieran. Así era Evita: de una sensibilidad exquisita, de mucho carácter, muy temperamental. Y de una belleza extraordinaria. Allí la tiene, en esa foto. Era coqueta, pero para estar linda delante de los pobres[311].
Se inauguraron 170 proveedurías de la Fundación en todo el país, que vendían artículos de primera necesidad a precios muy bajos.
Evita monitoreaba personalmente todas las obras y atendía como se ha dicho a centenares de personas por día. Las anécdotas que se recuerdan sobre su trabajo en la Fundación son innumerables. Su amiga Vera Pichel contaba:
Había ido al Chaco para presidir una inauguración y en su comitiva estaba el embajador Raúl Margueirat, a cargo de la oficina de ceremonial de la Nación. Eva se había adelantado un poco hacia el público que pugnaba por acercarse y, en ese momento, una mujer muy humilde se le acercó y la besó en la mejilla. Margueirat pegó un salto, sacó su pañuelo e intentó pasarlo por la mejilla besada.
—No me toques, hijo de puta —le dijo Eva con vehemencia—. ¿Encima querés humillarla a esa pobre mujer? La había besado una mujer con visibles signos de lepra, pero Eva lo aceptó con la entereza y la simpatía que sólo ella sembraba a su alrededor. Contrito, Margueirat guardó su pañuelo, dio un paso atrás y se perdió entre los integrantes atónitos de la comitiva[312].
La acción de la Fundación se extendió a Ecuador, Bolivia, Chile, Turquía, Italia, Checoslovaquia y los Estados Unidos, entre otros 80 países de América, Europa, Asia y África que recibieron su ayuda ante catástrofes y emergencias sanitarias.
Evita ayuda a los pobres de Estados Unidos
En 1949, el reverendo Ralph Faywatters, presidente de la Children’s Aid Society de Washington, le solicitó ayuda a la Fundación para los niños pobres de su país. Evita respondió rápidamente enviando ropa de abrigo y calzado para 600 indigentes, habitantes del país más rico del mundo. La ayuda pegó fuerte en la soberbia y aparentemente opulenta sociedad norteamericana que se sintió, más que agradecida, ofendida. El gobierno yanqui llegó al absurdo de pedirle explicaciones a la embajada argentina. En una carta, inédita hasta que la publicara recientemente Rogelio García Lupo, Evita explicaba.
Sirva de ejemplo este acto y esta ayuda que lo hacemos con todo respeto y todo el cariño por el gran pueblo de los Estados Unidos y humildemente le hacemos llegar nuestro granito de arena de ayuda […] este avión argentino que pronto llegará a Estados Unidos representa la bondad de nuestro conductor y lo que somos capaces de hacer por el desposeído, esté donde esté y se encuentre donde se encuentre[313].
Evita y la CGT
La presencia de Evita ya no era silenciosa y Perón la dejó que se convirtiera en su delegada e intérprete ante los trabajadores representados en la CGT.
Éste fue el segundo y fundamental papel de Evita en el esquema de división de tareas diseñado por Perón. Terminada su jornada en la Fundación se trasladaba a la CGT, donde se interiorizaba de la marcha de actividad sindical. Todos los miércoles por la tarde se reunía en la Casa Rosada con Perón y diferentes delegaciones gremiales de todo el país.
Un tercer papel fue la conducción indiscutida de la rama femenina del movimiento. En julio de 1949, en un acto que colmó la capacidad del Teatro Nacional Cervantes, creó el Partido Peronista Femenino que, a través de sus delegaciones en todo el territorio nacional, funcionó rápidamente como centro de adoctrinamiento y difusión cultural y, por intermedio de sus delegadas y subdelegadas, recabó información que luego transmitía a la Fundación Eva Perón. Evita controlaba con mano férrea las actividades y no dejó que la rama masculina interfiriera en sus propósitos.
La presencia de Evita en la vida política argentina, su poder e influencia provocaron reacciones negativas en el conjunto de la oposición política —ciertamente censurada y limitada en su accionar por la política del gobierno— y de dos corporaciones que habían dado su apoyo incondicional a Perón para su llegada al poder y durante la primera etapa de su gobierno: la Iglesia y el Ejército.
La Constitución peronista
En general, aun entre los liberales, había acuerdo para producir una reforma de la Constitución, ya que los principios liberales clásicos de 1853 habían comenzado a ser cuestionados a partir de la crisis de 1929 y el avance del intervencionismo estatal. Los peronistas planteaban que la Constitución del 53 había sido pensada para abrir el país a las empresas extranjeras y que el contenido liberal de sus normas chocaba con los preceptos de justicia social que se pensaba incorporar.
Fue así que a fines de 1948, promediando su primera presidencia, Perón convocó a elecciones para una Asamblea Constituyente.
El 5 de diciembre, los argentinos volvieron a votar, esta vez para elegir 158 convencionales que estudiarían la reforma. El 21 se conocieron los cómputos finales que hablaban de un notable triunfo del oficialismo con 1.590.634 votos; 834.436 para los radicales; 85.355 para los comunistas; 2109 para los nacionalistas y 180.000 en blanco.
Mientras se desarrollaban las sesiones, Perón comentó:
Está reunida una convención que va a modificar la Carta Fundamental que tiene el país. Más del cincuenta por ciento de quienes la componen son trabajadores. Eso, para la oligarquía, resulta una verdadera afrenta al país, que un hombre «de ésos» —según ellos— se pueda sentar en la Convención Constituyente. Lo que más ha mortificado a cierta gente es que hayamos metido allí a hombres que, según ellos, no son «decentes». En este país, antes, para ser decente había que usar cuello duro, bastón, tener cuatro o cinco apellidos y no haber trabajado nunca[314].
El 11 de marzo, la Convención Nacional Constituyente, presidida por el coronel Mercante y sin la presencia de los constituyentes radicales, aprobó y juró la reforma.
La Constitución Nacional de 1949 no modificó en líneas generales la tradicional estructura del texto aprobado en 1853. Conservó su parte dogmática de declaraciones, derechos y garantías individuales. Mantuvo el Preámbulo, aunque incorporándole la síntesis doctrinaria del peronismo, al ratificar «la irrevocable decisión de constituir una nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana».
Perón se había opuesto en estos términos a la reforma del artículo 77 y a la consecuente posibilidad de habilitar la reelección inmediata del presidente:
Un punto que resulta indudablemente crítico que el ambiente público ha comenzado a comentar es el referido a la modificación del artículo 77, a fin de que el Presidente pueda ser reelecto sin período intermedio. Mi opinión es contraria a tal reforma y creo que la prescripción existente es una de las más sabias y prudentes de cuantas establece nuestra Carta Magna. Restaría observar lo que sucede en los países en que tal inmediata reelección es constitucional. No hay recurso al que no se acuda, lícito o ilícito, es escuela de fraude e incitación a la violencia, como asimismo una tentación a la acción política por el gobierno y los funcionarios. Y si bien todo depende de los hombres, la historia demuestra que éstos no han sido siempre honrados ni ecuánimes para juzgar sus propios méritos y contemplar la conveniencias generales, subordinando a ellas las personales o de círculo. En mi concepto tal reelección sería un enorme peligro para el futuro político de la República y una amenaza de graves males que tratamos de eliminar desde que actuamos en la función política.
Sin embargo, un año después, sus partidarios impulsaron y lograron la modificación del artículo 77, habilitándolo para ser electo para un nuevo mandato. También fueron incorporados en el nuevo texto constitucional, en su artículo 37, los derechos sociales del trabajador, de la familia, de los ancianos, a la educación popular, de la función social de la propiedad. Se propició el intervencionismo del Estado en la economía y se convirtieron en bienes de la Nación todas las fuentes de energía, estableciéndose la prestación directa por parte del Estado de todos los servicios públicos como los transportes, la salud y las comunicaciones, según lo decía su famoso artículo 40:
La organización de la riqueza y su explotación tienen por fin el bienestar del pueblo, dentro de un orden económico conforme a los principios de la justicia social. El Estado, mediante una ley, podrá intervenir en la economía y monopolizar determinada actividad, en salvaguardia de los intereses generales y dentro de los límites fijados por los derechos fundamentales asegurados en esta Constitución. Salvo la importación y exportación, que estarán a cargo del Estado, de acuerdo con las limitaciones y el régimen que se determine por ley, toda actividad económica se organizará conforme a la libre iniciativa privada, siempre que no tenga por fin ostensible o encubierto dominar los mercados nacionales, eliminar la competencia o aumentar usurariamente los beneficios. Los servicios públicos pertenecen originariamente al Estado, y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su explotación. Los que se hallaran en poder de particulares serán transferidos al Estado, mediante compra o expropiación con indemnización previa, cuando una ley nacional lo determine. El precio por la expropiación de empresas concesionarias de servicios públicos será el del costo de origen de los bienes afectados a la explotación, menos las sumas que se hubieren amortizado durante el lapso cumplido desde el otorgamiento de la concesión y los excedentes sobre una ganancia razonable que serán considerados también como reintegración del capital invertido[315].
Tiempos difíciles
Cuando ese mismo año ’49 comenzaron a verse los primeros síntomas de la crisis, Perón endureció aún más su política hacia la oposición y sus publicaciones, en especial hacia La Prensa y La Vanguardia. El diario conservador La Prensa fue cerrado y transferido a la CGT. El socialista La Vanguardia fue clausurado infinidad de veces por motivos que iban desde la censura lisa y llana hasta los «ruidos molestos».
A su vez, el accionar propagandístico de la Secretaría de Prensa y Difusión en manos del inefable Apold, el culto excesivo a la pareja presidencial en monumentos y nombres de calles, y la exclusión absoluta de la oposición de los medios radiales de difusión completaban un panorama que se iba tornando sombrío para las libertades públicas. Paulatinamente, todos los ámbitos de poder fueron cooptados por el peronismo.
Perón destituyó, gracias a la mayoría parlamentaria, a los miembros de la Corte Suprema de Justicia y al procurador general de la Nación. La decisión tenía que ver con la oposición permanente del máximo tribunal a aceptar la legislación social impulsada por Perón desde los tiempos de la Secretaría.
Pero además de los opositores honestos, sinceros demócratas con una tradición intachable de defensa de la libertad, aparecieron otros.
Y es que el peronismo planteó una fractura en la sociedad argentina. Ciertos sectores de las clases medias y altas no toleraban el ascenso de miembros de la clase trabajadora hacia posiciones de poder que creían reservadas para ellos. Algunos personajes que nunca se habían preocupado por la democracia, los derechos humanos y las libertades públicas, que habían apoyado las represiones conservadoras complacientemente, aparecían ahora como paladines de la libertad, denunciando los atropellos del peronismo. Lamentablemente, este ímpetu libertario les desaparecerá con la caída de Perón y no verán como antidemocráticos ni los fusilamientos ni las detenciones de la llamada «Revolución Libertadora».
La crisis del modelo
Los avances alcanzados en materia económica y social no tardarían en hallar un límite que puso freno a la tendencia distributiva de los primeros años. Perón había apostado a una Tercera Guerra Mundial que nunca se produjo pero como posibilidad estaba en el análisis político de figuras tan alejadas del General y entre sí como Winston Churchill, los principales asesores militares de la segunda presidencia de Truman (1949-1953) y los grupos trotskistas de Michel Pablo, Ernst Mandel y Abel Posadas. El General imaginaba a la Argentina como gran proveedor del mundo en aquella hipotética posguerra. A pesar de su notable industrialización, la Argentina seguía dependiendo de las divisas que el sector agroexportador aportaba a través del IAPI.
A comienzos de 1948, para estimular la venta de sus materias primas, los Estados Unidos decidieron que los dólares que prestaba a través del Plan Marshall a los países europeos destruidos por la guerra, no podrían ser utilizados para comprar productos de su principal competidor en el rubro alimentos: la Argentina. A esto se sumó la decisión del gobierno norteamericano de aumentar la producción de cereales, dando subsidios a sus agricultores, y de financiar su venta a Europa que, por su parte, estaba retomando lenta pero sostenidamente sus niveles históricos de producción agrícola.
La situación económica se estaba complicando. A una mala cosecha, producto de una fuerte sequía, y al boicot económico de los Estados Unidos contra nuestro país, se sumaba un hecho altamente positivo que traía consecuencias que evidenciaban lo mucho que quedaba por hacer. El mejoramiento notable de los niveles salariales de los sectores populares había provocado un sensible aumento del consumo de bienes de todo tipo, a un ritmo que no alcanzaba a ser satisfecho por una industria en expansión pero insuficiente para abastecer aquel creciente mercado interno.
Consumos soñados y postergados comenzaron a concretarse masivamente, generando una demanda inédita que desembocó en inflación y desabastecimiento de ciertos productos. El país se había pensado durante más de un siglo para pocos y de pronto eran muchos, millones los que accedían a bienes y servicios anteriormente reservados a las clases altas y medias altas. Los trabajadores podían ahora comprar estufas, cocinas y motonetas y por ende demandaban combustible en cantidades inusuales. Se incrementó significativamente el consumo de alimentos, lo que bajó el volumen de los saldos exportables. Cada vez eran más las toneladas de carne y trigo, históricamente destinadas a los mercados europeos, que se quedaban en la Argentina. La producción total de cereales y carnes entre 1930 y 1950 permaneció casi constante, pero el consumo interno de alimentos aumentó más del 30% y los volúmenes de exportación disminuyeron en el 60 por ciento.
Todavía en 1948, con un sueldo de 480 pesos un obrero argentino podía comprar por año 850 kilos de papas, 270 de carne vacuna, 425 kilos de azúcar, 936 litros de leche, 1560 kilos de pan y 269 docenas de huevos[316].
Pero el inicio de la crisis llevó a aumentar la exportación de productos primarios, a importar más petróleo y a no demorar más el traslado del aumento de los costos al consumidor, lo que le puso un freno al modelo distribucionista y a la expansión del consumo. El gobierno hizo lo posible por mantener, a pesar de la coyuntura hostil, la alta tasa de participación de los trabajadores en la renta nacional, que se mantendrá hasta 1955 por encima del 49%. Asimismo, es importante señalar que se dio un desfase entre el nivel de ingresos de los sectores medios asalariados y los obreros industriales, en detrimento de los primeros. Por ejemplo, entre 1945 y 1951, mientras el salario docente se duplicó, el sueldo del peón industrial se multiplicó por cinco.
Esto trajo algunas consecuencias que deben señalarse. En primer lugar, la dificultad para la compra de maquinaria industrial (impuesta sobre todo por la negativa norteamericana a favorecer la modernización de la producción local, en beneficio de su aliado estratégico en la región, Brasil) llevó al uso intensivo de la capacidad instalada, exigida al máximo por el aumento de la demanda y, paralelamente, al empleo de una abundante mano de obra con altos niveles salariales, los más justos de América Latina, para realizar muchas tareas que en otras economías competitivas ya se realizaban mecánicamente y a mucho menor costo. Esto volvía a la producción industrial argentina poco competitiva a nivel internacional y la volcaba necesariamente a un mercado interno que sufría en aquellos momentos los primeros síntomas de una crisis de impredecibles consecuencias. Esta limitación siguió colocando a la producción primaria prácticamente como el único rubro que aportaba divisas externas. La economía siguió dependiendo de un sector agrario que, políticamente hostil al peronismo, redujo el área sembrada y la venta de vacunos y comenzó a hacer valer su peso específico. Aunque no impidió, limitó el avance de las políticas sociales del gobierno. Al respecto, dirá Hernández Arregui:
El caballo de batalla de la oposición a Perón se centró en la cuestión agraria. El gobierno no resolvió este problema. Y en esta imprevisión habría de encontrar su derrota[317].
La crisis se llevaría puesto al hasta entonces todo poderoso Miguel Miranda y daría paso a la llegada del mucho más ortodoxo economista de carrera Alfredo Gómez Morales.
Perón y su equipo económico ya tenían, para fines de 1950, el borrador de lo que sería el segundo Plan Quinquenal, mucho más austero y conservador que el primero.