Evita

Evita[198]

Yo nunca quise que Evita se transformara alguna vez en una mujer «de la política». Ella era mi mujer y como tal «hacía» política. Su tarea era realizar y estaba abocada a emprendimientos que dignificaban al hombre. Evita terminó de una vez y para siempre con la imagen pasiva de la mujer en la historia argentina, y lo hizo desde el sitio más encumbrado al que puede aspirar una mujer, que es el de primera dama, porque demostró no sólo que la pasividad no es sinónimo de virtud sino que ese puesto de primera dama debe ser una extensión de la obra política del gobierno. En esto quizás Evita fue más allá de lo previsto e incomodó a hombres que no podían tolerar que una mujer consolidara su imagen por mérito propio y a la vez porque consideraban que la política social era sinónimo de dádiva y quienes la otorgaban eran los únicos dignos y demostraban serlo mediante la beneficencia.

JUAN PERÓN, en Enrique Pavón Pereyra, Yo, Perón

La actriz que había flechado al coronel y que era tapa de todas las revistas del corazón, que molestaba tanto al generalato y a las damas y damitas tan pendientes de la «moral», que a falta de vidas propias se ocupaban de las vidas ajenas, aquella mujer de «dudoso origen» como les gustaba decir a las señoras y los señores enemigos del coronel, había nacido en la pequeña localidad bonaerense de Los Toldos, en el partido de General Viamonte, el 7 de mayo de 1919. El pueblo, ubicado a unos 200 kilómetros de la Capital, debía su nombre a la proximidad con la toldería del cacique Ignacio Coliqueo, instalado en la zona gracias al apoyo que había brindado a las tropas del general Bartolomé Mitre que enfrentaron a las de Justo José de Urquiza en la batalla de Pavón en 1861[199].

El acta de matrimonio con Juan Domingo Perón indica que Evita nació en Junín, el 7 de mayo de 1922, «hija legítima de doña Juana Ibarguren de Duarte y de su esposo, Juan Duarte». Pero por investigaciones posteriores pudo saberse que la partida de nacimiento que consignaba esa fecha era falsa y que la original, inscripta en el Registro Civil de General Viamonte, había sido arrancada y destruida. Esta adulteración pretendía reparar su condición de «hija natural», producto de la negativa de su padre a reconocerla. Fue inscripta por su madre como María Eva Ibarguren. El cambio de la condición civil de sus padres, de concubinos a casados, debía ir necesariamente acompañado de la modificación de la fecha de nacimiento de María Eva, porque Duarte estaba casado, no precisamente con doña Juana, y recién en 1922 cambió su estado civil por el de viudo. Se eliminaba así la condición de «hija adulterina» de Evita. La modificación se produjo en 1945, en los días previos a la boda con Perón, cuando Eva fue anotada, con los datos cambiados, en el acta número 728, que originariamente correspondía a un bebé muerto a los dos meses de vida y llamado Juan José Uzqueda.

De la naturaleza de los hijos

En aquel pueblo agrícola-ganadero de Los Toldos vivieron doña Juana Ibarguren y sus cinco hijos: Blanca, Elisa, Juan Ramón, Erminda Luján y María Eva. Su padre, Juan Duarte, era hijo de una familia acomodada de Chivilcoy. Había llegado a General Viamonte para administrar la estancia «La Unión», propiedad de los Malcolm, punteros locales del caudillo conservador Marcelino Ugarte, que había sido gobernador de Buenos Aires hasta que el presidente Hipólito Yrigoyen decidió intervenir la provincia en 1917.

Don Juan, como muchos hombres de su clase y de su tiempo, creía ejercer plenamente su masculinidad manteniendo las formas que exigían la «moral y las buenas costumbres». En su pueblo natal, había formado una familia «legal, respetable y bien constituida» junto a una prima suya, Adela D’Uhart[200], con la que había tenido hijos que gozaban del estatus de legítimos; y una segunda familia «paralela», junto a doña Juana —a la que había conocido en «La Unión» en 1908—, con la que tuvo sus «otros» hijos, los «naturales». Estaban siempre cercanos a aquel mote de bastardos, terriblemente insultante en aquellas épocas en las que la condición de «natural» era un pasaporte a la discriminación social y jurídica. Aquella doble moral, obscena y machista, aceptaba y hasta festejaba en secreto estas dobles vidas, entendiendo como «necesidades masculinas» el mantenimiento de dos relaciones paralelas. Pero para «la segunda» y sus hijos no había piedad. María Eva era una hija natural. Lo natural no era bueno por entonces y los «hijos naturales» quedaban fuera de aquella peculiar naturaleza humana. Desde chiquita, Eva tuvo que ubicarse por ahí, en los suburbios de la vida.

En 1920, cuando su hija menor «no reconocida» estaba por cumplir un año, Juan Duarte decidió abandonar definitivamente a su «segunda» familia y regresar a Chivilcoy. Su partida le complicó la vida a Juana Ibarguren, que quedó sin recursos y con cinco bocas que alimentar. Pero no era mujer de rendirse: se mudó a una casa más modesta en las afueras, cerca de las vías del ferrocarril, y trabajó en lo que pudo para dar de comer a su prole.

El derecho de llorar

La infancia de «Cholita», como sus hermanas llamaban a Eva, no fue muy distinta de la de millones de chicos argentinos, atravesada por las privaciones y las ilusiones de salir de esa situación, de soñar con el imposible juguete o el viaje a la gran ciudad. El Estado de entonces estaba muy lejos de ser benefactor y para todos regían las leyes del mercado, con sus pocas ofertas y todas las demandas. La pobreza en toda su dimensión fue una marca indeleble para Evita. A ella nadie se la contó, aprendió muy a su pesar a convivir con las necesidades, a sobrevivirlas:

Para ver la pobreza y la miseria no basta con asomarse y mirarla. La pobreza y la miseria no se dejan ver así tan fácilmente en toda la magnitud de su dolor porque aun en la más triste situación de necesidad el hombre y más todavía la mujer saben imaginárselas para disimular, un poco al menos, su propio espectáculo. […] Allí donde cuando hay cama no suele haber colchones, o viceversa; o ¡dónde simplemente hay una sola cama para todos…! ¡Y todos suelen ser siete u ocho o más personas: padres, hijos, abuelos…! Los pisos de los ranchos, casillas y conventillos suelen ser de tierra limpia. ¡Por los techos suelen filtrarse la lluvia y el frío…! ¡No solamente la luz de las estrellas, que esto sería lo poético y lo romántico! Allí nacen los hijos y con ellos se agrega a la familia un problema que empieza a crecer. Los ricos todavía creen que cada hijo trae, según un viejo proverbio, su pan debajo del brazo; y que donde comen tres bocas hay también para cuatro. ¡Cómo se ve que nunca han visto de cerca la pobreza! Yo también los he visto volver a casa con el hijo muerto entre los brazos para dejarlo allí sobre una mesa y salir luego a buscar un ataúd como antes buscaron médico y remedios desesperadamente. Los ricos suelen decir: —No tienen sensibilidad, ¿no ve que ni siquiera lloran cuando se les muere un hijo? Y no se dan cuenta que tal vez ellos, los ricos, los que todo lo tienen, les han quitado a los pobres hasta el derecho de llorar[201].

Un velorio de película

El 8 de enero de 1926, Juan Duarte murió en un accidente automovilístico. Apenas se enteró del hecho a través de una llamada de un pariente cercano del muerto, Juana partió hacia Chivilcoy con sus cinco hijos en un auto de alquiler y se presentó en el velorio a darle el consabido último adiós.

Todas las miradas se clavaron en Juana y su prole. Las señoras y los señores «respetables» no podían creer lo que veían. «Cómo se atreve», era en aquella tórrida mañana de verano la frase menos original, que competía con «qué coraje» y «qué descaro».

La familia «legítima» —y no, como se ha dicho erróneamente, su esposa, que había fallecido hacía cuatro años[202]— no se opuso a tolerar la presencia de la familia de Los Toldos. Los testimonios coinciden en un pequeño episodio con una de las hijas, que fue superado; los otros Duarte y la pequeña Ibarguren pudieron besar a su padre antes de que cerraran el féretro y acompañar el cortejo fúnebre. Esto le quita al episodio el carácter de fundamental y predestinante que le da, por ejemplo, la película Evita de Alan Parker, que quiere ver en el enojo de esa pequeña rebelde, que contra todos consigue irrumpir en la sala mortuoria para besar a su padre, un anticipo de la futura imparable Evita.

La ñata contra el vidrio

Evita tuvo que entender pronto asuntos que lleva su tiempo aprender. No iba a tener nunca un papá, una familia «legítima», un auto, los elementos que parecían normales y constitutivos de la felicidad en las familias que ella veía en el cine y escuchaba en los radioteatros. Conoció la humillación, los zapatos apretados y rotos heredados de sus hermanas y la mirada para abajo que indefectiblemente lleva a mirar de reojo para arriba. Soportó en varias fiestas patrias la dádiva de las señoras de la «beneficencia» que le acariciaban la cabeza con cierta prevención mientras le donaban, a la vista de toda la escuela, unos guardapolvos usados o el vestidito pasado de moda que alguna de sus hijas había abandonado. Ahí empezó a odiarlas prolijamente:

Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si se me clavase algo en ella. De cada edad guardo un recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente. La limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuera aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son, para mí, ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes[203].

Las luces de la pequeña ciudad

La Argentina vivía la terrible crisis iniciada en octubre de 1929 en los Estados Unidos y extendida como una peste por todo el mundo.

A los Ibarguren-Duarte no les alcanzaba para mudarse a la gran ciudad. Con gran esfuerzo lograron, a comienzos de 1930, asentarse en Junín en busca de una vida mejor.

Junín ya era una ciudad importante de la provincia de Buenos Aires, con dos líneas de trenes —el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y el Central Argentino— y un inmenso taller ferroviario que daba trabajo a miles de obreros.

La vida de los Ibarguren-Duarte siguió marcada por las privaciones. Juana «cosía para afuera», como se decía por entonces, en su nueva casa de la calle Winter 90, y recibía la ayuda de Blanca que ya ejercía como maestra. Elisa había logrado el traslado a la oficina de Correos de Junín y Juancito trabajaba de mandadero en una farmacia. Las más chicas, Chicha (Erminda) de catorce y Cholita de once, estudiaban. En la única escuela de General Viamonte habían realizado sus primeros años escolares. El pase de Evita a la Escuela N.° 1 «Catalina Larralt de Estrugamou» de Junín, le permitió completar su tercer grado. No era una buena alumna y sus boletines dejan ver muchas inasistencias. Sus compañeras destacan que por entonces era callada y tímida. Una de sus maestras recordaba:

Tuve por alumna a Eva Perón, que por aquel entonces se llamaba Eva Ibarguren. Pero no me acuerdo bien de ella. Era una chica común, una alumna más. No se destacaba por nada especial. Repitió segundo grado. Era buena en labores y canto, pero era muy faltadora[204].

Otra de sus docentes va un poco más allá:

Recuerdo perfectamente a varios de sus compañeros, pero la figura de esta alumna, por momentos, se me desdibuja, posiblemente porque no terminó su escuela primaria en el pueblo. Sin embargo, recuerdo nítidamente la expresión de sus ojos: igual a la que exhibió durante todo el resto de su vida. Era más bien callada y no tenía muchos amigos. Me parece recordar que las madres aconsejaban a sus hijos no acercarse mucho a ella y a sus hermanas[205].

No son pocos los testimonios que coinciden en que algunas de sus amiguitas eran reprendidas duramente por sus madres si se juntaban con «esa bastarda».

Aquellas señoras de doble moral justificaban su actitud cruel y discriminadora en la defensa de las «buenas familias» que incluían a sus maridos que, como ellas bien sabían, embarazaban a sus amantes fuera de sus hogares «bien constituidos», generando aquellos niños en los que estas nobles damas ejercían su venganza.

Por la tarde, Evita jugaba con sus hermanos. Le encantaba pintarse la cara con algún maquillaje de su madre o con barro, vestirse de payaso y hacer acrobacias y malabarismos. La platea familiar asistía a sus funciones que incluían escenas teatrales. También se divertía coleccionando fotografías de sus actrices preferidas, que atesoraba en un álbum. Al recorrer las páginas de aquellas revistas como El Hogar, se asomaba a un mundo lejano, soñado, al que difícilmente accedería: el mundo de las reinas, las divas, las estrellas de Holywood, aquellas mujeres hermosas, brillantes, independientes, que marcaban un estilo.

Tenía pocos juguetes y les pidió a los Reyes Magos una muñeca de «tamaño natural». En la mañana de un 6 de enero miró sobre sus zapatos, sin muchas ilusiones para no sufrir una nueva decepción; pero allí estaba una enorme muñeca. Cuando la abrazó notó que le faltaba una pierna. Era lo que había podido comprar doña Juana, una muñeca de descarte. A Evita el regalo le llegó con un relato que daba cuenta de que la pierna se había roto al caerse del camello del rey Baltasar. Cholita estaba aprendiendo a dudar de las versiones de los adultos y de la bondad de los reyes.

Tardes de radio

A María Eva le encantaba recitar poesía y participó, el 20 de octubre de 1933, en la obra Arriba Estudiantes, gracias a que Erminda pertenecía a un grupo escolar que organizaba representaciones teatrales. Poco después hizo su debut artístico recitando el poema «Una nube», de Gabriel y Galán, frente a un micrófono de la casa de música de Primo Arini que transmitía por altoparlantes el programa La Hora Selecta, que alteraba el silencio de Junín todas las tardes a las siete.

Recuerdo que, siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como si quisiera decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón[206].

La radio la hacía soñar. Se imaginaba triunfando en algún teatro de Buenos Aires, se iba de la miseria del día a día, hasta que la realidad la volvía a dejar en su casa.

Había en ella una mezcla interesante de optimismo y rebeldía:

En el lugar donde pasé mi infancia los pobres eran muchos más que los ricos. Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes. Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión en la injusticia. Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles. Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte. Alguna vez, en una de esas reacciones mías, recuerdo haber dicho: —Algún día todo esto cambiará…— y no sé si eso era ruego o maldición o las dos cosas juntas. Aunque la frase es común en toda rebeldía, yo me reconfortaba en ella como si creyese firmemente en lo que decía. Tal vez ya entonces creía de verdad que algún día todo sería distinto; pero lógicamente no sabía cómo ni cuándo[207].

En 1933 surgió la posibilidad de una prueba nada menos que en Radio Belgrano, una de las emisoras más importantes de Buenos Aires. Juntó unos pesos, estudió tres poemas y partió cargada de ilusiones, acompañada por doña Juana, hacia la gran ciudad. Era su primera vez en la Capital y todo la asombraba.

Mi Buenos Aires querido

En la calle y en los cafés porteños se comentaba el vergonzoso tratado firmado por el vicepresidente argentino, Julio A. Roca hijo, con el ministro de Comercio británico, sir Walter Runciman. El Pacto Roca-Runciman establecía que a cambio de que el gobierno de Su Majestad mantuviera su cuota de compra de carne enfriada, la Argentina se comprometía a gastar el total de sus exportaciones en Inglaterra o a través de ella. Les daba a los ingleses el monopolio de los transportes y una notable influencia en un organismo por crearse: el Banco Central de la República Argentina, destinado a controlar la emisión monetaria y a regular la tasa de interés. El pacto sería denunciado por el senador demócrata progresista por Santa Fe, Lisandro de la Torre, y por el grupo FORJA. Uno de sus fundadores, Arturo Jauretche, no dudó en calificarlo de «estatuto legal del coloniaje».

Pero Eva todavía estaba ajena a aquellas cuestiones. Sus pocas horas en Buenos Aires las dedicó a calmar sus nervios y ensayar una vez más sus poemas favoritos. La prueba se la tomó alguien con quien años más tarde llegaría a trabar una sincera amistad, el dueño de la radio, don Jaime Yankelevich, quien concluyó la audición con lo que para él era un trámite: el consabido «te vamos a llamar». Evita regresó a Junín a esperar un llamado que tardaría varios años en llegar.

Vida de pueblo

Las ciudades agrícola-ganaderas como Junín sufrían los efectos de la crisis que afectaba todos los rubros de la economía. En la casa de Evita, los sueldos de Elisa, Blanca y Juancito no alcanzaban, y doña Juana decidió abrir un comedor. La mitología antiperonista imaginó y trató de imponer la idea de que aquel comedor era en realidad un prostíbulo donde la madre explotaba a sus hijas. No hay un solo testimonio serio que pueda avalar esta teoría elaborada por los «partidarios de la moral y las buenas costumbres».

Quiso la vida que dos de los comensales habituales de doña Juana se convirtieran en sus futuros yernos: el mayor Arrieta se casó con Elisa y el abogado y profesor del Colegio Nacional, Justo Álvarez Rodríguez, con Blanca.

Justo frecuentaba los círculos intelectuales socialistas y anarquistas que confrontaron con el cura Raspuela por la orientación del monumento a San Martín. El párroco quería que apuntara a la iglesia y no hacia el oeste, o sea hacia la cordillera de los Andes. Los muchachos decían que el caballo no podía dar las ancas hacia la cadena montañosa y le dedicaron al cura el siguiente versito: «Si el culo tuviera nombre / y el nombre tuviera fin / el culo del mundo sería Junín».

Evita, que había terminado el ciclo primario en 1934, ya estaba lista para buscar nuevos horizontes.

Ya se había asomado al amor con un noviecito llamado Ricardo, un amigo de Juancito algo mayor que ella. Todavía era muy inocente y junto a una amiga aceptó la propuesta de dos muchachos «bien», hijos de estancieros de la zona, que las invitaron a Mar del Plata en auto. Las chicas notaron con preocupación que el vehículo se desviaba de la ruta. Cuando pudieron reaccionar ya tenían encima a dos violadores, que no pudieron concretar sus intenciones y las abandonaron desnudas a la vera de la ruta. Se dice que cuando Evita tuvo poder, los muchachos pagaron muy caro su «travesura»[208].

Adiós, Pampa mía

La leyenda dice que Evita partió de Junín hacia Buenos Aires a principios de 1935 acompañada de Agustín Magaldi. Pero lo cierto es que el cantor, que había actuado en la ciudad en 1929, sólo volvió a hacerlo en diciembre de 1936, cuando Eva llevaba más de un año de radicación en Buenos Aires. La vida artística de Magaldi como solista comienza en enero de 1936, cuando disuelve su dúo con Pedro Noda y se presenta acompañado por los guitarristas Centeno, Ortiz, Francini, Carré y el arpista Félix Pérez Cardoso.

La partida de Evita poco tuvo que ver con los mitos que después se tejieron y las versiones cinematográficas que los pusieron en pantalla: viajó junto a su madre desde la estación del tren de Junín y llegó a Buenos Aires, donde la esperaba su hermano Juancito, que estaba cumpliendo el servicio militar. No era una fuga, sino un viaje para buscar oportunidades que, en esos años de crisis, los pueblos como Junín no ofrecían:

Yo traté de convencerme de que debía de haber otros lugares de mi país y del mundo en que las cosas ocurriesen de otra manera y fuesen más bien al revés. Me figuraba por ejemplo que las grandes ciudades eran lugares maravillosos donde no se daba otra cosa que la riqueza; y todo lo que oía yo decir a la gente confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran ciudad como un paraíso maravilloso donde todo era lindo y era extraordinario […]. Un día —habría cumplido ya los siete años— visité la ciudad por vez primera. Llegando a ella descubrí que no era cuanto yo había imaginado. De entrada vi sus «barrios» de miseria y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había pobres y había ricos. Aquella comprobación debió dolerme hondamente porque cada vez que de regreso de mis viajes al interior del país llego a la ciudad me acuerdo de aquel primer encuentro con sus grandezas y miserias, y vuelvo a experimentar la sensación íntima de tristeza que tuve entonces[209].

El 3 de enero de 1935, Eva llegó a Buenos Aires con una pequeña valija y enormes sueños de triunfar, de ser actriz, de ser ella la que apareciera en las tapas de Sintonía y las revistas que alimentaban su fantasía desde que tenía uso de ilusión. Tenía quince años y una vida por estrenar. Era flaquita, de un pelo negro muy corto que enmarcaba unos bellos ojos negros de mirada triste y curiosa a la vez. Llegaba dispuesta a conquistar la gran ciudad, su fértil imaginación no le alcanzaba para percibir hasta dónde llegaría aquella conquista.

En las entrañas del monstruo

Evita era una migrante más en Buenos Aires. Era parte de un proceso histórico que no la tuvo como protagonista sino como víctima. Una entre millones que habían dejado su tierra empobrecida buscando un horizonte en la gran ciudad que iba diversificando su economía. Gobernaba el país, gracias a un escandaloso y persistente fraude electoral, la más rancia oligarquía ganadera que se desentendía de los dramas sociales de la mayoría de la población y se dedicaba prolijamente a aprovechar los beneficios colaterales de la crisis: comprar por monedas campos que antes valían millones; monopolizar para sí los créditos que los bancos oficiales les negaban a los chacareros, peones y trabajadores; rebajar los sueldos de sus asalariados y aumentar notablemente sus márgenes de ganancia predicando el sacrificio ajeno «para salir de la crisis» y practicando el despilfarro gracias a aquel sacrificio.

Durante los primeros meses de su residencia en Buenos Aires, Eva vivía en una humilde pensión de la zona de Congreso. Como millones de argentinos que sobrevivían aquella década infame, su trabajo era buscar trabajo.

Entre bambalinas

No tenía demasiados contactos, así que debía recorrer los cafés donde paraba la gente del ambiente, ir a los teatros, en fin, el recorrido de los que deben pagar su derecho de piso. No quería trabajar en otra cosa, quería ser actriz y su persistencia rindió sus frutos. Pudo ingresar en la Compañía Argentina de Comedias, que encabezaba Eva Franco y dirigía Joaquín de Vedia.

Evita había soñado muchas veces con aquella noche, la de su debut en un teatro porteño. Fue el 28 de marzo de 1935 en el Teatro Comedia, de Carlos Pellegrini 248. La obra era La señora de Pérez, de Ernesto Marsili. Eva hacía el papel de una mucama y mereció el comentario de Edmundo «Pucho» Guibourg en el legendario diario Crítica, donde señaló: «muy correcta en su breve intervención Eva Duarte»[210].

En Junín ya se hablaba de ella en el periódico local:

Nosotros, por nuestra parte, contentos de ver los exquisitos valores artísticos que surgen de nuestro ambiente, auguramos a esta señorita el más florido triunfo, y esperamos que su elogiosa labor y sus excelentes dotes personales se vean prontamente coronadas del meritorio éxito al que se hace acreedora[211].

Evita estudiaba arte dramático en el Consejo de Mujeres y estrenaba Cada hogar es un mundo, de Goicochea y Cordone. Trabajó con Eva Franco hasta enero de 1936, aunque no la convocaron para todas las obras que representó la compañía. Tuvo dos pequeños papeles en Madame Sans Gene, de Victorien Sardou y Émile Moreau, y en La dama, el caballero y el ladrón, una comedia de Mateos Vidal estrenada en el Teatro Cómico. Cuenta Eva Franco que Evita recibía la mayor cantidad de flores al terminar las funciones:

La confusión provocó las bromas de todos los compañeros, que la apabullaron con chanzas de todo tipo. El incidente trascendió a la prensa y se dijo que yo me enojé y que quise despedirla de la compañía. No fue cierto pero debo confesar que no salía de mi asombro al ver cómo una jovencita recién iniciada en el teatro tenía ya tantos admiradores[212].

Todos los teatros de Buenos Aires suspendieron sus funciones el 6 de febrero de 1936, cuando finalmente llegaron a Buenos Aires los restos de Carlos Gardel y dio comienzo su velatorio en el Luna Park. Al día siguiente, el cortejo fúnebre más sentido y multitudinario visto hasta entonces, acompañó a contramano por la avenida Corrientes, que empezaba a dejar de ser angosta, los restos del Zorzal Criollo hasta la Chacarita.

Eva no quería acostumbrarse a los papeles intrascendentes, aspiraba a más, a ser primera actriz, cabeza de compañía; pero sus pequeñas intervenciones le permitían pagar su pensión, comer salteado y hacer lo que más le gustaba en la vida: actuar.

En mayo de 1936, con sus diecisiete años recién cumplidos, se incorporó a la Compañía de Comedias de Pepita Muñoz, José Franco y Eloy Alfaro, para una gira por el interior del país, que culminó en septiembre. Evita actuó en casi todas las obras, aunque la mayoría de las críticas la ignoraron. Su vida era la de una actriz de reparto: mal paga, no cobraba si la recaudación era mala, se hospedaba en miserables pensiones, comía mal y poco, ensayaba mucho y actuaba en varias funciones por día.

En diciembre de 1936 se incorporó a la Compañía de Pablo Suero, que puso en escena Los inocentes, de Lilian Hellman. Viajaron a Montevideo y regresaron en enero del ’37. Tras un nuevo período de inactividad, volvió a trabajar en marzo, dirigida por el notable Armando Discépolo[213], en La nueva colonia, de Luigi Pirandello, en el Politeama de Corrientes 1478. Era un homenaje a Pirandello en el primer año de su fallecimiento; Evita interpretaba a Nela, una campesina que decía unas pocas frases en el tercer acto. Pese al prestigio de su director, la obra no tuvo éxito y Eva volvió a ser una desempleada.

El teatro fue la actividad cultural que más se resintió con la crisis económica: las compañías duraban una temporada y sólo estrenaban comedias ligeras y sainetes con bajos costos de producción. El teatro de revista mantenía su éxito en Buenos Aires, pero según los productores, Eva no reunía las condiciones exigidas por el género. Vivía con lo justo y se alimentaba a mate cocido y bizcochos y algún que otro café con leche con medialunas. El cine y la radio soportaron mejor la crisis y Evita consiguió un pequeño papel en la película ¡Segundos afuera!, dirigida por Chas de Cruz y Alberto Echebehere y protagonizada por Pedro Quartucci, Pablo Palitos y Amanda Varela. Ese mismo mes de marzo de 1937 se incorporó a la compañía «Remembranzas» de radioteatro en Radio Belgrano, en la obra Oro Blanco, de Luis Solá y adaptada por Manuel Ferradas Campos. Su tema era la colonización del Chaco y la lucha de los inmigrantes por la subsistencia contra los atropellos de los terratenientes de la zona.

Mientras Aníbal Troilo «Pichuco[214]» debutaba con su orquesta en el Marabú estrenando Mi tango triste, Evita ingresaba en la compañía de Comedias y Sainetes de Leonor Rinaldi y Francisco Chiarmello, que puso en escena No hay suegra como la mía, de Marcos Bronenberg, todo un éxito de público: permaneció en cartel hasta marzo de 1938. Fue entonces cuando, gracias a su amiga Pierina Dealessi, Eva pudo incorporarse al elenco de La gruta de la fortuna, comedia de Ricardo Hicken que se estrenó, en el teatro Liceo, de Rivadavia y Paraná. Pierina recordaba así a la Eva Duarte de aquellos años:

Evita era una cosita transparente, delgadita, finita, cabello negro, carita alargada. Tenía un busto divino, como de mármol, pero le caía muy llovido, por su flacura; una vez me sacó las medias para abultarse un poco, ¡la pobrecita! Yo siempre le decía: «Aliméntate… No te vayas a acostar tarde. No estás en condiciones de trasnochar». […] Le pregunté si había trabajado alguna vez y me dijo que venía de una gira con Pepita Muñoz. La contratamos con un sueldo mísero: $ 180 por mes. […] En el teatro no se descansaba ningún día y los domingos hacíamos cuatro funciones. Eso era lo común en esa época. A la tarde tomábamos algo en el camarín. Evita tomaba mate, pero como era muy delicadita de salud yo le ponía leche en el mate. Era tan flaquita que no se sabía si iba o venía… Entre el hambre, la miseria y el descuido, tenía siempre las manos frías y transpiradas. Como actriz era muy floja. Muy fría. Un témpano. No era de esas muchachas que despiertan pasiones. Era muy sumisa y daba la sensación de timidez. Lo llevaba adentro. Evita era una triste[215].

El crítico Edmundo Guibourg la conoció por aquellos años:

Evita era una muchacha muy linda, simpática, enfermiza, de piel muy blanca, y ya por entonces había anuncios de leucemia en su físico. Teníamos una inmensa amistad porque ella se sentía protegida en un ambiente que no solamente la rehuía sino que también la ofendía porque había tenido una vida bastante complicada y no se lo perdonaban[216].

Todos los que la conocieron elogiaban su cutis, ignorando seguramente la anécdota que cuenta su hermana Erminda, referida a un grave accidente. A los cuatro años, Evita se quemó la cara con aceite hirviendo al volcársele accidentalmente una sartén. Al curarse, la piel de su rostro se tornó notablemente suave y blanca.

Evita pasó a la compañía de Camila Quiroga y debutó en Mercado de amor en Argelia, donde interpretaba a una odalisca.

Nace una estrella

En aquellos días la revista Sintonía convocó un concurso radial al que Evita se presentó con su habitual entusiasmo. Allí conoció al director de la publicación, el chileno Emilio Kartulowicz, con quien viviría un complicado romance.

En 1939, finalmente su suerte comenzó a cambiar: encabezó junto a Pascual Pelliciotta la Compañía de Teatro del Aire. Debutaron el 1.° de mayo en Radio Mitre, con libretos de Héctor Pedro Blomberg (el célebre autor de La pulpera de Santa Lucía, La mazorquera de Monserrat y otras canciones muy populares entonces), en Los jazmines del ochenta. Por primera vez, la revista Antena publicó su foto: se la veía muy flaca, tenía el rostro pálido pero mantenía su sonrisa entradora. Tras el éxito de Los jazmines del ochenta, Evita pasó con su compañía a Radio Prieto, donde realizó dos ciclos de radioteatro.

Mientras tanto, a comienzos de septiembre de aquel año ’39, Hitler invadía Polonia haciendo estallar la Segunda Guerra Mundial. El presidente Ortiz declaraba la neutralidad de la Argentina. Por aquellos días Evita incursionó nuevamente en el cine con un papelito en La carga de los valientes, dirigida por Adelqui Millar. Volvió al teatro en agosto de 1940, con la compañía cómica de Leopoldo y Tomás Simari que estrenaba Corazón de manteca, de Hicken, y en la que sería su última actuación en un teatro: ¡La plata hay que repartirla!

En marzo de 1999 se conoció una noticia que, casi sesenta años después, se refería a la vida de Eva de aquellos días en que comenzaba a hacerse conocer como actriz. Nilda Quartucci —hija del actor Pedro Quartucci— presentó una demanda de filiación ante el Juzgado 38 de la jueza Mirta Ilundai, donde señalaba haberse enterado a los veintiocho años que Eva Duarte era su verdadera madre. En el escrito, Nilda, nacida en 1940, solicitaba un estudio de ADN que permitiera confirmar el vínculo y acceder entonces a sus posibles derechos hereditarios.

El asunto terminó el 15 de febrero de 2006 con la resolución de los camaristas Galmarini, Posse, Saguier y Zannoni, que dictaminaron:

Descartado cualquier vínculo biológico entre el Sr. Quartucci y la peticionante, se desvirtúa la verosimilitud de la demanda incoada, fundada en la aparente relación sentimental del primero con la Sra. Duarte. […] tras reconocer eficacia probatoria a los resultados de la prueba genética y en virtud de los fundamentos doctrinarios y jurisprudenciales que invoca, la sentenciante concluyó en la inexistencia del vínculo biológico alegado entre la actora y la Sra. María Eva Duarte[217].

Mientras que su carrera cinematográfica continuaba sin éxito, a pesar de su noviazgo con Olegario Ferrando, el dueño de Pampa Film, en los radioteatros su ascenso fue notable. A mediados de 1941 consiguió un contrato por cinco años para sus programas radiales con el auspicio de la empresa Guereño que producía el jabón Radical. El repertorio incluía novelas de Blomberg como Una promesa de amor, Infortunio y Mi amor nace en ti.

En mayo del ’42, Eva es cabeza de la Compañía Candilejas, junto con Pablo Racioppi, en Radio El Mundo. Gracias a estos primeros logros, Evita había mejorado sensiblemente su situación económica; mandaba más plata a su madre y se mudó a una digna habitación en el Hotel Savoy de la calle Callao.

Un encuentro de novela

En su libro Mano de obra, el poeta, guionista de cine y periodista César Tiempo narra la siguiente anécdota:

Yo era cronista teatral de un diario de la tarde. Me encontré con [Roberto] Arlt[218], que venía por la calle Corrientes, sonriendo y hablando solo. Era pasada la medianoche. Entramos a tomar un café en «La Terraza» y allí nos encontramos con dos actrices muy jóvenes, muy pálidas y muy delgadas… Una se llamaba Helena Zucotti y la otra, María Eva Duarte. Nos invitaron a sentarnos a su mesa. Arlt no las conocía, yo sí, pues habían venido a la redacción del diario más de una vez en procura de un poco de publicidad… Ya instalados, entre café y café, Arlt se puso a hablar… De pronto, sin quererlo, manoteó bruscamente y volcó la taza de café con leche que estaba tomando la Zucotti sobre el vestido de su compañera. Arlt exageró su consternación y en un gesto teatral se arrodilló ante la anónima actriz pidiéndole perdón. Ésta, sin escucharlo, se puso de pie y corrió hasta el baño a recomponerse. Cuando volvió tuvo un acceso de tos, como una de esas tiernas y dolorosas heroínas de Mürger. Pero sonreía, indulgente.

—Me voy a morir pronto —dijo sin dejar de sonreír. Y de toser.

—No te aflijas, pebeta —intervino Arlt, que tuteaba a todo el mundo—. Yo, que parezco un caballo, me voy a morir antes que vos.

—¿Te parece? —preguntó la actricilla con una inocencia que no excluía cierta malignidad.

— ¿Cuánto querés apostar?

No apostaron nada. Pero quiero anotar este dato curioso: Roberto Arlt falleció el 26 de julio de 1942. Y Eva Perón, la hermosa actricilla del episodio, diez años después, exactamente el 26 de julio de 1952[219].

43, modelo para armar

Al comenzar 1943, pasada la euforia informativa por el nacimiento de los quintillizos Diligenti, las revistas Sintonía, Antena y Radiolandia ya se ocupaban de Evita. Y como suele ocurrir, se le atribuían romances con distintos actores. Mientras el mundo intelectual se sacudía con la publicación de El ser y la nada de Jean-Paul Sartre, en el país se había ido creando un clima tenso, no justamente por la influencia del existencialismo naciente sino por la proximidad de las elecciones y sus posibles consecuencias.

Pero la población, desencantada absolutamente con la política y consciente del escandaloso fraude que hacía inútil su participación en las elecciones, prefería dedicarse según su género a los entretelones narrados por las revistas del corazón o a las habilidades futbolísticas de Pedernera y el chueco García y a recordar la goleada de la selección argentina frente a Ecuador 12 a 0, con cinco goles de José Manuel Moreno y 4 de Herminio Masantonio, ocurrida un año atrás.

A dos meses de producida la «revolución» del 4 de junio, Evita participó en la fundación de la Asociación Radial Argentina, una entidad gremial que defendía los derechos de los trabajadores de la radiofonía. Cuando el nuevo gobierno intervino las emisoras, Eva estaba inactiva en busca de un libreto para su categoría. El coronel Aníbal Imbert, interventor de Correos y Telecomunicaciones, imbuido del espíritu hispanista y católico de los postulados de la «revolución», intentó prohibir la difusión de los tangos y radioteatros que incluyeran temas «inmorales»[220]. La directiva era tan ambigua que obligaba a los perjudicados reales o potenciales a presentarse ante la Secretaría para pedir la autorización correspondiente. En esas interminables colas del edificio del Correo para que se aprobara su repertorio, Eva divisó a Oscar Nicolini, un conocido de Junín, quien para su suerte era el secretario de Imbert. El interventor terminó dando su visto bueno para que pudiese firmar un nuevo contrato con Radio Belgrano que marcaría su vida profesional y política. Comentaba la revista Antena:

La celebrada primera actriz Evita Duarte, artista que ha adquirido amplio y justificado renombre a través de una larga y brillante actuación en emisoras importantes, iniciaría un ciclo diario de biografías de mujeres ilustres[221].

El ciclo comenzó el 16 de octubre de 1943 y se prolongó, con algunas largas interrupciones, hasta septiembre de 1945. Por primera vez, Evita trabajaba con libretos escritos exclusivamente para ella por Alberto Insúa y Francisco Muñoz Azpiri. Su voz daría vida a Madame Lynch, la heroica mujer del mariscal paraguayo Francisco Solano López; Isabel I de Inglaterra; la actriz Sarah Bernhardt; la primera dama de Taiwán, Madame Chiang Kai-Shek; Lady Hamilton; la bailarina Isadora Duncan; la actriz italiana Eleonora Duse; la sobrina y esposa del general Paz, Margarita Weil de Paz; Ana de Austria; Carlota de México, la esposa de Maximiliano, y a la zarina Catalina la Grande, entre muchas otras mujeres notables de la historia.

El programa fue un éxito y pasó al horario de las 22.30, lo que hoy los medios llamarían prime time.

Sin dudas, el conocimiento de estas vidas marcadas por la política tendría una influencia notable en un futuro que por entonces Eva no imaginaba. Mientras tanto, logró mudarse a un confortable departamento en el cuarto piso de Posadas 1567, entre Callao y Ayacucho, corazón del exclusivo barrio de la Recoleta.

Un futuro mejor

Para junio de 1944 Eva, ya compañera de Perón y jugada por su causa, comenzó un programa radial llamado Hacia un futuro mejor, dedicado a exaltar la obra del gobierno en general y del coronel Perón en particular. Con libretos de Francisco Muñoz Azpiri (en ese momento, director de la Sección Propaganda de la Subsecretaría de Informaciones) y Antonio Jiménez, el ciclo estaba dirigido al pueblo argentino y bajaba línea en un lenguaje sencillo, directo y apasionado.

En una de aquellas emisiones decía Evita:

Soy una mujer de vosotras, madres, esposas, novias o hermanas… De mí salió el hijo que está en los cuarteles (clarines) o el obrero que forja una Argentina nueva, en tierra, mar y aire (ruido de trabajo). Veo las gentes moverse y esa gran ciudad de sangre y carne, que es un pueblo, echarse a un camino, bajo la conducción de los nuevos y vigorosos líderes de la Revolución que ha llegado al recinto inviolable del alma… Marchan ya… ¡Sí… marchan hacia un futuro mejor!… ¡Trabajo y fe hablan ahora! Un pueblo fuerte… recio… lleno de las virtudes cardinales de todos los pueblos fuertes de la tierra[222]

Los textos interpretados por Eva en ese ciclo radial anunciaban frases que en poco tiempo tendrían otra resonancia:

La Revolución no vino porque sí. La Revolución vino por algo, por algo angustioso y duro que germinaba adentro, en la raíz de las vÍsceras… allá donde está el odio y donde está la pasión y donde está el sentido de la injusticia, que hace fluir la sangre a las manos… La Revolución de Junio, se hizo por los trabajadores explotados… y por la iniquidad comercial, y la iniquidad electoral, y la iniquidad patriótica de un pueblo y de una nación, próximos al suicidio… Un hombre, el que iba a traer al trabajo la noción de la redención, un soldado del pueblo, que sintió dentro la llama de la justicia social, fue el que ayudó decisivamente a la estallante revolución del pueblo mismo… Aquí está su voz y su confesión (se intercala un discurso de Perón pronunciado en Berisso). Pero la Revolución redentora vino por muchas causas más, vino por el hambre… y vino por el alma… vino por la tierra madre, olvidada y sedienta y vino por la injusticia y la explotación de los trabajadores[223].

Antes de conocer a Perón, Eva no se sentía muy atraída por la política. Todo comenzó a cambiar cuando junto a su pareja participaba callada pero atentamente de las reuniones que Perón mantenía en su casa con dirigentes y militares. Allí pudo familiarizarse con conceptos y términos políticos, aunque su principal preocupación por el momento seguía siendo disfrutar del mejor momento de su carrera artística.

La mejor compañera

En una carta a sus oyentes, así se definía Eva Duarte, la protagonista de las vidas de mujeres ilustres, que aún no se había convertido en Evita:

Desdeño la frivolidad y me enternezco al notar piedad en los hombres y en las cosas. La máxima satisfacción mía —como mujer y como actriz— sería la de tender mi mano a todos aquellos que llevan dentro de sí la llama de una fe en algo o en alguien y en aquellos que alientan una esperanza. Mis heroínas son así, en todo momento, documentos vivos de la realidad. Sobre la faz un poco absurda de la novela radial, prefiero la biografía donde está el testimonio de algo que se llamó «mujer» y que amó, sufrió y vivió, no importa el lugar, ni el tiempo, ni la distancia. Amigas, he cerrado otro capítulo de mis confidencias, y espero que en todas ustedes no habrá caído en vano, sabiendo que en Evita Duarte está la mejor compañera de todas ustedes[224].

La cachetada del circo

A fines de marzo del ’45, los Estudios San Miguel la contrataron para filmar La cabalgata del circo. Uno de los protagonistas de la película, Hugo del Carril[225], recordaba así a su compañera:

Yo la conocí cuando ella iniciaba su actuación cinematográfica y un día estábamos solos y de repente me preguntó: —¿Usted recibe muchas cartas?; le digo—: Sí, algunas y tal es así que a veces no tenía tiempo de contestarlas. Me dijo: —Me interesa saber qué le dicen en las cartas—. Las cosas más inesperadas. —¿Y pedidos le hacen?—. ¿Y a qué artista no le hacen pedidos? —¿Y usted los cumple?—. En la medida de lo posible sí, pero también pueden pedir una casa-departamento de 20 pisos. —Yo le pido una cosa, en la medida de lo posible, usted atienda a la gente[226].

Durante la filmación, Evita cambió el color de su pelo. Quien sería de ahí en adelante su peluquero, Julio Alcaraz, la dejaría rubia para siempre.

En aquella película trabajó con Libertad Lamarque y surgieron roces entre ambas. Dice la leyenda que Libertad le dio un cachetazo por «insolente» y por sus permanentes impuntualidades, que la «estrellita de reparto» justificaba diciendo que era una colaboradora del coronel Perón. La excesiva tolerancia con Evita estaba garantizada por el interés que tenía la familia Marchinandiarena, dueña de Argentina Sono Film y productora de la película, en retener la concesión del Casino de Mar del Plata que, suponían, podían conservar consintiendo a la novia del poderoso militar. Libertad Lamarque recuerda en su autobiografía que, harta de las impuntualidades de Eva,

La empresa decidió dar fin a tantos inconvenientes, cambiando el horario de filmación. Los llamados ya no fueron a las diez de la mañana, sino a las dos de la tarde. Esto me perjudicó en mis trabajos de la radio y en presentaciones personales de varieté, que ya no pude hacer. Llegaba a mi casa por la noche cuando el resto de mi familia dormía. […] No sé cómo era su carácter. No mantuve jamás una conversación con ella; solamente al pasar una vez, oí que le comentaba a alguien: «Tengo la pancita inflamada, pero no hay que preocuparse, aquí hay un peroncito». Yo novolví a violentarme por nada, dejé que las cosas siguieran su curso. Éstos fueron los únicos incidentes que he tenido con Eva Duarte, auténticos, reales, los que no fueron creados por mentes enfermas… ¡Y tendrán que creerme! Si estoy confesando con total sinceridad pasajes de mi vida y deficiencias de mi personalidad que no me favorecen en nada, tendrán que creerme también si digo que no hubo tal cachetada, que las causas que se inventaron para desprestigiarme fueron además de ineficaces, falsas, fútiles y vulgares[227].

El director Mario Sofficci recordaba así aquella filmación:

La cabalgata del circo es una de las dos películas que hice con Eva Perón; ella no tenía muchas condiciones como actriz, pero lo bueno era que tenía un entusiasmo increíble por el cine. Y era muy profesional en ese aspecto. En ese momento hubo algo, que no sé si fue ciento por ciento culpa de Libertad, que era una diva, o ciento por ciento culpa de Evita. […] Fue aquél un roce que no llegó a mayores (hasta se habló de cachetadas). La realidad es que Libertad Lamarque siempre tuvo propiedades aquí, entraba y salía del país; trabajando afuera se hizo millonaria en dólares. No hubo impedimentos[228].

La Pródiga

En septiembre de 1945, nuevamente dirigida por Mario Soffici, Evita logró su primer y único papel protagónico en el cine con La pródiga, una adaptación de Alejandro Casona de la novela de Pedro Antonio Alarcón. Eva interpretaba a una mujer pecadora que, arrepentida, se dedica a las obras de caridad. Cuenta su director:

La Pródiga nunca la terminé del todo […]. Se le pasó en privado a Evita y Perón. Entre paréntesis, ella me reprochó que la había sacado gorda. «Señora —le dije—, entonces estaba gorda, y ahora está delgada». Ella se reía, muy amable. Ese film nunca se estrenó. Creo que los motivos reales fueron que, como en esos momentos asumía el poder como presidente el general Perón, no creyeron oportuno estrenarlo[229].

A partir de aquel momento, se dedicó a enterrar su pasado, tan denostado por los «intachables»

Esa mujer

No eran pocos los que por entonces afirmaban que la relación de Evita con Perón era claramente oportunista, un escalón más de su carrera. Pero pronto tendrían ocasión de demostrar y demostrarse que la cosa iba en serio. Contaba Evita:

La mayoría de los hombres que rodeaban entonces a Perón creyeron que yo no era más que una simple aventurera. Mediocres al fin… ellos no habían sabido sentir como yo, quemando mi alma, el fuego de Perón, de su grandeza y de su bondad, de sus sueños y de sus ideales. Ellos creyeron que yo «calculaba» con Perón, porque medían mi vida con la vara pequeña de sus almas. Yo los conocí de cerca, uno por uno. Después casi todos ellos lo traicionaron a Perón. Algunos en octubre de 1945; otros, más tarde… y me di el gusto de insultarlos de frente, gritándoles en la cara, la deslealtad y el deshonor con que procedían o combatiéndolos hasta probar la falta de sus procedimientos y de sus intenciones[230].