UNA ESTUPENDA EMBARCACION

Cuando tío Russ estuvo al corriente de todo lo ocurrido con Bobby, declaró:

—Me gustaría ayudaros a encontrar a Bobby Reed, pero me temo que habrá impedimentos.

—Ya nos comeremos nosotros esos «pimientos» —dijo Sue, deseosa de allanar el camino, pero sin entender nada de lo que hablaban los mayores.

Tío Russ sonrió y, tomando a la chiquitina en brazos, explicó:

—Lo que quiero decir es que puede haber razones por las que no convenga que yo os acompañe en ese viaje por el río.

—¿Es que tu barco no funciona? —indagó Ricky.

—No es eso. «Dulce Pastel» es una buena embarcación y está equipada para hacer largos viajes. El impedimento está en que yo he de regresar a mi oficina con estos apuntes de las historietas.

Holly suspiró y mientras se retorcía una de las trencitas, dijo en un murmullo:

—Puede que no volvamos a ver nunca más a Bobby Reed. A lo mejor desaparece para siempre, igual que su bisabuelo.

La tristeza que mostraron entonces todos sus sobrinos desagradó a tío Russ que acabó dejando a Sue en el suelo y diciendo:

—Voy a telefonear a mi despacho. Tenía que regresar mañana, pero, si puedo quedarme un corto tiempo más, os acompañaré en ese viaje por el río para encontrar a Bobby Reed.

Holly, nuevamente alegre, empezó a dar saltitos, mientras su tío descolgaba el teléfono y pedía una conferencia.

—¿Verdad que sería maravilloso que pudiéramos hacer un viaje por el río en el «Dulce Pastel»? —dijo Pam.

—A lo mejor podremos pescar durante el trayecto —añadió Pete, que cada vez sentía más deseos de pescar otros róbalos en el río Muskong.

—Y a lo mejor yo encuentro un «lopadupulus» para el señor Kent —bromeó Ricky.

Cuando tío Russ pronunció las primeras palabras de saludo por el auricular, todos los niños quedaron súbitamente silenciosos. Y mientras le oían hablar con alguien de la oficina todos esperaron con ansiedad. Pero la contestación que llegó desde el otro extremo de la línea hizo fruncir el ceño a tío Russ.

—Sí. Naturalmente. Comprendo que tiene usted razón —dijo—. Sí. Lo haré. Buenas noches.

Colgó el auricular y luego se volvió a los niños moviendo de un lado a otro la cabeza.

—No puedo llevaros —anunció—. En la oficina me necesitan. Hay trabajos urgentes. Lo siento de verdad.

Holly se sintió tan triste que su labio inferior empezó a temblar, hipó un par de veces y se frotó los ojos con el revés de la mano. Los demás niños también aparecían muy apenados, y el señor y la señora Hollister lamentaban que tío Russ no pudiera acompañar a sus sobrinos en una expedición de rescate por el río.

Sue miró a Pam a la cara, preguntando:

—Podemos ir en la barca de remos, ¿verdad?

Sin contestarle, Pam abrazó a su hermana menor.

Tío Russ se enjugó la frente con un pañuelo y, al cabo de un momento, miró a los niños, volviendo a sonreír ampliamente.

—Tengo una idea —anunció.

—¿Qué es? —preguntaron todos a coro.

—Creo que, después de todo, podríais hacer un viaje por el río, aun suponiendo que la policía ya haya encontrado a Bobby.

—¡Vaya! —se entusiasmó Ricky—. ¿Y cómo lo haremos, tío Russ?

Ya todos volvían a sentirse alegres y tío Russ sonreía con la boca abierta de oreja a oreja.

—Vuestro padre puede ser el capitán del «Dulce Pastel». Puede llevaros a todos en la embarcación y yo volveré a casa por tren.

El señor Hollister estaba muy aturdido.

—Un momento, Russ —dijo, al fin—. Yo también tengo trabajo que atender.

La señora Hollister apoyó una mano en el brazo de su marido y preguntó suavemente:

—¿No podrías encontrar a alguien que atendiera el «Centro Comercial» por unos pocos días?

—¡Sí, papá! ¡Sí, papá! —rogaron los niños, gritando todos a un tiempo.

El señor Hollister se rascó la cabeza y guiñó un ojo.

—Qué le vamos a hacer —murmuró—. Sí, creo que podría solucionarlo así.

—Tinker puede encargarse de dirigir la tienda —opinó Pete, entusiasmado.

—Eso creo —admitió el señor Hollister—. Tiene bastante experiencia en ese trabajo, pero necesita alguien que le ayude.

—¡Ya sé, papá! —exclamó Pete—. Da ve Meade podría ayudarle. Dave es muy listo y muy rápido. Y le gusta el trabajo de la tienda.

Los niños estaban ya tan emocionados que empezaron a dar saltos y cabriolas alrededor de sus padres y de tío Russ.

Y la señora Hollister exclamó:

—¡Qué sorpresa tan agradable! Si Dave Meade va a ayudar a Tinker en el «Centro Comercial», podríamos salir de viaje mañana mismo.

Las palabras de la señora Hollister fueron como una orden para que diera principio un concurso de carreras. Pete desapareció por la puerta, como un rayo, para ir a ver a Dave Meade.

—Yo tengo que llevarme a Morro Blanco —anunció Holly, empezando a buscar su linda gata—. Seguramente a Donna Martin le gustará quedarse con los hijitos. Porque los cinco gatines de Morro Blanco me darían demasiado trabajo en el barco.

También Pam tuvo una idea para solucionar otro de los detalles.

—Creo que a Ann y Jeff Hunter les gustará cuidar de Zip y encargarse de dar de comer a los peces del «Centro Comercial». Voy a preguntárselo.

Al cabo de unos minutos, en casa de los Hollister no quedaba ninguno de los niños. Todos habían ido a un recado u otro, con motivo del divertido viaje que iban a realizar.

Mientras ellos estaban ausentes, tío Russ explicó a su hermano el funcionamiento del «Dulce Pastel». Era un barco de buen tamaño, con cabina y todas las comodidades necesarias y había sido bautizado con aquel nombre tan especial por Jean, la hija de tío Russ.

Tío Russ estaba acabando de explicar todos los detalles del funcionamiento de la embarcación, cuando sus sobrinos regresaron, corriendo y sin aliento.

—¡Dave Meade ayudará a Tinker! —anunció Pete a gritos.

Holly entró en la salita, llevando a Morro Blanco bajo el brazo, como si fuera un bolso.

—Mamá —dijo, sonriendo feliz—. Donna cuidará de los gatines. Va a dejarles dormir en su casa de muñecas.

—Me parece muy bien —asintió la señora Hollister, quien hizo un guiño a su marido al añadir—: Pero si sigues apretujando tanto a Morro Blanco, la pobrecita se va a quedar sin aliento y no podrá acompañarnos en el viaje.

Holly soltó la gata y Morro Blanco corrió a ocupar su puesto favorito, que era un rincón del sofá. Tip momento después aparecía que, cargada con todos los juguetes de hacer moldes y flanes en la playa. Ricky llegó detrás, llevando un tarro en el que se podría guardar ranas o algún pez raro que pudieran capturar en el río.

La próxima buena noticia fue que Jeff y Ann estaban de acuerdo en quedarse al cuidado de Zip y dar de comer a los peces.

—¡Estupendo! —exclamó Pete—. Entonces ya lo tenemos todo preparado.

—No vayas tan de prisa, hijo —le atajó el señor Hollister—. No olvidéis que tenemos que comprar provisiones para el viaje.

—Y antes deberíamos visitar ese bonito barco —dijo la señora Hollister—. ¿Habría inconveniente en que fuésemos ahora, Russ?

Al oír aquello, los niños empezaron a palmotear y a rogar que fueran todos a verlo en seguida.

—Muy bien —asintió tío Russ—. El «Dulce Paste» está amarrado en los muelles centrales de Shoreham. Vamos a verlo.

Los niños saltaron apresuradamente a la parte trasera de la furgoneta de su padre. También Zip subió con ellos. Y pronto se encontraron camino del bullicioso muelle. Los niños ya habían estado allí otras veces para contemplar las lujosas embarcaciones que anclaban en aquel lugar.

—Allí la tenéis —indicó tío Russ.

—¡Vaya! Es una magnífica embarcación —afirmó el señor Hollister.

El «Dulce Pastel», hermoso barco de color blanco y caoba, se balanceaba suavemente en las aguas.

Los Hollister salieron de la furgoneta y se aproximaron al borde del embarcadero, para entrar en la cubierta de popa del «Dulce Pastel», donde había varias sillas.

—¡Qué grande! —exclamó Pam alegremente—. Esta cubierta es tan grande como mi dormitorio.

En el centro del barco estaba la cabina de mandos, completamente cubierta por cristaleras. En el lado izquierdo de la parte trasera se encontraba el asiento para el conductor, lo bastante alto para que éste pudiera ver bien a través de la cabina.

Ricky corrió a sentarse en aquel asiento, e hizo dar un par de vueltas al timón, mientras gritaba:

—¡Quieto todo el mundo! ¡Vamos a hacer un viraje muy cerrado!

Tío Russ rió, diciendo:

—Venid aquí. Antes de que emprendáis el viaje quiero que veáis el resto del barco.

Cruzó una puertecilla cercana al timón y bajó tres escalones. En la parte izquierda, había una coquetona cocina y estaban todos admirándola cuando Holly exclamó entusiasmada:

—Pero ¡qué cocina tan chiquitina y bonita!

—Me alegro de que te guste —dijo tío Russ; y añadió luego—: Pero ahora que vais a convertiros en verdaderos marineros debéis llamar a esto los fogones. Es más propio llamar así a la cocina de un barco.

—Mamá, te va a gustar mucho guisar aquí —declaró Pam, que miraba con arrobamiento el fogón, el refrigerador y las alacenas repletas de cazuelas y vajilla nueva y reluciente.

—Ya lo creo que me gustará preparar las comidas en esta cocina —concordó la madre.

—Y ahora voy a haceros un poco de magia. ¡Jamalají, jamalajá! ¡Presta changa!

Y diciendo esto, el tío Russ hizo bajar el tablero de la mesita; al hacerlo, apareció en su lugar un tablero forrado y mullido. ¡Se había convertido en una cama para dos personas!

—¡Zambomba! ¡Qué estupendo! —exclamó Pete—. ¿Y quién dormirá aquí?

—Papá, Ricky y tú —contestó la señora Hollister.

—Y nosotras ¿dónde dormiremos? —indagó Holly.

Tío Russ les guiñó un ojo y abrió una puertecilla en la parte delantera de la embarcación. Allí había dos literas.

—¡Huy, qué bien! —chilló Sue, trepando a una de las literas, que estaba cubierta con una bonita colcha azul en la que se veía un ancla bordada—. Me duermo ahora mismo.

Y Sue cerró los ojos, pero tenía la carita sonriente y acabó por estallar en risillas apagadas.

Su padre le hizo cosquillas en la cintura y Sue saltó de la cama a toda prisa. Tío Russ volvió a acompañarles a cubierta y, una vez allí, se agachó para tirar de una argolla metálica del suelo.

—¡Mirad! ¡Una trampilla! —chilló Ricky, al ver que se levantaba una porción del suelo. Y luego dio un silbido, al ver el reluciente motor que había abajo—. ¡Qué precioso!

—Podréis ir a muy buena velocidad con este motor —les dijo tío Russ, muy orgulloso.

—¡Ooooh! —se admiró Pete—. ¡Si tiene también batería!

Cuando tío Russ hubo cerrado la trampilla, Holly le cogió de la mano y, señalando al cobertizo de la cabina, preguntó:

—¿Para qué es esa barquita? ¿Para jugar?

—No. Eso no es ningún juguete. Se llama un bote y sirve para que la gente llegue a tierra, cuando la embarcación se encuentra en alguna parte donde no hay desembarcadero.

—Seguro que es divertido ir en ese bote —intervino Ricky—. A lo mejor también podemos usarlo nosotros durante el viaje.

Pam se fijó en un cuartito que había cerca del timón y asomó la cabeza para curiosear. Dentro había dos faros y un botiquín.

—¡Qué faros tan grandes! —exclamó Pam, perpleja.

—Es que no hay faroles callejeros en el río y de noche todo está negro como la boca de un lobo —rió tío Russ.

Fijándose en el botiquín, Pam observó:

—Es igual que el que tenemos en casa.

—Todos esos pequeños detalles que parecen no tener importancia, resultan útiles en un momento u otro. Lo mismo que esta enorme sirena.

Tío Russ oprimió un botón que había cerca del timón y desde lo alto de la cabina surgió un ruido estruendoso. Era la sirena que estaba acoplada en lo alto de la cabina.

—¡Qué bien! —se entusiasmó Ricky—. ¿Puedo hacerla sonar yo, tío Russ?

—Bueno. Pero sólo una vez. Si no, la gente que está en el muelle podría asustarse.

Ricky hundió fuertemente el dedo en el pulsador y la sirena aulló furiosamente. El pequeño no había oído nunca una sirena más estruendosa.

—¡Esto es algo grande! —declaró Pete, estremeciéndose de emoción—. ¡Parece una sirena de niebla!

—La usamos para eso, y también para advertir a los otros barcos que se aproxima el nuestro —explicó tío Russ.

Y, luego, les señaló las luces del barco: una roja en el lado izquierdo y una verde en la parte derecha.

—Babor y estribor; babor es a la izquierda y estribor a la derecha. Estas luces se tienen encendidas toda la noche, como medida de seguridad.

Unos minutos más tarde, cuando estaba contemplando los herrajes cromados del barco, oyó que alguien le silbaba, desde el desembarcadero. Era Joey Brill.

—¡Eh! ¿Qué es lo que quieres? —preguntó Pete.

—Déjame jugar a la pelota con Zip, mientras vosotros estáis en el barco.

—Ahora no —respondió Pete—. Zip podría saltar al río y luego mojaría el barco de tío Russ.

Joey frunció el ceño y se alejó, mientras los Hollister corrían por la cubierta.

Y, de pronto, todos se quedaron extrañados al oír un chapoteo.

—¿Qué es lo que ha caído al agua? —preguntó la señora Hollister.

—Se ha tirado Zip. Joey le ha tirado adrede una pelota al agua, para que Zip vaya a buscarla —dijo Pete.

—¡Qué chico tan remalo! —Se lamentó Pam—. Ahora Zip volverá chorreando.

Los Hollister observaron cómo su perro nadaba rápida y firmemente hacia la pelota que estaba a unos dieciséis metros de distancia. El fiel perro pastor estaba a punto de alcanzar la pelota, cuando desde el «Dulce Pastel» salió un angustiado grito:

—¡Vuelve! ¡Vuelve! —chillaba Pete, llamando a su perro.

A poca distancia se veía una gasolinera rápida, que avanzaba en línea recta hacia donde estaba Zip. En la oscuridad, el timonel no podía ver al perro.

¿Le sería posible a Zip apartarse a tiempo del camino de la gasolinera?