Cuando la silueta negra avanzó hacia ellos unos pasos, Holly prorrumpió en un grito.
—¡Oh! ¡Es el mons…!
—¡No! —la interrumpió Pete, lleno de furia—. No lo es. Es un hombre vestido con un equipo de buceador. Y lo que quiere es asustarnos. ¡Eh, Indy Roades, aquí está el hombre que buscamos!
Al oír las palabras del muchachito, el buceador dio media vuelta, sacudiendo las aletas de sus pies, y saltó a la charca, desapareciendo en las negras aguas.
—¡Qué bien, Pete! Tu truco nos ha salvado —se entusiasmó Pam.
—Ahora tenemos que capturarle —repuso su hermano, que se volvió luego a Ricky y Holly, pidiendo—: Enseñadnos el camino de salida. Me parece que ese hombre aparecerá dentro de nada en el estanque de la cantera.
Ricky se abrió camino a través de la resquebrajadura de las rocas y cruzó el tortuoso y angosto pasadizo, siempre seguido muy de cerca por los otros tres. Después de avanzar serpenteando durante unos minutos pudieron ver la luz del día y salir, a cuatro pies, por una baja abertura del muro rocoso. Siguieron bordeando un grupo de matorrales hasta que se encontraron cerca de la vieja bomba.
Tan pronto como sus ojos se acostumbraron a la luz solar, vieron que en el estanque las aguas ondeaban. Entonces, la cabeza cubierta con negro casquete emergió a la superficie y el buceador nadó hacia la orilla, al pie del Castillo de Roca.
—¡Pam! ¡Holly! ¡Pedid ayuda! —ordenó Pete—. Ricky y yo intentaremos detener a este hombre.
Mientras las niñas se apartaban de allí, llamando a gritos a Indy, los muchachos corrieron hacia el lugar por donde el hombre había salido del estanque. El buceador se libró de su tanque de oxígeno, quitándose la máscara de su cabeza.
—¡Es Ralston! —gritó Pete—. Él es el hombre misterioso que intentaba asustarnos.
El buzo, entonces, echó a correr enloquecido, por la estrecha franja de terreno que corría entre el estanque y el Castillo de Roca. Al encontrarse bloqueado por el árbol caído, se volvió y empezó a retroceder. Pero su huida le quedó cortada en el otro extremo del sendero por los dos muchachos.
Al oír gritos, Pete y Ricky se volvieron para ver a Indy, seguido por el señor Kinder y su amigo Link, corriendo por el sendero escalonado.
Viendo que llegaban refuerzos Ralston se detuvo. Dirigiendo una rápida mirada a lo alto del Castillo de Roca se desprendió de las aletas y…
Con un repentino alarido, el escalador perdió pie, se desprendió de la pared de la cantera y pareció volar por encima de los chiquillos. Produciendo un gran estrépito, fue a caer de espaldas sobre el estanque.
Pero en lugar de empezar a nadar por la superficie hacia la orilla, el buceador quedó un momento inmóvil y luego empezó a descender hacia el fondo.
—Está agotado —exclamó Pete.
Con toda diligencia, él y Ricky se libraron de sus zapatos y sin vacilar ni un momento se lanzaron en busca del apurado Ralston. Entre los dos sacaron al hombre, cuando Indy, Pam, Holly, el señor Kinder y el señor Link llegaron.
Indy ayudó al buceador a quitarse el traje acuático y, después que Pam le frotó las muñecas, Ralston abrió los ojos.
—Tiene usted que responder a algunas preguntas —dijo el señor Kinder severamente—. ¿Qué ha estado haciendo usted en mi cantera?
—¿Tiene Sid Raff algo que ver con esto? —quiso saber Pam.
—¿Dónde está ahora Raff? —preguntó al mismo tiempo Pete al aturdido Ralston—. ¿Está también en unas de esas cuevas?
El interrogado movió la cabeza, queriendo decir que no y señaló débilmente a través de la cantera, donde un ligero penacho de polvo surgía del edificio dedicado a moler la piedra.
—¡Está escondido allí! —afirmó Ricky—. Vamos a atraparle.
Dejando a las dos niñas con el señor Kinder y el señor Link, al cargo del prisionero, Indy, Pete y Ricky atravesaron la cantera a la carrera. Llegaron a la puerta del viejo edificio con el tiempo justo para ver a Sid Raff saliendo velozmente con un gran estuche. Cuando Indy le detuvo, asiéndole fuertemente, de las manos de Raff se desprendió el estuche y su contenido llenó el suelo de piedras.
—¡Hemos atrapado a su amigo Ralston y le necesitamos también a usted! —Dijo Indy, muy autoritario—. ¡Y ahora va usted a decirnos a qué se debe este desagradable asunto!
—No es cosa mía. Yo no he hecho nada —protestó Raff.
—Esta caja estaba llena de titanio —exclamó Ricky, mientras recogía algunas piedras con vetas doradas.
—Y usted nos dijo que por aquí no había titanio —acusó Pete.
—Ralston no quería que nadie lo supiera y vosotros estabais resultando demasiado curiosos. Por eso me dijo que me llevase estas muestras lejos de la cantera. Todo fue idea suya —aseguró Raff, mientras los dos muchachos e Indy le conducían junto a los demás.
Al encontrarse frente a frente, los dos prisioneros se miraron ceñudos por un instante.
—Conque no iban a cogerte, ¿eh? —masculló Raff, sarcásticamente.
—Ha sido culpa tuya —bramó Ralston como respuesta—. Prometiste mantener a estos chicos alejados para que pudiéramos efectuar la búsqueda sin ser vistos.
—¡Silencio! —Exigió el señor Kinder—. Yo soy el dueño de la cantera y tengo derecho a saber qué han hecho ustedes aquí.
Ralston dejó escapar un prolongado suspiro y dijo:
—Está bien. Le diré la verdad. He estado buscando titanio y creo que lo habría encontrado, si estos Hollister no se hubieran metido por medio.
Ralston explicó que, después de estudiar detenidamente unos mapas geológicos, llegó a la conclusión de que podía haber un filón de titanio en la cantera o cerca de ella.
—Utilizaba este traje de buceador para estudiar las paredes rocosas del estanque. —Señaló el estuche con las piedras que Ricky había cogido y añadió—: Ese titanio lo encontré en el fondo del estanque.
—Y quería asustarnos, haciéndonos creer que era usted un monstruo —le reprochó Pam.
—Pero ¡no le salió bien! ¡Nosotros no nos asustamos de los monstruos! —alardeó Ricky.
Ralston logró esbozar una torcida sonrisa y dijo que Pam había estado a punto de dejarle sin respiración al caer accidentalmente en el estanque, mientras intentaba alcanzar el paracaídas.
EL señor Kinder sorprendió a todos informando de que él estaba al corriente de la existencia de todas las cuevas y arroyos subterráneos, que desembocaban en el estanque, pero que no tenía la menor idea de que nadie, aparte del señor Link, supiera nada de todo ello.
—No se haga el listo —dijo, grosero, Ralston—. Yo descubrí el paso acuático mientras exploraba el estanque. Permití que Raff se mezclase en los planes para que me ayudase a encontrar el yacimiento de titanio y mantuviese apartados a los visitantes de la cantera.
—Pero no he hecho ningún daño a nadie —se defendió Raff, lastimero—. Y, ni siquiera cuando el señor Link lanzaba por la noche sus globos aerostáticos, le molesté.
—¡Qué amable! —dijo el inventor—. Pero usted nos vio al señor Kinder ya mí entrar en la cueva antes de producirse el desprendimiento de tierra y no hizo ningún intento por salvarnos.
—Sabíamos que tenían ustedes alimentos para varias semanas —protestó Ralston—. Ésa era una oportunidad de mantenerle a usted y al señor Kinder apartados el tiempo suficiente para poder dar con el filón de titanio. Yo estaba seguro de que estábamos muy cerca de un yacimiento.
—Entonces ya les habríamos sacado —aseguró Raff.
—Una vez que la cantera hubiera sido mía, la habría vendido a buen precio a una importante compañía —dijo con descaro Ralston.
Los ojos del señor Kinder llamearon al mirar fijamente a Ralston y preguntarle:
—¿Era usted quien intentaba comprar mi cantera a un precio muy bajo?
El geólogo admitió, avergonzado, que había sido él a través de un intermediario.
—¡Qué despreciable! —se indignó Pam—. ¡Querer comprar una propiedad por un precio tan pequeño…!
—¡Y pensar que estuve a punto de venderla! —murmuró el señor Kinder.
—Los Hollister le han salvado a usted de hacer una cosa así —le recordó Indy, muy ufano.
Ralston clavó en el suelo su mirada hostil, mientras Raff murmuraba:
—Quisiera no haberme mezclado nunca en esto.
—Aaah, iiih —rebuznó Domingo desde lo alto del Castillo de Roca.
—¡Pobre animal! —se compadeció Pam—. Quiere participar de todo esto. ¿Está atado allí arriba, Indy?
Cuando el indio contestó afirmativamente, las dos hermanas corrieron en busca del animal, y mientras ellas ascendían por el sendero, Pete y Ricky siguieron interrogando a los dos hombres.
Así se enteraron de que había sido Ralston quien escribió la nota amenazadora y les extravió las llaves coche. También fue quien puso en funcionamiento la bomba extractora de agua para asustar a los acampadores. Y así mismo fue Ralston el que encendió la hoguera al borde del Castillo de Roca y añadió el producto químico que había hecho aparecer las llamas de color verde.
—Supongo que también haría usted caer el árbol que pudo hacernos daño —dijo Pete.
—Sólo intentaba asustaros —insistió Ralston.
—En todos los años que llevo buscando mineral en esta cantera nunca he encontrado titanio —reflexionaba el señor Kinder—. No me extraña. Si todo está en el estanque…
Pete le repuso:
—Todo no.
Recordó el trocito de mineral veteado en oro que Ricky había hallado y lo sacó de su bolsillo. El señor Kinder se puso los lentes y observó atentamente la piedra.
—Una piedrecita de éstas no es un yacimiento —sentenció—. ¿Dónde la habéis encontrado?
Ricky señaló al sendero ascendente al responder:
—En lo alto de ese camino.
Entre tanto, Pam y Holly habían llegado a la cima del Castillo de Roca y, después de desatar a Domingo, iniciaron el descenso. Cuando pasaron por el lugar en que Pam había hecho desprender una piedra, Holly se separó un poco para ir a coger en sus manos una gran piedra que, luego, cargó en uno de los sacos colocados sobre Domingo. Prosiguieron la marcha hasta llegar a la orilla del estanque.
—Aquí hay otra piedra, buscador de minas Ricky —dijo Holly, dejando caer a sus pies el recién recogido pedrusco.
Al ver la parte inferior de ella, los ojos de Ralston se abrieron enormemente, mientras el hombre empezaba a balbucir:
—Eso es…
—¡Titanio! —concluyó Pete, dando un grito.
El señor Kinder, ajustándose los lentes, se acercó a mirar.
—¡Pues ya lo creo que lo es! ¡Y un buen pedrusco! ¿Dónde lo has encontrado, Holly?
—En el mismo sitio donde Ricky encontró esa piedrecita.
El señor Kinder estaba tan excitado, que saltó sobre Domingo y obligó al burro a que acelerase la marcha hacia el lugar que indicaba Holly. Los demás corrieron tras él, exceptuando Ralston Raff, quienes se quedaron estrechamente vigilados por Indy. El ágil viejecito minerólogo saltó a la parte de terreno en declive y rebuscó entre las rocas.
—¡Aquí está! ¡Es un yacimiento de titanio!
Y, mientras lanzaba exclamación, se asió al señor Link y los dos viejecitos empezaron a bailar cómicamente.
Ricky y Holly se echaron a reír y en seguida, se pusieron también a bailar.
—¡Qué día tan feliz para nosotros! —exclamó Pam, con entusiasmo—. Usted, señor Kinder, ha encontrado titanio y… ¡Oh, señor Link, nos hemos olvidado de decirle que el departamento meteorológico quiere comprarle su paracaídas parlante!
—¿De verdad? ¿Cómo lo sabéis?
Pam le habló rápidamente de la visita de sus hermanos y ella a Nueva York. Cuando concluyó, dándole el nombre y la dirección de Hootnanny, el hombrecito pequeño y delgado se quedó un momento inmóvil para decir luego:
—Hoy, mis jóvenes detectives, habéis hecho muy felices a dos pobres viejos.
De camino hacia el estanque, Pam preguntó:
—¿Qué van a hacer ustedes con Raff y con Ralston?
El señor Kinder meditó la respuesta antes de decir:
—Los planes de estos hombres para estafarme han fracasado. Todo lo que han hecho han sido infracciones a la ley e intentos de asustar a la gente. Puede que todo eso les haya servido de lección.
Mirando a los abatidos malhechores, añadió:
—Podría hacerles arrestar por los conflictos que han provocado, pero, en lugar de eso, lo que hago es echarles para siempre de la cantera Castillo de Roca. ¡Fuera y no vuelvan más!
Sid Raff pidió permiso para volver un momento a la cueva y llevarse algunas ropas para su amigo Ralston. Una vez hecho esto, los dos hombres se marcharon cabizbajos y, según las noticias de los Hollister, no volvieron más por la cantera.
Mientras avanzaban a paso lento, los dos hombres se cruzaron con la furgoneta de los Hollister que, dando tumbos, penetraba en la Cantera Castillo de Roca. La señora Hollister iba al volante. Junto a ella se sentaban Sue y Daffy. La chiquitina de cabellos oscuros llevaba en sus brazos a Maddie-Poo.
Cuando llegaron al campamento, los jóvenes buscadores de minas corrieron a su encuentro. La señora Hollister detuvo el vehículo y asomó por la ventanilla.
—Os he traído más gaseosas y otro pastel de chocolate —anunció.
—¡Huy, mamaíta, qué buena eres! —Exclamó Pam, mientras todos se reunían alrededor del coche—. ¡Vamos a celebrar algo ahora mismo!
—Hemos atrapado al monstruo, hemos encontrado al señor Kinder, al señor Link y el titanio, y estamos muertos por comer algo —anunció Ricky sin respirar.
—Pero ¡qué estupendo! —Dijo Daffy—. ¡Cómo me gustaría haber visto todo eso!
—Aunque no has estado con nosotros, has ayudado mucho a resolver el misterio —la consoló Pam.
La señora Hollister se echó a reír.
—¿Así que vuestra salida de campamento ha tenido éxito?
—¡Desde luego! —declaró el señor Kinder, cuando él, Link y Indy se unieron a los reunidos.
Domingo llegó, el último. Sue saltó del coche, llevando su muñeca con orgullo.
Luego la pequeñita volvió los ojos hacia el estanque de la cantera.
—¿Se ha ido el monstruo travieso? —preguntó—. Es que no quiero que se coma a Maddie-Poo.
Todo el mundo se echó a reír y Pete dijo:
—El monstruo se ha ido para siempre del Castillo de Roca.
—Lo que quiere decir que ahora vamos a divertirnos un poco —declaró Ricky.
Corrió hacia la tienda destinada a los muchachos, rebuscó en ella y salió cargado con su paracaídas.
—¡Reto a todos a que me ganen en una carrera al Castillo de Roca! —anunció.
—No seré yo quien no responda a tu reto —le dijo Daffy.
Y los dos niños emprendieron una carrera a la misma velocidad.