ATREVIDOS EXPLORADORES

Otro tirón del hilo… Este tirón fue tan fuerte que estuvo a punto de arrancar el hilo de las manos de Ricky.

—¡Súbelo! —le animó Holly—. Has pescado uno gordísimo.

El pelirrojo tiró con ambas manos del hilo, que empezó a resultar ligero. Por fin apareció el anzuelo, pero no el plomo de contrapeso. ¡El plomo había desaparecido!

—¿Por qué ese pez habrá mordido el plomo en lugar del anzuelo? —preguntó Ricky, perplejo.

También a Holly aquello le pareció misterioso y propuso ir corriendo abajo para explicárselo todo a Indy y los demás. Ricky volvió a poner el corcho en el anzuelo y se guardó el hilo de pesca en el bolsillo. Tras esto, los dos hermanos abandonaron la torreta, corriendo pendiente abajo, hasta el final del sendero.

—¡Indy! ¡Pete! ¡Pam! —gritaron los niños, agitando las manos.

Pete y Pam corrieron hacia ellos y la mayor de las niñas preguntó con impaciencia:

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué habéis encontrado?

Holly se explicó rápidamente y, cuando un momento después llegó Indy a toda prisa, fue Ricky quien repitió la historia.

—A lo mejor el plomo se ha enganchado en un saliente del fondo del pozo y se ha soltado —indicó Indy.

—Había algo que tiraba del hilo. ¡Palabra! —insistió Ricky—. Venid, os lo enseñaremos.

Los dos pequeños abrieron el paso a toda prisa; los demás les siguieron, con Pete llevando a Domingo cogido por el cabestro.

Cuando se encontraron otra vez en lo alto del castillo, los «investigadores» miraron con asombro el gran agujero descubierto por los pequeños.

—Alguien debe de saber que existe esto, si no, no lo habrían tapado con el pedrusco —dijo Pete.

Indy adujo que el tapar el agujero podía haberse hecho con intención de proteger a los excursionistas, quienes, en otro caso, podían haber caído en aquel pozo natural.

—Ahora veréis de qué modo contesta el eco —dijo Ricky.

Se agachó y pronunció su nombre por el negro agujero. Sonriendo esperó a oír el eco. Pero el eco no se oyó. Entonces hizo la prueba Holly, y obtuvo los mismos desalentadores resultados.

—Antes hemos oído un eco —aseguró Holly. Mientras los dos pequeños se ocupaban en efectúa r inútiles llamadas por el pozo, Pete se apartó a un lado con Pam y comentó:

—Creo que habrá alguien ahí abajo, Pam.

Y recordó a su hermana que Sid Raff había aparecido y desaparecido rápidamente cerca de la vieja bomba. A lo mejor el hombre había encontrado un escondite como la cueva oculta en que Link preparaba los globos aerostáticos.

—¿Crees, acaso, que este pozo puede comunicar con una cueva como aquélla? —preguntó Pam, alzando las cejas con extrañeza.

—Podría ser. Mira, Pam, tengo planes. —Y levantando la voz prosiguió—: Indy, me gustaría bajar a ese pozo con Pam. Creemos que puede llevar a una cueva escondida. Y hasta puede que el señor Link esté en ella. ¿Tenemos una cuerda bien fuerte?

—Debajo del asiento de la camioneta hay una. Pero esa idea vuestra es peligrosa. No creo que deba permitirnos bajar.

—Tendré mucho cuidado —prometió Pete, mientras Ricky marchaba corriendo a buscar la cuerda.

Pete dijo a Indy que podía atar un extremo de la cuerda a él y el otro extremo al burro.

—Con la ayuda de Domingo me será más fácil subir, si me canso.

—Yo también tengo que bajar —declaró Pam.

Al volver Ricky con la cuerda, él y Holly hicieron conocer sus deseos de seguir la misma aventura que los mayores. Pero Pete les dijo:

—A vosotros os corresponde hacer un trabajo de más importancia.

Los dos pequeños volvieron entonces a la parte baja de la cantera y examinaron la zona de matorrales, cercana al lugar en que se encontraba la vieja bomba. Pete les había encargado lo siguiente:

—A ver si encontráis algún agujero disimulado entre las rocas. Si veis algún orificio, gritad todo lo fuerte que podáis. Si Pam y yo estamos abajo y os oímos, a lo mejor encontramos la entrada.

Por eso los dos pequeños marcharon alegremente. Cuando se hubieron alejado, Indy afirmó que era a él a quien correspondía explorar el túnel del Castillo de Roca.

—Si ocurre algo, puedes venir a buscarnos —le dijo Pete.

Y para convencer al hombre hizo notar que, tanto él como Pam eran más pequeños y les resultaría más fácil descender.

El indio acabó consintiendo en lo que le pedían. Cuando ató firmemente un extremo de la cuerda alrededor del pecho del muchacho, éste se ajustó la linterna al cinturón. A continuación, discutieron las señales que podían transmitirse a lo largo de la cuerda. Un tirón de ella indicaría: «Que baje Pam». Dos tirones: «Estoy explorando». Tres tirones sería la señal de subir.

Después de atar el otro extremo de la cuerda alrededor del cuerpo de Domingo, Indy permitió que Pete descendiera por el agujero, mientras él sostenía fuertemente la cuerda con ambas manos y en sus brazos se marcaban los músculos de sus miembros poderosos.

—Ten cuidado —advirtió Indy, cuando la cabeza de Pete desaparecía por la boca del pozo.

Al cabo de un rato, la cuerda perdió su tensión.

—Pete habrá llegado seguramente al fondo —dijo Pam, acercando el oído al agujero.

De abajo, llegaban murmullos apagados que parecían corresponder a la voz de Pete.

Al poco la cuerda recibió un fuerte tirón. Eso quería decir: «Que baje Pam». Indy hizo ascender la cuerda y la ató alrededor del cuerpo de la niña, que también cogió la linterna. Pam bajó del mismo modo que su hermano. Cuando Pam estuvo abajo, Indy notó que daban dos tirones de la cuerda. ¡Iban a explorar…! Silenciosamente, Indy les deseó suerte y que regresaran sanos y salvos.

Abajo, Pete y Pam enfocaron sus linternas alrededor del túnel rocoso en que se encontraban.

—Es una cueva natural —dijo Pete, echando a andar por un húmedo corredor de piedra.

—¿A dónde conducirá?

La voz de Pam retumbó por las pétreas y húmedas paredes.

Cuando iniciaron un lento avance. Pete procuró recoger un cuadro mental del tenebroso túnel para ser capaz de encontrar el camino de regreso. Sólo el rumor del agua que se filtraba por las paredes interrumpía el silencio existente. No se oía en absoluto a Ricky ni a Holly. Era posible que los pequeños no hubieran sido capaces de encontrar la entrada.

—¡Mira! —exclamó Pam cuando la luz de su linterna alumbró una grieta existente en el lado derecho del túnel—. Yo puedo pasar por ahí.

Y Pam envió los haces de su linterna al interior de un caminillo. Pete creyó conveniente que siguieran avanzando en línea recta y su idea fue bien recompensada. Recorrido un trecho vieron que el techo descendía y hacía una brusca revuelta.

Desde la oscuridad alguien gritó:

—¿Quién anda ahí?

Otra voz murmuró débilmente:

—¡Estamos salvados!

Pete y Pam, con el corazón palpitante, se encontraron de pronto en una cueva, que parecía haber quedado cerrada por un montón de rocas, Al fondo se encontraban dos hombres que protegían sus ojos de la brillante luz de las linternas.

—¡Señor Kinder! —gritó Pete.

—Pero ¿es usted, señor Kinder? —se asombró Pam.

El hombre, que tenía unas espesas patillas, replicó:

—Sí, soy yo. Pero no puedo veros. Me estáis cegando con esas linternas.

Pete y Pam colocaron sus pañuelos sobre las lentes de sus linternas, consiguiendo así una claridad que iluminó suavemente toda la estancia. Inmediatamente se aproximaron a los dos hombres.

—Éste es el señor Elmer Link —dijo el señor Kinder, presentando a continuación a los Hollister a un hombrecito delgado, de grandes bigotes grises.

—¡El aficionado a la meteorología! —exclamó Pete—. ¿Y quién les ha encerrado a ustedes aquí?

—Ha resbalado una roca que ha dejado la entrada tapada —explicó el señor Link con voz fatigosa.

El meteorólogo explicó que el señor Kinder y él eran viejos amigos y conocían aquel lugar y sus cuevas desde hacía muchos años.

—Por eso, cuando quise hacer unos experimentos secretos, me vine aquí para estar solo. Por la noche lanzaba los globos desde lo alto de la cantera. El trabajo lo hago en otra cueva, pero vivo en ésta.

Los niños vieron que los hombres estaban bien provistos de latas de conservas y botellas de agua mineral, y que además, contaban con un catre y una mesa.

—Vine a visitar a Elmer el día que os conocí —explicó el señor Kinder a los niños—. Aquella misma noche, el desprendimiento de tierra nos dejó aislados.

—¿Erais vosotros los que llamabais? —preguntó el señor Link.

Pete explicó que Ricky y Holly habían estado esperando el eco.

—Estábamos mirando por el pozo cuando oímos a los niños —les dijo el señor Kinder—. Grité tanto como pude, pero, en aquel momento, se me acabó la pila de la linterna, así que volví a buscar la de Elmer.

—Yo también estuve llamando después —dijo el señor Link con su frágil vocecilla—, pero creo que no grité lo bastante.

—El túnel hace unas revueltas que deben amortiguar los sonidos —dijo Pete.

—Hasta la voz de Pete es difícil de oír —añadió Pam.

—De todos modos, al oír que descendía algo, golpeando las paredes del túnel, lo cogí, quedándome con el plomo en las manos.

—Yo volví luego a llamar —añadió el señor Kinder—, pero creo que vuestros hermanos se habían marchado.

—Y volvimos aquí con la esperanza de que alguien nos rescatara —concluyó el señor Link.

Los niños acompañaron a los dos hombres hasta la salida del pozo y, cuando alcanzaron la cuerda, Pete la anudó alrededor del pecho del anciano minerólogo. Luego dio tres tirones de la cuerda.

Los pies del señor Kinder se elevaron del suelo y fueron subiendo, subiendo, envueltos en la oscuridad, hasta que llegaron al final del pozo.

Desde abajo pudo escucharse la exclamación de asombro de Indy.

Pam se echó a reír, comentando:

—Esperaba verme a mí y le llega un señor con bigote…

Cuando la cuerda volvió a bajar, Pete se la ajustó al cuerpo al señor Link. Después de dar los tres tirones convenidos, el menudo inventor fue elevado hasta lo alto del Castillo de Roca.

Estaba Pam a punto de iniciar el ascenso, cuando los dos hermanos oyeron unos gritos que llegaban de lejos, de muy lejos…

—¡Son Holly y Ricky! Deben de haber encontrado una entrada por aquí —dijo Pete.

Después que el muchacho dio dos tirones de la cuerda, para indicar que iban a explorar, en compañía de Pam, volvió a emprender la marcha por el túnel. El sonido de las voces parecía proceder del resquicio que descubriera Pam poco antes.

—¡Holly! ¡Ricky! Estamos aquí. Esperadnos —advirtió Pete.

Los dos mayores se introdujeron por el estrecho pasadizo que repentinamente se abría en una alta y escarpada caverna, en la que desde arriba se filtraban tenues rayos de luz.

Pete y Pam siguieron llamando a sus hermanos y las respuestas de los pequeños resultaban más sonoras a cada paso.

—¡Allí están! —anunció Pete cuando Holly y Ricky aparecieron por una resquebrajadura del muro opuesto.

—Ya suponía yo que debía de haber un camino por aquí.

—Y nosotros lo hemos encontrado, Pete —contestó Ricky, orgulloso—. Es un agujero tan pequeño que hemos tenido que pasar andando a gatas.

Los ojos de Holly erraban inquietos por la abovedada caverna.

—Este sitio es muy misterioso —dijo la pequeña—. Vamos, Pam. Vamos a decírselo a los otros.

Echaron a andar hacia la salida que llevaba a lo alto de la cantera cuando oyeron a su espalda el ruido de un chapuzón. Todos giraron en redondo y Pete enfocó la luz de su linterna a través de la semioscuridad. El haz luminoso permitió ver una charca de agua, del ancho de un barril, en medio del suelo rocoso.

De pronto, una misteriosa cabeza salió del agua, irguiéndose a continuación una chorreante silueta negra. El misterioso ser surgido del agua se plantó ante los niños.