Conteniendo la respiración, Ricky y Pete contemplaron cómo el avión descendía a tierra en picado. Parecía que, con toda seguridad, iba estrellarse. Pero, de improviso, el morro se elevó hacia el cielo, cuando el aparato describió un gracioso giro. Después de dibujar un círculo en vuelo raso sobre el campo de aterrizaje, fue a tomar tierra cerca de uno de los hangares.
La solitaria hélice dejó de girar, y de la carlinga descubierta del avión descendió un hombre muy alto. Pete y Ricky atravesaron corriendo el campo; entonces vieron al hombre coger dos tablones de un lugar inmediato al hangar y colocarlos ante las ruedas del avión. En el momento en que los muchachos llegaron junto al aviador, éste estaba atando el aparato por la parte de la cola.
Al darse cuenta de los dos pares de ojos, muy abiertos, que le contemplaban, sonrió.
—Hola, muchachos —dijo, con voz amistosa—. Apuesto a que creíais que estaba en un apuro.
—Me pareció que sí —admitió Pete—. ¡Zambomba! ¡Qué modo de volar!
—¿Es usted Jet Hawks? —preguntó Ricky.
—Sí. ¿Sois vosotros los muchachos que según me dijeron, vinieron a buscarme a casa?
—Era yo con mi amigo Dave —explicó Pete.
A continuación se presentó a sí mismo y a Ricky. Ambos estrecharon la mano al aviador.
—Mi esposa me dijo que habíais preguntado por mí. ¿Qué deseáis?
—Nos enteramos por el señor Kent de que ha visto usted un OVNI —dijo Pete—. A nosotros nos interesa todo lo que son misterios y querríamos saber más sobre esas luces extrañas.
—El martes pasado despegué de Chicago antes del amanecer —empezó a explicar el aviador—. Poco después de haber emprendido el vuelo empecé a ver esas extrañas luces de colores por el extremo del ala del estribor. Parecían descender, pero yo me encontraba tan lejos que las perdí de vista a los pocos momentos. Llamé por radio a la torre de control, pero tampoco pudieron ver nada en el cielo oscuro.
Pete preguntó cuál era la situación del objeto volante y se quedó sorprendido al enterarse de que Hawks lo había visto a orillas del lago de los Pinos, cerca de donde vivían los Hollister.
—¿Las luces iban en sentido vertical u horizontal? —volvió a preguntar el mayor de los niños.
—Se veían como si estuvieran una sobre otra —replicó el piloto.
—Lo cual puede querer decir que pendían del extremo de un paracaídas —razonó Pete.
—Es posible —respondió el aviador—. Aunque esas luces también podían formar parte de algún tipo de aeronave que estuviera descendiendo.
—¿Estaban inmóviles o parpadeaban? —quiso saber Ricky.
—Parpadeaban de vez en cuando.
Entonces el piloto pasó un brazo por los hombros de los dos muchachitos y dijo con una risilla:
—Sois unos verdaderos detectives. ¿Tratáis siempre asuntos de este tipo?
—Nos gusta resolver misterios, señor Hawks —contestó Pete.
—Llamadme Jet, solamente —les dijo el piloto—. Aquí todo el mundo me llama así y, puesto que estáis trabajando sobre el misterio del OVNI, podéis consideraros de los nuestros.
—Muy bien, Jet —dijo Ricky, sintiéndose muy importante—. ¡Estrechémonos las manos!
Y extendió su mano derecha, que el hombre oprimió afectuosamente.
El piloto, al darse cuenta de que Pete miraba con una especie de añoranza el biplano, preguntó:
—¿Qué? ¿Os gustaría dar una vuelta en él?
—¡Ya lo creo! —exclamaron a un tiempo los dos hermanos.
—Pues venid conmigo.
Cuando los tres se encaminaron hacia la parte delantera del pequeño aparato, Pete indagó:
—¿Por qué le gustan a usted los aviones antiguos, Jet?
—Porque son divertidos. Se siente el viento azotándote en la cara. Además, me gusta dar saltos mortales en el cielo.
—¿Nosotros podremos darlos? —preguntó Ricky, entusiasmado.
—Me temo que no; pero, de todos modos, daremos un paseo.
Jet dio unas palmadas en uno de los lados del aparato.
—Se llama «Jenny Giradora» —les informó— y fue construido en 1930.
—¡Canastos! —Se asombró Ricky—. ¡Qué tiempos tan antiguos!
—Desde luego es un avión viejo, pero muy bueno para volar. Vamos dentro —dijo Jet cuando los chicos daban vueltas alrededor del bien reparado aparato.
Pete vio que el avión tenía dos carlingas descubiertas, una situada bajo las alas, y la otra algo detrás.
—Vosotros iréis delante —les dijo Jet—. En esa cabina caben bien dos personas. Este aparato tiene dobles controles, de modo que yo puedo pilotar desde la parte posterior.
—¡Zambomba! Me gustaría poder volar algún día en un avión como éste —afirmó Pete.
—Quién sabe… Quizá algún día puedas —repuso Jet—. Venga. Subid a esa ala y saltad al asiento delantero.
—¡En seguida! —obedeció Pete.
Ricky le siguió. Metiendo las piernas por el borde de la carlinga, se dejaron caer en un gran asiento de cuero, frente al cuadro de mandos. Entre ellos había el mango de una palanca que subía desde el fondo del avión.
—He oído hablar de estos aparatos, pero casi me parecía que no podían existir —comentó Pete, levantando la vista hacia Jet, que ahora subía sobre un ala.
Jet le dirigió una breve sonrisa y, en seguida, se puso serio.
—Puedes ayudarme a poner en marcha el aparato, pero debes hacer exactamente lo que yo te diga y tener mucho cuidado.
—Lo tendré —prometió Pete.
—Esa manivela —explicó el aviador— es la magneto. Ahora está cerrada y debe permanecer así hasta que yo haya hecho dar unas vueltas suaves a la hélice. Entonces te avisaré para que tú las abras y yo pueda poner la hélice a toda marcha.
A continuación, el piloto tiró cuanto pudo de la palanca asegurándola con uno de los cinturones de los asientos.
—Ahora, Pete, escúchame atentamente. Después de que yo haya hecho girar varias veces la hélice para dar impulso al motor, necesito que abras un poco la válvula. Nada más que una media pulgada. —Mostró a Pete lo que tenía que hacer exactamente y añadió—: Eso hará que el motor inicie una marcha lenta. Entonces yo desataré las alas y quitaré las calzas a las ruedas. Luego subiré y estaremos dispuestos para volar.
Los dos hermanos se sintieron recorridos por un fuerte cosquilleo de nerviosismo cuando el piloto se colocó delante del avión, estiró sus largos brazos y cogió la hélice, haciéndola girar por dos veces.
—Vamos, Pete —dijo entonces—. ¡Abre la válvula!
Pete movió la válvula media pulgada. Jet impulsó con fuerza la hélice y el único motor del aparato empezó a rugir.
—¡Estupendo, muchacho! —gritó Jet, haciéndose oír por encima del ruido—. Ahora permaneced bien sujetos al asiento y no toquéis nada.
El piloto marchó a la parte posterior del avión y empezó a desatar la cuerda que sostenía la cola. Ricky estiró el cuello cuanto pudo para ver lo que hacía Jet, pero la carlinga quedaba demasiado hundida para que el niño pudiera distinguir nada. Sin poder contener su curiosidad, el pequeño se puso en pie para poder ver mejor.
—¡Siéntate! —le advirtió Pete.
Cuando Ricky volvió a dejarse caer en el asiento su mano tropezó con la válvula. En aquel instante Jet acababa de desatar la cola del aparato.
Con un repentino rugido, el avión salió de los edificios de madera y se lanzó hacia delante.
El susto dejó sin habla a Pete y Ricky, que se dieron cuenta de que el aparato se levantaba por la parte trasera. Pete miró hacia atrás y pudo ver a Jet Hawks corriendo enloquecido tras su fugitivo avión, que llevaba demasiada velocidad para que él pudiera alcanzarlo.
El viento soplaba a través de las aberturas y el rugido del motor apagaba los gritos de desespero de los muchachitos. El primer impulso de Ricky fue tirarse de allí, pero Pete le retuvo.
—¡Estate quieto! —le ordenó—. Aquí estamos a salvo.
Al empujar a Ricky hacia el asiento se soltó el cinturón que sujetaba la palanca.
¡Y entonces ocurrió la cosa más inesperada! Los chiquillos dejaron de sentir las ruedas deslizándose sobre la pista de hormigón. Miraron hacia abajo y vieron, perplejos, que la tierra iba alejándose.
¡Estaban volando!
Pete abrió la boca, pero no pudo pronunciar ni una palabra. El viento, soplando con fuerza, le cortó la respiración.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Ricky, a gritos para que se le oyera por encima de los rugidos del motor.
Abajo, a lo lejos, vieron a Jet Hawks que les hacía frenéticos ademanes.
De pronto, Pete tuvo una idea. Inclinándose sobre la cabina, cerró la válvula. El motor cesó en sus bramidos y todo lo que pudo oírse fue el fantasmal aullido del viento, filtrándose por todas partes.
«He oído decir que algunos de estos aviones pueden aterrizar solos. Espero que éste sea de ésos», se dijo Pete.
Se inclinó entonces para decir al oído de Ricky:
—Estate quieto y no toques la palanca. Creo que todo irá bien.
El avión empezó a planear nuevamente, descendiendo cada vez más. Estaba fuera de los márgenes del aeropuerto y parecía ir a tomar tierra en un pequeño claro.
—¡Sujétate! —gritó Pete.
Las ruedas del aparato rozaron contra las copas de algunos arbolillos y luego, prorrumpieron en unos cuantos «bump, bump, bump», resbaló sobre la áspera tierra y quedó inmóvil.
—¡Canastos! —exclamó Ricky, cuando él y su hermano se vieron empujados hacia la parte posterior del asiento.
Cuando se relajaron en la distancia se oyó el gemido de una sirena y, a los pocos momentos, una furgoneta del aeropuerto, con las luces rojas encendidas, salió de la pista, aproximándose al claro. Pasó rebotando sobre las raíces que sobresalían de la tierra y fue a detenerse junto a los dos muchachitos. Del vehículo salieron Jet Hawks y un ayudante del aeropuerto.
—¿Estáis bien, chicos? —gritó el piloto.
—Perfectamente —repuso Pete con una apagada sonrisa.
Con el rostro muy pálido, los dos hombres ayudaron a los hermanos Hollister a salir de la carlinga. Jet logró dedicarles una sonrisa al decir:
—Me habías dicho que erais detectives, no aviadores.
—Lo… lo siento —dijo Ricky—. Todo ha sido culpa mía, que no me estuve quieto en el asiento. Pete nos ha salvado.
—Ha sido una buena idea la de cerrar la válvula —concordó Jet—. Bueno. Menos mal que no ha ocurrido nada. —Y, al ver que el ayudante daba un salto de asombro, aclaró—: Vosotros habéis podido aterrizar bien y mi viejo aparato está también ileso.
Ricky se sintió muy tranquilizado al ver que no recibía la regañina que se tenía bien merecida. Pete dijo:
—La próxima vez nos portaremos mejor.
—Creo que, por hoy, ya ha habido bastante —repuso el piloto con firmeza—. Vamos a remolcar a «Jenny» hasta el aeropuerto.
A los pocos minutos se había atado una cuerda a la parte delantera del avión y la furgoneta lo remolcó a través del aeropuerto, hasta el lugar en donde los jóvenes aviadores habían despegado.
Jet y el ayudante metieron el avión en el hangar, mientras los Hollister esperaban fuera. Cuando los dos hombres salían apareció un vehículo que fue a detenerse junto al edificio. La bocina sonó por dos veces y Jet saludó con un ademán a una señora muy guapa que iba sentada al volante y a la niña que iba a su lado.
—Son mi esposa y mi hija —informó Jet—. Venid, os las presentaré.
Para entonces, las manos de Ricky habían dejado de temblar y el cosquilleo del estómago de Pete se había calmado. Los dos muchachos parecían bastante tranquilos cuando fueron presentados a Isabel, la esposa de Jet.
—A Pete ya le conocía —dijo ella con una sonrisa—. Y me alegro de conocerte también a ti, Ricky. Ésta es nuestra hija, Dafne.
La niña aparentaba unos diez años, tenía los cabellos rubios y hoyuelos en las mejillas.
Jet hizo un guiño a los muchachos, al explicar:
—Para abreviar la llamamos Daffy.
Pete y Ricky sonrieron a la niña y ella les sonrió a su vez.
—¿Os ha llevado papá a dar una vuelta con «Jenny Giradora»? —preguntó amablemente.
Pete se limitó a tragar saliva y asentir con la cabeza.
—¡Ya les daré yo la vuelta…! —exclamó Jet—. Ahora os lo explicaré todo mientras vamos camino de su casa.
—¿Y nuestras bicicletas? —preguntó Ricky.
—Ponedlas detrás y vosotros subid al asiento posterior.
Los hermanos Hollister obedecieron. El piloto se sentó al volante y el vehículo se encaminó a Shoreham.
Mientras Jet Hawks explicaba la aventura del vuelo inesperado su esposa le escuchaba horrorizada; pero, en cambio, Daffy tenía los ojos relucientes.
—¡Qué maravilloso! —exclamó—. Ricky y Pete pueden llegar a ser hombres del espacio.
Era casi la hora de comer cuando Jet Hawks frenó el coche frente a la casa de los Hollister.
—Tienen ustedes que conocer a nuestra familia —dijo Pete que en seguida salió camino de la casa en busca de su madre.
Estaba Ricky descargando las bicicletas cuando aparecieron la señora Hollister y sus hijas. Se presentaron unos a otros y pronto las niñas estaban charlando alegremente con Daffy.
La señora Hollister invitó a los Hawks a comer con ellos.
—Realmente, no deberíamos aceptar —dijo el piloto un poco desconcertado—, pero tengo una larga historia que contarles sobre nuestra aventura y ése será un buen momento para hacerlo.
Después de tomar el postre se dio permiso a los niños para que dejasen la mesa y, al poco, los mayores se reunieron con ellos en la sala. Las cuatro niñas se acomodaron en el sofá y Pete oyó que Holly murmuraba al oído de Daffy la palabra «secreto».
—¿Qué habéis estado haciendo mientras Ricky y yo estábamos fuera? —preguntó.
Pam miró a Ricky y dijo:
—Esta mañana hemos estado haciendo algo importante.
En seguida dio un empujoncito a Sue, que se apresuró a marchar escaleras arriba.
—Se trata de algo especial para ti, Ricky —informó Holly.
Un minuto más tarde volvió Sue con las manos llenas de vestidos de muñeca, hechos en papeles de colores. Ricky se quedó perplejo.
—¿Son para mí? —preguntó, poniéndose tan colorado como una zanahoria.