LA COLINA DEL ÁGUILA DE CABEZA BLANCA

—¡Joey, no te atrevas a pegar a Leo!

Gritando así, Pam corrió hacia la puerta del granero, pero no pudo abrirla porque estaba bien cerrada desde fuera. Entonces empezó a golpearla con los puños. Como única respuesta, Joey estalló en carcajadas.

—Ven aquí, Leo. Ven aquí —llamó luego el chico.

Pam oía su voz con acento de falsa amabilidad.

«Si por lo menos pudiera llamar pidiendo ayuda», pensó Pam. Levantó la vista al desván; se subía a él por unas escaleras y arriba había una amplia ventana. Pam y Sue ascendieron por los escalones. La mayor de las niñas manipuló en la ventana, pero ésta no se movía. Fuera vio a Joey Brill ocultando un palo a la espalda y aproximándose al desprevenido perrazo.

—¡No, Joey, no le pegues! —gritó otra vez Pam.

El camorrista volvió la vista hacia arriba y al ver las caras de las niñas blandió el palo ante ellas. En aquel momento, Leo se irguió, apoyándose sobre sus cuartos traseros y plantó tranquilamente sus peludas patas en los hombros de Joey.

—¡Baja! ¡Baja! —exclamó el chico, retrocediendo.

Leo dio hacia delante los pasos que él daba hacia atrás y luego lamió la cara del muchacho.

—¡Apártate, animalote! —gritó el camorrista.

Las caras de susto de las niñas cambiaron de expresión, tornándose risueñas. Sue dijo entre risillas:

—Están bailando. ¡Qué bonito!

Entretanto, Joey no sabía cómo desprenderse de Leo. Las patas del animal se apoyaban pesadamente en sus hombros y le impedían utilizar el palo. Volviendo la cabeza, Joey vio a las niñas que se estaban riendo de él. Rojo de rabia, dio un traspiés y cayó de espalda.

En aquel mismo momento llegó Pete, seguido de los demás que jugaban a «seguir al jefe». Pete dio un verdadero alarido de risa al ver tan divertida escena.

—Tú ganas, Joey. Tú haces las cosas mejor que nadie —dijo.

El camorrista se puso torpemente en pie, con la cara muy encarnada. Mientras tanto Pam bajó rápidamente del desván y empezó a golpear la puerta del granero. Teddy la oyó y corrió a abrir, pero Joey no esperó a ser acusado. Salió a la carrera y cruzó un campo, camino de los bosques, mientras Pam explicaba todo lo ocurrido.

—Le está muy bien empleado —afirmó Jean, al enterarse del feo truco de que el chico se había valido.

—La peor cosa que uno puede hacerle a Joey es reírse de él —dijo Pete—. Bueno. Nos hemos librado de él por un rato. Ahora podremos divertirnos tranquilos.

Aunque no decía nada, Oz se sentía muy complacida de estar a solas con los Hollister.

—Venid. Bajaremos al cuarto de jugar de los sótanos —propuso Jean.

Todos, excepto Pete y Teddy, bajaron ruidosamente las escaleras y entraron en una gran habitación muy revuelta y bien iluminada. Allí había una mesa de ping-pong, un fonógrafo con discos y a un lado una mesa escritorio llena de papel y lápices.

—¿Puedo hacer un dibujo? —preguntó Oz.

—Claro. Si te gusta… —repuso Jean.

Oz dijo que le gustaba mucho dibujar y, mientras los otros les observaban con admiración, hizo rápidamente un boceto de Pam.

—¡Estupendo! —declaró Ricky—. ¿Quieres hacerme también a mí un retrato?

Mientras Oz se divertía haciendo retratos de sus amigos, Pete y Teddy fueron al cuarto de estar, cogieron la lupa y se pusieron a estudiar el mapa cubierto por cristal, con la esperanza de encontrar alguna pista.

—¡Zambomba! —exclamó Pete, mientras su dedo reseguía la carretera principal de Crestwood—. Casi no había ninguna calle lateral de las que hay ahora.

La zona en que se hallaba actualmente la granja de los Hollister no era en el mapa más que un solar vacío. El rancho Spencer estaba claramente marcado y sus límites alcanzaban al borde del mapa. Pete advirtió algo escrito en letra muy pequeña y que quedaba casi oculto por el marco. El muchacho colocó la lupa sobre las diminutas letras. Los dos primos deletrearon: «Colina del Águila con Cabeza Blanca».

—¿Tú crees que esto estaba en el viejo rancho, Teddy?

—Eso parece.

—¡Oye! —exclamó Pete, haciendo chasquear los dedos—. ¿Te acuerdas del pájaro de la moneda antigua? ¿No podría representar al Águila de cabeza blanca?

Inmediatamente, los dos muchachos estudiaron de nuevo la moneda bajo el cristal de aumento.

—Puede ser un águila de cabeza blanca.

—¿Crecen robles en la colina del Águila de Cabeza Blanca? —fue la próxima pregunta de Pete.

—Yo no he estado nunca allí. Pregúntaselo a papá.

Llevando Pete el mapa enmarcado, los dos muchachos corrieron hacia el estudio de tío Russ. Cuando dieron la vuelta a la esquina de la casa una voz preguntó:

—¿A dónde vais, amigos?

Los dos primos titubearon un momento antes de volverse y ver a Joey Brill. Tenía el brazo levantado y en la mano sostenía un gran pedrusco.

—¡No lo tires! —le advirtió Pete.

—¡No puedes reírte de mí y quedarte tan tranquilo! —gritó el camorrista.

Pete y Teddy salieron como flechas hacia el estudio de dibujo. La piedra salió disparada de la mano de Joey y surcó el aire.

—¡Cuidado, Pete! —advirtió Teddy.

Pero fue demasiado tarde. El pedrusco fue a estrellarse en mitad del mapa y el cristal se deshizo en cien pedazos.

—¿Qué has hecho, Joey Brill? —gritó Pete, enfurecido—. Esto es una cosa de valor y no es nuestra.

—¿Y a mí qué me importa? —se mofó Joey, en el mismo instante en que tío Russ salía de su estudio.

—¿Qué es todo este alboroto? —preguntó el dibujante, contemplando los menudos trozos de cristal caídos a los pies de Pete.

Cuando le dijeron lo que había sucedido, tío Russ ordenó a Joey que se acercase y recogiese los vidrios.

—No queremos tiradores de piedras en esta granja —reprendió tío Russ, muy enfadado—. Si buscas más complicaciones antes de que llegue tu tía, yo mismo te llevaré a tu casa en mi coche. ¡Y ahora coge una escoba y una pala del granero y limpia todo esto!

Cuando Joey obedeció, Teddy explicó que el viejo mapa pertenecía al señor Spencer. Tío Russ dijo entonces:

—Venid, muchachos. En el estudio tengo cristal y herramientas. Dejaremos esto otra vez como nuevo.

Mientras su tío buscaba un cristal de la medida adecuada, Pete le hizo preguntas sobre los robles de la colina del Águila de Cabeza Blanca.

—Puedo asegurar que no recuerdo si crece allí algún árbol —contestó tío Russ—. Hace años que no voy por el rancho Spencer.

El hombre colocó el mapa sobre su ordenada mesa de trabajo y luego, con un delgado formón, empezó a levantar la parte posterior para poder insertar el cristal nuevo.

Cuando el último de los menudos clavos quedó suelto, la cobertura posterior se desprendió. Inmediatamente debajo había un trozo de cartón que Pete levantó.

Para sorpresa de todos, entre el cartón y el mapa apareció un documento que tenía todo el aspecto de ser un legado.

—¿Qué es esto? —preguntó tío Russ al coger el pliego de grueso papel.

Una sensación de cosquilleo empezó a recorrer el cuello de Pete, llegándole hasta el cráneo.

—Tío Russ —dijo de pronto el muchacho—, esto parece una escritura…

Su tío estudió atentamente el documento.

—Creo que lo es, Pete, y que tiene algo que ver con la propiedad Spencer.

Teddy prorrumpió en un grito de guerra.

—¡Puede que sea la escritura desaparecida de que nos han hablado, Pete!

—No vuelvas a guardarla, tío Russ —pidió su sobrino—. El señor Spencer querrá verla.

A los muchachos casi les faltaba paciencia para esperar a que el dibujante reparase el estropeado mapa y después de ponerle el cristal lo colocase de nuevo en el marco.

—¡Vamos, Teddy! ¡Tenemos que ver al señor Spencer ahora mismo! —dijo Pete.

Sonriendo ante sus prisas, el tío Russ ofreció a los muchachos llevarles a la vieja hacienda. Después de decir a los niños que estaban en el cuarto de jugar a dónde se iban, los dos muchachos fueron al coche. Cuando tío Russ les dejó ante la puerta de la vieja mansión dijo que les esperaría para llevarles de nuevo a casa.

Los dos primos subieron corriendo las escaleras. Teddy llevaba el mapa y Pete la escritura. Esta vez fue la doncella del señor Spencer quien salió a abrirles. Cuando Pete le dijo quiénes eran él y su primo y pidió ver al señor Spencer, ella respondió:

—No creo que pueda recibiros ahora.

—Pero es que… Por favor, dígale que es muy importante —rogó Pete.

—Está bien —dijo la mujer a regañadientes—. Se lo diré.

—¡Zambomba! —musitó Pete a su primo—. Tenemos que verle ahora. ¡Esta pista es muy importante!

Momentos más tarde apareció la muchacha y condujo a los chicos a un acogedor estudio donde el señor Spencer estaba sentado tras una gran mesa de caoba.

—Hola, muchachos —dijo el dueño de la casa—. ¿Habéis encontrado alguna pista de la vieja moneda?

—Hemos encontrado algo más importante —exclamó Pete con entusiasmo, y acercándose, colocó el documento sobre la mesa—. ¡Mire!

El señor Spencer miró el documento con perplejidad.

—Pero…, pero ¡si es la escritura desaparecida! ¿Dónde la habéis encontrado?

Cuando Pete le explicó todo lo ocurrido, el señor Spencer movió lentamente la cabeza, murmurando:

—¡Y pensar que ha estado en mi propia casa todos estos años bajo mi propia nariz…! ¡No sabéis lo que esto significa para mí, muchachos! Mi reclamación de la colina del Águila de Cabeza Blanca casi se había puesto en duda. Ahora sé con seguridad que esa propiedad me pertenece.

Los chicos se miraron uno a otro con los ojos muy abiertos.

—¡La colina del Águila de Cabeza Blanca! ¿Crece algún roble allí? —quiso saber Pete.

El señor Spencer se volvió hacia un gran ventanal situado tras su mesa y señaló una colina que se veía a cosa de un kilómetro de distancia.

—La colina del Águila de Cabeza Blanca está coronada de viejísimos robles.

Teddy dio un codazo a su primo.

—¡Pete! —exclamó—. ¡Lo resolveremos todo!