LA CABEZA DE CUERVO

Mientras el piloto conducía el avión a muy poca altura, Pam gritó de repente:

—¡Allí está!

En una pequeña ensenada se había visto aparecer a un hombre un instante.

—¡Oh! Ha desaparecido entre los árboles —se lamentó Pam.

Randy condujo al avión por un extremo y otro de aquel paraje, pero ya no lograron ver a nadie en el espeso bosque que como una ininterrumpida alfombra cubría la falda de la montaña, desde la cumbre nevada, hasta el pie acariciado por las aguas.

—Será mejor que aterricemos —dijo el policía—. Si ese hombre no es Farley, hablaremos con él. Si es Farley, lo más seguro es que huya. Entonces enviaré hombres a que den una batida.

El piloto hizo descender al avión hasta detenerlo en la orilla. Nadie acudió a verles. El policía dio grandes voces, diciendo que deseaban hablar con el hombre que habían visto desde arriba, unos minutos antes, pero el hombre siguió sin aparecer.

—Debía de ser Farley —opinó Pam—. ¿No ven aquello de allí?

Al pie de un árbol de inclinado ramaje había un rebujo de harpillera.

—Tienes razón —concordó el policía—. Esto era el envoltorio de lo que Farley llevaba cuando le recogió el pescador.

—Seguro que era el tótem misterioso. Tenemos que encontrarlo —dijo Pam.

—Empezaremos a buscar en cuanto yo haya comunicado con el cuartelillo.

Randy cogió el micrófono y transmitió el mensaje necesario para rodear al fugitivo.

—Saldrá inmediatamente un grupo en una motora rápida, jefe —informó Randy.

Llevó el avión hasta un gigantesco tronco que se internaba en el agua desde la playa. Pete, Pam, tío Russ y el policía salieron del avión. Randy se quedó a esperar que volvieran.

—Aquí veo huellas de ese hombre —dijo tío Russ, señalando un camino en donde se veían con claridad huellas de pisadas en la vegetación.

Siguiendo aquella pista, los cuatro ascendieron por un montículo rocoso. Continuamente se veía la profunda hendidura dejada por un objeto pesado que había sido arrastrado por el suelo. Hubo un momento en que Pam vio algo que le hizo ahogar la respiración. Adheridos a los picachos de las rocas había varios minúsculos pedacitos de madera.

—¡Farley se lleva el tótem consigo! —adivinó Pete.

—No habría dejado una pista más clara ni llevando un tractor —dijo tío Russ con voz de enfado, mientras seguía avanzando.

Al cabo de un rato el jefe de policía ya jadeaba y tío Russ se enjugaba la frente con un pañuelo. Pete y Pam corrieron delante de los hombres, aunque prometieron tener mucha precaución.

Cuando llegaron a un trecho lleno de raíces y musgos, donde un árbol caído bloqueaba el paso, Pete tendió la mano a su hermana; pero la niña, que sudaba a causa del esfuerzo, tenía las manos húmedas y resbaló de la mano de Pete.

—¡Oooh! —gritó, al caer hacia atrás.

Su pierna izquierda quedó enzarzada entre las raíces y el roído tronco del árbol. Pete corrió junto a ella.

—¿Estás bien, Pam?

—Pues… creo que sí —repuso la niña, mientras sacaba la pierna de aquella molesta trampa.

—¿Te has hecho daño?

—Un poco —dijo Pam, mientras echaba a andar, cojeando—. Creo que puedo seguir adelante, Pete.

Con el retraso de la caída de Pam, tío Russ y el policía les dieron alcance.

—Podemos dar gracias a Dios de que no te hayas roto una pierna —dijo el jefe de policía, examinando la magullada pierna de Pam—. Farley no debe de estar demasiado lejos.

Valientemente, Pam siguió adelante, ayudada por su hermano en las zonas más difíciles. La ladera iba resultando cada vez más escarpada. Pete pensó que si era por allí por donde huía, Farley debía de estar ya muy fatigado. Apretando el paso, el muchacho atravesó una extensión de muchos matorrales y de pronto, dio un tropezón en lo que le pareció que era un tronco. Pero, incluso a la grisácea claridad del bosque, cuyo arbolado impedía el paso del sol, Pete pudo distinguir unos alegres colores en el tronco.

—¡Un tótem! —gritó—. ¡Lo hemos encontrado, Pam!

La niña, que se acercó renqueando, dijo en seguida con voz lastimera:

—¡Mira, Pete, no es más que la mitad del tótem!

El policía y tío Russ comprobaron que era cierto lo que Pam afirmaba; no era más que la parte inferior de un tótem, cuya madera carcomida había acabado partiéndose.

—¡Dios mío! Si ésta es la mitad del tótem que buscamos, la parte superior debe de ser la que contiene el tesoro —reflexionó Pam—. Si no, Farley no se habría dejado aquí esta parte.

Un rápido examen de las figuras esculpidas en la madera puso de manifiesto que, efectivamente, aquél era el tótem misterioso, pero allí no había ninguna cavidad secreta, ni mensaje de ninguna clase.

El pensar que podían encontrar la solución a poca distancia de donde se encontraban dio a Pete nuevas fuerzas. Sus cansadas piernas parecieron recibir una inyección de vigor y el muchachito continuó su avance.

De pronto se detuvo unos instantes para escuchar. Al poco anunciaba a voces:

—¡He oído a Farley! ¡No está lejos!

Tío Russ, que estaba inmediatamente detrás de Pete, en unos cuantos saltos se unió al chico y juntos siguieron avanzando.

—¡Allí! ¡Allí le veo ahora! —anunció tío Russ—. ¡Deténgase! ¡Entréguese a la ley!

Pete y su tío treparon por una peña y pudieron ver a Farley algo más arriba, en pie y con un corto tronco sostenido en alto sobre su cabeza.

—¡El tótem del cuervo!

—¡Sí! El tótem. ¡Si tanto lo deseas, ahí lo tienes! —dijo una voz débil y lastimera.

Y en aquel momento, Farley arrojó el pedazo de tronco contra sus perseguidores. Pete y su tío se hicieron a un lado y lograron esquivar el proyectil. La cabeza de cuervo se golpeó contra un árbol situado a su espalda.

Mientras Pete corría a recoger el pedazo de tótem, el ladrón dio media vuelta y continuó la huida, a toda velocidad. Esta vez fue el jefe de policía quien le advirtió que debía entregarse, pero el otro no le hizo el menor caso.

—Aquí está lo que faltaba del tótem, Pam —dijo Pete cuando la niña llegó junto a él.

—¡Qué suerte! Confío en que dentro encontremos el tesoro.

A pesar de que había permanecido muchos años escondido, la cabeza de cuervo del tótem estaba aún en bastante buen estado. Pete lo examinó por todas partes y miró interesado un agujero que descubrió en la parte posterior de la cabeza.

—¿Es aquí donde guardaban las cenizas de los muertos? —preguntó al jefe de policía.

—Sí —asintió Harris, introduciendo con cautela la mano por la abertura.

—¿Hay… hay algo… dentro? —preguntó Pete, trémulo de emoción.

—No. Está vacío el agujero —repuso el policía, sacando la mano, mientras Pete suspiraba desilusionado—. Farley se ha apoderado ya del mensaje relativo al tesoro, o de lo que quiera que hubiera aquí dentro.

—Entonces… ¡hay que atrapar a Farley! —dijo con voz firme Pam.

Sin dudar un momento, Pete buscó algunos brotes resistentes adonde cogerse y empezó a trepar a toda prisa, declarando:

—Yo lo atraparé.

Los demás corrieron tras el muchacho, pero ya Pete había desaparecido de su vista. El chico estaba seguro de que ahora avanzaba mucho más de prisa que Farley; sin embargo, no podía ver todavía al fugitivo.

Pasados, diez minutos, Pete se detuvo a escuchar. En el espeso bosque no se oía ahora más sonido que el grito de un águila que volaba muy baja. «¿Dónde estarán los demás?», pensó Pete.

Se llevó dos dedos a los labios y prorrumpió en un estridente silbido. Pero no obtuvo respuesta.

—¡Pam! ¡Tío Russ! —gritó.

Pero la densa arboleda menguaba el sonido de sus voces.

Pete se sentó en el tronco de un árbol y miró a su alrededor, un poco intranquilo.

«¡Zambomba, me he perdido!», pensó.

Mientras el muchachito reflexionaba, preguntándose si convenía que siguiese buscando al ladrón, o si era preferible que procurase reunirse con Pam y los otros, su hermana, tío Russ y el policía se dieron cuenta de que el chico había desaparecido.

Pronunciaron varias veces el nombre dé Pete, pero nadie les contestó. Lo primero que pensó Pam, con terror, fue que Farley había apresado a su querido hermano. Pero el tío la tranquilizó, diciendo que no era probable.

—Yo creo que ese desgraciado procura alejarse lo más posible y a toda velocidad.

—¿Lleva alguna brújula Pete? —preguntó el policía.

—No.

—Pues lo más fácil es que se haya perdido. Pero no hay que apurarse. En cuanto lleguen mis hombres para hacer la redada, le encontrarán.

En aquel momento oyeron voces en la parte baja de la ladera.

—¡A lo mejor es que Pete ya se ha encontrado con sus hombres! —exclamó Pam, esperanzada—. ¡Pete! ¡Pete!

Pero los gritos que le respondieron no fueron los de su hermano. Ante el asombro de todos, el grupo que ahora llegaba estaba constituido por la señora Hollister, tía Marge y los otros cinco niños Hollister.

—Por aquí, Marge —gritó tío Russ, indicando el camino mientras él y Pam corrían al encuentro del resto de la familia.

Ricky corría con Jean y Teddy, mientras que Holly iba quedando rezagada, porque ayudaba a subir a la chiquitina Sue.

—¿Cómo habéis llegado aquí? —preguntó tío Russ, sin entender nada.

Tía Marge explicó que, al recibir el recado que él diera en el hotel, ella y la señora Hollister fueron a la policía para saber qué ocurría. En aquellos momentos se preparaba para salir el grupo que iba a dar la batida y les invitaron a acompañarles.

—Venimos siguiendo vuestra pista —dijo la señora Hollister—. ¿Habéis encontrado a Farley?

—No. Ha logrado escaparse —dijo tío Russ.

Y Pam, que cada vez estaba más angustiada pensando en su hermano, murmuró:

—Pete se ha perdido.

—¡Bendito sea Dios! —exclamó la señora Hollister, poniéndose muy nerviosa—. Hay muchos osos en esta región. ¡Quiera Dios que Pete no tropiece con uno…!

El jefe Harris dijo que se ocuparía inmediatamente de buscar a Pete y luego hizo preguntas sobre los hombres que acababan de llegar con los Hollister. La señora Hollister repuso que los policías se habían desplegado en abanico al pie de la montaña y que irían ascendiendo desde diversos puntos de la montaña, creyendo que de ese modo rodearían a Farley.

—Randy ha sido quien nos ha enseñado el camino que vosotros seguisteis —dijo Jean.

De pronto Holly se fijó en la cabeza de cuervo que tío Russ llevaba en sus brazos. Todos los niños se sintieron nerviosos y entusiasmados, mientras se contaba la historia del tótem y su aparición en dos pedazos.

Los Hollister continuaron adelante hasta llegar a un pequeño claro del bosque. Allí resolvieron que las dos mujeres se quedarían con Sue y Holly, y que Jean, Teddy y Ricky seguirían con los mayores la búsqueda de Pete.

—¿Podemos jugar Sue y yo con la cabeza de cuervo? —preguntó Holly.

—Sí —contestó tío Russ—. Cuidadla hasta que volvamos. Y no os mováis de este sitio.

Los demás consideraron que lo mejor era dividirse, formando una amplia línea, pero quedando cada uno al alcance de oído de los demás. Ricky se situó en el extremo de la izquierda, el siguiente era tío Russ, luego Pam, Jean, Teddy y el último el jefe de policía Harris, que quedó a la derecha.

—En caso de que aparezca algún oso, griten con todas sus fuerzas —advirtió el policía—. A veces, sólo los gritos bastan para asustar a las fieras.

Los exploradores avanzaron, mirando a izquierda y derecha y pronunciando continuamente y a voces, el nombre de Pete. Cuando llegaron a lo alto de la escarpada loma, los niños estaban casi completamente roncos de tanto gritar. Ricky sé disponía a dar un silbido penetrante cuando sus ojos se fijaron en algo reluciente que había junto a un grupo de helechos. El pecosillo se agachó para recoger una piedrecilla redondeada.

—¡Que venga todo el mundo! —vociferó—. ¡Creo que he encontrado una pista de Pete!