UN CONCURSO EN TIERRAS DE ALASKA

La señorita Bonney se despidió de las niñas, que corrieron fuera del vaporcillo para ir al muelle en donde los muchachos habían detenido las motoras.

Rossy fue el primero en saltar a tierra, cargado con un enorme salmón. Los chicos explicaron en pocos minutos cuanto les había ocurrido.

—«Oreja» Farley está, seguramente, en la Isla del Zorro —dijo Pete—. Hay que avisar a la policía.

Durante el rato que llevaba allí, Beth había estado contemplando fijamente la motora de los Kindue como si no pudiera creer en la buena suerte que había favorecido a ella y a su familia.

—¡Qué contentos se van a poner papá y mamá! —murmuró.

Antes de ir con su hermana a notificar al jefe de policía Harris todo lo ocurrido aquella mañana, Rossy dijo:

—Beth y yo podremos participar en el Derby del Salmón. La competición empieza mañana a las siete. Me gustaría poder invitaros a todos, pero sólo pueden ir cuatro. ¿Queréis venir vosotros dos, Pete y Pam?

Los dos Hollister mayores, emocionadísimos, dijeron que les entusiasmaría poder participar en el concurso.

—Nos encontraremos en el muelle —dijo Pete.

Los Hollister volvieron al hotel y lo primero que hizo Pete fue ir a hablar con el señor Carr, para darle las gracias por haberles prestado la motora y los aparejos de pesca; luego le contó que el motor había dejado de funcionar inesperadamente.

—Seguramente estaría obstruido el conducto del combustible. Pero no te preocupes por eso, que mañana yo lo arreglaré en un momento —dijo el amable señor Carr.

Quedó muy sorprendido al enterarse de que los muchachos habían recuperado la motora robada.

—Espero que no tarde la policía en dar caza al ladrón y celebro que esos pequeños indios puedan participar en el Derby.

—Mi hermana Pam y yo iremos con ellos. ¿Podrá usted despertarnos a las seis, señor Carr? A Pam y a mí. No queremos llegar tarde al concurso.

—Todos saldremos a la mar, para pescar el pez más grande. ¡Yo tampoco faltaré! —rió.

A la mañana siguiente, poco después de las seis, la familia entera se despertó a causa de los ruidos y conversaciones que llegaban de la calle.

«Tenía razón el señor Carr», pensó Pete, mientras se vestía a toda prisa.

Cuando sonó el teléfono, a la cabecera de la cama de Pete, éste descolgó en seguida.

—Buenos días —dijo el dueño del hotel—. Espero que estés preparado para pescar un monstruo marino.

—Muchas gracias —repuso, riendo, Pete.

—Ahora mismo telefoneo a tu hermana.

Como ya estaban despiertos, todos los Hollister bajaron a desayunar al comedor del hotel. A las siete menos cuarto, Pete y Pam se despedían de los demás sin poder contener las risas de alegría.

—A ver si encontráis un pez enano para mí —bromeó el tío Russ.

Al llegar a los muelles, Pete y Pam quedaron sin aliento, viendo la actividad y el nerviosismo que reinaba por todas partes. En la orilla, la gente se movía como un enjambre de abejas, y el agua estaba llena de embarcaciones con los motores ya en marcha.

—¡Estamos aquí! —gritó Rossy.

Él y su hermana dieron los buenos días a los Hollister y el chico ordenó:

—Adentro. Estamos preparados para salir.

Docenas de embarcaciones participantes en el Derby permanecían inmóviles en el agua, esperando el silbato que daría la señal de partida.

—¡Esto es tan emocionante que siento escalofríos! —confesó Pam.

En cuanto sonaron las campanadas de las siete, se oyó un potente silbato, rugieron los motores de las barcas y la flotilla de alegres colores se diseminó hacia el norte y el sur. Algunas motoras marcharon hacia la bahía de Plata, otras, incluyendo la de Rossy, avanzaron en dirección norte, hacia la vieja Sitka.

Unas cuantas barcas, más potentes que la motora de dieciocho caballos de fuerza de los Kindue, pasaron y dejaron atrás a los cuatro jóvenes pescadores. Otras muchas embarcaciones se quedaron atrás.

Mientras Rossy se ocupaba del timón, Pete preparó las carnadas y las puso en los anzuelos. Estaba atando un trozo de arenque congelado a la caña de Beth, cuando ésta exclamó:

—¡Mirad! ¡Son marsopas!

—¡Eso da buena suerte! —rió Rossy.

A poca distancia de su embarcación, los relucientes animales, entraban y salían del agua, dando rítmicos saltitos.

—¡Que sea cierto lo que dices, Rossy! —deseó Pete.

Los Hollister habían visto marsopas en Florida, pero ignoraban que los graciosos mamíferos viviesen también en zonas tan septentrionales y así se lo dijeron a sus amigos.

—Ya lo creo —aseguró Beth—. Y en primavera, en la caleta de Sitka, se ven muchos cachalotes y, a veces, ballenas grandísimas.

—Y focas y leones de mar —añadió Rossy.

Mientras la motora se aproximaba al lugar elegido para la pesca, los Hollister y sus amigos hablaron de las diferentes clases de salmón que podían pescarse.

—El premio se lo llevará el ejemplar más grande de salmón rey o chimook —explicó Beth.

—¿Hay muchas clases?

—Sí —dijo Rossy. Había otras cuatro variedades: el salmón giboso o rosado, el salmón chum o perruno, el cohoe o salmón plateado, y el salmón de lomo azul, que también se llamaba salmón rojo.

Pete sonrió divertido y, mientras miraba al fondo de las aguas, exclamó burlón:

—Le rogamos, señor salmón chimook, que tenga la bondad de picar el anzuelo.

Ya todas las barcas se fueron separando en abanico y Rossy no tardó en reducir la marcha de la suya; en seguida se echaron a las frías aguas los anzuelos con el cebo.

—Dejad flojo el hilo —dijo Rossy a los Hollister—. De ese modo, si pica un pez gordo, no se romperán las cañas.

Pronto llegaron al paraje en donde el día anterior consiguieran el hermoso salmón que picó el cebo de Teddy. Mientras Rossy llevaba la motora a cien metros de distancia de la isla del Zorro, Pam vio que los ocupantes de una barca inmediata estaban levantando su caña con un enorme pez.

—¡Es un salmón estupendo! A ver si nosotros conseguimos uno igual —deseó Rossy.

Pam no sabía qué era lo que más le gustaba, si la emoción del concurso, o la belleza del paisaje. Miró hacia la isla con su bosquecillo de cedros en donde un árbol gigante se había caído y hundía sus ramas en el agua. Y entonces recordó a «Oreja» Farley. ¿Le habrían detenido ya?

Pero, un momento después, la niña se olvidaba del ladrón, distraída con la aparición de unos patitos que chapoteaban en las aguas.

—¿Cómo los llamáis vosotros, Beth?

La niña india contestó que les daban el nombre de dovekies, y que eran aves pacíficas que buceaban en las aguas, buscando algún pececito. En aquel momento, los cinco animalitos desaparecieron y al mismo tiempo Pam notó una sacudida en su caña.

—¡Han picado en tu anzuelo! —exclamó Rossy—. Da un tirón de la caña.

Pam siguió las instrucciones del chico. La caña vibraba visiblemente, mientras el pez batallaba por escapar.

—¡Ten la caña en alto! —indicó Beth.

El pez se balanceaba de un lado para otro, mientras Pam hacía girar el carrete y un momento después se veía resplandecer un cuerpo azulado junto a la embarcación. Rossy metió la red en el agua y en seguida hizo saber:

—¡Fíjate, Pam, lo has atrapado por la cola!

Ninguno de los niños había visto nunca una cosa igual. El anzuelo se había clavado en la cola del hermoso pez.

—Ahora mucho cuidado, o se nos escapará —advirtió Rossy.

Pero, por suerte, con un rápido movimiento, lo apresó en la red y lo echó en el interior de la barca.

Pam estaba tan emocionada que le temblaban las manos.

—¿Será el que gane el concurso? —preguntó.

—No, Pam —rió Rossy—. Pero es un buen pez, como principio. Debe de pesar doce kilos.

Mientras Pete libraba al salmón del anzuelo y ponía en éste nuevo cebo, los pescadores continuaron atentos a los movimientos de sus cañas, y se entretenían charlando. Rossy señaló un lugar situado entre dos islas distantes y contó a sus amigos que el buque ruso «Neva» se había hundido allí en 1780.

—¡Zambomba! ¿En mil sete…? ¡Uff!

La caña había estado a punto de resbalar de sus manos y el roce resultó tan fuerte que sintió una fuerte picazón en las palmas.

—¡Sujeta fuerte! —gritó Rossy.

El chico había detenido la motora y corrió junto a su amigo.

—¡Tiene que ser, por lo menos, una cría de ballena o un salmón gigante! —declaró—. Ten mucho cuidado ahora, Pete.

Varias embarcaciones se habían detenido a contemplar la lucha que sostenía Pete y el pez, todavía invisible. El pez saltaba de un lado a otro, daba brincos hacia la superficie y tirones hacia el fondo del mar.

Mientras pasaban los minutos, los brazos de Pete iban sintiendo un enorme cansancio y sus dedos empezaron a entumecerse. Pero nadie podía ayudarle a capturar su presa, porque las reglas del Derby lo prohibían.

Sin cesar de hacer girar el carrete, Pete sonrió, comentando:

—Este animalito debe de pesar más de media tonelada.

Al fin brilló algo plateado a cinco metros de la motora.

—¡Es un salmón rey! —exclamó Rossy—. ¡Y muy grande! Sujeta fuerte, Pete.

Con un esfuerzo supremo, el pez consiguió situarse debajo de la barca, pero Pete siguió sosteniendo con fuerza la caña. La poderosa cola del pez dio unas cuantas sacudidas, mientras el salmón iba subiendo a la superficie, gracias al trabajo de Pete. Rossy se aproximó y metió la red en el agua.

¡Plum! El gigantesco pez cayó al fondo de la barca, donde quedó aleteando.

Pam se estremeció de miedo y de asombro.

—¿Creéis que nos morderá?

—Nada de eso —dijo tranquilizador Rossy, apresurándose a golpear al gigantesco pez.

Pete se sentó y dejó caer los brazos sobre las rodillas.

—¿Cuánto te parece que pesa, Rossy?

—Más de treinta kilos.

—Entonces, ¿puede ganar el premio? —preguntó Pam con ojos resplandecientes.

Los dos hermanos indios contestaron que sí, muy sonrientes. Los dos estaban muy contentos de que Pete hubiera sabido actuar tan bien.

—Creo que debemos llevar este salmón a Sitka, antes de seguir pescando. Ocupa demasiado sitio en la motora —opinó Rossy.

Cuando se aproximaron al muelle, Pam propuso:

—Ya que estamos aquí, podemos ir a preguntar qué ha pasado con Farley.

Los demás asintieron, porque todos estaban deseando saber lo que había sido del ladrón.

En cuanto amarraron, lo primero que hizo Pete fue ir a pesar su salmón. El encargado de tomar nota de los pesos de cada pieza obtenida por los concursantes arqueó las cejas, perplejo, viendo que la aguja de la balanza marcaba treinta y seis kilos.

—Éste puede que sea el salmón más grande del día —sonrió—. ¿Vais a seguir probando suerte?

—Claro que sí —dijo inmediatamente Rossy—. Dentro de un rato.

Dejando el salmón de Pete al empleado, los cuatro niños se encaminaron al cuartelillo de policía. Antes de llegar allí se encontraron con tío Russ, quien, al enterarse de la enorme pieza que habían pescado, dejó escapar un prolongado silbido.

—Voy a hacer unos apuntes sobre todo eso que me contáis y espero conseguir una historieta atractiva, basada en el Derby del Salmón.

Pam dijo a su tío a dónde iban en aquel momento y tío Russ declaró:

—Quisiera ser yo mismo quien capturase a ese bribón.

Al llegar al cuartelillo encontraron al jefe Harris de guardia. Después de saludarles, el policía Harris dijo:

—Parece que un sexto sentido os ha inducido a venir aquí. Hasta hace diez minutos no teníamos ni una pista sobre «Oreja» Farley. Pero, al fin, uno de mis hombres ha dado con una pista.

—¿Y ya saben ahora dónde está ese hombre? —preguntó Pete, sin poder contener su nerviosismo.

—Con exactitud, no. Pero un pescador ha explicado al oficial que llevó en su barca a un hombre que encontró en la isla del Zorro y le dejó en tierra firme, a varios kilómetros de Sitka. El desconocido le había dicho que le habían robado su motora.

—Claro. Se la robamos nosotros —rió Pete—. ¿Y ese hombre tenía la misma descripción que Farley?

—Desde luego. Ahora mismo se saldrá en su busca. Si averiguamos dónde está con exactitud, mandare dar una batida para capturarle. ¿Queréis participar en la búsqueda?

—¿Que si quiero? —exclamó Pete—. ¿Cómo irán? ¿En una motora?

—No. En avión.

El jefe de policía Harris telefoneó a un piloto que le ayudaba con frecuencia a resolver ciertos casos y quedó en encontrarse con él en el muelle de aviones anfibios dentro de diez minutos.

—Pero el aparato no tiene más que un motor y sólo cinco plazas —objetó el oficial.

Rossy dijo en seguida:

—De todos modos, Beth y yo no podemos ir. Tenemos que volver a pescar.

El niño indio y su hermana se despidieron y corrieron a su motora. Tío Russ telefoneó al hotel para dejar recado al resto de la familia de a dónde iban él, Pete y Pam. En seguida, los tres Hollister y el jefe de policía Harris corrieron al muelle.

Por el camino, Harris explicó:

—Cuando ese pescador recogió a Farley, éste llevaba un gran paquete, algo así como un tronco, envuelto en harpillera.

Pete y Pam se miraron con inquietud. ¿Sería el tótem desaparecido lo que Farley llevaba envuelto? El pensar aquello hizo latir apresuradamente el corazón de los dos hermanos.

En voz alta, Pam dijo muy seria:

—Tenemos que encontrar a «Oreja» Farley.

Cuando llegaron al muelle, el policía Harris presentó a los Hollister al piloto, un joven que se llamaba Randy. Randy ya tenía en funcionamiento el motor del aparato y estaba dispuesto para emprender el vuelo. Los cuatro pasajeros subieron al avión.

Randy pilotó el avión anfibio a lo largo de las aguas del canal, hasta llegar a una zona libre de barcas de pesca; entonces despegaron, y volaron sobre las copas de los árboles, muy cerca de la orilla.

Quince minutos más tarde, el jefe de policía decía con voz tensa:

—Estamos llegando al lugar donde el pescador dejó a Farley.

El corazón de los hermanos Hollister latía apresuradamente.