Holly dejó escapar un chillido cuando su embarcación cabeceó brutalmente en las aguas del lago; al mismo tiempo, el tótem rodó varios centímetros sobre la borda, aprisionando uno de los dedos de Ricky.
El niño hizo una mueca de dolor, pero como era un hombrecito muy valiente no dejó escapar ni un grito, sino, que, valiéndose de todas sus fuerzas, levantó el tótem hasta sacar el dedo. Pete le ordenó:
—¡Sigue sujetando fuerte, Ricky! ¡Me parece que el viento disminuye!
Pete tenía razón. Cesó el viento, pero lo malo fue que entonces empezó a llover con fuerza y fue mucha más la cantidad de agua que entonces entró en las motoras.
Tanto Dave como Pete se dieron inmediatamente cuenta de que la situación era, ahora, mucho más peligrosa. A través del torrente de agua, los dos muchachos intercambiaban miradas de inquietud, pero no decían nada para no asustar a los más pequeños.
—¡Habrá que empezar a sacar el agua! —opinó Pete.
Pam se ocupó de sujetar el tótem, mientras Ricky y Holly, juntando las manos, cogían agua y la echaban por la borda, yendo y viniendo a toda prisa. Pero, por muy rápidamente que fueran, no lograban sacar tanta agua como iba entrando sin cesar. A los pocos momentos, en el fondo de las dos embarcaciones había un enorme charco de agua.
—¡Ricky! ¡Holly! ¡Poneos las chaquetas salvavidas! —ordenó Pete.
En cada una de las motoras, guardadas bajo los asientos, había tres chaquetas salvavidas de color naranja. Mientras los pequeños corrían a buscarlas, Pam vio algo, a través de la espesa cortina de lluvia.
—¡Mira, Pete!
—¡La motora de la policía!
—¡Hurra! ¡Hurra! —gritaron alegremente Ricky y Holly—. Estamos salvados.
Pronto se oyeron avanzar por el lago los potentes motores de la embarcación de la policía. La gran barcaza se aproximó de costado a las pequeñas motoras, para protegerlas de la lluvia por sotavento. En el puente aparecieron tres oficiales y uno de ellos gritó:
—Ahora vendréis a bordo.
—¿Qué es ese madero que lleváis? —quiso saber otro.
—Es un tótem —repuso Dave—. Intentamos salvarlo.
Un policía se apresuró a trasladar de embarcación a Holly y a Ricky. Luego, ayudaron a Pam a saltar a la embarcación de la policía y a continuación se cuidó de subir el tótem.
Otro de los oficiales entregó a Pete y Dave unas bombas de mano para que extrajeran el agua que invadía las pequeñas motoras. Cuando los muchachos hubieron concluido aquel trabajo, la motora de cada uno de ellos fue atada a la embarcación de la policía, la cual se puso en marcha en cuanto Pete y Dave hubieron subido también.
Los oficiales se presentaron a los niños. Eran Finch, Neary y Smith.
—Vuestro amigo el agente Cal, nos avisó por radio —explicó el oficial Neary—. La señora Hollister acababa de informarle de que sus hijos se encontraban navegando por el lago cuando empezó la tormenta. Vuestra madre estaba muy preocupada.
—Ahora le notificaremos que ya estáis a salvo —sonrió el oficial Smith.
Y entró en la pequeña cabina de radio, para pedir a la jefatura de policía de Shoreham que comunicase al matrimonio Hollister y al matrimonio Meade que sus hijos ya no corrían peligro.
—Muchas gracias —dijo Pam, amable como siempre.
Diez minutos más tarde, la gran motora se detenía en el muelle policial de Shoreham, a medio kilómetro de donde vivían los Hollister. La tormenta casi había cesado por completo y las oscuras nubes bajas estaban siendo disipadas por un suave vientecillo.
El oficial Cal estaba esperando a los niños. Era un policía joven, guapo y jovial que había ayudado a los Hollister a resolver el primer misterio con que se encontraron poco después de llegar a Shoreham.
—¡Mis felicitaciones, amiguitos! —dijo alegremente—. Me encanta veros a salvo.
—Creíamos que no iba a ser posible —sonrió Pete, a quien todavía no se le había pasado el susto.
Después que los niños hubieron dado las gracias a los oficiales, Cal se ofreció a llevar el tótem al señor Roebuck, añadiendo:
—Yo creo que ahora ya podréis conducir vuestras motoras hasta casa. ¿No te parece, Neary?
—Sí, Cal. De todos modos, nos quedaremos aquí, por si tus amiguitos necesitan ayuda.
Pam y Holly saltaron a la barca de Dave, y Pete y Ricky navegaron juntos. Todos se detuvieron en el muelle de los Hollister. La barcaza de la policía les siguió de lejos, y al ver que los niños habían llegado a su destino, dio media vuelta y se alejó.
Las dos niñas salieron de la motora de Dave, que en seguida siguió navegando hasta su desembarcadero. La señora Hollister llegó corriendo desde la casa y llenó a sus hijos de abrazos y besos.
Mojados de pies a cabeza, los niños recorrieron el caminillo que llegaba hasta el porche. Al llegar a la cocina, oyeron alegres risitas.
—Parece que Sue se divierte mucho —dijo Pam—. ¿Qué estará haciendo?
Encontraron a la pequeñita sentada en el suelo de la cocina, con su amiga Donna Martin. Donna era una bonita niña de siete años, con cabellos oscuros y un hoyuelo en cada mejilla. Las dos pequeñas estaban rodeadas de un montón de cajas de zapatos.
Además, Sue tenía en el regazo a Morro Blanco, una hermosa gata, madre de familia. Los cinco hijitos de Morro Blanco trepaban por las ropas de las niñas.
Bola de Nieve parecía montado a caballo sobre el hombro de Sue, mientras que las zarpas de Tutti-Frutti se aferraban a la espalda del vestido de la nenita.
—¡Huy, huy! ¡Que me haces cosquillas! —exclamó, retorciéndose, Sue, cuando el gatito negro Medianoche restregó el morro contra su oreja izquierda.
Entre tanto, Humo y Mimito ronroneaban felices en brazos de Donna.
—Los quiero un «montón» —aseguró Donna tiernamente.
—¿A qué estáis jugando, Sue? —preguntó la madre.
—Estamos preparando un tótem de gatitos.
—¡Canastos! —exclamó Ricky—. ¿Un tótem con gatos vivos?
—Claro que sí. Es muy fácil —afirmó Donna con toda seriedad.
Y mostrando unas tijeras que tenían en el suelo, Sue explicó que iban a recortar unos agujeros en los extremos de cada caja de zapatos.
—Entonces, meteremos a los gatines, les haremos sacar la cabeza por los agujeros y pondremos una caja encima de otra. Será un tótem «persiosísimo».
Pete sonrió y dijo:
—Podréis consideraros grandes domadoras si conseguís que los mininos dejen de removerse por un minuto para formar el tótem.
—Lo conseguiremos —repuso muy seria y confiada Donna.
No les llevó mucho tiempo a las pequeñas practicar unos grandes agujeros en las cajas de cartón. Luego, mientras los demás observaban, sonriendo, Sue y Donna metieron a los juguetones gatitos en las cajas y les hicieron sacar la cabeza por los agujeros, teniendo sumo cuidado de que los animalitos no se hicieran daño.
—Yo me ocuparé de Morro Blanco —se ofreció Ricky.
La gata Llenaba por completo una caja de zapatos. Aunque no le agradó en absoluto verse encogida en aquel encierro, no protestó; Morro Blanco era una gata de mucha paciencia que muchas veces había participado en los juegos de los Hollister y estaba acostumbrada a cosas como aquélla.
En cambio, sus cinco hijitos no se mostraron tan comprensivos. Cesaron sus ronroneos, transformándose en leves maullidos de protesta.
—Aquí. Quietecín —rogaba Sue a Tutti-Frutti—. No te vamos a hacer daño. Será muy divertido.
—¡Vas a ser el único gato tótem de Shoreham! —decía Donna a Medianoche, queriendo darle ánimos e impedir que saltase de la caja.
—Confieso que la cosa tendría gracia —dijo Pete—. Suponiendo que podáis hacer que se estén quietos.
Entre las dos pequeñas sostuvieron a los mininos en sus puestos y Ricky colocó a Morro Blanco encima de todo.
Realmente, algo se parecía aquello a un tótem, aunque bastante bamboleante Los gatitos no cesaban de maullar y de mover sus cabezas de uno a otro lado. Holly reía con gran contento, viéndoles sacar continuamente la lengua, chiquita y muy encarnada. Al fin, las dos pequeñas se decidieron a apartar las manos de las cajas y retrocedieron unos pasos para contemplar su obra.
—¿Veis cómo es un tótem de gatines? ¡Qué lindo!
—Sí. Es cierto —asintió la señora Hollister.
Todos reían alegremente, cuando sonó un fuerte ladrido en la sala, y un momento después penetraba en la cocina un hermoso perro pastor.
—¡Silencio, Zip! —ordenó Pete.
Por lo general, el perro de los Hollister era muy obediente, pero el extraño e incomprensible espectáculo de los mininos asomando por aquel rimero de cajas de zapatos, le hizo prorrumpir en enloquecidos aullidos. El alboroto del perro asustó a Morro Blanco y sus hijitos, que se pusieron en acción instantáneamente. Mientras los gatos saltaban en todas direcciones, las cajas caían al suelo medio rotas.
—¡Se acabó el tótem! Lo siento —dijo Pam.
En dos segundos, toda la familia gatuna había desalojado las cajas y corría velozmente al sótano, donde se sabían seguros.
Mientras ayudaba a recoger las cajas de cartón, Pete comentó:
—Nosotros también hemos tenido trabajo con el tótem de verdad. Lo mejor sería que ahora nos pusiéramos ropa seca y fuésemos a ayudar al Viejo Ben a colocar su tótem.
La señora Hollister asintió, añadiendo:
—Verdaderamente, hoy estáis haciendo grandes proezas.
Y Ricky, siempre risueño, contestó:
—Ya sabes, mamá, que nosotros sabemos hacer millones de proezas. Además, si ayudamos un poco más al señor Roebuck, a lo mejor nos cuenta más cosas del tótem misterioso de Alaska.
Dejando a Sue jugando con Donna, los cuatro mayores fueron a cambiarse rápidamente de ropa y luego marcharon corriendo a casa de los Tompkin. El tótem estaba colocado a lo largo, en el prado y el Viejo Ben trabajaba activamente, sacando paletadas de tierra del hoyo.
—¡Espere! ¡Venimos a ayudarle! —anunció Pete, mientras él y sus hermanos corrían hacia el prado.
Mientras Pete le cogía la pala de las manos, el Viejo Ben dijo:
—No sé cómo daros las gracias por haberlo encontrado. ¡Buen trabajo, muchachos!
Los Hollister sonrieron y Pete acabó de sacar a paletadas la tierra que había caído en el hoyo. Entre todos, levantaron el largo tótem y lo colocaron en el hoyo. Pete echó tierra alrededor y los niños hicieron el trabajo de una apisonadora, aplastándola con grandes pisotones.
El Viejo Ben reía entre dientes.
—Ha vuelto todo a la normalidad. Me siento más tranquilo con mi tótem mirando a la calle.
—¿En Alaska, se ponen los tótems mirando a la calle? —quiso saber Ricky.
El señor Roebuck repuso que los tótems de los indios se situaban mirando a caminos de importancia, como son los ríos y el océano.
—Así, los demás indios, al pasar, pueden contemplar las figuras esculpidas —explicó.
—Oiga, Viejo Ben, ¿quiere usted contarnos más cosas sobre el tótem desaparecido? —pidió Pam.
El viejo explorador dijo que la desaparición misteriosa de aquel tótem que tenía la figura de un cuervo, había sido, sencillamente, un robo. Lo robaron de un poblado de indios Haida.
—¿Se lo llevó alguien? —preguntó Holly, que no había entendido gran cosa del complicado asunto del tótem.
El Viejo Ben asintió:
—El tótem fue robado porque contenía un gran secreto.
—¿Escondido dentro del tronco? —quiso saber Pete.
—Sí. Aquel tótem tenía un orificio en la parte posterior de la cabeza del cuervo.
En los tótems, explicó el anciano, se hacían agujeros para guardar en ellos las cenizas del jefe muerto.
—Pero, en el agujero que os digo, o tal vez en otros abiertos en alguna otra parte del tótem, se supone que había un gran secreto escondido. Los indios dicen que ese secreto traería suerte a quien encuentre el tótem.
—Por favor, cuéntenos más cosas de ese tótem —rogó Pam.
Pero antes de que el viejecito hubiera tenido tiempo de contestar, apareció en la calle la furgoneta de los Hollister y de allí salió la madre. Los niños la presentaron al viejecito y la señora Hollister demostró su admiración por lo bien esculpido que estaba el tótem. Luego, se volvió a los niños, diciendo:
—Tenemos que volver en seguida a casa.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Pete.
La madre anunció:
—En casa os espera una gran sorpresa.