AVISPAS ENOJADAS

Pete se echó inmediatamente al suelo. La advertencia de Ricky había llegado un momento antes de que el pedrusco que cruzó el aire por encima de la cabeza de Pete fuese a caer al agua.

—¡La ha tirado Will Willson! ¡Yo lo he visto! —gritó Ricky.

Y señaló hacia los matorrales en los que se advertía movimiento. Todos pudieron ver un momento la cabeza de Will, mientras el chico corría entre los árboles, hacia la fogata.

Pete y Dave echaron a correr, instantáneamente, tras el chico.

—¡Tened cuidado! —advirtió Pam—. ¡Puede tirarnos más piedras!

Los dos mayores se detuvieron, comprendiendo que Pam tenía razón, y ella propuso que todos se separasen y fuesen acercándose lentamente a la hoguera por distintos caminos. Todos estuvieron de acuerdo y cada uno marchó por su cuenta. Cautelosamente, se deslizaron hacia el lugar por donde Will había desaparecido. Un momento después cruzaron el aire seis piedras arrojadas una detrás de otra, sin interrupción, pero ninguno de los proyectiles alcanzó a los Hollister, ni a Dave.

—Menos mal —murmuró Pete—. Eso es que no pueden vernos.

Holly, que se arrastraba velozmente por tierra, pronto desapareció de la vista de los demás. La niña avanzaba con la rapidez de una anguila y fue la primera en llegar al claro desde donde ascendía el humo. En el centro había una hoguera con varios largos troncos de enea que empezaban a prenderse. A poca distancia vio Holly una gran roca, tras la cual se agazapaban los dos chicos a quienes estaban buscando.

—¡Están ahí! —gritó Holly, para que la oyesen los demás.

—¡Vete de aquí! —gruñó Joey, amenazador—. ¡Vamos, Will, ya sabes lo que tenemos que hacer!

Los dos chicos se abalanzaron hacia la hoguera, de donde sacaron dos troncos de enea, cuyos extremos estaban encendidos, para blandirlos amenazadoramente contra Holly, mientras corrían hacia ella.

—¡No os atreveréis a quemarme! —exclamó la niña, muy asustada, poniéndose en pie.

Entonces sonó, clara y amenazadora, la voz de Pete, que ordenaba:

—¡Tirad esos palos!

Joey y Will se volvieron en la dirección de donde llegaba la voz y vieron a Pete que corría hacia ellos, seguido de Dave Meade, Pam y Ricky.

Entonces, los dos chicazos dejaron caer los palos encendidos y Will se quejó:

—Esto no es justo. Sois más que nosotros.

Pete contestó que ninguno de ellos tenía intención de pelear.

—Lo único que queremos —añadió— es el tótem. ¿Dónde está?

Holly miraba fijamente a la hoguera y de pronto preguntó con voz de susto:

—No lo habréis quemado, ¿verdad?

Los dos chicos se miraron y al fin Will aseguró:

—Sí. Lo hemos quemado. ¿No es verdad, Joey?

Dave no acababa de creer que un madero tan grande se hubiera quemado en tan poco rato.

—¿Lo habéis partido en astillas, primero? —preguntó, observando que en la hoguera sólo había madera menuda.

—Sí. Eso es… —gruñó Joey.

—¿Y dónde tenéis el hacha? —quiso saber Pete.

Pam se dio cuenta de que Will miraba nerviosamente hacia la parte de la isla en donde había un gran grupo de árboles.

—¡Estáis mintiendo! —exclamó Pam, muy enfadada—. No habéis quemado el tótem. Lo que habéis hecho es esconderlo.

—¿Sí? Pues a ver si lo encuentras —masculló Joey, despreciativo.

—Claro que lo encontraremos —contestó Ricky, echando a andar en dirección a la arboleda.

Ni Joey ni Will parecieron muy inquietos por lo que Ricky pudiera descubrir; en aquellos momentos, la cosa más importante para ellos era que Pete y Dave no les hubieran obligado a pelear. Riendo maliciosamente, los dos camorristas se marcharon a donde tenían la motora y Pete les siguió para asegurarse de que no hicieran ninguna trastada en su barca o en la de Dave.

—No te preocupes, que no pensamos ni tocar vuestras viejas barcuchas —dijo Joey, mientras él y su amigo ponían en marcha la barca y se alejaban por el lago.

Cuando Pete volvió junto a Dave y Ricky, las niñas se habían separado de ellos y se internaban entre el arbolado.

—Ese tótem debe de estar por aquí y no demasiado lejos —rezongó Pam.

Miraron a derecha e izquierda, entre árboles y matas, hasta que llegaron junto a un trozo de tronco podrido. La juguetona Holly le dio un puntapié y una parte del tronco se desprendió. Inmediatamente surgió un enjambre de furiosas avispas.

—¡Corre! —gritó Pam—. ¡Corre!

Las dos hermanas se adentraron en el bosquecillo, corriendo, muy asustadas, y agitando las manos por encima de sus cabezas para espantar a los insectos.

—¡Huy, huy! —lloriqueó Holly, llevándose una mano a la pierna izquierda—. ¡Cómo me pican!

Pam estaba angustiada, pensando en su hermanita.

—¡Pobrecilla! Esa picadura te la habrá hecho la última avispa, antes de darse por vencida.

Se inclinó a observar la hinchazón de la pierna de Holly. Con mucho cuidado de no hacer daño a la pequeña, buscó el aguijón y lo sacó.

—Un poco de barro te quitará el dolor. Vamos a ver si encontramos agua.

Las dos hermanas buscaron por uno y otro lado, hasta que Pam encontró una zona de tierra húmeda, en donde crecía una mata de arisema. Utilizando una ramita, levantó un poco de musgo para sacar de allí un puñadito de tierra húmeda que aplastó contra la hinchazón de la pierna de Holly.

—¿Te duele menos, guapina?

—Sí. ¿Por qué me habrá picado esa avispota?

—No lo pienses más. Ahora ya ha pasado todo.

—Sí. Es verdad. Vamos a buscar el tótem, Pam.

Las dos niñas recorrieron de nuevo el bosquecillo, y fueron parándose a mirar en todos los rincones y escarbando en cada montículo donde pensaban que Joey y Will podían haber enterrado la escultura de madera. Pronto oyeron a sus hermanos y a Dave que también buscaban, a poca distancia de donde estaban ellas. Pam se detuvo para preguntar en voz muy alta:

—¿Habéis encontrado algo?

—Todavía no. ¿Y vosotras?

Pam repuso que seguían buscando. Aún no había, acabado de hablar, cuando Holly la llamó, diciendo:

—Mira. Parece que aquello de allí es un tronco caído.

—Cuidado. No le des otro puntapié —advirtió sensatamente Pam.

Las dos niñas se aproximaron cautelosamente al tronco. Estaba medio oculto por un montón de ramas, algunas tan verdes que parecían recién arrancadas.

Holly se agachó para apartar las ramas, pero Pam la tomó por un brazo, diciendo:

—¡No toques eso! Es hiedra venenosa.

Holly miró a su hermana con los ojos redondos como platos y al fin dijo, con una risilla:

—Gracias, Pam. Eso sí que es peor que una picadura de avispa.

Pam llamó a los chicos, que se acercaron a donde estaban las niñas, y utilizando largas ramas, levantaron los tallos de hiedra.

¡Y todos pudieron ver una variedad de alegres coloridos!

—¡Vaya! —se entusiasmó Ricky—. ¡Si es el tótem del Viejo Ben! ¿No veis la cabeza de oso?

—Y el explorador con la pala —apuntó Pete.

Y Holly, que había estado pensando en otra cosa, dijo, muy apurada:

—¿Sabéis lo que va a pasar? —Y antes de que nadie hubiera tenido tiempo de decir nada, añadió—: ¡Que Joey y Will se llenarán de granos porque han tocado las plantas venenosas!

Todos los niños movieron la cabeza afirmativamente y se quedaron muy serios. Pam sintió en seguida una gran compasión por los dos chicotes, a pesar de que siempre hacían trastadas a ella y a sus hermanos.

—¡Dios mío! ¡Pobrecillos!

Como no tenían cuerda con que atar el tótem para llevarlo flotando detrás de una barca, Dave propuso:

—Podemos colocarlo atravesado entre las dos barcas.

—Muy buena idea —aplaudió Pam.

Después de asegurarse de que no quedaba ninguna rama ni hoja venenosa en el tótem del Viejo Ben, los muchachos lo arrastraron hasta la orilla, mientras las niñas entraban en una de las barcas.

Los tres chicos se descalzaron y entraron en el agua para ir a colocar el tótem entre las dos motoras. La cabeza del oso quedó apoyada en la proa de la barca de los Hollister y la base del tronco, én la motora de Dave. Mientras Holly y Ricky se encargaban de sostener los extremos del tótem en cada barca para que no resbalase al agua, Pete y Dave pusieron los motores en marcha, preparándose para regresar en seguida a Shoreham.

—¿No creéis que Joey y Will se quedarían muy asombrados, si nos vieran? —preguntó Ricky, sonriendo.

—Lo que yo estoy pensando es si ya habrán empezado a rascarse —le contestó Holly.

Pete no decía nada, porque estaba preocupado, dándose cuenta de que empeoraba el tiempo. Se había nublado el sol y el cielo estaba lleno de nubarrones; el viento, que era ahora más frío, levantaba fuerte oleaje en el lago.

—Se aproxima una tormenta —anunció Dave a gritos, para hacerse oír por encima del oleaje y el viento.

A medida que las barcas avanzaban, más amenazador era el silbido del viento, y más grandes las olas que se levantaban alrededor de las embarcaciones, estrellándose en las bordas.

Pete estaba preocupado.

—¡Dave! —llamó a voces—. Cada vez se hunden más las barcas. ¿Crees que conseguiremos llegar a tierra?

—¡Cruza los dedos para que tengamos suerte, chico!

¡Pam sí que estaba asustada, viendo lo agitadas que se iban poniendo las aguas! Las olas eran tan altas que salpicaban hasta el interior de las motoras.

—¡Hay que avanzar más despacio!

—¡De acuerdo! —contestó Dave.

Pero incluso llevando poca marcha, las motoras se veían bamboleadas y las olas saltaban por uno y otro lado.

Hasta que Dave acabó opinando:

—Creo que tendremos que echar el tótem por la torda.

En aquel momento, una ola más fuerte que las anteriores hizo zozobrar peligrosamente las dos motoras.