EXPLORACIÓN EN LA ISLA

Pam corrió a contar a su madre la desgracia acontecida al Viejo Ben.

—¡Qué lástima! —dijo la señora Hollister, pensando con simpatía en el viejecito, que sin duda se habría llevado un gran disgusto.

—Yo creo que lo ha hecho Joey para vengarse —afirmó Ricky, encarnado de rabia.

Pero la madre dijo:

—No lleguemos a conclusiones precipitadas.

—Pero ¡tenemos que ayudar al Viejo Ben! —exclamó Pete.

—Naturalmente —concordó la señora Hollister, que luego dio permiso para que fueran a ver al anciano, todos, menos Sue—. La nena se quedará conmigo.

—Que encontréis la cara de oso. ¡Es tan bonita…! —exclamó la chiquitina, cuando sus hermanos salieron precipitadamente hacia la casa del señor Tompkin.

Por el camino encontraron a Dave Meade, un guapo muchachito moreno, de la edad de Pete, que jugaba a menudo con los Hollister.

—¿Por qué vais tan de prisa? —quiso saber Dave, que detuvo su bicicleta en el bordillo.

—¡Ha desaparecido el tótem!

Y mientras Dave pedaleaba junto a él, Pete le explicó todos lo relativo a la extraña escultura de madera.

—Yo os ayudaré a buscarlo —se ofreció Dave amablemente.

—Estupendo. Puedes sernos muy útil.

Al llegar a la casa de los Tompkin, los Hollister encontraron al señor Roebuck en el prado, donde miraba tristemente al agujero en que había estado clavado el tótem.

—Los sentimos, mucho, Viejo Ben —dijo cariñosamente Pam—. Y hemos venido a ayudarle.

—Gracias, gracias. No comprendo por qué ha querido nadie gastarme una broma así…

Pete le presentó a Dave y luego explicó:

—Nosotros pensamos que podrían ser aquellos dos chicos que anoche estaban tirando las bolas de barro.

El Viejo Ben suspiró:

—Tardé casi tres meses en esculpir esas figuras. Me alegrará mucho que podáis encontrar mi tótem.

Pam le preguntó si ya había telefoneado a la policía y el señor Roebuck repuso que no, añadiendo:

—Seguramente no se trata más que de una travesura y no quiero poner en aprietos a esos chicuelos.

Pam sintió una gran ternura por aquel viejecito tan bondadoso. Ella también procuraba siempre ser buena con los demás, y le gustaba resolver los misterios como aquél, sin perjudicar a nadie.

Dave dijo, entonces:

—Señor Roebuck, nadie podrá encontrar su tótem mejor que los Hollister. Son grandes detectives —afirmó, admirativo.

Al saber aquello, los ojos del anciano brillaron de alegría.

—Nos pondremos al trabajo ahora mismo —resolvió Ricky.

Entonces, el viejo explorador volvió a meterse en su casa, después de dar las gracias a los niños.

Dave y los Hollister se pusieron inmediatamente a hacer planes. Pete y Pam irían a la casa de Joey Brill y le harían unas preguntas, mientras Dave, Holly y Ricky iban a hacer lo mismo a casa de Will. Media hora más tarde se reunirían todos en el patio de los Hollister para contarse lo que cada grupo hubiera averiguado.

Pete y Pam echaron a correr calle abajo, dieron la vuelta en la primera esquina y a los pocos minutos llegaban a casa de Joey. Pete subió los escalones del porche y llamó al timbre. Cuando salió a abrir la señora Brill, el muchacho preguntó:

—¿Está Joey en casa?

La señora respondió que no. Joey se había levantado temprano, se preparó el desayuno y salió antes de que sus padres se hubieran levantado.

—Puede que haya ido a pescar —opinó la señora Brill que, después de decir adiós a Pete, cerró la puerta.

En voz baja, Pete comentó con su hermana:

—Suponiendo que haya ido a pescar, lo habrá hecho en compañía del tótem… Seguro que sí…

—¿Y a dónde crees que se lo habrá llevado? —preguntó Pam a Pete, mientras juntos caminaban por la acera lindante con el prado de Joey.

En aquel momento Pete señaló al suelo, exclamando:

—¡Mira, Pam! ¿Qué crees que es eso?

En el césped se veía una larga estría.

—Parece que han arrastrado algo pesado por ahí —opinó la niña.

—Algo tan pesado como un tótem, seguramente. Joey lo trajo hasta aquí y luego alguien le ayudó a llevárselo a otra parte.

—¿Qué será lo que han averiguado Ricky, Holly y Dave? —murmuró Pam, al tiempo que ella y su hermano emprendían la carrera hacia su casa.

A los pocos minutos se encontraron con los otros niños, que corrían hacia ellos, haciéndoles señas con las manos.

—Joey y Will se han marchado juntos —notificó Dave.

Haciendo preguntas en la casa de Will Willson, los tres niños se habían enterado de que los dos camorristas habían salido juntos en la barca motora de Will.

Pete hizo chasquear los dedos, y exclamó:

—¡Ya sé! Seguro que se llevan el tótem al Lago de los Pinos.

—¡Dios mío! —murmuró Pam—. ¿Y si se les ocurre echarlo al agua? Nunca lo encontraremos.

—¿Y por qué no vamos a perseguirles antes de que se hayan alejado demasiado? —propuso Ricky.

—De acuerdo —dijo Pete—. Podemos llevar dos barcas.

Dave ofreció en seguida:

—Sí. La vuestra y la mía. Me reuniré con vosotros en el embarcadero, Pete.

Se acordó que Pete y Ricky navegarían en la motora de los Hollister, y que Pam y Holly irían con Dave. Pete habló con su madre para contarle a dónde iban.

—Buena suerte —dijo la señora Hollister—. Espero que encontréis el tótem, pero, sobre todo, no os metáis en conflictos.

Pete prometió que todos serían muy prudentes. Él y Ricky recorrieron el camino del jardín y cruzaron el patio trasero hasta llegar a orillas del Lago de los Pinos. La motora de fuera borda de los Hollister estaba atada en el amarradero. Ricky saltó el primero a la barca y, luego, lo hizo Pete, que puso el motor en marcha y se colocó en el timón. La embarcación se internó en el bonito Lago de los Pinos.

El embarcadero de Dave Meade estaba muy cerca del de los Hollister y Pete pudo saludar alegremente a su amigo. Minutos más tarde, las dos motoras navegaban lado a lado, levantando montículos de espuma verdosa. A lo lejos se podía ver la isla de la Zarzamora, a donde con frecuencia iban los niños a merendar.

Había resuelto que Pete y Ricky buscarían a Joey y Will por la parte sur del lago, mientras que Dave, Pam y Holly se encargarían de la búsqueda por el extremo opuesto.

—Nos encontraremos en la orilla de la isla Zarzamora —había añadido Pete.

Él y Dave aceleraron la marcha de las embarcaciones, llevando a cada una en opuesta dirección. Durante los siguientes cuarenta minutos recorrieron todos los recodos y ensenadas en donde Joey y Will pudieran haberse escondido. Dos veces recorrieron el lago, de un extremo a otro, buscando sin cesar, con la mirada, los brillantes colores del desaparecido tótem. Pero ni la motora de Will, ni la atractiva escultura aparecieron por parte alguna.

—No comprendo cómo no damos con ellos —dijo Pete a Ricky.

Y los dos hermanos se pusieron la mano en la frente, para dar sombra a sus ojos y poder contemplar mejor las resplandecientes aguas del lago.

—Se habrán metido en algún escondite —opinó el pecosillo.

Pete asintió, mientras hacía girar el timón y conducía la barca hacia el lugar en que debían encontrarse con los demás niños.

—¡Da más velocidad, Pete! —gritó el más pequeño.

De pie en la popa, Ricky contemplaba con ojos brillantes cómo la barca se abría paso rápidamente, igual que si cortase el agua con un cuchillo, y levantando a uno y otro lado una gran rociada espumosa. La brisa azotaba los cabellos del pelirrojo, que aparecía más despeinado que nunca, mientras sus ojos miraban atentamente hacia el fondo del lago.

De repente, gritó a su hermano:

—¡Timón a babor, Pete!

Pero el motor hacía ahora tanto ruido que Pete no pudo entender con claridad la orden de su hermano.

¡Plof! La embarcación sufrió un encontronazo con un objeto sumergido. Pete redujo la marcha del motor.

—¿Con qué hemos chocado, Ricky?

—¡Parece un tronco! ¡Puede que sea el tótem!

Pete hizo dar media vuelta a la motora, para llevarla hacia el madero que flotaba bajo el agua y, al mismo tiempo, se asomó para ver si la quilla dé aluminio había sufrido algún desperfecto. Sólo vio una ligera abolladura, pero, afortunadamente, ninguna grieta por donde pudiera filtrarse el agua.

—Ha sido un choque con suerte —rió Ricky, tranquilizado y como ya estaban cerca del madero, se inclinó sobre la borda, para inspeccionarlo—. Sólo es un poste de teléfonos, Pete —anunció con desencanto—. ¡Qué lástima que no haya sido el tótem!

—De todos modos, debemos remolcarlo hasta la orilla para que nadie más vuelva a chocar con ello.

—Muy bien. ¡Mira! Allí vienen los otros.

La embarcación de Dave corría hacia ellos a toda velocidad. Cuando estuvieron más cerca, Pete preguntó a gritos, para hacerse oír:

—¿Habéis visto a Joey y a Will?

—Creemos que están en la Isla Zarzamora —repuso Dave—. Pam ha visto humo, que parecía de una hoguera.

—Si se han escondido allí, les encontraremos muy pronto —dijo Pete, con entusiasmo.

Después de contar a los demás el encontronazo que habían sufrido con el poste, Ricky lo levantó, sosteniéndolo sobre la borda, mientras se aproximaban a la orilla. Cuando estuvieron cerca, Ricky soltó el poste y lo dejó a la deriva para que fuese a detenerse sobre la arena.

Ahora, la motora de Dave iba delante. Pete conducía la suya, detrás, siguiendo la orilla del lago. A los pocos instantes, Pam señalaba hacia una columna de humo que se levantaba entre los árboles.

Los dos timoneles redujeron la potencia de los motores y, mientras se aproximaban al lugar de donde procedía el humo, calcularon que la hoguera estaría encendida en una zona de arboleda, algo distante de la orilla. Pam indicó a Dave que hiciese pasar la motora entre un grupo de eneas.

—¡Allí está la barca de Will! —anunció Holly, en un susurro.

Pete y Dave silenciaron totalmente los motores. Luego, después de quitarse los zapatos y los calcetines, saltaron al agua y empujaron sus respectivas barcas hasta dejarlas, una junto a otra, en la pedregosa orilla. Los demás saltaron a tierra.

Cuando los dos mayores se hubieron calzado de nuevo, se inició la búsqueda en la isla. Los cinco niños avanzaban agazapados y silenciosos hacia el lugar en que se encontraba la hoguera.

—¡Chist! ¡No hagas ruidos, Ricky! —aconsejó en voz muy baja Pete, cuando su hermano pisó una rama seca, que produjo un gran chasquido.

Ricky bajó repetidamente la cabeza, dándole a entender que procuraría tener más cuidado; y de pronto, con los ojos relucientes, susurró:

—¡Pete, mira!