MUCHACHOS AGUADORES

—¡Zambomba! ¡Una camisa a rayas azules! —exclamó Pete—. Ésa es la mejor pista que ha podido usted darnos, señorita Sally.

—¿De verdad? —preguntó ella, con una expresión interrogante en sus ojos.

A continuación, Pam y Pete le contaron todo lo ocurrido la noche anterior, cuando se acercó un hombre a llevarse al foxterrier.

—¡Vaya, vaya! —Murmuró la señorita Sally—. Considero que los Hollister sois muy amables al tomaros tanto interés por buscar al ladrón. Os deseo que le encontréis.

—Él hirió a nuestro perro Zip, en Shoreham.

Después de decir esto, Pam explicó a la viejecita todo lo que sucedió en la exposición canina y más tarde en Greenville. Mientras la niña hablaba, entró Kit en la casa.

La señorita Sally escuchó con mucho interés y cuando Pam terminó de hablar, la anciana unió sus manos, al tiempo que decía:

—¡Tendrá que ser un hombre muy listo, si quiere escapar de los Hollister!

Pete se echó a reír alegremente; luego preguntó a Kit desde cuándo faltaba Nappy del circo.

—Una mañana —contestó el muchachito trapecista—, cuando papá fue a darle de comer, encontró la caseta vacía.

—Pero, si alguien lo ha robado —intervino Rita—, ¿por qué no se llevó también a Josey?

—Seguramente lo intentaría, pero no podría dominar a los dos perros juntos —opinó Pete.

La señorita Sally sonrió, afirmando:

—Estoy segura de que los animalitos lucharon cuanto pudieron.

Pete hizo chasquear sus dedos y preguntó:

—¿Sabéis lo que voy a hacer? Iré a hablar con todos los del circo, para averiguar si alguien vio a un hombre con el aspecto y la ropa del ladrón.

—Yo te acompaño —se ofreció Kit.

—Y yo —añadió inmediatamente Ricky.

Comprendiendo que Sue no podía intervenir en aquel trabajo, Pam propuso que las niñas se quedasen con la señorita Sally, viendo la colección de pájaros hechos con conchas de mar.

—Además, podéis probar a hacer alguno —dijo amablemente, la viejecita, mientras colocaba sobre una gran mesa de trabajo, un tarro de cola, un manojo de alambres y un gran cesto de conchas de mar.

Pete, Ricky y Kit se encaminaron rápidamente a los terrenos del circo, deseando empezar cuanto antes a hacer preguntas a los hombres y mujeres del circo. Al llegar, fueron primero a hablar con los acróbatas. En una de las grandes tiendas de lona encontraron a cuatro jóvenes y una muchacha, todos japoneses, que esperaban a que quedase una pista libre para hacer algunos ejercicios acrobáticos. Kit les conocía muy bien y presentó a los Hollister, añadiendo que Pete deseaba hacerles algunas preguntas.

—En los últimos días —empezó diciendo el mayor de los Hollister— ¿no han visto ustedes a un desconocido con una camisa blanca, a rayas azules en zigzag?

El jefe del grupo, un joven delgado y sonriente, sabía muy poco inglés, pero al parecer, comprendió la pregunta, porque murmuró:

—¿Camisa blanca…? ¿Rayas azules…? —Se miró sus propias ropas, exclamando—: ¿Zigzag en un vestido? ¡Qué cómico!

Se echó a reír y sus compañeros le hicieron coro, alegremente.

—¿Has visto a alguien vestido así, Jojo? —preguntó Kit.

—No, Kit. Lo siento.

—Gracias, de todos modos —dijo Pete, alejándose con sus compañeros.

—Vamos a ver al Gordo, que está allí —propuso Kit.

En un lateral, sentado en una silla gigantesca, se encontraba el hombre más grande que Pete y Ricky habían visto en su vida.

—¡Canastos! —exclamó Ricky—. ¿Es un hombre o una montaña?

Kit rió divertido, mientras los tres se acercaban al Gordo del circo.

—Hola, Gordo —saludó—. Estos chicos son los Hollister, unos amigos míos. Están buscando a un hombre que creen que fue quien robó a Nappy. Llevaba una camisa blanca, con rayas azules a zigzag. ¿Has visto a algún hombre así? A lo mejor de noche…

La voz que salió del interior de aquel hombre, grande como un mamut, era incomprensiblemente chillona e infantil.

—No. No le he visto. Pues yo duermo mucho, sobre todo por la noche.

Los Hollister intercambiaron divertidos guiños. Cuando salieron al exterior, resplandeciente de sol, los chicos se cruzaron con un hombre, con vestidos estrafalarios, que llevaba una cesta llena de bastones de caramelo y molinitos de papel, todo ello de alegres colores. Atados al borde de la cesta docenas de globos con largos cordeles. Aquél era el hombre que había dado a Sue el globito rojo.

—¿A dónde vas tan de prisa, amigo Kit? —preguntó el hombre.

—Hola, Grecco —saludó Kit, quien luego preguntó al hombre si había visto, por casualidad, al sospechoso.

Grecco no había visto a nadie de tales señas, pero dijo que confiaba en que los niños encontrasen al ladrón de perros. Con los ojos iluminados por una sonrisa, el hombre dio a cada uno de los muchachos un bastón de caramelo.

—Creo que esto sentará bien a unos jóvenes detectives como vosotros —dijo, risueño.

Después de darle las gracias, los niños fueron al cercado de los elefantes. El domador estaba intentando alinear a los animales para ensayar. Era el mismo hombre antipático que había gritado a Sue, diciéndole que se quitase de en medio. Cuando Kit le habló, el hombre se mostró tan enfadado como siempre.

—Totó, éstos son mis amigos, los Hollister. Estamos buscando a un hombre que pudo ser el que robó a Nappy. Llevaba una camisa blanca, a rayas azules. ¿Por casualidad le has visto?

Por un momento, Totó se mostró visiblemente aturdido y arqueó sus cejas, espesas y negrísimas. Después miró agresivamente a los niños, con los ojos entornados y acabó volviéndoles la espalda sin contestar.

—¡Eh, Totó! ¿No has oído lo que te he preguntado? —dijo Kit.

El hombre giró sobre sus talones, para quedar de nuevo frente a los muchachos, mirándoles con ojos furibundos. Con un vozarrón infernal ordenó:

—¡Fuera de aquí, chicos! Estoy demasiado ocupado para poder hacer caso a criaturas alborotadoras que no hacen más que preguntar. ¡Largo!

Comprendiendo que aquel hombre de tan mal genio no estaba dispuesto a dar explicaciones, los tres muchachitos se marcharon. Pero Pete se preguntó si la actitud de aquel hombre sería debida sólo a su mal carácter, o a causa de que sabía algo que no quería decir.

—Vamos a probar con Mike, que está atendiendo las jaulas de los monos —propuso Kit—. Pero tened cuidado con el mandril. Es muy peligroso.

Mike era un hombrecillo pequeño y delgado, con ojos muy brillantes. Saludó a los niños amablemente y en contestación a la pregunta de Kit dijo que no había visto a ningún hombre con camisa a rayas azules, en zigzag.

—Muy pocos de los que se mueven por aquí llevan camisa —aclaró el hombrecillo, con visible acento irlandés—. Además, siempre estoy tan ocupado dando de comer a estos animales y limpiando sus jaulas que no tengo tiempo para fijarme en nadie. ¡Para colmo, hoy, mi ayudante no se ha presentado!

—Entonces, tal vez te convenga que te ayudemos, Mike —se ofreció amablemente el muchacho trapecista.

La preocupación que ensombrecía el rostro del hombre se transformó en una sonrisa.

—¿Me ayudaríais ahora? —preguntó, con gran contento—. Si entre los tres os encargáis de coger estos cubos y llenarlos de agua ahorraréis muchos viajes a mis pobres pies.

Los tres chiquillos cogieron los cubos y fueron a llenarlos en la boca del riego.

—¡Chicos! ¡Estoy trabajando en un circo! —comentó Ricky, jubiloso—. ¡Veréis cuando se lo cuente a los chicos de Shoreham!

Volvía ya con los cubos llenos, cuando Pete anunció:

—Ahí está Hook Murtine. Mirad junto a las jaulas de los monos. Parece que está muy enfadado por algo.

—Siempre está igual —sentenció Kit.

—Me parece que está discutiendo con Mike. Me apuesto algo a que ese chico es el ayudante que dijo Mike que no había venido —opinó Ricky.

El pecoso tenía razón; cuando se acercaron, Mike estaba riñendo a Hook.

—Podía haberse esperado a que viniese yo a traer el agua, en lugar de dejar que «éstos» me quitasen el puesto —estaba gruñendo el chico, que en seguida se volvió a Pete y Ricky, preguntando con rabia—: ¿Qué derecho tenéis vosotros a meter aquí las narices y quitar a los demás su trabajo?

Tenía los ojos brillantes de furor y apretaba los puños.

—¿Por qué no os largáis de aquí, idiotas? —masculló.

Mirando al chico con toda calma, Pete dijo:

—A nosotros no nos interesa tu trabajo.

—¡Entonces, habéis hecho esto para conseguir que me despidan! —chilló, cada vez más furibundo.

Torció los ojos, poniéndose feísimo, y al mismo tiempo dio a Ricky un empujón. El pequeño cayó de cabeza en uno de los cubos grandes.

Mientras Ricky se levantaba, chorreando, Pete salió en persecución de Hook. Los dos chicos cayeron sobre el serrín del suelo, rodando uno sobre otro.

—¡Dale fuerte, Pete! —gritó Ricky.

El hombre encargado de cuidar los monos, apoyó las manos en las caderas y observó la pelea con interés.

—Eso es —concordó con Ricky—. Yo estaré muy contento de que, por una vez, ese Murtine reciba una lección. Pete es un gran chico y espero que consiga quitarle los humos a ese camorrista.

La lucha parecía estar muy igualada. Ambos muchachos luchaban con todas sus fuerzas y pronto una multitud de gentes de las que trabajaban en el circo se había reunido a mirar.

—Buen espectáculo —comentó el «esqueleto viviente», hablando con el hombre tatuado.

Uno de los trapecistas se acercó para preguntar a Kit:

—¿Quién es ese muchacho? ¿Algún amigo tuyo?

Kit respondió, muy orgulloso:

—Sí, Jack. Es un buen amigo mío. ¿Verdad que lo hace bien?

—Si logra vencer a ese camorrista de Hook Murtine se convertirá en un héroe, aquí —rió el otro.

—Toma —dijo una equilibrista, ofreciendo a Ricky una toalla—. Sécate. Tu hermano está perfectamente. Él sabrá dominar a ese Murtine. ¡Eh, cuidado, muchachos! ¡No os acerquéis tanto a la jaula del mandril!

Las últimas palabras las dirigía la equilibrista a los dos muchachos que peleaban, aproximándose cada vez más a las jaulas de los monos. Un momento después chocaban contra la jaula del mandril, cuya puerta se abrió.

Dentro de la jaula, el inmenso animal que había estado observando la lucha de los dos muchachos, se levantó sobre sus cuatro manos. ¡Un momento después cruzaba la abierta puerta en línea recta hacia los dos chicos!