EL CIRCO CINCO ESTRELLAS

Pete tiró de la cadena a la que iba atado el perro de juguete, el cual dio un salto como si fuese un animal de verdad.

—¡Gua, gua! —gritó Pete, imitando el ladrido de un perro inquieto.

La amplia silueta siguió avanzando en la sombra. Cada vez estaba más cerca del foxterrier de juguete. Pete y Pam pudieron ver a un hombre que llevaba una gran red. El sombrero, muy bajo sobre la frente, le hacía sombra en la cara. Con un rápido movimiento, el hombre echó la red sobre el perro.

Pete había salido a la puerta, antes de que el hombre se hubiera apoderado del perro de trapo. Pam le siguió, gritando con todas sus fuerzas:

—¡Papá! ¡Señor Easton! ¡Ayúdennos!

Con un gran salto, Pete llegó junto al ladrón, y le agarró, haciéndole perder el equilibrio. Los dos forcejearon unos momentos, mientras empezaban a abrirse las puertas de varias casas, pero Pete no pudo competir con la fuerza muscular del hombre, quien le dio un fuerte empellón y le envió, tambaleándose a través del césped, hasta la calle. Inmediatamente después el desconocido saltó a un coche que le esperaba y desapareció con la velocidad de un cohete.

El señor Hollister y el señor Easton habían salido corriendo, con la esperanza de alcanzarle, pero el hombre les llevaba mucha ventaja.

Pete quedó unos momentos muy desilusionado, pero, al cabo de un rato, reaccionó con optimismo.

—De todos modos, tengo una pista —anunció, enseñando un pedazo de tela blanca con rayas azules, en forma de zigzag—. Es un trozo de la pechera de la camisa que llevaba ese hombre.

—Convendrá que se lo entreguemos a la policía —sugirió el señor Hollister—. Puede ayudarles a seguir la pista de ese hombre. ¿Has visto si llevaba la mano vendada?

—No me he fijado —contestó Pete.

El señor Easton se ofreció para ir a la policía y llevar el pedacito de tela.

—Pete —añadió—, no sé cómo agradecerte tu advertencia de que tuviésemos cuidado de Bing.

El muchachito dio al señor Easton el pedacito de tela. El señor Hollister dijo:

—Es ya hora de que vosotros, queridos detectives, estéis en la cama.

A la mañana siguiente, Ricky y Holly, con los ojos redondos de asombro, se enteraron de lo sucedido durante la noche, mientras Sue abrazaba a su perrito de juguete. La pequeñita no comprendía del todo bien lo sucedido, pero sí se había dado cuenta de que, de un modo u otro, el animal había sido una especie de héroe. Después de desayunar, Sue llevó al foxterrier de juguete a casa de los Easton, para que viera a su «hermano». El foxterrier de verdad hizo varias piruetas de equilibrista y Sue rió con deleite.

—Vamos, Sue —llamó la señora Hollister—. Tus hermanos ya están preparados para ir a la Isla del Circo. Supongo que tú también querrás ir, ¿no?

Los rubios rizos de Sue flotaban a su espalda mientras la pequeñita corría con toda la velocidad de sus menudas piernas hacia su casa. ¡Cómo iba a permitir que se fuesen sin ella!

La niña se juntó con sus hermanos y padres, y cruzaron el puente que llegaba a la Isla del Circo. Peppo salió a esperarles a la verja. Los Hollister quedaron extrañados de que el hombre fuese vestido con el traje de seda blanca de payaso. En la cara llevaba dibujada una amplia sonrisa.

—Buenos días, Hollister —saludó, mientras sacudía alegremente un gran aro amarillo.

—¡Hola, Peppo! —contestaron los niños.

—¿Vas a «atuar» para nosotros? —preguntó Sue.

YHolly preguntó con nerviosos gritos:

—¿Iremos ahora a ver a la señorita Sally?

—¿Dónde están Kit y Rita? —quiso saber Pete.

—¡Calma, calma! —pidió Peppo, riendo—. Cada cosa a su tiempo. En primer lugar, Kit y Rita están en el colegio.

—Pero ¿acaso los niños de circo también van al colegio? —preguntó Ricky con incredulidad.

—Naturalmente —contestó Peppo—. Tenemos colegios particulares para todos los niños del circo. Kit y Rita me han dicho que tal vez os guste jugar al circo a vosotros solos, hasta que ellos acaben las clases. Entonces podréis ir todos a ver a la señorita Sally. Tenemos algunas ropas que podéis utilizar. Y Sue puede actuar para vosotros.

El payaso sonrió a la niñita y añadió:

—Pero antes creo que debéis conocer a Joni, el cachorro.

Los Hollister siguieron a Peppo hasta un terreno vallado.

—Este perrito es hijo de Josey y Nappy —explicó Peppo—. Y ha aprendido ya a hacer algunos equilibrios.

Peppo dio un breve silbido y al momento un rebujito de negro pelaje salió dando saltitos, de una caseta.

Luego, el payaso condujo a los Hollister hasta la tienda de lona donde se guardaban las ropas y muy pronto todos los niños estuvieron ataviados con prendas de circo. Pete y Ricky se pusieron apretados pantalones de titiritero. Pam encontró un precioso traje de caballista, y Holly uno de trapecista. Sue se puso un traje blanco de payaso, igual que el de Peppo.

—A mí no me hace falta ya más que un elefante —declaró Pam, dando incesantes vueltas sobre las puntas de los pies, y muy contenta de verse vestida con aquel traje que dejaba al descubierto su espalda—. Un elefante pequeñito, que no se enfade.

—Pues vas a tenerlo —prometió Peppo—: Haremos que venga a la pista Timmy. Él no pertenece a los elefantes de Totó.

—¿Nos va a dejar la pista para nosotros solos? —preguntó Pete.

—Ahora lo veréis —sonrió el payaso.

Salió de la tienda para ir a la zona en que se encontraban los animales. Los cinco Hollister le siguieron; Sue llevaba en sus brazos al cachorrito.

—Aquí tenéis a Timmy —anunció Peppo, aproximándose a un elefante gris de poco tamaño—. Es un animal muy amable, Pam. Puedes montar en él sin miedo.

Timmy siguió a Peppo y a los niños hasta una gran pista, cubierta de arena, que se encontraba cerca del puente.

—Ahora te enseñaré a actuar, Sue —dijo el payaso.

Dio dos sonoros silbidos y al momento Josey saltó a la pista y saltó airosamente a través del aro que sostenía su dueño. Peppo entregó a Sue un aro más pequeño que la niña sostuvo en alto, delante del cachorro.

—Vamos, Joni —ordenó Sue, muy seria—. Haz lo mismo que tu mamá.

Pero Joni inclinó hacia un lado su diminuta cabeza, dio unos cuantos saltos alrededor de la pista y se negó tranquilamente a obedecer a Sue.

Pero Sue no estaba dispuesta a ceder. Siguió llamando al animal y sosteniendo al aro en alto, hasta que salió victoriosa. Joni ladró, irguiéndose sobre las patitas traseras. ¡Un momento después el cachorro saltaba a través del aro!

Los mayores consiguieron salir airosos en sus actuaciones antes que Sue. Con ayuda de Peppo, Pete y Ricky pronto aprendieron a hacer varios ejercicios de habilidad y Ricky fue capaz de sostenerse en pie sobre los hombros de su hermano.

Pam enseñó a Timmy a sostener la trompa en alto, mientras tanto, Holly había colocado una cuerda tensa desde un poste hasta la verja del puente. Cuando Rita y Kit salieron de clase, la pequeña Holly era ya capaz de dar seis pasos seguidos sobre la cuerda, sin caerse.

Sonriendo, Peppo comentó que el circo no era todo diversión, sino que exigía muchas horas de duro trabajo.

—Ahora será mejor que vayamos a comer —dijo el payaso—. Quitaos esa ropa, que yo también voy a cambiarme. —Luego se dirigió a la hermosa perra negra pidiendo—: Llévate a Joni a su caseta, Josey.

Los dos perros se alejaron; el pequeño tenía que ir a todo correr, para igualar el paso de las largas patas de su madre. Los demás estaban a punto de marcharse, cuando Sue prorrumpió en un chillido.

Acababa de aparecer un enorme pájaro blanco, que aleteaba ruidosamente. Después de elevarse un buen trecho, descendió en picado, aterrizando a poca distancia de Pete.

—¡Nos está atacando! —gritó Ricky.