UNA PERSECUCIÓN

—Yo vigilaré al ladrón, mientras tú te cambias de vestidos, Holly —se ofreció Ricky—. Cuando salga, le seguiremos y veremos si averiguamos algo.

Como Holly no estaba muy segura de que pudieran hacer solos una cosa así, propuso que Ricky fuese a buscar al señor Hollister.

—Puede que sea mejor —asintió Ricky y se alejó corriendo, mientras su hermana entraba en la casita.

Mientras se vestía, Holly pudo ver desde la ventana que el sospechoso no había salido por la puerta de la casita inmediata. Podría ser que aquel hombre fuese de verdad un inspector canino, empezó a pensar Holly, aunque llevase la mano vendada como aquel otro hombre…

—¡Que podamos encontrar a ese hombre, Dios mío! —suspiró la pequeña.

Ysalió a toda prisa a la puerta, esperando ver aparecer otra vez al sospechoso. Al salir se encontró con Pete y Ricky quienes le explicaron que el señor Hollister había ido a averiguar dónde podía ver a Peppo, el payaso.

—Pero, en lugar de papá, nos ayudará Pete —informó Ricky.

Los tres niños siguieron vigilando, en espera de ver salir al hombre. Pete preguntó a sus dos hermanos menores si estaban seguros de que el inspector era el mismo hombre que habían visto huyendo en la exposición canina de Shoreham.

—Segurísimo —declaró Ricky—. Pasó corriendo por mi lado cuando salió de la Armería con el perro de aguas.

—De todos modos, si estáis equivocados y es un inspector canino, tendrá algún documento que lo apruebe —dijo Pete, reflexivo.

En aquel momento se abrió la puerta de la casita y por ella salió el hombre del traje azul. A paso largo, y sin mirar siquiera a los niños, se alejó hacia la calle.

—Oiga, señor, dispense —llamó Pete, corriendo tras él—. Espere un momento. Queríamos hacerle una pregunta.

El otro hombre se volvió con expresión de impaciencia, preguntando:

—¿Qué pasa?

—Mis hermanos dicen que es usted el inspector canino de la localidad. ¿Puedo ver su carnet?

Poniéndose muy encarnado, el hombre vociferó:

—Eres un chico muy mal educado. ¿Qué derecho tienes a preguntarme eso?

Muy enfadado, el hombre echó a andar, pero Pete le cerró el paso.

—Es por curiosidad —dijo Pete—. Nunca habíamos visto un inspector canino de verdad. Por favor, enséñenos su carnet.

El malhumorado hombre miró con ojos furibundos a los Hollister y por fin se decidió a sacar un papel de su bolsillo.

El mayor de los Hollister leyó el pliego y, muy avergonzado, se lo devolvió al hombre. Mientras lo guardaba en su bolsillo, el hombre del traje azul masculló:

—¿Qué? ¿Estás satisfecho?

—Dispénseme, señor —se disculpó Pete, que luego se volvió a Ricky y Holly, explicando—: Este señor se llama Frank Shaw y es un inspector canino.

Dando un bufido de ira, el señor Shaw exclamó:

—Sí. Ése es el nombre. Y el vuestro deben ser Métome-en-todo. Ahora, quitaos de en medio. Tengo prisa.

Sin más explicaciones, se metió en un coche y desapareció. Ricky, quedó con la vista fija en el coche que se alejaba.

—No me importa nada que lleve un papel donde dice que es un inspector canino —declaró el pelirrojo—. ¡Yo sé que es el ladrón de perros de Shoreham!

El chiquillo estaba enfadadísimo pensando que el ladrón se había marchado tan tranquilamente. Ni Pete, ni Holly lograron convencerle de que podía estar confundido. Tal vez aquél no era el ladrón de Shoreham, le insistieron.

—Algún día le atraparemos. Esperad, y ya lo veréis —profetizó Ricky, corriendo al interior de la casita para recoger el gorro de payaso.

Cuando volvió a salir, él, Pete y Holly fueron a reunirse con Pam, Sue y su madre, que les aguardaban para ir a la Isla del Circo.

El señor Hollister aún no había vuelto. Por eso toda la familia fue paseando lentamente hacia una caleta que bordeaba el lago.

—¿No os parecen preciosas aquellas barcas? —preguntó Pam, admirativa, contemplando varias barcas de vela ancladas, con sus altos mástiles levantados hacia el cielo.

—Tienes razón —asintió la madre—. Y fíjate en aquellos yates. Son alegres y coquetones.

—Yo «querería» vivir en uno de esos con el «tejao» de caramelo —hizo saber Sue.

La manecita de Sue señalaba a la Isla del Circo, en donde había amarrados tres yates de los utilizados como vivienda. Uno de ellos tenía un toldo a rayas blancas y verdes como algunos caramelos de menta.

—¿Creéis que será alguno de aquéllos el barco de Peppo? —preguntó Pam.

La contestación se la dio un chiquillo que estaba paseando por allí cerca.

—Sí. Es el que está más lejos de aquí.

Mientras la señora Hollister y Sue empezaban a cruzar el puente, para regresar, los otros se detuvieron a hablar con el muchacho. Parecía de la edad de Pete, con ojos de un verde azulado y cabello negro y muy tieso. Informó a los Hollister de que su nombre era Hook Murtine.

—¿Y por qué conocéis todos vosotros a Peppo? —preguntó, arrugando la frente.

Pete le explicó el motivo de que toda la familia hubiera ido a Florida, y Holly se apresuró a añadir:

—Yo ya no puedo esperar más tiempo para conocer a Peppo. Me gustan mucho los payasos.

—Éste no va a gustaros.

—¿Por qué?

—Es malo. Y sus animales también.

—¿Y tú cómo puedes saberlo? —preguntó Ricky que no podía imaginarse que hubiera un payaso malo.

El chico extendió una mano, señalando hacia el circo y con gesto sombrío explicó:

—A veces trabajo allí, cuando el circo está pasando la temporada de invierno en Florida.

—¿Qué haces en el circo? —preguntó Pete, lleno de curiosidad.

—Ayudo a Mike, el hombre mono —contestó Hook—. Llevo grandes cubos de agua para sus animales.

Los Hollister escuchaban ensimismados. Pero el chico preguntó entonces:

—Y vosotros, ¿en qué trabajáis? ¿O es que sois ricos y os gastáis el dinero de papá? —concluyó el desconocido, en tono de desprecio.

Antes de que Pete hubiera tenido tiempo de explicar que tanto él, como cada uno de sus hermanos tenían trabajos determinados que hacer en su casa y que, además, muchas veces iban a ayudar a la tienda de su padre, Hook declaró ofensivo:

—¡No me gustan los chicos que no trabajan!

Mientras hablaba quitó de un tirón el gorro de payaso de la cabeza de Ricky y corrió por la orilla del agua, hacia el puente. Por si aquello no fuera bastante, al pasar dio a Sue un empujón.

—¡No voy a dejar que se vaya tan tranquilo, habiendo hecho esto! —gritó Pete.

El mayor de los Hollister echó a correr detrás del camorrista, seguido por Pam, Holly y Ricky. Hook era muy veloz, pero también lo eran los Hollister. Cuando llegaron al puente, Pete estaba a punto de alcanzar al chico.

—¡Atrápale! ¡Atrápale! —le animó Ricky a grandes voces.

Los Hollister esperaban ver a Hook corriendo por el puente y se preguntaban si debían seguirle. Pero quedaron sorprendidos al ver que el camorrista se apartaba del puente y echaba a correr por el césped que adornaba los alrededores del Motel La Curva del Tesoro.

Mientras el chico seguía corriendo entre las casitas, Pete y todos sus hermanos seguían corriendo tras él. Dos veces estuvieron a punto de atraparle, pero el chico se escabulló. De todos modos, debió de comprender que iba a ser atrapado de un momento a otro, porque inesperadamente gritó:

—¡Tomad! ¡Ahí va vuestro ridículo gorro de payaso!

Con una violenta sacudida lo arrojó justamente sobre la cara de Ricky. Luego Hook corrió a la calle y subió a un autobús que estaba a punto de marchar. Desde dentro hizo señas agresivas a los Hollister.

—¡Es otro Joey Brill! —comentó Pete, con desagrado.

—¿Nos molestará ese chicote cuando vayamos al circo? —preguntó inquieta, Holly.

Los niños dieron media vuelta y se encaminaron al puente. Cuando pasaban por la casita inmediata a la de los Hollister, vieron salir, muy excitada, a la señora que vivía allí. Al ver a los niños, exclamó:

—¡Mis pobrecitos perros! ¡Temo que me los hayan robado!

La señora fue a acercarse a los Hollister, que se habían detenido y la escuchaban con asombro.

—¡Por favor! ¡Haced algo! ¡Ayudadme a encontrar mis animalitos! —siguió diciendo con desespero la mujer.