LA CAPTURA DEL COCODRILO

Sue y Ricky corrieron a la baranda del puente, desde donde su hermana había caído.

—¡Holly! —llamó Sue, con un estridente grito de terror.

Muy apurado, Ricky miró desde la baranda, a las aguas del lago.

De repente, se vio burbujear el agua y, al momento, asomaron a la superficie las trencitas de Holly. Sus dos hermanos quedaron muy tranquilizados.

La mojadísima Holly sacudió la cabeza para librarse del agua de los ojos y empezó a nadar en dirección a Sue y Ricky. Fue una suerte que estuviese vestida con sólo una blusita, pantalones cortos y sandalias, porque era poco el peso de la ropa y no le molestaba para nadar. Al levantar la cabeza y ver que Ricky la observaba, Holly dijo:

—Me parece que no soy una señorita del alambre muy lista.

Burlón, el pelirrojo repuso:

—No te pareces mucho a la Gran Flor Dorada. Pero puede que haya sido que te han dado un tirón de la cuerda.

—Esto no es cuerda, Ricky —informó Sue, solemnemente—. Es una barandilla de madera.

—Pero «figuraba» que era una cuerda y «figuraba» también que Holly era una señorita del alambre —explicó su hermano.

Holly dio unas vueltas por las tranquilas y frescas aguas y llamó a gritos:

—Este lago es estupendo, Ricky. ¿No te gustaría estar nadando conmigo?

—Claro que sí —contestó el chiquillo—. Espérame, que voy a buscar mi bañador.

Ricky miró un momento a su alrededor y, luego, reflexionó y comentó:

—¿Cómo no habrá gente bañándose aquí? Parece un lago estupendo.

—Yo también quiero nadar —dijo Sue, haciendo un pucherito. A la chiquitina le molestaba mucho que los hermanos mayores dejasen de contar con ella para algo.

—No puede ser, Sue —contestó Holly—. Este lago es muy profundo para ti. Yo no puedo tocar el fondo con los pies.

Ricky, que ya había echado a correr en dirección a la casita, se detuvo de pronto. No le parecía bien dejar a Holly en el lago, sin que la vigilase nadie más que Sue. Pero, mientras dudaba sobre lo que debía hacer o no, oyó a Holly chapotear alegremente en el agua y casi deseó haber sido él quien hubiera tenido la buena suerte de caerse al agua.

En aquel momento se abrió la puerta de una de las casas que se encontraban a poca distancia, a orillas del lago, y una mujer salió corriendo. Parecía estar diciendo adiós a alguien y Ricky se volvió para ver quién podía estar tras él. No había nadie. Y el chiquillo comprendió, de repente, que era a él a quien hacía señas la señora.

—¡Que salga! —fue todo lo que Ricky oyó, en un principio. Luego, la voz de la mujer sonó más clara, diciendo—: ¡Haz que esa criatura salga del agua! ¡De prisa! ¡Que salga en seguida!

Haciéndose oír a través de los gritos de la señora, Ricky quiso tranquilizarla, diciendo:

—Mi hermana nada muy bien. No le pasa nada.

YSue añadió:

—Holly se está «divertendo» mucho en el agua.

—¡No! —gritó la asustada señora que ya había llegado junto a los niños y seguía corriendo hacia la baranda.

—¡Niña, sal en seguida! ¡Es peligroso estar ahí!

—Mi hermana ya sabe que ese lago es profundo —explicó Ricky, extrañadísimo por el miedo que demostraba la desconocida—. Y papá dice que Holly nada igual que un pez.

La señora se volvió y asió a Ricky por un brazo.

—¿Es que no comprendes? Ayer se escapó del circo un cocodrilo muy peligroso. ¡Todos creen que está en el lago!

Ricky sintió tanto miedo que quedó casi sin respiración. Al momento corrió a la baranda y llamó a su hermana:

—¡Holly! Ven en seguida. Es muy peligroso estar ahí.

Holly se echó a reír, creyendo que todo era una de las acostumbradas bromas de Ricky. Y en lugar de obedecer, siguió nadando, ahora tendida de espaldas sobre el agua. Con toda la fuerza de sus pulmones, Ricky gritó:

—¡Holly, vuelve de prisa! ¡En este lago hay un cocodrilo!

La pequeña se dio cuenta del tono asustado con que le hablaba su hermano y empezó a nadar hacia la orilla, pero sin prisa. Después de todo, podía ser sólo una broma. Pero un momento después, Holly vio a la mujer y la oyó gritar:

—¡Nada de prisa, de prisa! ¡Corre, corre, criatura!

Ricky miraba fijamente las aguas, muy quietas, del lago. ¿Podía ser que debajo de aquella capa de agua azul, tan serena, hubiese un cocodrilo muy cerca de Holly?

Inesperadamente, sus ojos se fijaron en un remolino que acababa de formarse en el centro del lago. Las ondulaciones del agua se hicieron en seguida mucho más amplias y, al momento, en la parte central aparecía la horrible cabezota de un cocodrilo.

—¡Está ahí! —Chilló el chiquillo, con un grito de angustia—. ¡Corre, hermanita! ¡Corre!

Se agachó a recoger un piedra y se la arrojó al tremendo animal con toda su fuerza. ¡Plof! La piedra chocó con el hocico del animal y éste desapareció bajo el agua.

En cuanto se dio cuenta del peligro, la chiquitina se había echado a correr, con toda la prisa que le permitían sus menudas piernas, para avisar a sus padres. El señor Hollister, que llegaba a toda prisa, se encontraba ya junto al lago, a tiempo de ver desaparecer bajo el agua la cabeza del cocodrilo.

Al fin, Holly se había dado verdadera cuenta del peligro. Estaba a bastante distancia de la orilla y nadaba hacia allí con toda la rapidez posible. Pero su padre, para librarla lo antes posible del peligro, cogió un salvavidas, que estaba sujeto al puente. Del salvavidas colgaba una larga cuerda. Ya volvía a asomar la cabeza del cocodrilo, cuando el señor Hollister arrojó el salvavidas al agua, en dirección a su hija.

—¡Agarra el salvavidas! —Ordenó el señor Hollister, con nerviosos gritos—. ¡Agárralo con fuerza, que yo tiraré de ti!

La niña acababa de volver la cabeza y pudo ver la terrible cabeza del cocodrilo que avanzaba hacia ella. Medio muerta de miedo, se cogió al salvavidas ansiosamente. Su padre tiró del salvavidas hacia la orilla, con toda rapidez.

Un buen tirón más y Holly estuvo en la orilla.

—¡Viva! —exclamó Ricky, empezando a dar saltos de alegría.

La señora Hollister, Pam y Pete habían llegado a tiempo de presenciar el rescate. Durante unos momentos, la madre tuvo abrazada a la pequeña, que chorreaba agua por todas partes, y le besó repentinamente la naricilla.

—¡Holly, Holly, queridita! Tienes que aprender a ser más precavida. ¡Te has salvado por milagro!

—Tendré cuidado. De verdad. De verdad —declaró Holly, con toda sinceridad. El corazón le latía con doble prisa de la normal, a causa del enorme miedo que había pasado.

Los gritos y la gente habían atraído a un grupo de empleados del circo, que llegaron corriendo por el puente. Al enterarse de que el cocodrilo se encontraba allí cerca, se marcharon en busca de cuerdas y alcayatas para capturarle; cuatro de ellos saltaron al agua y uno de ellos azuzó al cocodrilo, en dirección a la orilla, sacudiendo en el agua una barra metálica. Cuando el cocodrilo se aproximaba a ellos, furioso, el otro hombre le arrojó un lazo alrededor del cuerpo viscoso. El animal luchó desesperadamente, pero no pudo desprenderse de la cuerda.

Entre tanto, los hombres de la motora cogieron la cuerda que rodeaba al cocodrilo y le arrastraron hacia la isla. Cuando llegaron a la orilla, condujeron al animal hasta la poza de agua, vallada, donde vivía el peligroso reptil.

—¡Gracias a Dios que ha terminado todo! —Exclamó la señora que había advertido a Holly, que volviéndose a la niña, añadió, con una sonrisa—: Debían de haberle dado las gracias por descubrirles el escondite del cocodrilo. Nadie se había atrevido a entrar en el lago para buscarlo.

Holly tuvo que reconocer que su gran hazaña había sido casual y que se alegraba de que ya hubiera acabado todo. Luego, sonrió amablemente a la señora, diciéndole:

—Muchas gracias por avisarme.

—De todos modos, has sido muy valiente, Holly —dijo Pam, que luego, mirando a la más pequeñita, añadió—: Y tú también te has portado muy bien, Sue. Sólo a ti se te ha ocurrido ir a dar el aviso a papá.

Sue sonrió muy complacida y en sus mejillas se formaron dos graciosos hoyuelos, mientras escuchaba las alabanzas que le hacía su hermana. Pero un momento después, poniendo una carita muy seria, objetó:

—Yo no he dado nada a papá.

Echándose a reír, Pam explicó:

—He querido decir que has avisado a papá de lo que le pasaba a Holly para que él viniera a ayudarla.

La señora Hollister estaba diciendo que Holly debía ir a la casa para ponerse vestidos secos.

—Vamos a ir todos a la isla del Circo.

Ricky acompañó a Holly, porque quería recoger un gorrito de payaso que encontró en la mesa de su habitación, cuando llegaron a la casa. Por el momento, había perdido todos los deseos de nadar.

Cuando llegaron a la casa, Ricky encontró en seguida la llave debajo de la estera de la entrada, donde la había ocultado la señora Hollister, y la metió en la cerradura. Estaba haciendo girar la llave, cuando él y su hermana oyeron una llamada a la puerta de la casita inmediata. Al mirar hacia allí vieron a un hombre bajo y ancho, con un traje de color azul oscuro. ¡Una de las manos de aquel hombre estaba vendada!

Los dos niños miraron muy nerviosos al hombre. ¿Sería aquél el ladrón de perros?

Dejando la llave puesta en la cerradura, los dos hermanos cruzaron el césped que les separaba de la otra casa, para ver más de cerca al hombre misterioso. Él al oír a los niños se volvió y sus ojos negros miraron fijamente a los dos niños Hollister, que ahora tuvieron la seguridad de que aquél era el hombre que había herido a Zip y que se apoderó del perrito de lanas, en Shoreham. Armándose de valentía, Ricky preguntó:

—¿Viene usted de Shoreham?

La fea cara de aquel hombre se arrugó desagradablemente.

—Nunca he oído hablar de tal sitio —gruñó el hombre—. Soy el inspector canino de esta zona.

—¿Y qué está haciendo aquí? —quiso saber Holly, que no podía creer las palabras de aquel hombre.

—Inscribiendo a todos los perros de este motel, como es lógico. ¿Tenéis vosotros algún perro? —preguntó el hombre con malos modos.

Yen seguida volvió la espalda a los niños, cuando oyó abrirse la puerta de la casita, en donde apareció una señora joven. Ricky y Holly quedaron muy sorprendidos al ver que la señora llevaba dos perritos de lanas, uno debajo de cada brazo. Entró el hombre, la puerta se cerró y los dos hermanos quedaron muy extrañados.

—Es el ladrón —afirmó en un susurro Holly.

—¡Seguro que es el ladrón! —concordó el pelirrojo—. Holly, tenemos que atraparle antes de que se vaya.