Pete Hollister, un muchachito de doce años, salió velozmente por la puerta frontera de su casa, poniéndose una gorra sobre el oscuro cabello, cortado a cepillo. Mientras bajaba corriendo los escalones del porche, de su grande y bonita morada, estuvo a punto de chocar con su padre.
—¡Cuidado! —exclamó el señor Hollister, echándose a reír.
El chico se detuvo en seco, quedando sentado de golpe al pie de los escalones.
—¡Hola, papá! ¿Cómo vienes tan temprano esta tarde?
El señor Hollister contuvo una risilla y, pasando un brazo por los hombros de Pete, dijo:
—Reúne a toda la pandilla y os diré el secreto que me ha traído tan pronto a casa.
Pete hizo una rápida inspección por toda la casa y, en diez minutos, toda la familia, incluido Zip, el perro pastor, estuvo en la cómoda salita, donde chisporroteaba alegremente el fuego en la chimenea.
Allí estaba Pam, una bonita niña de diez años, con el cabello suave y los ojos castaños. Ricky que, con sus ocho años, era el diablillo de la familia. Su carita estaba llena de pecas y el cabello rojizo parecía siempre dispuesto a ponerse de punta.
Junto a este chiquillo vivaracho se sentaba Holly, una niña de seis años, que sacudía con impaciencia sus trenzas claras, mientras esperaba las importantes noticias del día; sus mejillas estaban tan encarnadas como la manzana que sostenía en la mano.
La última y más pequeñita de todos era Sue, que había llegado a la salita, acompañada de la madre, morena y bonita. Saltando a las rodillas de su padre, le echó los brazos al cuello, cuando ya el señor Hollister empezaba a hablar.
—¡Bueno, Felices Hollister! Parece ser que este año vuestras vacaciones de febrero podrán resultar ex-traespeciales.
—¡Di, di! —rogó Holly.
—¿Qué tal os parecería pasar esas vacaciones en Florida?
—¡Florida! —exclamaron al unísono, cinco voces llenas de entusiasmo.
La señora Hollister estaba tan sorprendida como sus cuatro hijos mayores. En cambio Sue no comprendió muy bien y preguntó a su padre:
—¿Dónde está «Florita»? ¿A quién vas a «pesar»?
Pete contestó en seguida:
—Es un estado de la parte sur, donde siempre es verano. —Luego, Pete exclamó—: ¡Eso es estupendo, papá! ¿Y por qué tenemos tanta suerte?
—Un cliente de la tienda desea comprar una embarcación con vivienda, y pagará buen precio si le proporciono una adecuada. Ha puesto anuncios en periódicos de otras ciudades y hecho averiguaciones, pero, hasta la fecha, no había tenido suerte. Esta tarde acabo de recibir una carta de una persona que tiene una embarcación para vender. Por lo visto se trata de un payaso de la compañía circense El Sol, que está trabajando en el Circo Island, de Florida. Mi cliente no puede desatender sus negocios en estos momentos y me ha pedido que me encargue de ir a echar una mirada a esa embarcación. ¿Os parece una buena idea acompañarme?
—¡Canastos! ¡Estupendo! ¡Qué bien! ¡Olé, olé! ¡Hurra!
La familia hizo, a coro, una entusiasta demostración de lo mucho que les agradaba la oferta. Luego, Pam quiso saber cuándo se irían. Al enterarse de que su padre había pensado salir el viernes, la niña exclamó:
—Papá, ese día se celebra la exhibición canina. ¿No te acuerdas? Hemos apuntado a Zip entre los de adiestramiento infantil.
—Desde luego, esperaremos a que haya pasado la exhibición —respondió el señor Hollister—. Después de todo, no se celebra más que una vez al año Veré si consigo reservas para el avión del sábado por la mañana.
La señora Hollister se levantó de la silla, con los ojos tan brillantes por la alegría, como lo estaban los de sus hijos.
—Será un viaje espléndido, pero tenemos una infinidad de cosas que hacer antes del sábado —contestó—. Las niñas y yo podemos ir a hacer unas compras mañana, cuando salgáis de la escuela. Pete y Ricky también necesitarán algo de ropa nueva. Ellos y yo iremos a comprar el miércoles por la tarde.
Al día siguiente, Pam, Holly y Sue fueron con su madre a los más grandes almacenes de Shoreham. Zip necesitaba un collar nuevo para presentarse en la exhibición canina, de modo que fue también de compras con sus dueñas. Pero, como en los grandes almacenes no se permitía la entrada a los perros, Pam le ató la correa a un poste de la zona de aparcamiento más cercana.
A las tres hermanas les habían quedado pequeños los trajes de baño y fue la sección de artículos de playa la primera que visitaron. Holly y Pam entraron a probarse sus nuevos bañadores en un probador, y la señora Hollister y Sue ocuparon el cuartito inmediato.
Las dos hermanas mayores acababan de ponerse un traje de baño, cuando oyeron gritos y pasos presurosos al otro lado del probador.
—Pero qué será lo que…
Antes de que Pam hubiera concluido la frase, se oyó un agudo y alegre ladrido y apareció Zip, perseguido por un portero, que se mostraba indignado.
—Pero ¡Zip! —exclamó Pam—. ¿Cómo te has soltado?
La señora Hollister y Sue salieron corriendo. Pam y Holly reían alegremente, abrazando a Zip, mientras el director, que había acudido junto a la dependienta, hablaba a la vez que ésta, sin que ninguno de los dos se comprendiera.
—¡Por Dios, por Dios! —Se lamentó a gritos la señora Hollister—. Ahora mismo nos llevaremos al perro. Y sentimos mucho haber provocado este desbarajuste.
Luego se volvió al animal, diciéndole muy seria:
—¡Zip, es vergonzoso lo que has hecho! Sal conmigo inmediatamente.
Agachando la testuz y con aspecto muy entristecido, Zip siguió lentamente a la señora Hollister.
Cuando a los pocos minutos volvió la madre, Pam y Holly ya habían elegido sus bañadores nuevos. El de Pam era de color amarillo muy vivo y el de Holly a cuadritos rojos y blancos.
—Zip nos espera fuera y estoy segura de que ahora no se moverá de allí —sonrió la señora Hollister—. Mientras os vestís, yo iré a ayudar a Sue para que se pruebe el traje.
A los pocos minutos, las niñas oyeron a su madre llamar a Sue. Con una risilla, Holly comentó:
—Seguro que Sue ya no estaba en el probador. Tenemos que salir ahora mismo a buscarla.
Se vistieron a toda prisa y se reunieron con la madre que todavía no había encontrado a Sue. La señora Hollister corrió a los ascensores, en tanto que Pam y Holly se acercaban a las escaleras automáticas que se movían sin un instante de quietud.
—¡Dios mío! ¡Mira que si la chiquitina ha intentado subir sola por estas escaleras…! —murmuró Pam, con un suspiro.
Pero Sue no estaba allí, Pam y Holly volvieron por donde habían llegado.
—¡Mira! ¡Mira cuánta gente! —observó Pam al mirar hacia el departamento infantil.
Formando un círculo había un gran grupo de personas que miraban algo, al parecer muy divertido, que las dos hermanas no podían ver. Pam y Holly, que tuvieron una misma idea al instante, se acercaron al grupo.
—¿Crees que será…?
Aún no había concluido Pam de hablar cuando vio a Sue.
Su hermanita menor, cubierta con el más pequeño traje de baño que pueda uno imaginar, miraba con arrobo una muñeca metida en su cuna, que se encontraba en una de las vitrinas. Ignoraba por completo que era el centro de atención de los sonrientes compradores y dependientes.
Pam se acercó en seguida a ella, diciendo:
—Sue, mamá te está buscando.
—¿Te gusta mi bañador nuevo? —preguntó la chiquitina, mientras la apartaban de la vitrina—. ¿Sabes? Estaba jugando a eso de «Florita».
A los pocos minutos encontraron a la madre. Entre alegres risas, Sue volvió a quedar vestida con sus ropas de calle y el traje de baño se guardó en una caja. Ya en casa, hicieron estallar en carcajadas al señor Hollister y los dos chicos, explicando la aventura de Sue.
El jueves por la tarde, todas las maletas estaban casi completamente preparadas y los niños pudieron dedicar toda su atención a Zip, acabando de prepararle para la exhibición. Entre Pam y Pete bañaron bien al perro pastor y el viernes, después de salir del colegio, cepillaron el pelo del animal hasta que quedó reluciente.
A las cuatro de la tarde, los jóvenes propietarios de Zip condujeron muy orgullosos a su perro hasta la Armería, donde iba a tener lugar la exhibición canina.
¡Qué nerviosismo reinaba allí! Dentro del gran edificio de ladrillo, la gente corría en todas direcciones y los perros ladraban muy impacientes, esperando sus turnos para exhibirse.
Sin perder tiempo, los Hollister buscaron la Sección de Adiestramiento Infantil.
—¡Aquí está! —anunció Holly.
YPete y Ricky corrieron a llevar a Zip hasta la casilla que le correspondía. A la derecha de Zip, pero perteneciente ya a otra sección, había un hermoso perro de lanas francés. En lo alto de su encierro, se había atado una cinta azul.
—¿Verdad que es lindo? —se entusiasmó Pam, cuando ella y sus hermanos se detuvieron a contemplar al bonito perro de aguas, antes de ocupar sus asientos.
Mientras contemplaba la exhibición de perros y más perros de diferentes razas, Ricky fue poniéndose nervioso y acabó por levantarse de la silla para ir a inspeccionar el lugar. Cuando volvió junto a los demás, les dijo que había encontrado una portezuela, detrás de la hilera de jaulas en donde se encontraba Zip y la había abierto, para dar a los animales un poco de entrada de aire fresco.
—¿No veis cómo están todos jadeando?
—Esperemos que ninguno de los perros del concurso se escape por esa puerta, Ricky —murmuró Pam.
Los hermanos Hollister llegaron a pensar que nunca iba a llegarle a Zip el turno de exhibirse. Pero, al fin, se anunció el turno de los perros de adiestramiento infantil.
Pam empezó a sentir cierta angustia. ¿Respondería Zip a todas sus indicaciones, igual que había hecho en casa, diariamente?
Muy pronto tuvo que llevar a su perro a la pista, muy contenta al ver que Zip iba tras ella sin vacilar ni un momento.
—¿Tú crees que podremos ganar, Pete? —preguntó Ricky, dando nerviosos tirones de la manga de su hermano.
—Yo creo que sí. Pam es una domadora estupenda. Mira cómo la obedece Zip.
Después que se hubieron exhibido todos los perros de la categoría «Infantil», Holly y sus hermanos se levantaron de sus sillas, esperando, casi sin aliento. Tres de los componentes del jurado calificador iban y venían lentamente delante de Zip y otros dos perros.
Por fin, escribieron algo en unos pedazos de papel y uno de los tres llevó los papeles a la mesa del jurado. El presidente leyó lo que decían y, en seguida, tomó la cinta azul, que constituía el primer premio. El corazón de todos los hermanos Hollister latía con fuerza en su pecho, cuando el presidente empezó a hablar:
—La cinta azul, de la categoría infantil, destinada al perro que, en general, haya mostrado mejores características, vamos a entregarla. —El hombre hizo una leve pausa para sonreír, y añadió—: ¡A la señorita Pam Hollister por su perro Zip!
—¡Hurra! —gritó Ricky, sin poder contener una zapateta—. ¡Hurra!
Pete declaró, muy serio:
—Desde luego, tenemos un buen perro.
En aquel mismo momento, Joey Brill, un chicazo alto y ancho, de doce años, que siempre buscaba el medio de molestar a los Hollister, se abrió paso entre la gente, para acercarse a Zip. Arrugando la frente en un gesto antipático, masculló:
—¡Pobres Hollister, os imagináis que sois lo más importante de la exhibición, total porque vuestro perrucho ha ganado un trozo de cinta!
—No le hagas caso, Pete —aconsejó Pam en un susurro, cuando su hermano se volvía ya hacia Joey—. Tiene envidia porque no ha traído un perro a la exhibición.
Ricky se interpuso entre Joey y Pete, anunciando que iba a llevarse a Zip a la calle, para que tomase el aire. Holly resolvió acompañarle.
Ahora Joey dedicó su atención a un pequeño perro policía que aullaba en la jaula inmediata. Acercando la cara al nervioso perrito, el chico imitó un agudo ladrido, al tiempo que azuzaba al animal con su programa. De repente, Joey dio un chillido.
—¡Esta fiera me ha mordido!
El señor Brill, que estaba sentado a poca distancia, corrió hacia su hijo, mientras el propietario del perro acudía a defender al animalito. Los dos hombres intercambiaron palabras agresivas, hasta que, en medio de la confusión, se oyó la voz de Pam que decía:
—¡Joey se lo tiene merecido! ¡Estaba molestando al perrito!
El propietario repitió aquellas palabras a los componentes del jurado, que se habían puesto en pie para indagar los motivos de la discusión. Naturalmente, el perro policía había de ser descalificado, si se demostraba que había mordido al chico sin motivo alguno. Pero otras personas que habían presenciado lo ocurrido informaron de que eran ciertas las palabras de Pam, y se pidió a Joey que saliese de la Armería.
Por entonces se produjo otro conflicto. Una tal señora Milton anunció con gritos de preocupación que su perrito de aguas, que había ganado el primer premio, acababa de desaparecer de la jaula, contigua a la de Zip. Los niños recordaban muy bien al hermoso animal. Mientras todo el mundo salía al vestíbulo, Pam preguntó a Pete:
—¿Supones que habrá sido Joey quien le ha dejado escapar?
No había tenido tiempo Pete de contestar, cuando por la puerta trasera del edificio entró Holly, haciendo oscilar de un lado a otro sus trenzas, mientras corría.
—¿Qué pasa? —quiso saber Pam, al ver aparecer a su hermana, con tan incomprensible prisa.
Las palabras salieron atropelladamente de labios de Holly.
—Es un hombre. Llevaba en los brazos el perrito de la señora Milton. Zip le persigue y Ricky también.
Antes de que Holly hubiera concluido, ya Pete salía corriendo del edificio, seguido por las dos niñas. En seguida, pudieron ver a Zip y a Ricky corriendo desesperadamente, tras un hombre vestido con un traje azul oscuro. Zip estaba a punto de darle alcance, porque el ladrón se retrasaba a causa de las patadas del perro de aguas, que luchaba por desprenderse de sus brazos.
—¡Atrápale, Zip! —gritó Ricky, en voz tan alta que todos sus hermanos pudieron oírle.