PRIMERA PARTE

CONÓCETE A TI MISMO

¿Te domina la ira, el miedo, la temeridad o cualquier otra pasión?

¿Qué defectos de tu carácter te ponen en evidencia sentado a la mesa, en la iglesia, durante una conversación, en el juego y demás actividades, especialmente las sociales?

Examina cada parte de tu cuerpo: ¿tienes la mirada demasiado insolente? ¿Las piernas muy rígidas o la cabeza más erguida de lo que conviene? ¿Tienes arrugas en la frente, muy apretados los labios, demasiado lento o demasiado rápido el paso?

¿Con quién te relacionas? ¿Son hombres de buena reputación? ¿Son ricos y astutos?

¿En qué situación pierdes totalmente el control de ti mismo y cometes algún desliz de palabra o de obra? ¿Si has bebido mucho en una comida? ¿En el juego? ¿En la desgracia acaso, ese momento en el que, según Tácito, «los ánimos de los hombres se reblandecen»?[1]

¿Frecuentas lugares sospechosos, sórdidos, de mala nota, poco apropiados para ti?

Ve con cuidado en todo lo que hagas y no dejes de actuar cuidadosamente. De hecho, a esto te va a ayudar la lectura de este librito: a tener siempre en cuenta el lugar y el momento en que te encuentres, y tu rango y el de la persona con la que te relaciones.

Toma nota de cada uno de tus defectos para tenerlos siempre en mente y poder ejercer sobre ti una vigilancia estrecha.

Va muy bien imponerse algún correctivo cada vez que se comete un fallo.

Si te han ofendido y se te ha alterado la bilis, no digas nada, ni des señal alguna de enfado si en tales circunstancias no te es útil mostrar tu animadversión ni vas a poder recibir ninguna satisfacción. Simula, por el contrario, que en nada se te ha agraviado, y aguarda el momento oportuno.

Que en tu rostro no se refleje nada, ningún sentimiento, salvo la cortesía. Y no sonrías rápidamente ante la menor muestra de afecto.

Has de tener a todo el mundo vigilado. Nunca reveles a nadie tus secretos, pero averigua los de los otros.

No digas ni hagas en público nada que resulte indecoroso, por muy natural y bienintencionado que sea, porque los otros lo van a ver con malos ojos.

Mantén constantemente una actitud discreta, pero observándolo todo con suma atención. Vigila, sin embargo, que tu curiosidad no rebase el límite de tus astutas cejas. Así actúan los hombres que son tenidos por astutos, hábiles y previsores.

CONOCE A LOS DEMÁS

Se puede obtener mucha información de la enfermedad, la embriaguez, los banquetes, las bromas, los juegos en los que se arriesga dinero y los viajes, es decir, de aquellas situaciones en las que se abren las puertas del alma y las fieras salen cómodamente de sus escondrijos. También se obtiene de la aflicción, sobre todo si la ha provocado una injusticia. Hay que aprovechar esas oportunidades para relacionarse con aquéllos a los que se quiere conocer.

Ayuda mucho tener trato frecuente con los amigos, hijos, pajes, familiares y sirvientes de esas personas, pues fácilmente se dejan sobornar con regalos de poco valor y cuentan muchas cosas.

Si sospechas que alguien tiene una determinada opinión sobre algo, sostén, en el curso de una conversación, el punto de vista contrario, ponderándolo bien. Si su opinión es efectivamente la opuesta, le va a costar mucho, por muy circunspecto que sea, no delatarse defendiendo o atacando algún aspecto de ese asunto y acabará por mostrar claramente que piensa lo contrario que tú.

Para enterarse de los vicios de alguien, he aquí una buena treta: conduce la conversación hasta abordar los vicios más comunes, y en particular los que pudiera tener tu amigo. El vicio que él denuncie y repruebe con mayor dureza será precisamente aquél del que adolezca. Así suele suceder con los predicadores, que fustigan con la mayor de las pasiones los vicios que los envilecen a ellos.

Consulta a alguien sobre un asunto, y pasados unos días vuélvele a hablar de lo mismo. Si la primera vez no te dijo la verdad, la segunda vez te dirá otra cosa distinta, pues la Divina Providencia hace que nos olvidemos fácilmente de las mentiras que decimos.

Finge estar informado sobre algo y coméntalo en presencia de quien creas que de verdad está al corriente de ese asunto. Así, al irte rectificando, acabará por revelarte todo lo que sabe.

Observa con quién se relaciona cada uno, pues a los hombres se los conoce por quienes van con ellos.

Di palabras elogiosas al que está afligido, y sobre todo consuélalo, pues en situaciones como éstas salen a la luz los pensamientos más secretos y ocultos.

Induce a las personas a que te cuenten su vida (lo que puedes conseguir haciendo ver que les cuentas la tuya) y a que te hablen del daño que le han hecho a los demás; esto te servirá para interpretar su situación actual. Y tú ten cuidado de no revelar nada de tu vida.

Podrás comprobar los conocimientos de alguien de esta manera: dale a leer, por ejemplo, un epigrama. Si lo elogia en exceso, y los versos no son buenos, es un poeta mediocre; si lo alaba en su justa medida, es un poeta. De igual modo, si le hablas de comida, sabrás si es un gourmet, y lo mismo sucede con otros vicios y virtudes.

En una reunión resulta muy interesante proponer como diversión celebrar un juicio sobre algún asunto; así cada uno demostrará cuánto vale, qué cualidades tiene y para qué está capacitado, pues muy a menudo en los juegos subyace una gran verdad.

En alguna ocasión podrías incluso hacer de médico, y mezclar en la comida de uno una sustancia de esas que desinhiben a los hombres y les hacen hablar mucho.

Una señal de que un hombre es malvado es que se contradiga constantemente; alguien así puede llegar a cometer un robo.

A los presumidos que elogian constantemente lo suyo no hay que temerlos demasiado.

Son extravagantes esos hombres ariscos y sombríos, que discursean siempre y en voz muy alta, que llevan las uñas demasiado cortas y que, de cara al exterior, se infligen mortificaciones que no responden a ningún sentimiento sincero.

Reconocerás al nuevo rico, salido de la más extrema pobreza, en que su única obsesión es la comida y la vestimenta, pues los pobres, cuando se vuelven ricos, aspiran a conseguir tales bienes en vez de honores.

Los entregados al vino y a Venus apenas pueden guardar un secreto: éstos son esclavos de su amante y aquéllos se lanzan a hablar sin pensar.

Del siguiente modo podrás desenmascarar al embustero y petulante cuando te vaya contando sus viajes, expediciones, campañas militares, las múltiples hazañas que ha llevado a cabo y los años que ha pasado en tal o cual lugar: ve calculando tú la suma total de años que todo esto supone, y después, en otra ocasión, pregúntale en qué año empezaron todas esas aventuras, en cuál acabaron y, finalmente, cuántos años tiene. Verás que no cuadra nada. Pregúntale también cuántos palacios tiene tal ciudad o si conoce esa fortaleza tan famosa cuyo nombre te inventarás. O también puedes hacer ver que lo sabes todo de su vida, y felicitarlo por haberse librado de tal o cual peligro.

Reconocerás al hombre honrado y piadoso por la armonía que hay en su vida, por su falta de ambición y por su desdén por alcanzar una posición de mayor rango. No habrá en él falsa modestia ni artificio en ningún aspecto. No hablará de manera afectada ni se someterá, haciendo exhibición de ello, a mortificaciones puramente superficiales, como no comer ni beber apenas.

Los que son de natural melancólico o flemático declaran abiertamente carecer de ambición y de orgullo; de hecho, si alguien los ofende, enseguida se reconcilian con él.

Los astutos son, por lo general, hombres de dulzura fingida, nariz ganchuda y mirada penetrante.

Pide consejo a una persona sobre algún asunto y así sabrás si es hábil e inteligente. Pero para esto hay que fingir tener un espíritu dubitativo y vacilante.

No te fíes del que hace promesas con facilidad: es un mentiroso y un impostor.

Juzga capaz de guardar un secreto a aquel que no te revele, ni siquiera en nombre de vuestra amistad, los secretos de otro. Soborna entonces a alguien para que le haga confidencias o para que intente sacarle una información que tú le hayas confiado. Ten en cuenta que los hombres tienden a explayarse muy fácilmente con las mujeres o los jovencitos de los que están enamorados, así como con los nobles y príncipes a los que reverencian. En el caso de que te cuente un secreto de otro, no le confíes nada, porque puede que exista alguien que le sea tan querido como tú.

Te será útil interceptar de cuando en cuando las cartas de tus subordinados, leerlas atentamente e incluso contestarlas.

Quienes poseen muchos bienes muy singulares y refinados suelen ser hombres afeminados y poco virtuosos.

Quienes portan unas armas demasiado adornadas no suelen ser verdaderos soldados, quienes llevan sus útiles de trabajo demasiado pulidos tampoco suelen ser verdaderos artistas, a no ser que los excuse su juventud. De igual modo, quienes se entregan demasiado a la buena vida y son demasiado elegantes y amables no son verdaderos sabios.

Así descubrirás a un adulador: finge que has cometido un acto claramente injustificable y cuéntaselo jactándote de ello. Si te alaba, es un adulador, porque al menos se podría haber callado.

Para darte cuenta de si uno es un falso amigo, anúnciale, a través de un tercero que habrá recibido instrucciones de ti, que te encuentras al borde de la ruina y que se ha descubierto que los documentos en los que se fundaba tu posición son falsos. Si oye todo esto sin que le afecte, nunca será amigo tuyo. Mándale después a alguien que le pida en tu nombre consejo y ayuda; te darás cuenta de cómo es. Ahora bien, después de haber puesto a prueba de este modo su virtud, haz ver que no te crees nada de todo lo que te han contado sobre ese falso amigo.

Se reconoce a los incultos por su tendencia a una ostentación excesiva en la decoración de la casa, en la preocupación por los muebles; y también porque, si alguien utiliza una expresión no muy latina, ríen para demostrar que se han dado cuenta.

Guárdate de los hombres de baja estatura: son tozudos y soberbios.

De esta manera podrás poner a prueba la buena relación entre dos amigos: critica explícitamente a uno de ellos en presencia del otro, o bien alábalo. Por el silencio o por la fría respuesta de ése te darás cuenta de toda la verdad.

En una reunión, plantea a los presentes algunas situaciones delicadas y pregúntales cómo creen que se puede salir airosamente de ellas; por la respuesta de cada uno se verá claramente su inteligencia y habilidad. Plantéales también cómo se puede engañar a tal o a cual tipo de personas. Aborda en la conversación el tema de las persecuciones; verás que el que tenga más cosas que decir al respecto será el que más las ha sufrido.

A la mayoría de los mentirosos, cuando ríen, les salen hoyuelos en las mejillas.

De los que se preocupan demasiado por su aspecto poco hay que temer. De los jóvenes o de los muy viejos se obtiene abundante información sobre cualquier asunto.

Es un hipócrita el que habla a favor o en contra de un mismo asunto según las circunstancias.

Los que saben muchas lenguas con frecuencia son cortos de entendimiento, porque una memoria saturada suele embotar la mente.

Si alguien que había estado entregado a los vicios empieza de repente a demostrar grandes virtudes, desconfía de él.

Si crees que alguien va propagando lo que tú dices, cuenta en su presencia algo personal y de lo que nunca hayas hablado con nadie. Si tus palabras se divulgan, ya has pillado al traidor.

A los que les gusta contar lo que han soñado, pídeles a menudo que te cuenten sus sueños y hazles todo tipo de preguntas sobre éstos; con lo que te expliquen podrás conocer bastante bien los secretos de su corazón. Y si alguien, por ejemplo, asegura que siente afecto por ti, pregúntale —pero en otra ocasión— lo que sueña: si nunca sueña contigo, su afecto es fingido.

Comprueba cuáles son los sentimientos de otra persona hacia ti mostrándote muy afectuoso con él o, por el contrario, fingiendo hostilidad.

Jamás demuestres tener experiencia en vicio alguno, ni tampoco hables con excesiva indignación o vehemencia de los vicios de los demás, pues pensarán que los tienes tú.

Si se presenta ante ti un delator para acusar a alguien, finge que ya lo sabes todo e incluso más; verás entonces cómo añade más detalles y sospechas, lo que de otra manera no habría hecho.

Los que se muestran demasiado tiernos con las gracias de perros y niños son poco viriles.

Los que hablan con voz afectada y forzando una ligera tos son afeminados y muy dados a la lascivia. También lo son esos tan arregladitos y engalanados que sólo desean parecer atractivos a los otros, y a los que se les van los ojos detrás de los jovencitos y las jovencitas.

Los hipócritas lo propagan todo con suma facilidad y dan siempre su aprobación a cualquier cosa que hagas, porque su amistad es falsa. Si delante de ti arremeten con gran dureza contra otros, ten cuidado, porque pronto harán lo mismo contigo.

He aquí cómo elegir a un hombre capaz de guardar un secreto. Cuéntale a uno algo como si fuera un gran secreto y cuéntale lo mismo a otro con idéntica actitud reservada. Mete después a un tercero, que estará enterado de la treta, para que reúna a esos dos e insinúe algo, durante la conversación, sobre el secreto confiado. Así se verá claramente cómo es cada uno, y sabrás quién te traicionará primero. En efecto, si hay uno que no dice nada en el momento en que los tres se den cuenta de que saben lo mismo, a éste hazlo tu secretario.

Para conocer las intenciones de alguien, soborna a la persona de quien esté enamorado, y a través de ella llegarás a saber sus secretos más íntimos.