Ante la falta de tiempo, había sido necesario optar por la simplicidad en el montaje del panel de control en la gran bodega. La consola era un tablero apoyado en dos soportes. La disposición era muy sencilla, y consistía en un interruptor principal que controlaba el flujo de energía de todos los generadores. Un puñado de instrumentos indicaba el funcionamiento de las diferentes partes del sistema.
—Vamos a entrar en las nubes —anunció Zavala por los altavoces.
Austin sintió cómo se le erizaban los cabellos, no por el miedo, sino por la súbita carga de electricidad estática en el aire. Los largos mechones rubios de Karla estaban levantados como el pelo de la novia de Frankenstein. La muchacha intentó aplastarlos pero solo lo consiguió en parte. Con la cabeza rapada, Barrett no tuvo ese problema, pero la calva se le puso de carne de gallina.
El espectáculo eléctrico solo comenzaba. Todas las superficies de la sección de carga comenzaron a brillar con una luz azul como si fuesen los fuegos fatuos que los marineros ven en los aparejos de los barcos. Las lámparas se encendían y apagaban como si un niño estuviese jugando con el interruptor. Después se apagaron del todo.
Los destellos estroboscopios en el exterior atravesaban los cristales de las ventanillas e iluminaban los rostros de los ocupantes como los de los bailarines en una discoteca. El avión parecía estar en medio de una tormenta eléctrica. Pero no se escuchaban truenos, solo el rugido amortiguado de los reactores. El silencio relativo hacía que la escena pareciese más siniestra.
El sistema de comunicación interior debía de funcionar por un circuito independiente, porque la voz de Zavala sonó en los altavoces.
—Nos hemos quedado sin los instrumentos de vuelo.
Al cabo de un segundo, transmitió un mensaje mucho más terrible.
—Diablos, tampoco funcionan los controles.
Austin sabía que un avión del tamaño de un 747 no entraría inmediatamente en un picado, pero no lo había diseñado para aprovechar las corrientes ascendentes como un planeador. Una vez que el aparato descubriese que estaba librado a sus medios, sí que se desplomaría con tal violencia que perdería las alas. En un movimiento instintivo, rodeó los hombros de Karla con el brazo para protegerla.
Algo ocurría en la bodega. La exhibición eléctrica parecía menos brillante. El fuego helado en las paredes y el techo parecía apagarse. Unas manchas oscuras aparecieron en el resplandor y se amortiguaron las fantasmales luces azules. Hubo un último destello. Las luces interiores se encendieron de nuevo.
Casi en el acto, se escuchó la voz de Zavala con un anuncio tranquilizador:
—Los instrumentos y los controles funcionan con normalidad.
Austin apartó el brazo de los hombros de Karla y se acercó al panel de control. Le preocupaba que la descarga de electricidad estática responsable del impresionante despliegue hubiese fundido los interruptores. Se tranquilizó al ver que todo estaba en orden.
Karla había notado un cambio en la luz procedente del exterior y se acercó a una de las ventanillas para ver a qué se debía. Apoyó la nariz en el cristal y llamó a los demás. Austin miró por una de las ventanillas y vio que habían salido del manto de nubes. El mar azul se veía con toda claridad entre muy delgadas nubes bajas. Un brillante parpadeo por encima del 747 le llamó la atención. En lugar de la parte inferior de las nubes, vio una aurora de blancos, azules y rojos que formaban una refulgente marquesina. Todo el cielo parecía arder; era como si un centenar de tormentas eléctricas estuviesen descargando rayos a la vez.
El avión había atravesado enteramente la barrera eléctrica, pero aún no estaban fuera de peligro. Aunque disminuía el ataque eléctrico, cuanto más descendían por debajo de las nubes, más fuertes eran las turbulencias que lo sacudían. Las fuertes rachas de viento castigaban al 747 desde todas las direcciones. A pesar de su enorme tamaño, el avión se movía como una cometa descontrolada.
Las rachas no eran más que un calentamiento. De pronto el avión se vio atacado por una serie de rachas frontales como un boxeador contra las cuerdas. Los ruidos en la bodega cuando el viento golpeaba contra el fuselaje era como si el avión hubiese aterrizado en una pista llena de baches. En el momento en que parecía que comenzarían a saltar los remaches, los golpes disminuyeron en intensidad y fueron menos frecuentes. Luego cesaron del todo.
—¿Estáis bien allí atrás? —preguntó Zavala.
—Sanos y enteros, pero tendrás que comprar amortiguadores nuevos.
—Lo que necesito es una dentadura nueva —replicó Zavala.
—Dile al piloto que no lo ha hecho mal. ¿Todavía están las alas?
—Dice que gracias, y quién necesita alas.
—Eso me tranquiliza. ¿Has visto el barco?
—Todavía no. Aún quedan algunas nubes. —Hubo una pausa, y cuando se escuchó de nuevo la voz de Zavala, su tono era de una gran excitación—. Mira por la banda de babor, Kurt. A las nueve.
Austin miró a través de la ventanilla y vio la nave; parecía un barco de juguete en el océano. No dejaba ninguna estela; una confirmación de lo que él ya sabía por las turbulencias y las luces que había atravesado el avión. El barco se mantenía estacionario, y el asalto electromagnético estaba en marcha.
La nave aparecía rodeada de un anillo de olas que se alejaban en círculos cada vez más grandes. Aunque resultaba difícil calcular su tamaño, el hecho de que se viesen las crestas con tanta claridad desde la altura a que volaba el avión significaba que eran monstruosas.
Austin se comunicó con el piloto y le pidió que bajase a una altitud de tres mil metros para volar en círculos alrededor de la nave y que descendiese trescientos metros en cada vuelta. Se volvió hacia Barrett, y le dijo que se preparase. Spider asintió y de inmediato aumentó la potencia de las dínamos. Un zumbido como el de mil abejas sonó en la bodega.
Algo se quemaba. Austin vio una nube de humo rojo y chispas que salían de una de las dínamos. Le gritó a Barrett que cortase la corriente, y, con Karla pegada a los talones, corrió hacia la bodega.
Barrett ya había visto en uno de los instrumentos el aviso de un problema y se había apresurado a cerrar el sistema. Austin encontró que el origen de las chispas era un cable. La conexión se había soltado con los bandazos ocasionados por las violentas turbulencias.
Revisó la conexión para ver si había algún daño, pero no lo había, así que se apresuró a conectar el cable. Le gritó a Barrett que pusiese el sistema en marcha. El zumbido de las abejas comenzó de nuevo, y alcanzó un volumen que ahogó el ruido de los motores. Karla fue a ayudar a Spider en el panel de control. Austin se quedó junto al interfono para mantenerse en comunicación con la cabina de mando.
—¿Qué tal lo ves? —preguntó Austin.
Barrett hizo una rápida lectura de los instrumentos y sonrió.
—Todo en orden.
Austin levantó el pulgar y llamó a Zavala.
—¿Cuál es la altitud?
—Dos mil seiscientos metros.
—Bien. Que bajen a mil trescientos, y que luego efectúen una pasada directamente por encima del barco. Avísame cuando comencemos la aproximación al objetivo.
—A la orden.
Cuando iniciaron el descenso, el piloto tuvo que lidiar con una inesperada turbulencia. Con gran pericia niveló el aparato. Zavala informó que se acercaban al barco.
Austin le dijo a Barrett que diera toda la potencia. Spider vaciló con la mano puesta en el interruptor, y por un instante, Austin creyó que no le había escuchado. Entonces Barrett se hizo a un lado y puso la mano de Karla en el interruptor.
—Esto es en honor a tu abuelo.
Karla replicó con una gran sonrisa y apretó el interruptor. La energía fluyó por la antena, donde se convirtió en impulsos de energía electromagnética. Austin nunca había hecho nada parecido, así que optó por realizar una serie de descargas de la misma manera que un cazasubmarinos satura la zona con cargas de profundidad.
Pasaron por la vertical del barco al cabo de unos segundos. Austin le dijo al piloto que repitiese la pasada desde otro ángulo. El 747 no estaba preparado para efectuar virajes cerrados, y el gigante aéreo pareció tardar una eternidad en dar la vuelta y ponerse en posición para una nueva serie de descargas.
Zavala gritó que estaban en la marca de los quinientos metros. De nuevo Karla, apretó el interruptor.
Otra pasada, otra descarga de flujos electromagnéticos sobre el mar y la nave.
—¿Durante cuánto tiempo más debemos hacer esto? —preguntó Zavala.
—Hasta que se acabe el combustible y luego un rato más —respondió Austin, con un tono implacable.
En la plataforma de observación del Polar Adventure se vivían momentos de euforia.
Margrave y Gant miraban a través del techo de cristal, con los rostros iluminados con las luces multicolores de la aurora boreal. El extraño rostro de Margrave nunca había parecido más satánico.
—¡Espectacular! —gritó Gant, en una poco habitual muestra de emoción.
Margrave se ocupaba de la consola de control. Había acelerado gradualmente las dínamos hasta la potencia máxima, y la consola brillaba como una máquina «tragaperras» cuando da el premio mayor.
—La aurora indica que hemos alcanzado la masa crítica —explicó—. Las ondas electromagnéticas han penetrado el fondo oceánico. Cambiarán el flujo electromagnético y se invertirán los polos. Vigila la brújula para ver el gran cambio.
Gant miró la brújula, y después miró a través de una de las ventanas.
—Algo pasa en el mar —avisó.
El agua en torno a la nave que hasta unos segundos atrás estaba revuelta se veía ahora como si hubiese descendido una calma chicha.
—Estamos en el epicentro del cambio polar —dijo Margrave—. Un anillo de olas gigantes arrancará del borde del círculo en expansión. Habrá algunos remolinos en el perímetro.
—Me alegro de no estar en su camino —afirmó Gant.
—Sería una desgracia si lo estuviésemos. La distribución de las perturbaciones es aleatoria. Eso fue lo que hundió el barco transmisor. Es como la calma en el ojo del huracán. No notaremos nada excepto una leve elevación del agua.
Gant contempló el movimiento del mar. Nunca había sentido tanto poder en toda su vida.
La actitud de Austin era exactamente la opuesta a la de Gant. Era como un médico que intenta devolver a la vida a un paciente con el encefalograma plano, solo que en ese caso eran las vidas de miles de millones de personas las que estaban en juego. Miró a través de la ventanilla cuando el avión viró para una nueva pasada, sin poder adivinar si el antídoto funcionaba o no.
Entonces advirtió una zona circular inmediatamente alrededor del barco donde el agua se veía inmóvil, como si la aplastase la corriente de aire descendente de los rotores de un helicóptero. Vio las estrías en la superficie como los surcos producidos para una corriente muy fuerte. Al cabo de unos momentos, el agua se movía en un inconfundible giro con la nave en el centro. En cuestión de segundos, el sector en movimiento tenía como mínimo una milla de diámetro, con un reborde de espuma en todo el perímetro. A medida que la corriente ganaba velocidad, el agua dentro del círculo comenzó a descender.
Austin estaba presenciando el nacimiento de un remolino gigante.
El Polar Adventure solo se levantó un par de metros por encima del nivel del mar antes de asentarse de nuevo.
Gant vio que parecía comenzar a formarse una depresión en el mar en torno al barco.
—¿Esto es otro efecto secundario? —preguntó.
—No. —La expresión de intriga en el rostro de Margrave se convirtió en otra de alarma cuando la superficie comenzó a tener una forma de cuenco. Las espumosas crestas indicaban el choque de unas corrientes muy poderosas. Cogió el micrófono y llamó al puente—: Avante a toda máquina —ordenó—. Nos estamos hundiendo en un remolino.
Margrave desconectó las dínamos.
—¿Qué haces? —preguntó Gant.
—Algo no va bien. No tendría por qué producirse esta reacción.
La depresión continuaba en aumento y las corrientes incrementaban la velocidad, pero el barco navegaba ya a toda máquina y se movía hacia el borde del remolino. Tenía la proa un tanto levantada, y tenía que luchar contra las corrientes que lo arrastraban de lado, pero seguía avanzando.
Sin embargo, también el remolino crecía. Margrave gritó al puente que forzaran los motores al máximo, pero ahora el barco parecía destinado a perder la carrera y ya no se movía del centro del vórtice.
Entonces hubo otro cambio en el agua. Las corrientes se debilitaron, y el agua subió al nivel normal. Luego comenzó a ascender.
—¿Qué ha pasado? —quiso saber Gant.
—Una pequeña diversión —respondió Margrave.
Se enjugó el sudor de la frente, y sonrió mientras daba potencia a las dínamos.
A medida que se elevaba el barco, el agua pareció hervir. La nave llegó a los seis metros de altura, luego a los diez.
—Acaba con esto —dijo Gant.
Margrave apagó de nuevo las dínamos pero el barco continuó subiendo.
Quince metros.
—¡Idiota! ¿Qué has hecho?
—Los modelos de ordenador…
—¡Malditos sean tus modelos de ordenador!
Margrave se apartó del panel de control y corrió a una de las ventanas de la plataforma. Miró el mar con una expresión de horror.
El barco estaba en lo alto de una enorme columna de agua que ascendía rápidamente.
Austin había visto crecer el remolino hasta que alcanzó un diámetro de diez millas. Ahora observó fascinado cómo el vórtice se nivelaba para transformarse en un burbujeante caldero de espuma blanca, y luego se alzaba como un tornado líquido.
La masa de agua brotaba del centro del remolino y crecía en altura y amplitud mientras giraba como un derviche.
El avión se disponía a efectuar otra pasada. Austin corrió a la cabina de mando.
—Suba lo más rápido que pueda. Aléjese de la zona —le dijo al piloto.
El comandante hizo una brusca subida.
La columna de agua le recordó a Austin las fotos que había visto de las explosiones nucleares en el Pacífico.
Una voz aterrorizada sonó en la radio.
—¡Mayday! ¡Mayday! ¡Respondan! ¡Mayday!
Austin cogió el micrófono.
—Mayday recibido.
—Aquí Gant desde el Polar Adventure. —Gritaba para hacerse escuchar por encima del tremendo estrépito de fondo.
—Por lo que parece, va a disfrutar de un viaje en la montaña rusa.
—¿Quién habla? ¿Dónde está usted?
—Soy Kurt Austin. Estamos a unos mil metros por encima de su cabeza. Apresúrese a mirar porque no nos quedaremos mucho más tiempo. Por cierto, saludos del doctor Kovacs.
—¿Qué demonios está pasando, Austin?
—Les hemos dado una dosis del antídoto para la inversión polar. Yo diría que usted y su socio están con el agua al cuello.
La furiosa respuesta de Gant resultó ininteligible, perdida en el brutal estrépito.
Austin miró a través de la ventanilla de la cabina. El barco se encontraba en lo alto de la columna y giraba como una peonza. Solo podía imaginarse las escenas de pánico a bordo. Pero no sentía la más mínima compasión por Margrave y Gant, que habían sembrado las semillas de su propia destrucción.
Mientras el avión cambiaba de rumbo y se alejaba del objetivo como una ballena perezosa, se encontró con las turbulencias generadas por las tremendas fuerzas desencadenadas por las ondas electromagnéticas, pero no se podían comparar con los vientos huracanados de antes. El 747 continuó subiendo hasta los nueve mil metros, donde se niveló.
Karla continuaba con la nariz pegada a la ventanilla aunque ya no se veía nada más que la densa capa de nubes. Se volvió hacia Austin, con una expresión intrigada.
—¿Qué ha pasado allá abajo? —preguntó.
—Tu abuelo no pudo ser más exacto en sus cálculos.
—Pero ¿qué era aquella cosa, la increíble columna de agua?
Austin no tenía muy claro lo que había sucedido. Aun así, sospechaba que las fuerzas opuestas de los pulsos electromagnéticos del barco y el avión habían puesto en marcha un proceso de una violencia extraordinaria.
—A la naturaleza no le gusta que jueguen con ella. El antídoto y las transmisiones iniciales crearon una fuerte reacción. —Sonrió—. Es como cuando tomas algo para la pesadez de estómago. Siempre hay una o dos erupciones finales antes de que las cosas se calmen.
—¿Entonces se ha acabado?
—Eso espero. —Austin llamó a la cabina de mando—. ¿Cómo se comporta la brújula?
—Normal —respondió Zavala—. Continúa apuntando más o menos al polo norte.
Barrett no se había apartado del panel de control. Cuando escuchó la respuesta de Zavala, dio una palmada. Se acercó para abrazar a Karla y Austin.
—Lo conseguimos. Dios bendito, lo conseguimos.
—Así es. Lo conseguimos —afirmó Austin con una sonrisa.