Capítulo 35

El edificio de treinta pisos que alberga a la National Underwater and Marine Agency se encuentra en una colina de East Washington que mira al río Potomac. En la estructura de acero y cristal verde reflectante trabajan miles de oceanógrafos, ingenieros navales y científicos especializados en todo lo referente al mar que disponen de los más modernos laboratorios y ordenadores.

El despacho de Austin era una habitación espartana en el cuarto piso. Contenía los elementos habituales, entre ellos una mesa, un ordenador y un archivador. Las paredes estaban decoradas con fotos de los barcos de exploración científica de la NUMA, cartas marinas y un tablero de corcho donde colgaban artículos científicos y boletines de noticias. En la mesa se encontraba el retrato preferido de Austin: sus padres en su velero en Puget Sound. Había sido tomada en los felices días antes de que su madre falleciese de un cáncer.

La sencillez del despacho era en parte intencional. Debido a que el trabajo del Equipo de Misiones Especiales era en su mayor parte clandestino, Austin quería fundirse en el escenario de la NUMA. La otra razón para el estilo absolutamente funcional era que a menudo se encontraba en alguna misión que lo había llevado al otro lado del mundo. Su lugar de trabajo eran los océanos.

En el mismo piso se hallaba la sala de juntas de la NUMA, una imponente sala con una mesa de tres metros de largo hecha con un trozo de casco de un antiguo velero. Austin había escogido una habitación más pequeña y menos regia que la sala de juntas para planear la estrategia. La habitación con las paredes cubiertas por estanterías llenas de libros que trataban temas del mar era un lugar tranquilo utilizado a menudo por aquellos que esperaban para hacer sus presentaciones.

En el momento de sentarse a la mesa, pensó en la sala de guerra de Churchill, y en el Despacho Oval, donde se tomaban decisiones que afectarían el futuro del mundo. Claro que no disponía de divisiones de infantería o poderosas flotas. Tenía a Joe Zavala, que hubiese preferido estar al volante de su Corvette descapotable con una hermosa mujer a su lado; a Barrett, un genio de la informática con una araña tatuada en la calva: y a la hermosa e inteligente Karla Janos, con la cual Austin hubiese preferido estar ahora mismo tomando una copa.

—Paul y Gamay están de camino de Maine —anunció—. No han tenido éxito en su intento de persuadir a Margrave para que desistiese de sus planes.

—Eso significa que solo nos queda una opción —dijo Karla—. Tendremos que ser nosotros quienes pongamos fin a esta locura.

Austin miró a Karla, observó su tez cremosa sin mácula, los labios sensuales, y pensó en la injusticia de que una simple amenaza al mundo se interpusiese en el camino de un posible romance. Karla advirtió la mirada soñadora en los ojos azul coral de Austin y enarcó una ceja:

—¿Sí, Kurt?

Pillado en el acto, Austin se apresuró a buscar una excusa.

—Me preguntaba qué tal está tu tío.

—Técnicamente, es mi padrino, pero se recupera muy bien. Estaba agotado. Los médicos quieren que se quede unos días más en el hospital, más que nada por la lesión en el tobillo. Creo que en cuanto considere que ya está en condiciones se largará.

—Me alegra saberlo. Si quieres te puedo dejar en el hospital cuando acabemos con esta reunión. Me queda de paso porque tengo que ir a un acto cerca del Manassas National Battlefield para informar de la situación a Dirk Pitt, el director de la NUMA.

—¿Pitt está librando de nuevo la guerra civil? —preguntó Zavala.

—Hasta donde sé, está satisfecho con el resultado, pero lo han pescado para no sé qué función de beneficencia cerca de Bull Run. Quiere que lo ponga al corriente de todo esto antes de ir a la sesión en la Casa Blanca. ¿Tú qué has averiguado, Joe?

—Tengo buenas noticias. Le pedí a Yeager que buscase en los archivos de los astilleros. Pensé que si podíamos averiguar dónde habían construido los barcos transmisores podríamos rastrear a los propietarios. Pero ni siquiera Max pudo encontrar una pista. Luego fui a por las dínamos, porque cabía la posibilidad de que las hubiese hecho para la venta al público.

—Los generadores que vimos son los que se encuentran habitualmente en las tiendas de artículos eléctricos.

—Solo hay un puñado de compañías que fabrican equipos de esas dimensiones —dijo Zavala—. Busqué en los registros de pedidos de todas ellas correspondientes a los últimos tres años. Todos fueron enviados a compañías eléctricas locales, excepto uno que supuestamente se envió a una empresa en Sudamérica, que es propiedad de la fundación de Gant. La misma compañía multinacional tiene un astillero en Mississippi. No parece algo que encaje mucho con un grupo no lucrativo.

—¿Estás seguro de que pertenecen a la fundación?

—Absolutamente. Lo comprobé en los archivos de la fundación como una entidad no lucrativa. Son los propietarios del astillero a través de una compañía fantasma en Delaware. Le pedí a alguien de la NUMA que hiciese un seguimiento con la excusa de remodelar uno de nuestros barcos de exploración científica. La compañía en sí es aparentemente legal. La gerencia dijo que acababan de hacer un trabajo de remodelación muy importante, no quisieron entrar en detalles, y que estaban interesados en hacer una oferta.

—¿Entonces los barcos todavía están allí?

—Dejaron el astillero hace unos días. Busqué en nuestros archivos la información de los satélites. Cuatro barcos zarparon la semana pasada.

—¿Cuatro?

—Tres barcos transmisores y uno que parece ser un buque de pasajeros. Todos pusieron rumbo a Sudamérica.

Barrett no había dicho palabra desde que vio la simulación virtual.

—Gracias por tu excelente trabajo, Joe. Me siento terriblemente culpable por todo esto. No puedo dejar de pensar que esta tragedia es por mi culpa.

—En absoluto —declaró Karla—. No podía saber que su trabajo sería empleado de una manera destructiva. Su caso es muy parecido a lo que pasó con mi abuelo. A él solo le interesaba la ciencia. —La muchacha sacudió la cabeza y una gran sonrisa apareció en su rostro—. Topsy-turvy —exclamó.

Se echó a reír al ver las expresiones de asombro alrededor de la mesa.

—Es el título de una nana que mi abuelo solía cantarme. La letra no era gran cosa, pero él siempre me decía que era algo para recordar por si algún día lo necesitaba. —Frunció el entrecejo mientras intentaba recordar el texto.

Topsy-turvy,

Turvy-topsy.

The world stands on its head

The sky's onfire,

The earth 's afraid,

The ocean leaves its bed.

El mundo se pone de cabeza.

El cielo se incendia.

La tierra tiene miedo.

El océano deja su cama.

Un profundo silencio siguió a su recital, y la propia Karla fue quien lo rompió.

—Dios mío, acabo de describir auroras boreales, terremotos y tsunamis.

—En otras palabras, una inversión polar —manifestó Austin—. Dinos algo más.

—Lo intentaré. Ha pasado mucho tiempo. —Karla contempló el techo de la sala—. Cada nueva estrofa comienza con Topsy-turvy. La siguiente dice:

The key is in the door

we'll turn the knob and hitch the latch

to still de ocean's roar.

La llave está en la puerta

haremos girar la palanca y engancharemos el pestillo

para calmar el rugir del océano.

Continúa de esta manera durante unas cuantas estrofas más, y luego acaba con mi favorita:

Say good-bye to night.

All's well once more,

As Karla dreams

for all the world is right

Di adiós a la noche.

Todo vuelve a estar bien,

mientras Karla sueña

el mundo vuelve a estar bien.

Barrett sacó un bolígrafo y una libreta del bolsillo y se los pasó a Karla.

—¿Podría escribir los versos?

—Sí, pero… —Karla pareció agitada—. ¿Cree que toda esta jerigonza puede significar alguna cosa?

—Solo es curiosidad —respondió Spider.

—Debemos seguir cualquier pista, por muy tonta que parezca —señaló Austin. Consultó la hora en el reloj de pared—. Tengo que irme. Nos volveremos a encontrar aquí dentro de un par de horas. —Le pidió a Zavala que llamase a los Trout para encargarles el seguimiento de los barcos transmisores, y luego le dijo a Karla—: Si quieres te dejaré en el hospital.

—Prefiero ver a tío Karl más tarde. Si voy ahora, me obligara a que lo ayude a escapar del hospital. Prefiero ir contigo para ver al señor Pitt.

—No sé qué decirte. Quizá lo más prudente sería que no te dejases ver.

—Puede, pero no me gusta la idea de estar encerrada en una casa. Lo más probable es que quien ordenó mi asesinato no sepa que estoy viva.

—Prefiero que sigas así.

—El trabajo de mi abuelo inició esta locura. Me corresponde hacer lo posible para evitar que sus investigaciones sean pervertidas.

Al ver la expresión de la joven, Austin comprendió que sería inútil agregar nada más.

Quince minutos más tarde, Austin y Karla salieron del garaje del edificio en uno de los coches de la NUMA. Austin se sumó al tráfico, sin saber que lo vigilaban desde una furgoneta provista con los equipos electrónicos de escucha y observación más modernos. El rótulo en la puerta del vehículo lo identificaba como perteneciente a la flota de la Metropolitan Transit Authority.

Doyle se encontraba en el interior de la furgoneta, y fumaba un cigarrillo mientras él y su ayudante observaban las diversas pantallas donde aparecían las imágenes de las calles alrededor del edificio. Había cámaras ocultas en la furgoneta y en otra similar aparcada delante de la entrada de peatones que filmaban los rostros de todos los que entraban y salían del rascacielos y luego los comparaban con los registrados en la base de datos. El sistema de reconocimiento facial podía comprobar más de mil rostros por segundo.

Sonó la alarma de uno de los monitores. La señal de un reconocimiento. Una imagen de Austin al volante de un Jeep Cherokee turquesa que acababa de salir del garaje apareció en una de las pantallas. Debajo del rostro de Austin había un resumen de sus datos personales. En los ojos de Doyle brilló la excitación. ¡Bingo! Acababa de decirle a su ayudante que se pusiese al volante para seguir al jeep cuando sonó un segundo monitor. La imagen de una hermosa muchacha que ocupaba el asiento del acompañante del jeep llenó la pantalla. La base de datos la identificó como Karla Janos.

¡Un doble acierto!

Una sonrisa apareció en el rostro de Doyle. No veía la hora de contemplar la expresión de Gant cuando le dijese que Karla Janos estaba sana y salva y se había compinchado con el enemigo. Mientras la furgoneta se apartaba del bordillo y seguía al jeep, Doyle llamó a un motel en Alexandria donde estaban aparcadas seis motos Harley-Davidson. Unos pocos minutos más tarde, seis hombres salieron del motel, montaron en las motos y se pusieron en marcha para ir a reunirse con Doyle.