Capítulo 28

En el piso diez del cuartel general de la NUMA se encuentra el equivalente moderno de la famosa biblioteca de Alejandría. El centro informático que ocupa toda la planta contiene una vasta biblioteca digitalizada que incluye todos los libros y artículos, todos los hechos y registros científicos de los océanos, todos conectados a una red informática con la capacidad de transferir enormes cantidades de información en fracciones de segundo.

El centro es obra del genio informático de la NUMA, Hiram Yeager, que bautizó a la máquina de inteligencia artificial con el nombre de «Max». Fue idea de Yeager darle a Max un rostro de mujer representado por una imagen holográfica tridimensional con cabellos castaño rojizos, ojos color topacio y una seductora voz femenina.

Paul Trout había decidido pasar de la coqueta imagen holográfica. En lugar de valerse del panel de control central de Max, donde Yeager se comunicaba verbalmente con la computadora, Trout se había instalado en un cubículo en un rincón de la sala, y se comunicaba con la computadora con un simple teclado. En una de las paredes había un pantalla panorámica. Sentados a la mesa de caoba se encontraban, además de Trout, su esposa, Gamay; el profesor Adler; y Al Hibbet, el científico de la NUMA especializado en electromagnetismo.

Paul les agradeció a todos su presencia y excusó la ausencia de Austin y Zavala. Después escribió una orden. La imagen de un hombre de rostro delgado con el cabello oscuro y unos expresivos ojos grises apareció en la pantalla.

—Quiero presentarles al caballero cuyo genio nos ha reunido hoy aquí. Es Lazlo Kovacs, un brillante ingeniero eléctrico húngaro. Esta foto fue tomada a finales de los años treinta, cuando trabajaba en sus revolucionarias teorías electromagnéticas. Esto que verán ahora es lo que ocurre cuando se pervierte el genio científico.

Trout cambió la imagen por otra doble donde se mostraban dos fotos tomadas de los satélites. En el lado izquierdo aparecía la imagen de las enormes olas que habían hundido el Southern Belle. En el derecho se veía el remolino gigante desde el espacio.

Dejó que el significado de las imágenes calaran en la mente de todos.

—Todos los que estamos aquí hemos llegado a la conclusión de que alguien ha podido utilizar las transmisiones electromagnéticas basadas en los teoremas de Kovacs para causar estas perturbaciones. Como ya saben, Gamay y yo fuimos a Los Álamos para entrevistarnos con una autoridad en los trabajos de Kovacs. Confirmó nuestras sospechas de una interferencia humana, y sugirió que el tipo de manipulación electromagnética que hemos visto podría provocar una inversión de los polos.

—Asumo que hablamos de la inversión de los polos magnéticos —dijo Adler.

—Ese sería mi deseo —señaló Gamay—. Sin embargo, quizá nos veamos enfrentados a una inversión polar geológica donde la corteza terrestre se mueve sobre el núcleo.

—No soy geólogo —manifestó Adler—, pero eso suena a receta para una catástrofe.

—La verdad —dijo Gamay, con una sonrisa triste y encantadora—, puede que estemos hablando del día del Juicio Final.

El silencio siguió a esta declaración. Adler carraspeó.

—Ha dicho «puede». Eso indica que se está dando un cierto margen.

—Me sentiría muy feliz si tuviese un margen que me permitiese escapar de esta situación —admitió Gamay—. Pero tiene razón al decir que nos damos un cierto margen para la duda. No sabemos hasta qué punto es fiable nuestra fuente en Los Álamos, así que Paul ha buscado la manera de hacer un ensayo de los teoremas de Kovacs.

—¿Cómo puede hacerlo? —preguntó Adler.

—Por medio de una simulación —respondió Paul—, de la misma manera que usted recrea las condiciones marítimas en su laboratorio con una máquina generadora de olas o un modelo informático.

—Kovacs solo presentó sus teorías de una manera general —señaló Hibbet—. No mencionó para nada toda una serie de detalles concretos.

—Es verdad —dijo Gamay—. Pero Kovacs publicó por su cuenta un resumen más detallado de sus teoremas. Lo empleó como base de sus trabajos publicados. Solo existe una copia.

—Si solo pudiésemos tenerla —manifestó Adler.

Gamay le pasó el cuadernillo sin hacer ningún comentario.

Adler lo cogió con mucho cuidado y se fijó en el nombre impreso en la portada: Lazlo Kovacs. Hojeó las páginas amarillentas.

—Está escrito en húngaro.

—Uno de los traductores de la NUMA se encargó de hacer una versión en inglés —dijo Trout—. Dado que las matemáticas son un lenguaje universal, no le planteó ningún problema. Hacer un ensayo era otra cuestión. Entonces recordé los trabajos que se realizan en el National Laboratory en Los Álamos donde los científicos han encontrado la manera de ensayar las bombas nucleares de nuestro arsenal sin violar el tratado internacional. Prueban los componentes de la bomba, incluyen factores como la degradación de los materiales, e introducen todos los datos en una computadora para que realice la simulación. Propongo hacer lo mismo.

—Desde luego vale la pena intentarlo —afirmó Hibbet.

Trout escribió en el teclado y una imagen del planeta apareció en la pantalla. El globo terráqueo estaba seccionado para mostrar las capas del núcleo interior: una corteza exterior de hierro fundido, la funda y la corteza.

—Quizá quiera explicarnos el diagrama, Al.

—Será un placer. La tierra es como una enorme barra imantada. El núcleo interior de hierro sólido rota a una velocidad diferente al núcleo exterior de hierro fundido. Este movimiento crea un efecto dínamo que genera un campo magnético llamado geodínamo.

La imagen cambió para mostrar el globo intacto. Unas líneas se elevaban hacia el espacio desde uno de los polos y luego se curvaban hacia el polo opuesto.

—Estas son las líneas de fuerza magnética —explicó Hibbet—. Crean un campo magnético que rodea la tierra, y nos permiten utilizar las brújulas. Incluso más importante es que la magnetosfera se extiende hasta una altura de casi sesenta kilómetros. Esto crea una barrera que nos protege de los efectos nocivos de la radiación del viento solar y de un número infinito de partículas nocivas que bombardean la tierra desde el espacio.

Trout pasó a una tercera imagen. Ahora miraban un planisferio. La superficie oceánica aparecía salpicada de manchas azules y oro.

—En la década de los noventa, los científicos reunieron todos los datos conocidos del núcleo fundido y los introdujeron en una supercomputadora —dijo—. Añadieron de todo en la mezcla. Temperatura. Dimensiones. Viscosidad. Encontraron que los polos se invertían a sí mismos aproximadamente cada cien mil años, por lo general cuando uno de ellos comienza a debilitarse. Al parecer, nos acercamos a otro de estos ciclos.

—¿La tierra está sufriendo una inversión polar natural? —preguntó Adler.

—Eso parece. El campo magnético terrestre comenzó a deteriorarse notablemente alrededor de ciento cincuenta años atrás. Su fuerza ha disminuido entre un diez y quince por ciento desde entonces, y el deterioro se ha acelerado. Si continúa esta tendencia, el campo principal se debilitará hasta el punto de casi desaparecer, y luego reaparecerá con la polaridad opuesta.

—Las agujas magnéticas que apuntan al norte apuntarán al sur —añadió Hibbet.

—Efectivamente —asintió Paul—. Una inversión de los polos magnéticos provocaría un sinfín de trastornos, pero el impacto sería mínimo. La mayoría de nosotros podríamos adaptarnos y sobrevivir. Los estudios demuestran que los polos magnéticos se han invertido muchas veces.

—Heródoto escribió que el sol salía por donde normalmente se ocultaba —señaló Gamay—. Los indios «Hopi» mencionaban el caos que se había producido cuando los gemelos que sostenían la tierra en su lugar abandonaron su posición. Estas podrían ser interpretaciones de los cambios polares en la antigüedad.

—Si bien las leyendas son fascinantes, y a menudo contienen una pizca de verdad, todos los que estamos aquí nos inclinamos absolutamente en favor del método científico —replicó Adler.

—Por eso no he mencionado a los clarividentes y seudocientíficos que hablan del fin del mundo —dijo Gamay—. Todo el concepto del cambio polar se mezcla con las teorías de la Atlántida y los astronautas en la antigüedad.

—Como experto en olas, trato con las grandes fuerzas oceánicas —declaró Adler—, pero un cambio en la superficie de todo un mundo me parece completamente imposible.

—Normalmente, estaría de acuerdo —admitió Gamay—. Pero los paleomagnetistas que han estudiado los flujos de lava descubrieron que la tierra se ha movido en relación al norte magnético terrestre. América del Norte estuvo una vez en el hemisferio sur, donde se montaba en el ecuador. Einstein planteó la teoría de que si se acumulaba hielo suficiente en los casquetes polares, podría ocurrir una inversión. Los científicos han encontrado pruebas de que hubo una reorganización de las placas tectónicas hace unos quinientos millones de años. Los anteriores polos norte y sur se reposicionaron respecto al ecuador, y puntos del ecuador se convirtieron en los polos que tenemos ahora.

—Habla de un proceso que tardó millones, miles de millones de años —dijo Adler.

Trout volvió a plantear la simulación por ordenador.

—Por eso mismo debemos mirar con más atención el presente. La imagen en la pantalla muestra los campos magnéticos terrestres. Las manchas azules corresponden a los campos dirigidos hacia adentro. Las doradas se dirigen hacia afuera. La marina británica lleva registros del polo norte magnético y el verdadero desde hace trescientos años, y eso significaba que disponemos de una muy buena información. Lo que vemos aquí es un incremento en el número de manchas azules.

—Eso indica las anomalías magnéticas donde el campo fluye en el sentido equivocado —dijo Hibbet.

—Aquella mancha azul más grande es la anomalía del Atlántico Sur donde el campo ya fluye en el sentido erróneo —explicó Trout—. El crecimiento de la anomalía se aceleró para el cambio de siglo. Esto coincide con las lecturas del MAGSAT que muestran zonas débiles en la región polar ártica y más abajo de Sudáfrica. Las observaciones se corresponden con las simulaciones virtuales que muestran un posible comienzo del cambio.

—Ha hecho una exposición muy convincente de las inversiones polares magnéticas y geológicas —reconoció Adler.

Pero aquí hablamos de la posibilidad de que el hombre precipite tal acontecimiento. Eso es mucha arrogancia por nuestra parte. El hombre es capaz de muchas cosas, pero nuestros ínfimos esfuerzos no son capaces de mover toda la superficie del planeta.

—Parece una locura, ¿verdad? —Trout sonrió. Se dirigió a Hibbet—. Usted es nuestro experto en electromagnetismo. ¿Qué opina?

—No tenía idea que las anomalías en el Atlántico Sur hubiesen crecido con tanta rapidez —contestó Hibbet, con la mirada puesta en la pantalla. Hizo una pausa, pensó en la respuesta y después añadió con voz pausada como si quisiese estar bien seguro de cada una de sus palabras—: Lazlo Kovacs se centró en la naturaleza de la materia y la energía. Descubrió que la materia oscila entre las etapas de materia y energía. La energía no está sometida a las reglas del tiempo y el espacio, así que el paso de una fase a otra es instantáneo. La materia sigue la pauta que le marca la energía. Al ocuparnos de este tema, tenemos que fijarnos en la estructura electromagnética de la tierra. Si la energía electromagnética cambia de una determinada manera, la materia, en este caso la corteza terrestre, también cambiará.

—Está diciendo que un cambio polar geológico es posible —señaló Gamay.

—Digo que una inversión de los polos magnéticos provocada por el hombre, que es de una naturaleza intensa y a corto plazo, podría precipitar unos irreversibles movimientos geológicos, especialmente ahora que se está preparando una inversión natural. Todo lo que necesita es un empujoncito. Una adición o descarga de la energía electromagnética que alimenta el campo podría provocar cambios en la materia. Perturbaciones ciclónicas del núcleo o del campo magnético pueden haber sido las responsables de las olas gigantes y el remolino. No es posible que haya sido el lento movimiento de las placas tectónicas. La estructura de todo el planeta podría cambiar en un instante.

—¿Cuáles serían los resultados? —preguntó Gamay.

—Absolutamente catastróficos. Si la corteza se mueve sobre el núcleo fundido, entrarían en juego las fuerzas inerciales. El cambio provocaría tsunamis que podrían arrasar continentes enteros, y soplarían vientos muchísimo más poderosos que cualquier huracán. Habría terremotos y tremendas erupciones volcánicas con descomunales corrientes de lava. Se producirían drásticos cambios climáticos y tormentas de radiación. —Hizo una pausa—. La extinción de las especies sería una clara posibilidad.

—Se ha producido un incremento en el número de violentos fenómenos naturales en las últimas décadas —comentó Gamay—. Me pregunto si se lo podría considerar como una señal de aviso.

—Quizá —dijo Hibbet.

—Antes de que sigamos metiéndonos el miedo en el cuerpo, volvamos a los hechos —propuso Trout—. He tomado como base las simulaciones de inversión polar hechas por Caltech y Los Álamos. Incorporé el informe de las perturbaciones oceánicas del doctor Adler y todo lo que Al me suministró referente a la transmisiones electromagnéticas de ultrabaja frecuencia. También hemos simulado las condiciones de las corrientes de los materiales fundidos en el núcleo de la tierra donde se forman los campos magnéticos. Los teoremas de Kovacs son la parte final de la ecuación. Si estamos todos preparados…

—Escribió en el teclado.

Desapareció la imagen del globo terráqueo y apareció un mensaje:

«HOLA, PAUL. ¿CÓMO ESTÁ EL HOMBRE MEJOR VESTIDO DEL EQUIPO DE MISIONES ESPECIALES?»

Max había identificado su contraseña. Trout se movió en la silla y añoró el tiempo en que las computadoras no eran más que máquinas tontas.

«HOLA, MAX. ESTAMOS PREPARADOS PARA LA SIMULACIÓN».

«¿ES ESTE UN EJERCICIO ACADÉMICO, PAUL?»

«NO».

Max hizo una pausa de varios segundos. Era algo del todo anormal en la supercomputadora.

«NO SE PUEDE DEJAR QUE OCURRA ESTE ACONTECIMIENTO».

Trout releyó las palabras. ¿Era su imaginación, o Max parecía alarmada? Escribió una pregunta.

«¿POR QUÉ NO?»

«RESULTARÁ LA COMPLETA DESTRUCCIÓN DE LA TIERRA».

La nuez de Adán de Trout se movió. Escribió una sola palabra:

«¿CÓMO?»

«MIRA».

El globo reapareció en la pantalla, y las manchas doradas en los océanos comenzaron a moverse. La mancha roja en el Atlántico Sur se unió con las otras del mismo color hasta que toda la zona oceánica debajo de Sudamérica y Sudáfrica resplandeció con un rojo brillante. Luego los continentes comenzaron a cambiar de posición. Todo el continente americano hizo un giro de ciento ochenta grados y quedó de lado. Los puntos que una vez había señalado el ecuador se convirtieron en los polos norte y sur. Fenómenos de una gran violencia se extendieron por todo el globo como un virus.

Trout escribió otra pregunta, y contuvo el aliento.

«¿HAY ALGUNA MANERA DE NEUTRALIZARLO?»

«SI. NO PERMITIR QUE COMIENCE. NO SE PUEDE DETENER».

«¿HAY ALGUNA MANERA DE DETENER LA INVERSIÓN?»

«CAREZCO DE LA INFORMACIÓN NECESARIA PARA RESPONDER A LA PREGUNTA».

Trout comprendió que había llegado todo lo lejos que podía. Miró a los demás. Adler y Hibbet tenían el aspecto de hombres a los que les han dado pasajes para un viaje en la barca de Carón.

Gamay también parecía atónita, pero mantenía una expresión de calma y la decisión brillaba en sus ojos.

—Aquí hay algo que no tiene sentido. ¿Por qué alguien haría una cosa que significaría el fin del mundo y de él mismo?

Trout se rascó la cabeza.

—Quizá se trate de aquello de jugar con fuego. Podría ser que no supiesen el peligro de lo que hacen.

Gamay sacudió la cabeza.

—La capacidad de nuestra especie para cometer acciones estúpidas nunca deja de asombrarme.

—Alégrate y perdona el humor negro —replicó su marido—, pero si esto sigue adelante no quedará ninguna especie.