Capítulo 20

Austin salió a la terraza y contempló la resplandeciente cinta que fluía detrás de su casa. La bruma matinal ya se había despejado. El Potomac ofrecía la fragancia del fango calentado por el sol y las flores silvestres. Algunas veces se imaginaba que el río tenía su propia Lorelei, un versión sureña de ojos sensuales de la sirena germánica cuyo canto atraía a los navegantes del Rin hacia su muerte.

En respuesta a su irresistible llamada, sacó su bote de competición «Maas» de siete metros de eslora del cobertizo y lo deslizó por la rampa hasta la orilla. Se sentó en el bote, encajó los pies en los estribos, movió unas cuantas veces el asiento deslizante para calentar los músculos abdominales y ajustó los brazos de las chumaceras para el máximo rendimiento.

Luego entró en la corriente, hundió los remos «Concept 2» en el agua, se inclinó hacia delante y tiró hacia atrás con el peso del cuerpo. Los remos de tres metros de largo hicieron que la embarcación se moviese con la velocidad de una flecha por la superficie del río. Aumentó el ritmo hasta que en el dial de su «StrokeCoach» vio que había alcanzado su habitual nivel de veintiocho remadas por minuto.

Remar era una rutina y su ejercicio favorito. Recalcaba la técnica sobre la fuerza, y la fusión de mente y cuerpo necesaria para que la ligera embarcación se deslizase a máxima velocidad era una manera de aislar el ruido del mundo exterior y enfocar toda su concentración.

Mientras pasaba por delante de las antiguas y majestuosas mansiones, buscó encontrarles algún sentido a los acontecimientos que le daban vueltas en la cabeza como las corrientes del remolino que habían estado a punto de acabar con las vidas de los Trout. Había un hecho que parecía indiscutible. Alguien había encontrado la manera de causar perturbaciones en los océanos. Pero ¿para qué fin? ¿Qué ganancia había en provocar olas gigantes y enormes remolinos capaces de hundir a los barcos? ¿Quién había sido capaz de conseguir semejante poder?

Advirtió un movimiento con el rabillo del ojo, que interrumpió sus pensamientos. Otro bote se acercaba al suyo. Austin embarcó los remos y dejó que la embarcación se detuviese. El otro remero lo imitó. Se miraron el uno al otro. Su compañero no encajaba con el modelo de hombres atléticos con los que a menudo se cruzaba. Para empezar, unas largas trenzas de «rastafari» colgaban por debajo de la gorra de béisbol. Llevaba gafas de sol con los cristales azules.

—Buenos días —le saludó Austin.

El hombre se quitó la gorra con las trenzas y las gafas.

—¡Demonios, esta cosa te da un calor tremendo! —comentó y le sonrió a Austin—. ¿Has participado últimamente en alguna emocionante carrera de kayak?

El sol se reflejó en el estrafalario tatuaje que tenía en la calva sudorosa.

Austin se inclinó sobre los remos.

—Hola, Spider.

—¿Sabe quién soy?

—El disfraz de Bob Marley me engañó por un momento.

Barrett se encogió de hombros.

—Fue lo mejor que pude conseguir. Un tipo los vendía en la tienda de recuerdos junto al lugar donde alquilan los botes. Era esto o Elvis.

—Una buena elección. No me lo imagino cantando Hound Dog —respondió Austin—. ¿A qué viene la necesidad de ir de incógnito?

Barrett señaló el vendaje que llevaba en la cabeza.

—Alguien intenta matarme.

—¿Por qué?

—Es una historia muy larga, Kurt.

Austin decidió hacer un disparo en la oscuridad.

—¿Tiene algo que ver con las transmisiones de ondas electromagnéticas de ultrabaja frecuencia?

Fue obvio, por la expresión de asombro en el rostro de Barrett, que la pregunta había dado en la diana.

—¿Cómo es que sabe eso?

—Es todo lo que sé.

Barrett contempló el río.

—Bonito.

—Eso creo, pero usted no ha venido aquí por el paisaje.

—Tiene razón. He venido porque necesito un amigo.

Austin hizo un amplio gesto con el brazo.

—Aquí está en aguas amigas. De no haber sido por usted y su lancha, me hubiese convertido en un bocado para las orcas asesinas. Vamos a mi casa y hablaremos tranquilos.

—No es una buena idea —replicó Barrett con una mirada furtiva por encima del hombro. Metió la mano en el bolsillo de la camisa y sacó una caja negra del tamaño de un paquete de cigarrillos—. Esto nos dirá si hay algún tipo de vigilancia electrónica en la zona. Vale, ahora está limpia, pero prefiero no correr ningún riesgo. ¿Le importa si remamos? Me estaba divirtiendo.

—Hay un lugar cerca de aquí al que podemos ir —propuso Austin—. Sígame.

Remaron unos doscientos metros y embarrancaron los botes en la orilla. Un espíritu bondadoso había instalado un banco a la sombra de los árboles para beneficio de los remeros. Austin compartió su botella de agua con Barrett.

—Gracias —dijo Spider, después de beber un par de tragos—. Estoy en baja forma.

—No por lo que he visto. Yo iba a un ritmo muy rápido cuando me alcanzó.

—Pertenecía al equipo de remo del MIT. Entrenábamos casi todos los días en el río Charles. De eso hace ya mucho tiempo. —Barrett sonrió al recordarlo.

—¿En qué se licenció en el MIT?

—En física cuántica, y cursé la especialidad de lógica informática.

—Nadie lo diría por la pinta de motero.

Barrett se echó a reír.

—Eso no es más que un disfraz. Siempre he sido un fanático de la informática. Me crié en California. Mis padres eran profesores universitarios. Estudié informática en Caltech, y luego fui al MIT para el doctorado. Allí fue donde conocí a Tris Margrave. Unimos esfuerzos y creamos el software Margrave. Ganamos millones. Nos iba muy bien y disfrutábamos hasta que Tris se lió con «Lucifer».

—¿«Lucifer»? ¿Cómo el diablo?

—«Lucifer» era un periódico anarquista que se publicaba en Kansas a finales del Siglo XIX. El mismo nombre que le daban a las cerillas en aquellos años. También es el nombre de un pequeño grupo de neoanarquistas con el que se ha involucrado Tris. Quieren acabar con los que llaman las «élites», las personas no elegidas que controlan la mayor parte de la riqueza y el poder en el mundo.

—¿Dónde encaja usted?

—Soy un miembro de «Lucifer». Mejor dicho, era.

Austin miró el tatuaje de Barrett.

—No me parece una persona convencional, Spider, pero ¿usted y su socio no tienen una parte muy considerable de la riqueza mundial?

Absolutamente. Por eso somos quienes tienen que llevar adelante la lucha. Tris dice que los hombres de dinero y educación, aquellos que más tienen que perder, iniciaron la revolución norteamericana. Hancock, Washington y Jefferson no eran precisamente unos pobretones.

—¿Cuál es el papel de Margrave en «Lucifer»?

—Tris se proclama como la fuerza impulsora de «Lucifer». A los anarquistas no les gusta seguir a un líder. Es un grupo más o menos disperso de un centenar de personas afiliadas con algunos de los grupos neoanarquistas más activos. Un par de docenas de los tipos más violentos se autodenominan la legión de «Lucifer». Yo estaba más metido en la parte técnica que política del proyecto.

—¿Qué motiva tanto a Margrave?

—Tris es brillante e implacable. Se siente culpable porque su familia hizo su fortuna con el tráfico de esclavos y el contrabando de licores. Me metió en el plan de «Lucifer».

—¿Qué es?

—Íbamos a causar disturbios en el imperio de las élites, para que se plegasen a nuestros deseos y cedieran parte de su poder.

—No está nada mal.

—Dígamelo a mí. Les ofrecimos una muestra de lo que sucedería hace un par de semanas en Nueva York. Paralizamos la ciudad durante un par de horas cuando se celebraba la gran conferencia económica, con la idea de obligarlos a negociar, pero fue como si un mosquito hubiese picado a un elefante.

—Me enteré de lo del apagón. ¿Ustedes fueron los responsables?

—Fue solo un ejemplo —manifestó Barrett—, para demostrarles que podíamos crear un caos. Nuestro plan a largo plazo es causar una perturbación masiva en las comunicaciones y el comercio por todo el mundo.

—¿Cómo pretenden conseguir algo así?

—Con la aplicación de unos principios científicos que permitirían entorpecer temporalmente los sistemas de comunicación y transporte, y provocar un caos económico generalizado.

—Los teoremas de Kovacs.

Barrett miró a Austin como si a este le hubiese crecido una segunda cabeza.

—Veo que ha estado haciendo sus deberes. ¿Qué sabe de los teoremas?

—Poca cosa. Sé que Kovacs era un genio que dio con la manera de utilizar las transmisiones electromagnéticas de ultrabaja frecuencia para alterar el orden natural de las cosas. Le preocupaba que en malas manos, sus teoremas se pudiesen utilizar para alterar el clima, provocar terremotos y cosas por el estilo. Por lo que me ha dicho de sus compañeros de «Lucifer», sus miedos parecen haberse convertido en realidad.

Barrett torció el gesto ante la mención de «camaradas», pero asintió.

—Eso es más o menos correcto, pero se queda corto.

—¿Hasta dónde me he quedado corto?

—Intentábamos provocar una inversión polar.

—¿Cambiar los polos norte y sur?

—Los polos magnéticos. Queríamos inutilizar los satélites de comunicaciones. Interrumpir el comercio y darle un buen susto a las élites. Tampoco nada del otro mundo.

La expresión de Austin se volvió severa.

—¿Desde cuándo las olas gigantes, los remolinos que engullen barcos y las pérdidas de naves y vidas humanas no son nada del otro mundo?

Barrett pareció encerrarse en sí mismo. Austin creyó por un momento que su brusco comentario podría haber cerrado el diálogo. Pero entonces Spider asintió.

—Tiene razón, por supuesto. No pensamos en las consecuencias, solo en los medios.

—¿Cuáles eran los medios?

—Construimos una flota de cuatro barcos, cada uno equipado con un artefacto según los modelos propuestos por los teoremas de Kovacs. Concentramos los rayos en un ángulo oblicuo en un punto vulnerable del fondo marino. La potencia eléctrica de los generadores a bordo bastaban para iluminar una ciudad pequeña, pero no eran nada comparado con la gran masa de la tierra. Allí era donde entraban los teoremas. Kovacs dijo que a la frecuencia adecuada, las transmisiones serían amplificadas por la propia masa que intentaban penetrar, de la misma manera que una tuba amplifica el sonido del aire que se sopla en la boquilla.

—Vi el remolino gigante que creó. Aquello fue algo más que el aire soplado en una boquilla.

—¡Un remolino!

Austin le hizo un breve resumen del remolino y el desastre que había estado a punto de causar.

Barren soltó un silbido de asombro.

—Estaba enterado de las olas gigantes que creamos en uno de nuestros experimentos de campo. Hundió un barco mercante y a una de nuestras embarcaciones transmisoras.

—Algunas veces el mar devuelve lo que se lleva. El remolino reflotó al barco transmisor. Conseguí subir a bordo antes de que volviera a hundirse.

Barrett se quedó atónito ante la revelación.

—¿Qué está pasando, Spider?

La pregunta sacó a Barrett de su pasmo.

—No consideramos las violentas perturbaciones oceánicas que serían provocadas por las anomalías en el campo electromagnético terrestre. Por lo que me dice, las perturbaciones continuaron incluso después de haber cesado las transmisiones y la marcha de los barcos. El magma debajo de la corteza terrestre debió de continuar moviéndose después del estímulo inicial. Es algo así como las ondulaciones secundarias que se producen en un lago cuando arrojas un piedra al agua. Esa es la parte peligrosa de los teoremas. Lo que preocupó a Kovacs. Lo imprevisible de todo el proceso.

—¿Qué estaba haciendo el día que lo vi en Puget Sound?

—Tras el hundimiento del Southern Belle volví a mi tablero de dibujo. Realizaba un ensayo, con una versión a escala del transmisor.

—¿Fue eso lo que volvió locas a las orcas?

Spider asintió.

—¿Cuál fue el problema?

—Las ondas se dispersaban por todas partes. Habíamos hecho un cálculo, pero incluso un fallo de un nanosegundo puede hacer que las transmisiones se descontrolen.

—¿Así que Kovacs estaba en un error?

Barrett abrió los brazos como si se rindiese.

—Publicó la teoría general como una advertencia al mundo, pero se calló la información que la haría funcionar. Mire, es como una bomba atómica. Puede encontrar los planos para fabricar una en Internet, e incluso puede comprar los materiales para fabricarla. Pero a menos que tenga un conocimiento específico de cómo funcionan las cosas, fracasará, y lo mejor que consigue es una bomba atómica sucia. Eso es lo que tenemos aquí; una fuerza electromagnética equivalente a un bomba sucia.

—La pérdida de su barco debió detener el proyecto.

—Solo lo demoró. Tenemos un barco en reserva. Ahora mismo navega para una prueba mucho mayor.

—¿Dónde será?

—Tris nunca me lo dijo. Hay varias posibles localizaciones. Él es quien hace la elección final.

—¿Cómo se metió en esta locura?

—De la forma más tonta. Yo fui quien le habló a Tris de los teoremas de Kovacs. Se me ocurrió que allí podría haber algo útil para nuestra compañía, pero él lo vio como una manera de impulsar la causa anarquista. Me pidió que desarrollase un sistema que pudiese provocar un cambio magnético temporal. Lo consideré como un desafío técnico. Tomé el trabajo de Kovacs como base, y fui rellenando los huecos.

—Hábleme del atentado contra su vida.

Barrett se tocó un lado de la cabeza con mucha suavidad.

—Fui a visitar a Tris en su isla en Maine. Mickey Doyle, que pilota el avión privado de Tris, intentó matarme. Simuló una avería en el motor y se posó en un lago. La bala me rozó la cabeza y perdí mucha sangre. Me rescataron una pareja de pescadores de Boston. Uno de ellos resultó ser médico. Les di un nombre falso, y me largué a la primera oportunidad. Por eso voy de «Rasta». No quiero que nadie se entere de que sigo vivo porque sí que me matarán.

—¿Doyle actuó por orden de Margrave?

—No creo que Tris esté detrás. Reconozco que está muy cabreado conmigo, y que se ha vuelto un megalómano. Ha contratado a su propio ejército, tipos que según él solo cumplen tareas de seguridad. Pero cuando le dije a Tris que abandonaba el proyecto después del hundimiento del Southern Belle y que las orcas se volviesen locas, me prometió que suspendería el proyecto hasta que yo pudiese estudiar unos nuevos documentos que había encontrado. Antes de dispararme, le pregunté a Mickey si era cosa de Tris. Me respondió que trabajaba para otro. No creo que me mintiera.

—Eso plantea una pregunta. ¿Quién querría que lo eliminasen?

—Mickey intentó advertirme de que no debía hacer público lo ocurrido. Cuando me negué, me disparó. La persona para quien trabajaba no quiere ninguna demora en el proyecto.

—¿No se detendría de todas maneras si usted muere?

—Ya no —manifestó Barrett, con una sonrisa triste—. De la manera que monté las cosas, Tris puede dirigir los barcos y descargar su poder con un mínimo de personal y equipo.

—¿Quién más tiene interés en ver que el proyecto tenga éxito?

—Solo sé de otra persona que está metida en esto. Jordán Gant. Dirige Global Interest Network, la GIN. Es una fundación en Washington que aboga por muchas de las mismas causas que «Lucifer». El abuso del poder corporativo. Las políticas tarifarias que perjudican al medio ambiente. Ventas de armas a los países en vías de desarrollo. Tris dice que la fundación de Gant es como el Sinn Fein, el brazo político del partido irlandés republicano. Pueden mantener las manos más o menos limpias, mientras que el IRA es la organización secreta que emplea la fuerza.

—En ese caso, una amenaza al proyecto de Tris sería también una amenaza para las metas de Gant.

—Eso parece la conclusión lógica.

—¿Cuáles son los antecedentes de Gant?

—Es un apóstata del mundo empresarial. Trabajaba para algunos de los mismos grupos contra los que luchamos hasta que vio la luz. Es el típico hombre público. Sabe hablar. Tiene mucho encanto empalagoso. No me lo imagino detrás de complot de asesinato, pero nunca se sabe.

—Es una pista que vale la pena seguir. Dijo que Margrave le dio unos documentos que podrían hacerle cambiar de opinión.

—Afirmó que Kovacs había encontrado la manera de detener una inversión polar incluso después de haber comenzado. Yo le respondí que no abandonaría el proyecto si él disponía de un sistema de control.

—¿Por dónde comenzaría para encontrar algo así?

—Hay pruebas de que Kovacs sobrevivió a la guerra, y que se trasladó a Estados Unidos, donde volvió a casarse. Creo que su nieta sabe cuál es la manera de detener la inversión polar. Se llama Karla Janos.

—¿Gant lo sabe?

—Lo sabría si estamos en lo cierto en cuanto a Doyle.

Austin consideró las implicaciones de la respuesta.

—La señorita Janos podría llevar una diana pintada en la espalda. Tendría que saber que puede ser un objetivo. ¿Sabe dónde vive?

—En Alaska. Trabajaba para la Universidad de Alaska en Fairbanks. Pero Tris dijo que ahora formaba parte de una expedición en Siberia. Puede que pase frío, pero allí estará segura.

—Por lo que usted me dijo, Margrave y Gant tienen los brazos muy largos.

—Tiene razón. ¿Qué podemos hacer?

—Tenemos que avisarle. Lo más seguro para usted es que continúe «muerto». ¿Tiene algún lugar donde alojarse? ¿Algún lugar que Margrave o Gant no conozcan?

—Tengo mi saco de dormir en la Harley y todo el dinero que necesito, así que no tengo que usar las tarjetas de crédito que se pueden rastrear. Las llamadas del móvil pasan primero por media docena de estaciones remotas, así que son prácticamente imposibles de localizar. —Sacó la pequeña caja negra del bolsillo—. La monté para divertirme. Puedo mandar llamadas telefónicas desde la luna si me da la gana.

—Le aconsejo que se mantenga en movimiento. Llámeme mañana a esta hora y para entonces ya tendremos preparado un plan.

Se dieron la mano y volvieron a los botes. Austin le dirigió un saludo de despedida, y emprendió el viaje de regreso a su casa. Barrett volvió a la tienda de alquiler de embarcaciones casi un kilómetro río arriba. Austin guardó el bote en el cobertizo. En los pocos segundos que tardó en subir las escaleras hasta la sala, ya tenía un plan.