Capítulo 17

El barco de la NOAA Benjamín Franklin se arrastraba como un marinero que acaba de participar en una pelea de taberna. La experiencia con el remolino había significado un duro castigo para los motores, y ahora los hacían funcionar al mínimo para que no acabaran de romperse. El Throckmorton lo escoltaba a menos de una milla para acudir rápidamente en su auxilio si era necesario.

Mientras los dos buques navegaban lentamente hacia Norfolk, un helicóptero color turquesa con el nombre NUMA bien visible en el fuselaje apareció por el oeste. Se situó en la vertical del Benjamín Franklin como si fuese un colibrí antes de posarse en la cubierta. Bajaron cuatro personas cargadas con suministros médicos y equipos.

Los tripulantes les indicaron cómo llegar a la enfermería. Ninguna de las heridas sufridas por los marineros cuando el barco se había puesto casi en posición vertical en el remolino eran graves. El capitán había solicitado el envío de un equipo para ayudar al enfermero de a bordo, que se había visto abrumado por el número de pacientes con contusiones y heridas menores.

Acabado el repostaje, y después de cargar a los dos tripulantes que tenían un brazo fracturado, Austin le agradeció al capitán su hospitalidad. Luego él, junto con los Trout, Zavala y el profesor Adler, subieron al helicóptero. Unos pocos minutos más tarde ya estaban en el aire.

El helicóptero aterrizó en el National Airport menos de dos horas más tarde. Los heridos fueron llevados a las ambulancias que los esperaban. Los Trout cogieron un taxi para ir a su casa en Georgetown, y se llevaron con ellos al profesor Adler como invitado, y Zavala llevó a Austin a su casa en el río Potomac en Fairfax, Virginia, a poco más de un kilómetro del cuartel general de la Agencia Central de Inteligencia en Langley. Todos habían acordado reunirse a la mañana siguiente a las ocho, después de disfrutar de una buena noche de descanso.

Austin vivía en una casa flotante de estilo Victoriano reconvertida que daba al río. La había comprado cuando trabajaba para la CÍA. El techo mansarda era parte de una vieja finca, que los anteriores propietarios habían dejado que se arruinase. Se había convertido en una residencia con vistas al río para innumerables familias de ratones para el momento en que Austin emprendió las obras de reformas y devolvió a la fachada el esplendor original. En la parte inferior de la casa guardaba su bote de competición y un pequeño hidroplano.

Dejó la maleta en el vestíbulo y entró en la amplia sala de estar. La decoración y el mobiliario combinaban lo antiguo con lo nuevo. Los muebles coloniales de madera oscura, todos originales, contrastaban con las paredes encaladas donde colgaban cuadros de arte moderno y clásico junto con cartas náuticas. En las librerías de suelo a techo estaban los volúmenes encuadernados en cuero de las aventuras marinas de Conrad y Melville y las obras de los grandes filósofos que eran su estudio favorito. Había vitrinas con pistolas de duelo que coleccionaba. Su extensa colección de música, con una clara preferencia por el jazz progresivo, reflejaba la serenidad de nervios de acero, su energía y empuje, y su talento para la improvisación.

Puso en marcha el contestador automático para escuchar los mensajes. Había multitud de llamadas, pero ninguna que no pudiese esperar. Encendió el estéreo, y la música del trío de Oscar Peterson llenó la habitación. Se sirvió una copa de su mejor tequila añejo, abrió la puerta corredera de cristal y salió a la terraza acompañado por el agradable tintineo de los cubitos de hielo en la copa. Escuchó el suave chapoteo del agua, y llenó los pulmones con el aire del río cargado con el perfume de las flores tan absolutamente diferente del olor salobre del océano donde pasaba la mayor parte de sus días de trabajo.

Después de unos minutos, volvió al interior, cogió uno de los libros de los antiguos filósofos griegos y buscó la Alegoría de la Caverna de Platón. En la parábola de Platón, los prisioneros encadenados en una caverna solo ven las sombras proyectadas por los títeres en una pared y escuchan a los titiriteros que se mueven a sus espaldas. Solo con esta pobre información, los prisioneros deben decidir qué es sombra y qué realidad. De la misma manera, el cerebro de Austin repasaba todos los extraños conocimientos de los últimos días, en un intento por poner un poco de orden en el caos mental. Una y otra vez volvía a lo único concreto: el misterioso barco.

Se acercó al escritorio de cortina y encendió el ordenador portátil. Escribió la dirección de la página web que le había dado el profesor Adler, y buscó la imagen transmitida por el satélite de la zona de la ola gigante. La imagen mostraba una tranquilidad absoluta. Buscó las imágenes de archivos correspondientes a la fecha del hundimiento del Southern Belle. Las dos olas gigantes que habían sorprendido a Adler se veían con toda claridad en la fecha de la desaparición del barco. El gigantesco portacontenedores aparecía como un pequeño destello que estaba en un momento, y desaparecía en el siguiente.

Abrió la imagen para abarcar una extensión mayor y vio algo que no había observado antes. Había cuatro barcos agrupados en la zona del hundimiento. Uno en cada punto cardinal, y equidistantes el uno del otro. Estudió la imagen durante unos momentos, y luego retrocedió unos días. No aparecía ningún barco. Adelantó a solo un poco después del naufragio. Solo había tres barcos. Cuando pasó al día siguiente del hundimiento del Belle, no había ningún destello.

Era como uno de los prisioneros de la caverna de Platón, que intentaba separar la realidad de la apariencia, pero él tenía una ventaja que ellos no habían tenido. Podía pedir ayuda. Cogió el grueso listín de la NUMA que estaba junto al teléfono y marcó un número. Atendió un hombre.

—Hola, Alan. Soy Kurt Austin. Acabo de regresar de un viaje. Espero no haberte despertado.

—En absoluto, Kurt. Me alegra escucharte. ¿Qué puedo hacer por ti?

—¿Puedes venir a una reunión mañana por la mañana en mi casa alrededor de las ocho? Es muy importante.

—Por supuesto. —Hubo una pausa—. ¿Sabes lo que hago?

Alan Hibbet era uno de las docenas de científicos de la NUMA que trabajaban anónimamente en la gran organización oceanográfica, que se dedicaban a investigaciones de vital importancia en los temas más exóticos sin la menor fanfarria. Unos pocos meses antes, Austin había escuchado a Hibbet hablar en un simposio de la NUMA sobre las comunicaciones en el mar y el control del medio ambiente. Se había notado muy impresionado por los conocimientos del científico.

—Sé muy bien lo que haces. Eres un especialista en las aplicaciones del electromagnetismo en las antenas. Tú eres el responsable del diseño de los ojos y oídos electrónicos que la NUMA utiliza para el sondeo de las profundidades y el mantenimiento de las comunicaciones entre sus operaciones de largo alcance. Leí tu trabajo sobre los patrones de radiación producidos por las antenas de superficie reducida.

—¿Lo leíste? Me siento halagado. No soy más que un científico. Siempre he tenido al Equipo de Misiones Especiales como los grandes aventureros. Austin y su equipo eran personajes de leyenda dentro de la NUMA, y Hibbet no salía de su asombro al escuchar que pedían su ayuda.

Austin se echó a reír. Todavía le dolían los músculos del rescate de Paul Trout, y estaba muy cansado.

—Creo que en estos momentos somos aventureros de despacho. Necesitamos de sus conocimientos.

—Puedes contar con toda mi ayuda —afirmó Hibbet.

Austin le explicó cómo llegar a su casa, y repitió su interés en verlo. Tomó unas cuantas notas en un bloc ahora que tenía los pensamientos frescos. Después se preparó una cafetera con café de Kenia, puso el selector en automático y subió la escalera para ir a su dormitorio en la torre. Se quitó la ropa, se metió entre las sábanas y se quedó profundamente dormido. Le pareció que solo habían pasado unos minutos cuando lo despertaron los rayos de sol que entraban por la ventana.

Se duchó, afeitó, y se vistió con una camiseta y un pantalón. En la cocina se preparó un revuelto de huevos y jamón de Virginia, y desayunó en la terraza. Acababa de recoger la j mesa cuando Zavala llamó a la puerta. Los Trout aparecieron unos pocos minutos después con el profesor Adler, en el mis momento en que llegaba Al Hibbet. El científico era un hombre alto y delgado, de cabellos blancos. Parecía muy tímido, y su tez era blanca como el mármol, ambas cosas consecuencia de pasar la mayor parte de sus días en un laboratorio lejos del contacto humano y la luz del sol.

Austin repartió tazones de café y los llevó a sentarse a una mesa de teca redonda en la terraza. Podría haber convocado la reunión en su oficina en la torre de cristal verde en Arlington que era el cuartel general de la NUMA. Pero no estaba preparado para responder preguntas o compartir sus sentimientos con nadie fuera de su círculo íntimo hasta no disponer de más hechos. Acercó una silla y miró con añoranza el río adonde todas las mañanas salía a remar, y después miró a los reunidos y les agradeció su presencia. Se sentía como Van Helsing que dirigía una sesión de estrategia para luchar contra Drácula y tuvo que contenerse para no preguntar si alguien había traído los ajos. En cambio, fue directamente al grano.

—Algo muy extraño ha estado ocurriendo en el Atlántico y el Pacífico. Algo bate el mar como huevos en un bol. Estas perturbaciones han hundido un barco, y posiblemente dos, que sepamos, casi hundieron otro, y le han pegado un susto de muerte a algunas de las personas reunidas alrededor de esta mesa, incluido un servidor. —Se volvió hacia Adler—. Profesor, sería tan amable de describir el fenómeno que presenciamos, y explicarnos algunas de sus teorías.

—Será un placer. —Adler recapituló la desaparición del «insumergible» Southern Belle y el posterior éxito al encontrar el pecio.

Mencionó las imágenes de los satélites que confirmaban la existencia de las olas gigantes en las proximidades de la nave. Por último, y con un poco menos de entusiasmo, habló de su teoría de que las perturbaciones quizá no fuesen de origen natural. Mientras explicaba sus pensamientos, miraba uno a uno los rostros de los demás, como si buscase alguna sombra de duda. Para su tranquilidad, solo vio atención e interés.

—Normalmente, podríamos atribuir toda esta extraña actividad oceánica a algún pasatiempo del rey Neptuno, si no fuese por un par de cosas. Las imágenes del satélite sugieren que otras zonas de los océanos han mostrado perturbaciones similares, y que existe una simetría anormal en ellas. —Utilizó el ordenador de Austin para mostrarles las imágenes de las concentraciones de olas gigantes.

Austin le pidió a continuación a los Trout que describiesen sus experiencias en el remolino. Una vez más, reinó un profundo silencio mientras Paul y Gamay se turnaban en el relato de verse arrastrados al interior del vórtice y el rescate en el último segundo.

—¿Dices que había una gran actividad eléctrica cuando aparecieron las primeras señales del remolino? —preguntó Hibbet. Gamay y Paul asintieron, y el científico se limitó a añadir un lacónico—: Ah.

Zavala recogió el hilo de la historia, y habló de la visita al barco reflotado milagrosamente. Hibbet se mostró muy interesado en la descripción de los generadores y las conexiones eléctricas en la cubierta.

—Me hubiese gustado estar allí para verlo —comentó.

—Puedo complacerlo en parte —dijo Zavala.

Tecleó en el ordenador, y casi en el acto apareció en pantalla la primera de las imágenes del barco misterioso que había tomado con su cámara digital.

—Es bastante obvio que se suministra una enorme potencia eléctrica en un punto focal. —Señaló el objeto con forma de cono—. Resulta difícil saber qué es este aparato en su estado actual.

—Joe lo describió como una bujía de encendido gigante —dijo Austin.

Hibbet se rascó la cabeza.

—No lo creo. Se parece más a una bobina enorme. Muchos de los circuitos que forman parte de esto no se ven. ¿Dónde está ahora el barco?

—De nuevo en el fondo del mar —respondió Zavala.

La reacción de Hibbet no fue la que Austin esperaba. Había excitación en sus ojos grises mientras se frotaba las manos.

Esto es mucho más divertido que pasarse todo el día entre antenas. —Repasó las imágenes en la pantalla, y miró a los demás—. ¿Hay alguno de vosotros que conozca los trabajos de Nicolás Tesla?

—Yo soy el único que lee habitualmente el Popular Science —dijo Zavala—. Tesla descubrió las corrientes de alta frecuencia y alta tensión.

—Era un ingeniero eléctrico serbio-norteamericano. Descubrió que se podía rotar un campo magnético si se colocaban dos bobinas en ángulo recto y se enviaba una corriente alterna desfasada.

—Me pregunto si lo podría traducir al inglés —dijo Adler cortésmente.

—Se lo explicaré en un contexto histórico —respondió Hibbet, que se rió del comentario—. Tesla vino a Estados Unidos y trabajó primero para Thomas Edison. Acabaron convertidos en rivales. Edison era partidario de la corriente continua, y la puja fue feroz. Tesla sacó ventaja cuando le encargaron el diseño de los generadores de corriente alterna en las cataratas del Niágara. Vendió las patentes de su motor de inducción a George Westinghouse, que sigue siendo la base de muchos de los aparatos que usamos en la actualidad. Edison se tuvo que conformar con la bombilla eléctrica y el fonógrafo.

—Si no recuerdo mal, Tesla presentó muchas patentes de invenciones a cuál más insólita —señaló Zavala.

—Efectivamente. Era un genio excéntrico. Presentó una patente para un aparato aéreo sin piloto y propulsado por energía eléctrica que podía volar a veintiocho mil kilómetros por hora y ser utilizado como un arma. Se inventó algo llamado «telefuerza», que era un rayo de la muerte que podía fundir los motores de los aviones a una distancia de cuatrocientos kilómetros. También realizó muchos estudios sobre la transmisión de electricidad sin cables. Se sentía fascinado por la posibilidad de concentrar la fuerza eléctrica y amplificar sus efectos. Incluso llegó a afirmar que una vez había provocado un terremoto desde su laboratorio.

—Es probable que Tesla sencillamente se adelantase a su tiempo, al hablar de misiles balísticos y rayos láser —manifestó Austin.

—Los conceptos eran sólidos. Pero la ejecución nunca cumplió con las expectativas. En los últimos años se ha convertido en algo así como una figura de culto. Aquellos que viven imaginando conspiraciones sospechan que varios gobiernos, incluido el nuestro, han estado experimentando con los aspectos más destructivos del trabajo de Tesla.

—¿Cuál es tu opinión? —quiso saber Austin.

—Los partidarios de la conspiración van muy errados. Tesla atrajo mucha atención porque era una figura extravagante. Los trabajos de Lazlo Kovacs, a mi juicio, tienen mucho más potencial destructivo. Lo mismo que Kovacs, era un ingeniero eléctrico brillante. Era de Budapest, donde Tesla trabajó a finales del Siglo XIX, y continuó con sus trabajos en la década de los años treinta, sobre todo en la transmisión electromagnética de ultra baja frecuencia. Se interesó por la posibilidad de un uso bélico del electromagnetismo. Dijo que ciertas transmisiones se podían utilizar para perturbaciones atmosféricas, y provocar tormentas, y también terremotos. Llevó los trabajos de Tesla a otro nivel.

—¿De qué manera?

—Kovacs llegó a desarrollar una serie de frecuencias que permitían dirigir la resonancia electromagnética y amplificarla en la materia a su alrededor. Se los llamó los teoremas de Kovacs. Publicó el resultado de sus estudios en una revista científica, pero se negó a dar a conocer la serie completa que permitiría la construcción del artefacto que describía. Muchos científicos no se mostraron de acuerdo con sus hallazgos sin tener una demostración efectiva.

—Es una suerte que nadie le creyese —manifestó el profesor Adler—. El mundo ya tiene bastantes problemas para controlar los arsenales bélicos que ya tenemos.

—Algunos le creyeron. Los nazis estaban muy abiertos a las ideas místicas, el ocultismo y la seudociencia. Aquellas historias de los arqueólogos nazis que buscaban el Santo Grial son ciertas. Buscaron a Kovacs y lo secuestraron a él y su familia. Cuando acabó la guerra, se descubrió que lo habían puesto a trabajar en un laboratorio secreto en un proyecto para desarrollar una superarma que les permitiría obtener la victoria.

—Perdieron la guerra —dijo Austin—. Tesla no fue el único que tenía un problema de credibilidad. Aparentemente Kovacs también.

Hibbet sacudió la cabeza.

—Es mucho más complicado, Kurt. Los documentos encontrados después de la contienda indican que estaba a punto de convertir la idea de la guerra electromagnética en una realidad. Afortunadamente, nunca ocurrió.

—¿Por qué no?

—Los rusos se apoderaron del laboratorio en Prusia oriental, donde se decía que había trabajado. Pero Kovacs ya había desaparecido. Después de la guerra, los soviéticos continuaron con las investigaciones basadas en los teoremas. Nuestro gobierno estaba al corriente, y le hubiese encantado hablar con Kovacs. La importancia de la radiación electromagnética no se les pasó por alto a nuestros militares. Años atrás se celebró una gran conferencia en el laboratorio de Los Álamos sobre la aplicación de sus trabajos al desarrollo de armas que utilizasen dicho tecnología.

—¿En el mismo lugar del Proyecto Manhattan? Tiene su lógica —comentó Austin.

—En más de un sentido. La manipulación de los rayos electromagnéticos podía ser más destructiva a su manera que un artefacto nuclear. Los militares se tomaron a Kovacs muy en serio. Se ensayaron armas de pulsación electromagnética en la primera guerra del Golfo. Algunas personas afirman que dichos experimentos y otros similares realizados por los rusos causaron terremotos, erupciones volcánicas y perturbaciones climáticas. Por eso me interesaban tanto los brillantes destellos de luz en el cielo.

—¿Qué tienen de importante los destellos? —preguntó Kurt.

—Muchos de los casos citados por los testigos de los experimentos soviéticos y norteamericanos dijeron que habían visto una aurora boreal, o grandes estallidos de luz causados por las transmisiones electromagnéticas.

—Díganos algo más de esos experimentos —le pidió Austin.

—Hay una gran controversia por un proyecto llamado HAARP, que corresponde a las siglas de High Frecuency Active Aural Research Program, que se realiza en este país. La idea es disparar un rayo electromagnético a la ionosfera. Se lo presenta como un programa científico destinado a mejorar las comunicaciones en todo el mundo. Algunos creen que se trata de un proyecto sobre todo militar que abarcaría muchas metas; desde el sistema de defensa «Guerra de las Galaxias» al control mental. No sé qué creer, pero el proyecto tiene sus raíces en los teoremas de Kovacs.

—¿Mencionó algo llamado la bobina de Tesla? —preguntó Austin—. ¿A qué se refería?

—Era un sencillo modelo de transformador de resonancia hecho con dos bobinas. Los impulsos de energía son transferidos de una a otra para crear una descarga similar a un relámpago. Probablemente lo hayan visto en las películas, donde siempre aparecen como un elemento básico en el laboratorio del científico local.

Gamay había seguido la conversación con profundo interés.

—Hemos hablado de la transmisión de estas ondas en el suelo o en la atmósfera —dijo—. ¿Qué pasaría si las dirigiesen al fondo del mar?

Hibbet levantó la manos.

—No tengo idea. La geología oceánica no es mi campo.

—Pero es el mío —intervino Paul—. Le haré una pregunta, Al. ¿Las ondas electromagnéticas amplificadas podrían penetrar profundamente en la corteza terrestre?

—Sin ninguna duda.

—En ese caso, es posible que la transmisión pudiese causar algún tipo de anomalía en la corteza terrestre aproximadamente de la misma manera que el programa HAARP provocaría perturbaciones en la atmósfera.

—¿Qué clase de anomalías? —preguntó Adler.

—Olas gigantes y remolinos.

—¿Podrían causar perturbaciones en el mar? —quiso saber Austin.

Hibbet se pellizcó la barbilla mientras pensaba la respuesta.

—La capa de magma debajo de la corteza es la que crea el campo magnético que rodea la tierra. Cualquier alteración del campo tiene el potencial para crear toda clase de perturbaciones.

El profesor Adler golpeó la mesa con el puño.

—¡Sabía que estaba en lo cierto! Alguien ha estado trasteando con mi océano.

—Aquí hablábamos de vastas distancias y miles de kilómetros cuadrados de corteza terrestre —precisó Trout, que aplacó momentáneamente la exuberancia de Adler—. Me parece que esta discusión vuelve a la bujía de encendido gigante de Joe, o la bobina de Al. Incluso si el artefacto pudiese transmitir un poder enorme, sería ridículamente pequeño comparado con la masa terráquea.

Austin interrumpió el silencio que siguió a la valoración de Trout.

—¿Qué pasaría si hubiese más de un artefacto?

Empujó el ordenador hacia el centro de la mesa y lo giró lentamente para que todos pudiesen ver los ecos que rodeaban las áreas donde se producían perturbaciones. Trout captó el significado en el acto.

—Cuatro barcos, y cada uno concentrando el poder en una zona pequeña. Podría funcionar.

—Te mostraré otra cosa que es interesante. —Recuperó la imagen tomada poco después de haberse hundido el Belle.

—Yo diría que uno de estos barcos se convirtió en víctima de la perturbación marina que creó.

Se oyó un murmullo de asentimiento.

—Eso podría explicar el cómo —admitió Zavala—. Pero ¿entiendo el por qué?

—Antes de responder a la pregunta —dijo Austin—, quizá deberíamos concentrarnos en quién. Este no es el caso de alguien que hace olas en la bañera. Personas absolutamente desconocidas se han ocupado de invertir tiempo y dinero para causar perturbaciones en el mar. Han matado a las tripulaciones de dos barcos, que nosotros sepamos, y han causado pérdidas por millones de dólares, en la búsqueda de una meta sin nombre. —Miró a los reunidos—. ¿Estamos todos preparados para ponernos a la tarea?

Hibbet comenzó a levantarse.

—Espero que te levantes para ir a buscar más café —comentó Austin, con una sonrisa.

El científico lo miró, avergonzado.

—No, la verdad es que me disponía a ir a mi laboratorio en la NUMA. Me pareció que ya teníais todo lo que necesitabais de mí.

—Joe, explícale a Al nuestra regla del Hotel California.

—Será un placer. Es como la vieja canción de los Eagles, Al. Una vez que has sido reclutado por el Equipo de Misiones Especial, puedes pedir licencias pero no te puedes marchar nunca más.

—Necesitamos de tus conocimientos de electromagnetismo —añadió Austin—. Sería de gran ayuda si tú ves desde el punto de vista técnico si hay alguna base real para estos artefactos. ¿Dónde podemos averiguar más de los teoremas de Kovacs?

—Mi mejor consejo es ir directamente a la fuente. Las investigaciones en este país se hicieron en Los Álamos. Allí hay incluso una Sociedad Kovacs que es depositaría de sus trabajos y documentos. Yo los llamo de cuando en cuando para alguna consulta.

Austin se volvió hacia Adler.

—¿Podría trabajar con Al y elaborar un documento? Joe, construir una flota de centrales generadoras de electricidad es un tarea de gran envergadura. Lo más probable es que los generadores los construyan empresas comerciales.

—Veré si puedo encontrar un punto de origen —respondió Zavala.

—Nosotros podríamos estar en Nuevo México esta tarde y regresar mañana —ofreció Gamay.

—Averigua hasta dónde llegaron con los experimentos y si todavía continúan. Buscaremos todo lo que se haya publicado alguna vez de Kovacs. Quizá encontremos una pepita que nos recompense por el esfuerzo.

Les agradeció a todos su presencia, y propuso que podrían reunirse al día siguiente a la misma hora. Zavala y él se encontrarían dentro de unas pocas horas en el cuartel general de la NUMA. Al entrar en la casa, pasó por delante de una de las estanterías y vio el libro de Platón.

Sombras y ecos. Ecos y sombras.

Se preguntó qué hubiese dicho Platón de ese nuevo enigma.