Capítulo 15

Austin se apoyó en la borda del Throckmorton y miró a través de los prismáticos el barco que había surgido súbitamente de las profundidades. La embarcación se escoraba como un borracho, y flotaba tan bajo que las olas que no llegaban al metro de altura barrían la cubierta. Por algún milagro, se empecinaba en no regresar a su tumba marina.

Como experto en salvamento, Austin había rescatado objetos de toda clase y tamaño del fondo del mar, que iban desde bombas atómicas a submarinos. Las leyes de la física indicaban que la embarcación no podía flotar. Al mismo tiempo, tenía claro que en el mar podían ocurrir las cosas más inverosímiles. No era un hombre supersticioso, pero sus años de navegación por todos los mares del mundo habían hecho que lo extraño fuese algo común. No se diferenciaba de los otros marineros que otorgaban a los barcos cualidades humanas. Aquella nave estaba decidida a contar su historia, y Austin estaba muy dispuesto a escucharla.

—¿Qué lo mantiene a flote? —preguntó Zavala.

—No sé qué lo mantiene arriba o por qué apareció en la superficie —respondió Austin—. Es posible que estuviese enganchado en el fondo o sujetado por el peso de la carga. Quizá el remolino lo libró de la atadura, y subió a la superficie como un corcho. —Vio la expresión escéptica de Zavala y añadió—: Vale, no tengo la más minina idea de por qué salió a la superficie o de por qué no se hunde. ¿Quieres que vayamos a echar un vistazo?

Como Austin, Zavala se arrebujaba en la manta que la tripulación les había dado cuando regresaron a bordo después de rescatar a los Trout.

—Esperaba poder sentarme con una botella de tequila reposado, pero si quieres te acompaño al helicóptero en cuanto me cambie de ropa.

Austin se había olvidado de que tenía las ropas empapadas.

—Pensaba ir hasta allí en lancha para que podamos subir a bordo y curiosear un poco.

—Siempre me han gustado las excursiones marítimas. Además, el tequila siempre sabe mejor si lo dejas añejar.

Austin propuso que se encontrasen en la plataforma de la grúa que bajaría la lancha al agua. Fue a su camarote y se quitó las prendas empapadas. Cuando acabó de vestirse y antes de ir a reunirse con Zavala, pasó por la enfermería para ver cómo estaban los Trout. Dormían. El auxiliar médico le comentó que sufrían las consecuencias de la exposición y el agotamiento pero que después de unas cuantas horas de sueño reparador, estarían bien.

Al salir de la enfermería, se encontró con el profesor Adler, que estaba ansioso por hablar con los Trout sobre su experiencia de primera mano en el interior del remolino. El científico se desilusionó al saber que por ahora no podía verlos, pero se dio por satisfecho cuando Austin le propuso que se reuniese con algunos de la tripulación del Benjamín Franklin, que habían sido trasladados a bordo del Throckmorton para ser atendidos de las contusiones. El Franklin había fondeado cerca del Throckmorton para ocuparse de hacer las reparaciones necesarias.

Austin se reunió con Zavala, y unos pocos minutos después navegaban hacia el barco misterioso. Austin dio una amplia vuelta alrededor de la embarcación mientras Zavala la fotografiaba. En la superficie del mar flotaban peces muertos y toda clase de restos. Austin calculó a ojo la eslora de la nave y la comparó con los barcos de la NOAA y la NUMA.

—Tiene unos cien metros de eslora y parece bastante nuevo.

—Tiene el mismo aspecto que tengo yo después de una noche de juerga —comentó Zavala—. Es muy ancho de manga. Debe de tener unas bodegas considerables, pero no veo ninguna grúa. Seguramente se las debió de arrancar el remolino.

—No hay ningún nombre ni registro en el casco.

—Quizá se trate de un barco pirata.

La sugerencia de Zavala no era del todo descabellada. La piratería moderna era un gran problema en todos los mares del mundo. Lo mismo que sus colegas del pasado, los piratas capturaban barcos y los utilizaban para atacar a otras embarcaciones.

—Quizá —dijo Austin, no muy convencido. El barco parecía estar en muy buenas condiciones, si tenía en cuenta que había estado en el fondo del mar—. A primera vista, diría que se hundió hace muy poco. No se ven incrustaciones ni algas, aunque las pudo limpiar la fuerza del remolino. —Redujo la velocidad al mínimo—. Ya hemos visto todo lo posible a nivel del mar. ¿Qué te parece si subimos a bordo?

—El protocolo dice que deberíamos esperar una invitación del capitán.

—Sí, en circunstancias normales. Pero puede que esté atendiendo otros menesteres. Me parece ver que ondea el banderín de que se reciben visitas.

—Tienes mejor vista que yo. Lo único que veo es un cascarón que podría dar una vuelta de campana solo con que una gaviota se pose en la cubierta.

—En ese caso, lo mejor será asegurarnos de llevar puestas nuestras alas acuáticas.

Mientras Zavala se ocupaba de llamar al Throckmorton para avisarles que abordarían la nave y que estuviesen preparados para una emergencia, Austin acercó la zodiac a la banda escorada. Esperó a que llegase una ola, y aceleró. La lancha cabalgó en la cresta y el poder del mar arrastró a la zodiac hasta la cubierta. Zavala se apresuró a amarrarla en un muñón de metal. Agachados como espeleólogos en el interior de una cueva, medio caminaron, medio se arrastraron por la cubierta inclinada. No se veía ningún obstáculo en toda su extensión más allá de una pequeña masa de hierros retorcidos que asomaba más o menos por la mitad.

Continuaron moviéndose por la cubierta. Encontraron cuatro vigas atornilladas que formaban un rectángulo alrededor de una abertura de unos dos metros cuadrados. Se asomaron al hueco. Escucharon el chapoteo del agua contra el metal.

—El pozo llega hasta el fondo —comentó Zavala—. Me pregunto para qué habrá servido.

—Yo diría que lo empleaban para bajar y subir cosas. Las vigas quizá eran el soporte de una grúa o un pescante.

Las vigas estaban ocultas en parte por un enredo de gruesos cables eléctricos que parecían una pila de espaguetis negros. Austin lo observó con atención para buscarle algún sentido. Su mirada se detuvo en un cono de tejido metálico de unos ocho metros de largo. Estaba tumbado de lado, entre los cables y las conducciones eléctricas que desaparecían por unos agujeros en la cubierta.

La visión del cono le trajo unas imágenes a la memoria. Las aletas que hendían el agua. El hombre calvo con el extraño tatuaje en la cabeza que manipulaba una caja negra, y le aseguraba que no pasaría nada. Las orcas que habían interrumpido el ataque con la misma celeridad con la que había comenzado. Sin pensarlo, Austin soltó:

Spider Barrett.

—¿Spider qué? —preguntó Zavala.

Spider Barrett es el tipo que me recogió en su lancha cuando las orcas enloquecieron en Puget Sound. Tenía una versión a escala de aquel cono metálico.

—¿Para qué sirve?

—Tú eres la lumbrera mecánica del equipo. Intenta adivinar.

Zavala se rascó la cabeza.

—Todos los cables terminan en aquel gran cono. Yo diría que estaba colocado en el agujero sujeto a una estructura para poder bajarlo al agua. No se me ocurre para qué podría servir a bordo. Si lo conectas a una fuente de energía, quizá podría servir como una bujía de encendido gigante.

Austin consideró la opinión de Zavala durante unos momentos.

—Abramos una de las escotillas y miremos qué hay abajo.

Una sonrisa burlona apareció en el rostro de Zavala.

—¿Quién en su sano juicio podría resistir la oportunidad de arrastrarse a las tripas de un barco que podría dar una vuelta de campana con un simple estornudo?

—Creía que solo te preocupaban las gaviotas.

—¿Qué me dices de una gaviota resfriada?

—Míralo de esta manera. ¿Dónde prefieres estar, detrás de tu mesa en la NUMA, o en un lugar como este donde tienes una maravillosa vista oceánica?

—Preferiría estar al volante de mi Corvette con la vista de una preciosa rubia.

—Lo aceptaré como un sí. Creo que he visto por dónde bajar.

A pesar de la charla intrascendente, ambos eran muy conscientes del riesgo que representaba ir bajo cubierta. Pero Zavala confiaba ciegamente en el juicio y los instintos de Austin, y lo hubiese seguido hasta más allá de las puertas del infierno sin vacilar. Austin se acercó a una escotilla que había visto.

Hizo girar la manivela, afirmó los pies, y tiró. La tapa giró sobre las bisagras, y un olor apestoso salió por la abertura, tan fuerte que los hizo retroceder. Austin desenganchó la linterna halógena que llevaba en el cinturón y dirigió el rayo al interior. La potente luz alumbró una escalerilla de metal.

Se quitaron los chalecos salvavidas. Solo los incomodarían en el descenso, y no les servirían de nada si el barco daba una vuelta de campana mientras se encontraban bajo cubierta. Austin fue el primero en bajar por la escalerilla, muy inclinada por lo escorado del barco. Bajó unos seis metros antes de pisar la cubierta inferior. Se sujetó a la escalerilla para no rodar por la pendiente.

Zavala bajó rápidamente y miró en derredor.

—Esto es como una de esas casas que hay en los parques de diversiones.

—Pues vamos a divertirnos un rato —dijo Austin.

Se apoyó en el mamparo para caminar por el estrecho pasillo. Después de recorrer unos quince metros, llegaron a otra escalerilla que bajaba. La perspectiva de seguir bajando a las entrañas del barco no era nada agradable, sobre todo cuando notaron que aumentaba la inclinación del suelo. Ambos sabían que si daba la vuelta, estaban perdidos. No tendrían tiempo de salir. Pero Austin estaba decidido a averiguar los secretos de la nave.

—¿Crees que nos sonreirá la fortuna? —preguntó, y el eco se extendió por el pasillo.

—Acabamos de enfrentarnos a un remolino gigante y salimos victoriosos —respondió Zavala, con una sonrisa—. Estoy seguro de que la buena suerte aguantará un poco más.

La escalerilla los llevó a otra cubierta idéntica a la anterior. Al final del pasillo, en lugar de otra escalerilla había una puerta. La abrieron. Al pasar, el olfato les avisó que había un cambio en el entorno. El olor salobre de los pasillos había sido reemplazado por el olor que se nota en una tormenta eléctrica, como si hubiesen entrado en una cabina de radio.

Austin movió el rayo de la linterna. Se encontraban en una pasarela que se abría a una enorme bodega, donde había cuatro gigantescos cilindros dispuestos en hilera.

—Tiene todo el aspecto de la sala de generadores eléctricos de la presa Hoover.

—Aquí hay potencia suficiente como para abastecer a una ciudad pequeña.

—También para que salte la chispa en una bujía de encendido gigante —señaló Austin, al recordar el cono que habían visto en la cubierta.

Apuntó el rayo hacia arriba. Docenas de gruesos cables eléctricos pendían del techo y acababan en los generadores.

Crack.

La cubierta se inclinó un poco más.

—Creo que la gaviota que te preocupaba acaba de posarse.

—Esperemos que no esté resfriada —replicó Zavala.

Austin era intrépido pero no tonto. Volvieron sobre sus pasos, subieron las escalerillas y recorrieron los pasillos hasta salir de nuevo al exterior. Agradecieron el aire libre después de la claustrofóbica oscuridad en el interior del barco. La nave había aumentado visiblemente la escora. Sin embargo, Austin no estaba satisfecho. No había rastros de una superestructura, pero en alguna parte tenía que haber una sala de control. Mientras Zavala llamaba al Throckmorton para informar de la situación, Austin caminó por la cubierta inclinada hacia la popa.

Encontró otras varias escotillas que daban acceso al interior. Acertar cuál era la buena sería un disparo a ciegas. Luego dio con lo que buscaba. Cerca de una de las escotillas de popa había unos aisladores redondos. Dedujo que seguramente habían sido las bases de las antenas de radio arrancadas por el remolino. Abrió la escotilla, y le hizo un gesto a Zavala para que lo siguiese.

Como antes, la escalerilla los llevó a un pasillo, pero solo tenía tres metros de largo, y acababa en una puerta. La abrieron y entraron.

—Creo que acabamos de encontrar a la tripulación —dijo Zavala.

Había seis cuerpos en avanzado estado de descomposición en la sala de control. Estaban amontonados en la parte más baja de la habitación. Austin no quería perturbar la tumba de los marineros, pero necesitaba averiguar todo lo posible sobre el barco. Con Zavala pegado a sus talones, Austin avanzó para observar el gran panel de control. Con las docenas de indicadores e interruptores, era mucho más complicado que cualquier otro tablero que hubiese visto antes. Dedujo que los generadores de la bodega se controlaban desde allí. Estaba absorto en el estudio del panel cuando se oyó un fuerte estrépito y lo que pareció un gemido.

—¡Kurt! —gritó Zavala.

Austin comprendió que si se quedaban un segundo más, acabarían haciéndoles compañía a los cadáveres.

—Creo que hemos terminado —dijo, y señaló la puerta.

Zavala abrió la marcha. Corrieron a la escalerilla y salieron a cubierta.

Austin había intentado llevar la cuenta de los segundos transcurridos desde que habían escuchado el estrépito, pero en la prisa perdió la cuenta. No había tiempo para llegar a la zodiac, soltar la amarra y poner en marcha el motor. Ni siquiera se molestaron en recoger los chalecos salvavidas, sino que corrieron hacia la borda escorada y se zambulleron.

En cuanto asomaron a la superficie, comenzaron a nadar con todas sus fuerzas. El barco crearía una fuerza de succión al hundirse, y no querían verse atrapados. Ya estaban bien lejos cuando dejaron de nadar y miraron atrás.

La borda escorada se había sumergido del todo, y la cubierta estaba casi en vertical con el agua. La gaviota resfriada de Zavala seguramente se había posado, porque el barco se tumbó bruscamente y la quilla quedó al aire como el caparazón de una tortuga inmensa. Flotó durante unos minutos, pero a medida que el agua inundaba las bodegas se fue hundiendo hasta que solo quedó visible un pequeño trozo del casco. Luego desapareció del todo, y hubo un estallido de burbujas.

El mar había reclamado lo que era suyo.