—¡Increíble! —exclamó Barrett y sacudió la cabeza.
Ocupaba el asiento del copiloto, y no había dejado de leer el contenido de la carpeta que le había dado Margrave desde el momento del despegue.
—¿Está bien lo que te ha dado, Tris? —preguntó Doyle.
—¿Bien? ¡Esto es fantástico!
Barrett levantó la cabeza de los papeles que lo habían tenido absorto y miró a través de la ventanilla. Había prestado muy poca atención al mundo fuera de la cabina y ahora esperaba ver la misma costa rocosa que habían seguido en el vuelo de ida a la isla. No había ni rastro del golfo de Maine. En cambio, abajo no había más que pinos en todas las direcciones.
—Oye, Mickey, ¿no te habrás tomado un par de cervezas de más? ¿Dónde está el agua? Esta no es la misma ruta que seguimos antes. Nos hemos perdido.
Doyle sonrió como si lo hubiesen pillado en mitad de una broma pesada.
—Esta es la ruta turística. Quiero mostrarte el lugar adonde voy a cazar ciervos. Solo son unos minutos más de viaje. Por lo visto, los papeles que te dio Tris son importantes.
—Sí, es algo sorprendente. Tris tiene razón. El tema es arcano, y la autora generaliza mucho, y hay una diferencia entre los fenómenos naturales y el tipo de cosas que nosotros intentamos conseguir. Pero escribe con conocimiento de primera mano de lo que podríamos llamar un antídoto. Es como si hubiese hablado con Kovacs en persona.
—Buen chico. Eso significa que seguirás en el proyecto.
—No. —Barrett sacudió la cabeza—. Aquí no hay nada que me lleve a cambiar de opinión. Incluso si hablamos con esta mujer, no hay manera de valorar cuánto sabe de verdad o cuánto es pura teoría. Esta locura no puede seguir adelante. La única manera de evitar el desastre es hacerlo público.
—¿Qué quieres decir?
—Tengo un amigo que se encarga de la sección de ciencias en el Seattle Times. Lo llamaré en cuanto aterricemos, y le contaré toda la historia.
—Eh, Spider, no puedes decirle a la gente de qué va todo este plan —afirmó Doyle con una vigorosa sacudida de cabeza—. ¿Estás seguro de que quieres hacerlo público? Podrías meterte en un lío de mucho cuidado.
—Tendré que correr ese riesgo.
—Esto hundirá a Tris además del proyecto. Es tu socio.
—Lo he pensado mucho. Creo que a la larga será lo mejor para él.
—No sé qué decirte.
—Pues yo lo tengo muy claro. Quizá acabe dándome las gracias por haber mandado a pique toda esta locura.
—¿Por qué no esperas un poco? El dijo que lo suspendería todo hasta que alguien hablase con la nieta de Kovacs.
—Llevo muchos años trabajando con Tris. Solo lo dijo para tranquilizarme. —Barrett sonrió—. El mundo tiene que saber lo que hemos estado tramando, y, desafortunadamente, me ha tocado a mí la china.
—Demonios.
—¿Qué pasa, Mickey? Dijiste que el desanimado era yo.
—¿Cuánto hace que nos conocemos, Spider?
—Desde que estudiábamos en el MIT. Tú trabajabas en la cafetería. ¿Cómo has podido olvidarlo?
—No lo he olvidado. Tú eras el único de todos aquellos estudiantes «listillos» que no me trataba como si fuese escoria. Tú eres mi amigo.
—Tú me lo recompensaste sobradamente. Conocías los mejores bares de ligue en Cambridge.
—Todavía los conozco —afirmó Doyle, con una sonrisa.
—A ti no te ha ido nada mal, Mickey. No todo el mundo puede ser piloto.
—No soy más que un «pelanas» comparado con él, hombre.
—¿Tris? Sí, es el no va más. Yo siempre he sido un trabajador. Soy como el arquitecto que construye una única casa. Él es como el promotor que vende miles de esas casas. Su visión es lo que nos hizo millonarios a los dos.
—¿Tú te crees todas esas cosas anarquistas que dice?
—Una parte. Las cosas están desequilibradas en el mundo, y me gustaría darle una sacudida a las élites, pero me interesaba más el desafío científico. Ahora las cosas se han torcido, y tengo que ponerle remedio.
—Pues yo te digo, como un amigo, que no es una buena idea.
—Valoro tu amistad, pero en este caso siento mucho no estar de acuerdo contigo.
Doyle hizo una pausa antes de responder, con un tono de tristeza en la voz:
—Yo también lo siento.
Barrett dio por acabado el tema, y reanudó la lectura, y solo de vez en cuando miraba a través de la ventanilla. Sobrevolaban una zona boscosa muy densa cuando Doyle exclamó:
—¡Epa! ¿Qué es eso?
Barrett interrumpió la lectura.
—No oigo nada excepto el ruido del motor.
—Algo no va bien —afirmó Doyle y frunció el entrecejo. El hidroavión bajó súbitamente un centenar de metros—. Maldita sea, estamos perdiendo potencia. Tendré que bajar.
—¿Bajar? —preguntó Barrett, alarmado. Miró a través de la ventanilla la alfombra de pinos—. ¿Dónde?
—Conozco esta zona muy bien, aunque hace tiempo que no vengo a cazar por aquí. Creo que no estamos muy lejos de un lago.
El avión continuó perdiendo altura.
—Veo algo —anunció Barrett, y señaló un destello.
Doyle levantó el pulgar y puso rumbo al espejo de agua. El hidroavión descendió rápidamente en un ángulo oblicuo que pareció que lo llevaría a estrellarse contra los pinos. En el último segundo, Doyle elevó el aparato para esquivar las copas antes de amerizar de panza en el lago.
El impulso los llevó hacia la costa y el avión se detuvo cuando los flotadores rozaron el fondo. Doyle se tronchaba de risa.
—Ha sido toda una obra de arte. ¿Estás bien?
—Tengo el culo en las orejas, pero por lo demás estoy bien.
—Amerizar ha sido la parte fácil —dijo Doyle, con la mirada puesta en los árboles que rodeaban el lago—. Lo difícil será despegar.
Barrett señaló la radio.
—¿No tendríamos que pedir ayuda?
—En un minuto. Quiero comprobar los daños. —Salió de la cabina, y desde el flotador saltó a la playa. Se agachó un par de veces para mirar la parte inferior del fuselaje—. Eh, Spider, ven a ver esto.
Barrett abandonó el avión.
—¿Qué pasa?
—Aquí, debajo del fuselaje. Es increíble.
Barrett comenzó a agacharse, sin soltar la carpeta.
—No veo nada.
—Lo verás, lo verás. —Doyle sacó una pistola de debajo de la cazadora.
Barrett se agachó todavía más, y la carpeta de cuero se le escapó de la mano. El montón de hojas se desparramó sobre la playa. Algunas las cogió y otras se las llevó la brisa del lago como si tuviesen vida propia.
Levantó la carpeta y luego echó a correr detrás de las hojas, y las fue atrapando al vuelo con la habilidad de un cazador de mariposas. Consiguió recogerlas todas antes de que llegasen a los árboles. Las guardó en la carpeta y la apretó contra su pecho. Mostraba una sonrisa de triunfo cuando comenzó a caminar de regreso al avión.
Vio la pistola en la mano de Mickey.
—¿Qué pasa, Mickey?
—Adiós, Spider.
Comprendió por el tono que su amigo no bromeaba. Se le borró la sonrisa.
—¿Por qué?
—No puedo dejar que hundas el proyecto.
—Escucha, Mickey. Esto tal vez lo podamos arreglar entre Tris y yo.
—No tiene nada que ver con Tris.
—No te entiendo.
—Me tomaré una cerveza en tu memoria la próxima vez que vaya a Cambridge —dijo Doyle.
La pistola calibre 25 tosió dos veces.
La primera bala se clavó en la carpeta de cuero. Barrett sintió el impacto en el pecho, pero aún le dominaba la incredulidad cuando la segunda bala le rozó la cabeza. Entraron en acción los reflejos de supervivencia. Dejó caer la carpeta, se volvió, y echó a correr con todas sus fuerzas. Doyle efectuó dos disparos más, pero los proyectiles acabaron hundidos en el tronco de un pino. Maldijo a voz en cuello y emprendió la persecución.
Barrett no hizo caso de las ramas bajas que le azotaban el rostro ni de las zarzas que le rasgaban los tejanos. La sorpresa al ver que su amigo le disparaba había dado paso al más absoluto terror. La sangre le goteaba por la sien y el cuello.
Mientras continuaba con la enloquecida carrera, vio delante un destello plateado. ¡Maldita sea! Había vuelto al lago, pero ahora no había vuelta atrás.
Salió del bosque y se encontró en una playa de arena a unos cien metros del avión. Escuchaba el estrépito de la carrera de Doyle entre los árboles. Sin vacilar, se metió en el agua, respiró a fondo, y se sumergió. Era muy buen nadador, y, a pesar de las botas, consiguió alejarse unos cuantos metros antes de que Doyle llegase a la orilla. Se sumergió todo lo que pudo.
Doyle se detuvo al borde del agua y apuntó cuidadosamente a las ondulaciones en la superficie que marcaban el punto donde Barrett había desaparecido. Comenzó a disparar metódicamente hasta acabar el cargador, puso otro y disparó en abanico.
El agua se tiñó de rojo donde se había sumergido Spider. Doyle decidió esperar cinco minutos para asegurarse de que Barrett no contenía la respiración, pero escuchó que alguien gritaba desde más allá de los altos juncos que había a su izquierda.
Echó una última ojeada a la mancha que se extendía en la superficie del lago y se guardó el arma. A paso rápido, regresó a través del bosque hasta el claro. Recogió los papeles que había dejado caer Barrett y los guardó en la carpeta; fue entonces cuando vio el orificio en el cuero. Maldijo por lo bajo. Se lo tenía merecido por haber utilizado un arma que apenas era un poco más que un juguete. Minutos más tarde, ya volaba de nuevo sobre el bosque.
Tan pronto como tuvo cobertura en el móvil marcó un número.
—¿Qué? —preguntó una voz de hombre.
—Está hecho —respondió Doyle—. Intenté hacerle cambiar de opinión, pero estaba decidido a contarlo todo.
—Es una pena. Era brillante. ¿Algún problema?
—Ninguno —mintió Doyle.
—Buen trabajo —dijo la voz—. Quiero verte mañana.
Doyle prometió que allí estaría. Al cortar, la sentimentalidad irlandesa lo llevó a conmoverse un poco por haberse visto en la necesidad de matar a un viejo amigo. Pero Doyle se había criado en un barrio donde una amistad podía acabar en un entierro nocturno por algún trapicheo con drogas o un comentario imprudente. No era esa la primera vez que mataba a un amigo o conocido. El negocio era el negocio. Se olvidó de Barrett y comenzó a pensar en la riqueza y el poder que muy pronto tendría en sus manos.
No se hubiese sentido tan tranquilo de haber sabido lo que ocurría en el lago. Una embarcación había aparecido por detrás de los juncos. Los dos pescadores habían escuchado las detonaciones de la pistola de Doyle. Querían advertirle al cazador que había más gente en la zona. Uno de los hombres era un abogado de Boston, pero, todavía más importante, el otro era un médico.
Al salir de detrás de los juncos, el abogado señaló al frente y preguntó:
—¿Qué diantre es aquello?
—A mí me parece un melón con el tatuaje de una araña —respondió el médico.
Remaron hasta llegar a un par de metros del objeto. Desapareció el melón, y en su lugar aparecieron ojos, una nariz y una boca. El abogado levantó el remo dispuesto a golpear la cabeza flotante. Spider Barrett miró a los dos atónitos pescadores. Abrió la boca.
—Ayúdenme —suplicó.