La figura esférica en la pantalla del ordenador le recordó a Austin la membrana, el citoplasma y el núcleo de una célula maligna. Se volvió hacia Adler.
—¿Qué es exactamente con lo que nos enfrentamos aquí, profesor?
El científico se rascó la cabeza.
—Demonios, Kurt, me ha pillado. Esta perturbación crece por momentos, y se mueve en círculos a una velocidad de treinta nudos. Nunca había visto nada parecido, ni en tamaño ni en velocidad.
—Yo tampoco —admitió Austin—. Me he encontrado con algunos remolinos que me hicieron sudar tinta, pero eran relativamente pequeños y de corta duración. Esto parece sacado de alguna obra de Edgar Alan Poe o Julio Verne.
—Los vórtices de Descenso al Maelstrom y Veinte mil leguas de viaje submarino son en gran parte invenciones literarias. Poe y Verne se inspiraron en el remolino Moskstraumen frente a las islas Lofoten que pertenecen a Noruega. El historiador griego Pitias lo describió hace más de dos mil años atrás como un remolino que engullía las naves y después las regurgitaba. El obispo sueco Olaus Magnus escribió en el Siglo XV que era más poderoso que Caribdis, que aparece en la Odisea, y que el vórtice estrellaba a las naves contra el fondo del mar y se tragaba a las ballenas.
—Todo eso pertenece a la fantasía. ¿Qué me dice de la realidad?
—Es mucho menos aterradora. El remolino noruego ha sido medido científicamente, y ni siquiera se aproxima a la descripción literaria. Otros tres remolinos importantes: Corryvreckan, en las costas escocesas, Saltstraumen, en Noruega, y Naruto, cerca de Japón, son mucho menos poderosos. —Sacudió la cabeza—. Es curioso ver la presencia de remolinos en mar abierto.
—¿Por qué?
—Los remolinos suelen aparecer en los estrechos donde el agua se mueve con rapidez. La confluencia de las mareas y las corrientes, combinada con el perfil del fondo marino, puede crear perturbaciones importantes en la superficie.
La imagen en la pantalla mostró que se había acortado la distancia entre el remolino y el Benjamín Franklin.
—¿Esa cosa podría representar algún peligro para el barco?
—No si las anteriores observaciones científicas sirven de referencia. El remolino Oíd Sow frente a la costa de New Brunswich tiene aproximadamente la misma fuerza que el Moskstraumen, con velocidades de dieciocho nudos por hora. Es el remolino oceánico más grande del hemisferio occidental. La turbulencia cerca del fenómeno puede ser peligrosa para las embarcaciones pequeñas, pero no representa riesgo alguno para los barcos. —Hizo una pausa, con la mirada fija en la pantalla—. ¡Caray!
—¿Qué pasa?
—En un primer momento no estaba seguro —respondió el profesor, atento a la espiral en la pantalla—. Pero esa cosa crece muy rápido. En el tiempo que llevamos hablando, casi ha duplicado el tamaño.
Austin ya había visto más que suficiente.
—Quiero que me haga un favor —dijo, con voz serena—. Vaya ahora mismo al centro de control. Dígale a Joe que recoja al ROV sin demora y que venga al puente cuanto antes. Dígale que es urgente.
Adler echó una última mirada a la pantalla, y luego se marchó a la carrera. Austin, por su parte, subió al puente.
Tony Cabral, el capitán del Throckmorton, era un hombre afable que rondaba los sesenta. En su rostro bronceado destacaban la nariz aguileña, el gran bigote negro con las puntas hacia arriba, y una sonrisa traviesa que le hacía parecer un pirata benevolente. Pero esta vez su rostro mostraba una expresión muy grave que dio paso a otra de sorpresa cuando vio a Austin.
—Hola, Kurt, estaba a punto de enviar a alguien a buscarte.
—Tenemos un problema —dijo Austin.
—¿Ya te has enterado del SOS que recibimos?
—Primera noticia. ¿Qué pasa?
—Recibimos una llamada de socorro del barco de la NOAA hace unos minutos.
Los peores temores de Austin acababan de confirmarse.
—¿Cuál es su situación?
—La mayor parte del mensaje era ininteligible. Había mucho ruido de fondo —respondió Cabral. Frunció el entrecejo—. Lo tenemos grabado. Quizá tú puedas encontrarle algún sentido.
Pulsó un interruptor en la consola de la radio. Una confusión de sonidos como un concurso de oratoria en un manicomio resonó en el puente. Se escuchaban muchos gritos, pero no se entendían las palabras excepto cuando una voz ronca se imponía a los ruidos.
—«¡Mayday! Aquí el barco de la NOAA Ben Franklin. ¡Mayday! ¿Alguien me recibe?»
Otra voz se escuchaba en el fondo. Gritaba:
—«¡Potencia! ¡Maldita sea, más potencia!».
Después una rápida frase. La escucharon fugazmente, pero bastó para transmitir una sensación de terror.
—«¡Maldita sea! ¡Nos traga!»
A continuación se escuchó la voz serena de Cabral. Intentaba responder a la llamada de auxilio.
—«Aquí el barco de la NUMA Throckmorton. ¿Cuál es su situación? Adelante. ¿Cuál es su situación?»
Sus palabras las ahogó un tremendo rugido como si un monzón soplase por el interior de una caverna. Luego cesó la transmisión. El silencio que siguió fue más insoportable que cualquier ruido.
Austin intentó imaginarse a sí mismo en el puente del Franklin, y el caos que reinaba en el mismo. La voz que transmitía la llamada de socorro era seguramente la del capitán, o, más probablemente, quien pedía más potencia a la sala de máquinas.
El sonido sobrenatural cuya descripción más cercana podría ser el de una batidora gigante era algo que nunca había conocido en toda su experiencia marinera. Notó que los cabellos de la nuca se le habían erizado como soldados en posición de firmes. Miró en derredor. A juzgar por las expresiones del capitán y la tripulación, no era el único en albergar estos pensamientos.
—¿Cuál era la posición del Franklin?
El capitán se acercó a una pantalla de radar.
—Esa es otra cosa de locos —comentó—. Los teníamos en la pantalla a una distancia de dieciocho millas, y seguían un rumbo sudoeste. Luego desaparecieron sin más.
Austin observó el barrido del radar. No había señal alguna del barco; solo los ecos dispersos donde las ondas del radar tocaban las crestas de las olas.
—¿Cuánto tardaremos en llegar allí?
—Menos de una hora. Pero antes tendremos que recoger el ROV.
—Joe ya se ha encargado de recuperarlo. Es probable que ya esté a bordo.
Cabral dio la orden de poner rumbo al Franklin a toda máquina. Levaron anclas, y la afilada proa del Throckmorton comenzaba a cortar las olas cuando apareció Zavala con el profesor Adler.
—El profesor me ha comentado lo del remolino —dijo Zavala—. ¿Alguna novedad del Franklin?
—Enviaron un SOS, pero se cortó la transmisión, y los hemos perdido en el radar.
—¿Qué es eso de un remolino, Kurt? —preguntó Cabral, que había seguido el breve intercambio.
—El profesor y yo estábamos observando unas imágenes de satélite cuando vimos la aparición de un remolino cerca de la posición del Franklin. De un diámetro aproximado de dos millas.
—¿No está la NOAA realizando un estudio de los remolinos oceánicos?
—Este no es un remolino vulgar. Probablemente tiene centenares de metros de profundidad y gira a una velocidad de más de treinta nudos.
—No puede ser que lo digas en serio.
—No podría serlo más.
Austin le pidió al profesor que describiese lo que habían visto. Adler le explicaba los detalles al capitán cuando los interrumpió el operador de radar.
—Los tenemos de nuevo en pantalla —dijo.
Su anuncio fue seguido por otro del encargado de las comunicaciones.
—Capitán, recibo una transmisión del Franklin.
Cabral se acercó al micrófono.
—Aquí el capitán Cabral del barco de la NUMA Throckmorton. Recibimos su SOS. ¿Cuál es su situación actual?
—Aquí el capitán del Franklin. La situación es normal, pero hemos estado a punto de ser tragados por un enorme agujero en el mar. La cosa más increíble que haya visto.
—¿Algún herido?
—Contusiones menores que ya están siendo atendidas.
Austin le pidió el micrófono a Cabral.
—Soy Kurt Austin. Tengo a un par de amigos a bordo de su barco. ¿Podría decirme cómo se encuentran Paul y Gamay Trout?
A la pregunta le siguió un silencio que se prolongó tanto que pareció como si se hubiese cortado la transmisión. Luego llegó la respuesta.
—Lamento tener que decirlo. Estaban realizando una recogida de muestras de plancton a bordo de una zodiac cuando el remolino los engulló. Intentamos ir en su ayuda, y fue entonces cuando nos metimos en problemas.
—¿Los vio realmente dentro del remolino?
—Estábamos muy ocupados, y la visibilidad sigue siendo prácticamente nula.
—¿A qué distancia está ahora del remolino?
—A poco más de una milla. No nos atrevemos a acercarnos más. Las corrientes que giran alrededor de esa cosa son todavía muy fuertes. ¿Qué quiere que hagamos?
—Manténgase lo más cerca posible. Nos acercaremos a echar una ojeada.
—De acuerdo. Buena suerte.
—Gracias. —Austin se volvió hacia Cabral—. Pete, necesito que me prestes el helicóptero. ¿Cuándo lo tendrás listo para el despegue?
Cabral conocía la reputación de Austin en la NUMA. Sabía que aquel hombre sonriente y amable, absolutamente seguro de sí mismo, con sus anchos hombros y pelo casi blanco, era capaz de enfrentarse a la más extraña de las situaciones y salir sin problemas. El capitán era un marino experto, pero aquella situación lo superaba. Se ocuparía de su barco, y dejaría que Austin se preocupase del resto.
—Está preparado para despegar de inmediato. Avisaré a la tripulación que se reúna contigo en la plataforma de despegue. —Cogió el micro del intercomunicador.
Austin le sugirió que el barco de la NUMA mantuviese el mismo rumbo y velocidad. Luego él y Zavala corrieron a la plataforma de despegue ubicada en la cubierta principal, pero antes pasaron por el depósito de aprovisionamiento para recoger unos objetos. La tripulación ya había puesto en marcha el motor del McDonell Douglas. Subieron a la cabina y se abrocharon los cinturones de seguridad. Los rotores batieron el aire y el helicóptero se elevó, para después iniciar su vuelo sobre el agua.
Austin escudriñó el mar a través de los prismáticos. A los pocos minutos de vuelo vio las antenas y luego la superestructura del barco de la NOAA. Se encontraba cerca de un círculo negro que hacía empequeñecer al barco con su tamaño. El remolino parecía haber dejado de aumentar, pero no pudo menos que admirar la valentía de la tripulación del Franklin al mantenerse tan cerca del vórtice.
Zavala ascendió unos doscientos metros, y mantuvo al helicóptero en un rumbo directo al remolino. Al acercarse, comentó:
—Tiene todo el aspecto de la caldera de un volcán.
Austin asintió. Había algunas similitudes con un volcán, sobre todo con la forma de chimenea del agujero, y la niebla que surgía del interior. Era esta niebla la responsable de la mala visibilidad en toda la zona.
Las paredes negras de la chimenea que se veían entre las brechas de la niebla eran mucho más pulidas que cualquiera de aquellas de los volcanes que Austin había visto. Ninguna de las imágenes transmitidas por los satélites había conseguido reflejar lo impresionante del fenómeno. Parecía una enorme herida infectada en el mar.
—¿Qué tamaño le calculas al agujero? —preguntó Kurt.
—¡Es descomunal! —respondió Zavala, que después lo midió a ojo de buen cubero—. Pero, para ser precisos, yo diría que tiene un diámetro de unas dos millas.
—Es lo que creía. Por el ángulo de las paredes, es probable que llegue hasta el fondo, aunque es difícil saberlo con esta niebla. ¿Nos podemos acercar?
Zavala llevó al helicóptero hasta la vertical del remolino.
Desde aquella posición, el vórtice parecía un inmenso cono humeante. El aparato se mantuvo estacionario a unos sesenta metros de altura, pero no alcanzaron a ver en el interior.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Zavala.
—Podríamos bajar, aunque existe la posibilidad de que no podamos volver a salir.
—¿Qué te propones?
—Te ofrezco una opción. Por el aspecto que tiene, quizá sea demasiado tarde para hacer algo por nuestros camaradas. Estarías arriesgando tu vida inútilmente.
En el rostro moreno de Zavala apareció una gran sonrisa.
—No me hagas que insista. ¿Qué te propones?
Austin se hubiese sorprendido de haber escuchado otra cosa. Era absolutamente imposible para ambos abandonar a sus amos. Señaló con el pulgar hacia abajo. Zavala movió los controles. El helicóptero inició su descenso al negro corazón del remolino.