El inmenso agujero que se había abierto en el mar solo fue visible por un instante antes de desaparecer detrás de una barrera de espuma. Jirones blanquecinos se desprendían de la burbujeante cresta. Un fuerte olor salobre saturó el aire como si la zodiac se hubiese encontrado en medio de un cardumen.
El barco de la NOAA comenzó a moverse hacia la zodiac. Tripulantes y científicos se alineaban en la borda, y agitaban las manos en el aire.
La zodiac estaba a punto de escapar de la corriente cuando una ola rompió sobre la proa casi cuadrada y perdieron empuje. Paul apretó las mandíbulas. Movió la palanca del acelerador hasta el tope y cambió de rumbo. El motor entregó toda la potencia, y la embarcación saltó como si hubiese recibido una descarga eléctrica. La zodiac avanzó un par de metros antes de verse sujetada de nuevo por los poderosos tentáculos de la corriente que se generaba en los bordes del enorme remolino.
Un tronar se elevó desde las entrañas del mar, un sonido de tal potencia que ahogó el desesperado rugido del motor. El aire pareció vibrar como si centenares de órganos estuviesen tocando una misma nota grave. Una niebla espesa, lechosa, salió del agujero. Para hacer que la escena fuese todavía más surrealista continuaba en el cielo el espectáculo de rayos láser. Las luces habían cambiado de color y ahora eran azules y rojas.
La embarcación comenzó a moverse en una espiral cada vez más cerrada a medida que se veía arrastrada hacia el cinturón de espuma. No había manera de escapar. La zodiac se vio alzada hasta la cima del risco de agua blanca, que ahora tenía una altura de casi dos metros, y comenzó a sacudirse con tal violencia que Gamay estuvo a punto de caer al mar.
Trout soltó el timón y se lanzó sobre Gamay. Sus fuertes dedos consiguieron sujetar la tela del traje de aguas y la tiró de nuevo al interior. Ya no era seguro estar de pie. Se pusieron a gatas en el suelo y se sujetaron a la cuerda de seguridad que recorría las bordas.
La zodiac estaba totalmente sujeta por la cresta de resplandeciente espuma. Como si no fuesen suficientes los constantes cabeceos y bandazos, la embarcación comenzó a girar como una bailarina de ballet borracha.
El castigo continuó mientras la zodiac se veía arrastrada a lo largo de la pared de espuma. A un lado estaba el mar. Al otro, una gran chimenea giratoria cuyas negras paredes bajaban en una pendiente de cuarenta y cinco grados. Los lados del remolino parecían duros como el cristal.
La embarcación se balanceó peligrosamente en lo alto de las espumantes paredes y luego se deslizó hacia la enorme chimenea de agua negra. La brutal corriente que se generaba alrededor de las paredes del remolino superaba la atracción de la gravedad. El descenso de la zodiac acabó a unos seis metros por debajo del brillante círculo de espuma. Atrapados por la fuerza centrífuga como la bola de una ruleta en movimiento, la zodiac comenzó a dar vueltas y vueltas alrededor de la chimenea.
La zodiac colgaba en un ángulo de cuarenta y cinco grados, con el fondo plano paralelo a la pendiente, con la banda de babor por debajo de la de estribor. La proa apuntaba hacia delante como si la embarcación aún se estuviese moviendo impulsada por el motor.
Los Trout se movieron para apoyar las botas en la borda más baja. Miraron al interior del remolino. Medía como mínimo una milla de diámetro. La chimenea se inclinaba bruscamente y el fondo quedaba oculto por las nubes de espesa niebla que se elevaban del agua en movimiento. La luz que atravesaba la niebla formaba un arco iris que cruzaba el remolino como si la naturaleza estuviese intentando moderar el brutal despliegue de poder con su delicada belleza.
Sin un punto de referencia estacionaria, era imposible calcular a qué velocidad se movían o cuántas veces la zodiac había recorrido el círculo. Pero transcurridos unos minutos, vieron que el borde estaba más alto. No había ninguna duda de que la embarcación descendía al mismo tiempo que se movía en círculo.
En un intento por orientarse, Gamay miró el trozo de cielo por encima del agujero. Vio un movimiento en el borde y lo señaló con la mano libre.
—¡Demonios! —exclamó Paul—. Es el Franklin.
El barco se encontraba en el borde del círculo, y la popa se proyectaba al vacío desde la cresta de espuma. Desapareció de la vista durante unos instantes, reapareció fugazmente y se perdió de nuevo.
Los Trout se olvidaron de su propio infortunio. Por las sucesivas apariciones y desapariciones del Franklin, era obvio que el barco se había visto atrapado en las brutales corrientes generadas por el vórtice y que ahora se veía atraído hacia la chimenea.
La nave oscilaba atrás y adelante en un mortal juego de tira y afloja cuando las hélices salían del agua y el barco se quedaba sin impulso. Luego, al hundir la popa, las hélices batían de nuevo el agua y el barco remontaba, en un cabeceo que duró varios minutos. Después toda la eslora del barco pasó por encima de la cresta y entró en la caldera. La proa apuntaba hacia arriba. Parecía como si estuviese pegado con cola a la pared de agua.
—¡Vamos, chico, vamos…! —gritó Trout.
Gamay lo miró de reojo, incluso esbozó una sonrisa ante la poco habitual muestra de emoción, antes de que ella, también, se sumase a los gritos de aliento.
La pulida superficie detrás de la popa hervía como si alguien hubiese puesto el fuego al máximo. Los motores hacían su trabajo. Las hélices mordían la pared inclinada de la chimenea, y poco a poco el barco comenzó a acercarse al borde, se detuvo, avanzó de nuevo un tanto desviado, desapareció fugazmente en la niebla, y finalmente con un último esfuerzo rebasó el borde.
Esta vez, el barco desapareció de la vista sano y salvo. Los Trout vitorearon, pero su alegría se vio atemperada en unos segundos en cuanto tomaron consciencia de que se encontraban solos e impotentes ante una arrolladora fuerza de la naturaleza.
—¿Alguna idea de cómo salir de aquí? —gritó Gamay.
—Puede que el remolino desaparezca por sí solo.
Gamay miró hacia arriba. En los pocos minutos que habían dedicado a mirar la lucha del Franklin, la embarcación había bajado por lo menos otros tres metros.
—No lo creo.
El agua había perdido su color tinta china, y los pulidos costados mostraban un tinte marrón producto del fango arrancado del fondo. Centenares de peces muertos giraban en un gran círculo como confeti atrapado en un vendaval. El aire húmedo apestaba a salmuera, pescado y fango.
—Mira toda esa basura —dijo Paul—. Lo levanta del fondo.
El remolino levantaba del fondo restos de toda clase, de la misma manera que un tornado arranca cosas del suelo. Había cajones, trozos de madera, tapas de escotillas, y hasta un bote salvavidas desfondado. Gran parte de estos restos eran tragados de nuevo por el vórtice que acababa por destrozarlos como si se encontrasen debajo de las cataratas del Niágara.
Gamay observó que algunos de los restos, la mayoría pequeños, se movían hacia el borde.
—¿Qué te parece si saltamos al agua? Quizá somos lo bastante livianos como para ir hacia arriba como aquellos restos.
—No hay ninguna garantía de que subamos. Lo más probable es que acabemos chupados hacia las profundidades para acabar convertidos en picadillo. Recuerda que la primera regla del mar es quedarte con tu barco, si es posible.
—Pues no parece una gran idea. Seguimos bajando.
Era verdad. La embarcación había bajado.
Un objeto cilíndrico se movía hacia arriba por la pared del remolino. Lo siguieron varios más.
—¿Qué es aquello? —preguntó Paul.
Gamay se quitó la espuma de los ojos y miró de nuevo, a un punto a unos siete metros por delante y un poco por debajo de la zodiac. Antes de convertirse en bióloga marina, había estudiado arqueología, y de inmediato reconoció la forma ahusada de los recipientes de cerámica con las superficies pintadas de un color gris verdoso.
—Son ánforas y se mueven hacia arriba.
Trout le leyó el pensamiento.
—Solo tendremos una oportunidad para sujetarnos a ellas.
—Nuestro peso puede cambiar la dinámica, y solo tenemos una oportunidad.
—¿Tenemos alguna otra alternativa?
Los tres antiquísimos recipientes se encontraban enloquecedoramente cerca. Trout se acercó a la consola y apretó el botón de arranque. El motor se puso en marcha. La embarcación avanzó en ángulo y él tuvo que compensar la tendencia a irse de popa con un ingenioso manejo del timón. Quería situarse por encima de las ánforas para cerrarles el paso.
La primera del grupo comenzó a derivar por delante de la proa. En un segundo estaría fuera de alcance. Trout aceleró, y la zodiac se situó por delante del objeto en movimiento.
—¡Prepárate! —gritó Trout. El salto tendría que ser perfecto—. La superficie del ánfora estará resbaladiza, y se girará. Asegúrate de sujetar las asas y amárrate bien con las piernas.
Gamay asintió al tiempo que se encaramaba en la borda.
—¿Tú qué harás?
—Me montaré en la siguiente.
—Será difícil mantener la zodiac en posición. —Gamay sabía que sin alguien para mantener controlada a la neumática, el salto de Trout sería todavía más arriesgado.
—Ya me las ingeniaré.
—Y un cuerno. Me quedo.
Justo se había ido a casar con la mujer más tozuda del mundo.
—Esta es tu única oportunidad. Alguien tiene que acabar con el maldito empapelado. Por favor.
Gamay lo miró fijamente, luego sacudió la cabeza y avanzó un poco más por la proa. Recogió las piernas y se concentró en el salto.
—¡Espera! —gritó Paul.
Ella se volvió para mirarlo, desconcertada.
—A ver si te decides.
Trout había visto algo que Gamay no había advertido. La vidriosa pared por encima de ellos aparecía limpia de restos. Todo lo que había sido arrancado del fondo parecía haber alcanzado una barrera invisible más allá de la cual era imposible avanzar. Los restos bajaban de nuevo con la misma rapidez con que habían subido.
—Mira —vociferó Paul—. Se está engullendo los restos.
Gamay solo tardó unos segundos en comprender que su marido tenía razón. Las ánforas habían llegado al máximo de la altura. Trout le tendió una mano y la ayudó a volver al interior. Se sujetaron a la cuerda de seguridad, sin poder hacer más que mirar impotentes cómo la embarcación se hundía en el abismo.