CAPÍTULO LXXXVI LA COLA

86. La cola

Otros poetas han entonado las loas al tierno ojo del antílope y al adorable plumaje del pájaro que nunca se posa; menos celestial, yo celebro la cola.

Estimando que comience en el punto en el que el tronco se reduce aproximadamente al tamaño de la cintura de un hombre, la mayor cola de cachalote comprende, sólo en la parte superior de su superficie, un área de al menos cincuenta pies cuadrados. El compacto cuerpo redondo de su vástago se expande en dos anchas y planas aletas o palmas, que disminuyen gradualmente de espesor hasta menos de una pulgada de grueso. En su horcadura o confluencia, estas palmas se solapan levemente, y después se alejan entre sí como alas, dejando un amplio vacío en el medio. En ningún ser vivo están las líneas de belleza más exquisitamente definidas que en los bordes curvilíneos de estas palmas. En su mayor expansión en la ballena adulta, la cola excede considerablemente los veinte pies a lo ancho.

El miembro entero parece un denso manto entrelazado de tendones soldados; pero si cortas en él descubres que lo componen tres capas distintas… una superior, una media y una inferior. Las fibras de las capas superior e inferior son largas y horizontales; las de la media, muy cortas, y discurren perpendiculares a las capas exteriores. Esta estructura triádica, al igual que todo lo demás, imparte potencia a la cola. Para el estudiante de antiguas murallas romanas, la capa del medio constituirá un curioso paralelo con la delgada fila de ladrillos que alterna siempre con la piedra en esas maravillosas reliquias de la Antigüedad, y que, indudablemente, contribuye tanto a la gran fortaleza de la fábrica.

Pero como si esta enorme potencia local en la tendinosa cola no fuera suficiente, la mole entera del leviatán está sobretejida con una trama y urdimbre de fibras y filamentos musculares, que pasando por cada lado de los lomos y bajando hasta las palmas, se combinan imperceptiblemente con ellas, y contribuyen en gran medida a su poder; de manera que en la cola la inconmensurable fuerza confluente de la ballena entera parece concentrada en un punto. Si en la materia pudiera darse la aniquilación, esto sería lo que la produciría.

Y tampoco ésta… su fantástica fortaleza en modo alguno tiende a incapacitar la grácil flexión de sus movimientos; en los que la desenvuelta infantilidad ondea a través de un poderoso titanismo. Por el contrario, esos movimientos derivan de ella su más terrible belleza. La auténtica fortaleza nunca perjudica a la belleza o a la armonía, sino que es ella la que a menudo las confiere; y en todo lo que es imponentemente bello, la fortaleza tiene mucho que ver con la magia. Omitid los entrelazados tendones que parecen reventar por todas partes del mármol en el Hércules esculpido, y su encanto desaparecerá. Cuando el devoto Eckermann alzó la sábana de lino del cadáver desnudo de Goethe, quedó abrumado ante su enorme caja torácica, que parecía un arco de triunfo romano. Cuando Angelo[105] pinta al mismo Dios padre con forma humana, fijaos qué robustez hay allí. Y sea lo que fuere que revelen del amor divino en el Hijo las suaves y rizadas hermafrodíticas pinturas italianas, en las cuales su idea ha sido encarnada con mayor éxito, esos cuadros, tan carentes como están de toda musculosidad, no sugieren poder alguno, salvo el mero negativo y femenino de la sumisión y la conformidad, que en todas partes se admite, constituyen las peculiares virtudes prácticas de sus enseñanzas.

Tal es la sutil elasticidad del órgano del que me ocupo, que blandido en broma, o con seriedad, o con ira, sea cual fuere el estado de ánimo de que se trate, sus flexiones invariablemente están marcadas por una extraordinaria gracilidad. En eso ningún brazo de hada puede superarlo.

Cinco grandes movimientos son peculiares en él. En primer lugar, cuando es utilizado como aleta para avanzar; en segundo, cuando es utilizado como maza en la batalla; en tercero, al barrer; cuarto, al rizar la cola; quinto, al empinar palmas.

Primero: al ser de posición horizontal, la cola del leviatán actúa de distinta manera que las colas de todas las demás criaturas marinas. Nunca se agita. En el hombre o en el pez, la agitación es signo de inferioridad. Para la ballena, la cola es el único medio de propulsión. Enroscada como un rodillo hacia delante bajo el cuerpo y lanzada entonces rápidamente hacia atrás, esto es lo que confiere al monstruo, cuando nada furiosamente, ese singular movimiento impulsivo, brincante. Sus aletas laterales sólo sirven para gobernar.

Segundo: es algo significativo que mientras que un cachalote sólo combate con otro cachalote con su cabeza y su mandíbula, sin embargo, en sus conflictos con el hombre, principal y despreciativamente, emplea la cola. Al golpear una lancha, recoge rápidamente sus palmas lejos de ella, y el golpe es infligido sólo mediante el retroceso. Si es dado en el aire sin obstrucción, especialmente si desciende hacia su diana, el embate es simplemente irresistible. Ninguna costilla de hombre o de lancha puede soportarlo. Tu única salvación pasa por eludirlo; aunque si viene de lado a través de la resistente agua, entonces, en parte debido a la liviana flotabilidad de la lancha ballenera y a la elasticidad de sus materiales, una costilla partida o una o dos planchas destrozadas, una especie de costurón en el costado, es generalmente el resultado más serio. Estos golpes laterales sumergidos se reciben con tanta frecuencia en la pesquería, que se toman como mero juego de niños. Alguien se quita su levita, y el orificio queda taponado.

Tercero: no puedo demostrarlo, pero me parece que en la ballena el sentido del tacto está concentrado en la cola; pues en este aspecto existe en ella una delicadeza sólo igualada por la ternura de la trompa del elefante. Esta finura se evidencia principalmente en la acción de barrido, en la que con gentileza de doncella la ballena mueve sus inmensas palmas de lado a lado sobre la superficie del mar con una especie de suave lentitud; y si nota algo al tacto, aunque sólo sea un pelo de las barbas de un marinero, desgraciado de ese marinero, barbas y todo. ¡Qué ternura hay en ese toque preliminar! Si su cola tuviera alguna capacidad prensil, directamente me recordaría al elefante de Darmonodes, que tanto frecuentaba el mercado de flores, y con reverencias ofrecía ramilletes a las damiselas, y entonces acariciaba sus partes[106]. En más de un sentido es una pena que la ballena no posea esta aptitud prensil en su cola; pues he oído hablar de otro elefante que, al ser herido en la batalla, arrolló su trompa y extrajo el dardo.

Cuarto: acercándote inadvertidamente a la ballena en la supuesta seguridad del centro de solitarios mares, la encuentras relajada en la enorme corpulencia de su dignidad y, como un gatito, juega en el océano como si fuera el hogar de una chimenea. Pero, aun así, en su juego ves su potencia. Las amplias palmas de su cola se agitan a lo alto en el aire; golpeando entonces la superficie, la atronadora colisión resuena a millas de distancia. Pensaríais casi que se ha disparado un gran cañón; y si observarais la ligera guirnalda de vapor del espiráculo en su otro extremo, creeríais que ése era el humo de la mecha.

Quinto: como en la ordinaria postura de flotación del leviatán las palmas están situadas considerablemente más abajo del nivel de su lomo, éstas, entonces, están completamente ocultas bajo la superficie; mas cuando está a punto de zambullirse en las profundidades, sus palmas enteras, junto al menos treinta pies de su cuerpo, se alzan en el aire erguidas, y así permanecen vibrando un momento, hasta que repentinamente desaparecen hacia abajo. Exceptuando el sublime romper —que será descrito en otro lugar—, este alzamiento de las palmas de la ballena es quizá la más grandiosa visión que pueda observarse en toda la naturaleza animada. Desde las insondables profundidades, la gigantesca cola parece tratar de asir espasmódicamente los más elevados cielos. Así, en sueños he visto yo al majestuoso Satán lanzar su colosal garra atormentada desde el ardiente Báltico del infierno. Aunque al observar tales escenas, todo depende del estado de ánimo en que te encuentres; si en estado de ánimo dantesco, los demonios se te aparecerán; si en aquel de Isaías, los arcángeles. De pie en el tope de mi barco, en un amanecer que tiñó de carmesí cielo y mar, una vez vi una gran manada de ballenas hacia el este, todas en dirección al sol, y vibrando durante un instante con las palmas alzadas concertadamente. Como pensé entonces, jamás se vio semejante grandiosa encarnación de la adoración a los dioses, ni siquiera en Persia, el hogar de los adoradores del fuego. Lo mismo que Tolomeo Filópator dio fe del elefante africano, yo entonces di fe de la ballena, y la proclamé el más devoto de todos los seres. Pues, según el rey Juba, los elefantes militares de la Antigüedad frecuentemente saludaban a la mañana con sus trompas levantadas en el más profundo de los silencios.

La ocasional comparación de la ballena y el elefante en este capítulo, al menos en lo que concierne a ciertos aspectos de la cola de la una y la trompa del otro, no debería propender a colocar esos dos órganos opuestos en un plano de igualdad, mucho menos aún a las criaturas a las que respectivamente pertenecen. Pues al igual que el más poderoso de los elefantes sólo es un terrier ante el leviatán, así, comparada con la cola de la ballena, su trompa es como el tallo de unas lilas. El más terrible golpe de la trompa del elefante sería como el juguetón toque de un abanico, si se compara con el desmedido machacar y despanzurrar de las macizas palmas del cachalote, que en repetidas ocasiones han arrojado lanchas enteras al aire, una tras otra, con todos sus remos y tripulaciones, de manera muy similar a como un malabarista lanza sus pelotas[107].

Cuanto más considero esta potente cola, más deploro mi incapacidad para expresarla. A veces hay en ella gestos que, aunque se considerarían garbosos en la mano de un hombre, resultan totalmente inexplicables. En una manada extensa, estos místicos gestos, son ocasionalmente tan notables, que he escuchado a cazadores declarar que son similares a los signos y símbolos francmasones; que mediante este método la ballena, de hecho, conversaba inteligentemente con el mundo. Y no faltan otros movimientos de la ballena en su cuerpo entero, plenos de extrañeza e inexplicables para su más experimentado atacante. Por lo tanto, la diseccione como la diseccione, sólo voy a su interior; no la conozco, y nunca la conoceré. Mas si ni siquiera conozco la cola de esta ballena, ¿cómo comprenderé su cabeza? Más aún, ¿cómo comprenderé su rostro, cuando rostro no tiene? Veréis mis partes posteriores, mi cola, parece decir, pero mi rostro no será visto. Mas yo no puedo hacerme totalmente idea de sus partes posteriores; y por mucho que su rostro sugiera, de nuevo digo que rostro no tiene.