CAPÍTULO XXXI | LA REINA MAB[38] |
---|
A la mañana siguiente Stubb abordó a Flask.
—Un sueño tan extraño, King-Post, nunca lo tuve. ¿Sabes la pierna de marfil del viejo? Bien, soñé que me daba una patada con ella; y cuando trataba de devolvérsela, a fe mía, pequeño, ¡mi pierna, al dar la patada, se desprendía! Y entonces, ¡presto!, Ajab semejaba una pirámide, y yo, como un completo necio, seguía dándole patadas. Pero lo que era aún más curioso, Flask… ya sabes lo curiosos que son todos los sueños… a través de toda esta rabia que tenía, de algún modo parecía estar pensando para mí que, a pesar de todo, esa patada de Ajab no era tanto un insulto. «¿Por qué?», pensaba yo, «¿cuál es el problema? No es una pierna de verdad, sólo es una pierna falsa». Y hay una enorme diferencia entre un mamporro vivo y un mamporro muerto. Eso, Flask, es lo que hace que un golpe con la mano sea cincuenta veces más atroz de soportar que un golpe con un bastón. El miembro vivo… es eso lo que hace el insulto vivo, mi pequeño amigo. Y pienso yo para mí mientras tanto, fíjate, mientras estaba machacándome los estúpidos dedos de los pies contra esa maldita pirámide… tan confusamente contradictorio era todo… durante todo el tiempo, digo, estaba pensando para mí: «¿qué es, pues, su pierna, sino un bastón… un bastón de hueso de ballena? Sí», me dije yo, «sólo era una festiva azotaina… de hecho sólo un baqueteo de hueso de ballena que me dio… no una auténtica patada. Además», me dije, «fíjate un momento; bueno, el extremo… la parte del pie… qué extremidad tan pequeña es; mientras que si un granjero de grandes pies me diera una patada, ése sí sería un insulto endemoniadamente grande. Pero este insulto está rebajado a sólo un punto». Pero ahora viene lo más gracioso del sueño, Flask. Mientras estaba aporreando la pirámide, una especie de viejo tritón con pelo de tajugo y una joroba en la espalda me coge por los hombros y me hace dar vueltas. «¿Qué es lo que haces?», dice. «¡Voto a Dios, compañero!», pero estaba asustado. ¡Menudo gesto! Aunque, de alguna manera, al momento siguiente se me había pasado el susto. «¿Qué es lo que hago?», dije finalmente. «¿Y a ti qué te importa ese asunto, me gustaría saber, señor Joroba? ¿Quieres que te dé una patada a ti?» Por Dios, Flask, que en cuanto acabé de decir eso, volvió su trasero hacia mí, se agachó, y levantando un montón de algas que tenía a modo de culero… ¿qué es lo que crees que vi?… Pues, truenos resonantes, compañero, su trasero estaba repleto de pasadores, con las puntas hacia fuera. Dije yo, pensándolo de nuevo, «creo que no te voy a dar una patada, viejo». «Sabio Stubb», dijo él, «sabio Stubb»; y siguió murmurándolo constantemente, como si se comiese sus propias mandíbulas, lo mismo que una bruja de chimenea. Viendo que no iba a parar de decir y decir su «sabio Stubb, sabio Stubb», pensé que bien podría empezar de nuevo a dar patadas a la pirámide. Mas apenas había levantado el pie para hacerlo, cuando bramó: «¡Deja de dar patadas!». «Hola», dije yo, «¿qué ocurre ahora, viejo amigo?». «Atiende», dijo él, «discutamos el insulto. El capitán Ajab te pegó un puntapié, ¿no es verdad?». «Sí, lo hizo», dije yo… «justo aquí fue». «Muy bien», dijo él… «utilizó su pierna de marfil, ¿no es verdad?». «Sí, lo hizo», dije yo. «Bien, entonces», dijo él, «sabio Stubb, ¿de qué te quejas? ¿No dio el puntapié con excelente voluntad? La pierna con la que golpeó no fue una vulgar pierna de pino resinero, ¿no es así? No, Stubb, recibiste un puntapié de un gran hombre y con una bonita pierna de marfil. Es un honor; yo lo considero un honor. Escucha, sabio Stubb. En la vieja Inglaterra los más grandes lores creen que es un gran honor ser abofeteado por una reina y que se les haga caballero de la jarretera; que sea entonces vanagloria tuya, Stubb, que recibiste un puntapié del viejo Ajab, y que se te hizo hombre sabio. Recuerda lo que digo: recibe puntapiés de él, considera sus puntapiés honores y no devuelvas bajo ningún concepto las patadas; pues no puedes evitarlo, sabio Stubb. ¿No ves esa pirámide?». Con lo cual, repentinamente pareció, de algún modo, de alguna extraña manera, salir nadando por el aire. Yo estornudé, me di la vuelta, ¡y allí estaba, en mi coy! Bien, ¿qué es lo que piensas de ese sueño, Flask?
—No sé; me parece a mí un poco tonto, creo.
—Puede ser; puede ser. Pero ha hecho de mí un hombre sabio, Flask. ¿Ves a Ajab ahí de pie, mirando de lado sobre la popa? Bien, lo mejor que puedes hacer, Flask, es dejar solo a ese viejo; no replicarle, diga él lo que diga. ¡Hola! ¿Qué es eso que grita? ¡Escucha!
—¡Eh, tope! ¡Aguzad la vista todos vosotros! ¡Hay ballenas por aquí! ¡Si veis una blanca, reventaos los pulmones por ella!
—¿Qué piensas de eso ahora, Flask? ¿No hay una pequeña gota de algo raro en eso, eh? Una ballena blanca… ¿Te fijaste en eso, prójimo? Fíjate… Hay algo especial en el aire. Estate atento a ello, Flask. Ajab tiene en su mente lo que es sangriento. Pero, chitón: viene hacia aquí.